Noche cerrada en el parque

Bruno, un joven ejecutivo de fuerte caracter y lengua viperina, ha roto con Marcos, su infiel pareja, y aprovecha para vengarse dejándose seducir por Anxo, un misterioso y atractivo joven, con el que no parece entenderse demasiado bien, salvo en el sexo.

Hola, me llamo Bruno, y soy lector de Todorelatos desde hace tiempo. A mis 25 años, vivo desde hace tres en un pequeño apartamento, casi un estudio, en la calle Bristol, en pleno Parque de las Avenidas de Madrid. Y el maldito parque al que hace referencia mi barrio tiene que ver mucho con esta contradictoria movida. Procuraré ser lo más conciso posible al narrar mi historieta; no entiendo como otros autores, como el misterrobbie ese, al que envío un saludo desde aquí, se alargan tanto con sus relatos. Ocho, diez, doce capítulos. Venga, dale. Yo soy más práctico que todo eso, lo resumiré en uno sólo, pero intentaré ser ameno a mi manera a la hora de contarlo, usando mis propias palabras.

Todo empezó el pasado mes de junio, a comienzos de verano, cuando, al regresar de mi curro en una oficina situada en el Edificio Arcelor, al otro lado de la M-30 (soy analista de sistemas informáticos) y girar la llave de mi piso, encontré a mi perro "Pipo", un bóxer de dos años y extremada vitalidad, algo más nervioso de lo habitual en él. Marcos, mi pareja, le había dejado atado con una correa en los tubos de la calefacción del pasillo, sin razón aparente, porque el animal siempre vagaba libre por la casa. Aquello me mosqueó un poco, pero no le di importancia. Los bóxer, una raza caracterizada por su vivacidad y simpatía, no son, sin embargo, los canes más indicados para vivir en apartamentos de un dormitorio como el mío. A veces se ponen demasiado nerviosos, sobre todo si su dueño tarda demasiado en llegar. Pero Marcos me había comentado que iba a pasar la tarde terminando de pasar a máquina un trabajo de doctorado en el ordenador, y que él se encargaría de sacar al perro más tarde. Yo podía ir tranquilo al gimnasio y regresar a las 10, como otros días. Entonces sería mi turno para sacarle yo, si me apetecía. Así lo pensaba hacer, pero, al llegar al gym e ir a cambiarme en el vestuario, me di cuenta de que me había olvidado las zapatillas de deporte en casa. Vaya por Dios, aquel día llevaba zapatos y me sería imposible engañar a los monitores usando el calzado de la calle, de haber sido otras zapas parecidas. Vuelta a casa a por ellas, sin rechistar. Es mejor no rebelarse demasiado contra este tipo de imponderables.

Pero cuando la cosa se tuerce, se tuerce del todo. Y así, al llegar a casa, y abrir la puerta del dormitorio, extrañado por la aparente ausencia de Marcos y unos extraños ruidos en su interior, que creí percibir en los escasos momentos en que el perro dejaba de ladrar de alegría, el espectáculo que me encontré, en MI habitación, no tenía desperdicio. Mi querido novio estaba situado en el centro geográfico de un extraño sándwich, formado por su amigo Lalo (a quien yo llamaba Lelo en privado), que le estaba taladrando el culo sin piedad, y la novia de éste, Nerea (alias "Zorrea"), a la que se estaba beneficiando Marcos por detrás, con el consentimiento de su pareja al menos. Algo que no ocurría en mi caso, ya que no había sido informado, y mucho menos invitado previamente a tan inusual confusión de cuerpos. Me quedé estupefacto, observando como aquel curioso tren de mercancías se ponía en marcha al compás, en un rítmico vaivén sólo alterado por los gritos de placer de aquella puta barata, y los suspiros entrecortados de su fogoso novio y el mío, enlazados en aquella delirante maquinaria erótica de largo recorrido.

Cuando Pipo, recién liberado de sus ataduras, se coló en la habitación y empezó a ladrar escandalizado por tanta injusticia junta, las tres cabezas, no diré que pensantes, se giraron al unísono en dirección a la puerta. Y ahí estaba yo, con el brazo izquierdo apoyado en el marco de la puerta, y poniendo cara de incomprensión.

Vaya, Marquitos, así que este es el trabajo que te iba a llevar toda la tarde

Mi ya expareja intentó desengancharse del tren en marcha, pero si la sacaba del culo de Nerea, Lalo se veía forzado a recular, y casi se cae de espaldas de la cama. Mejor no se movió más, total, ya le habían pillado en renuncio. Su respuesta no tuvo desperdicio.

No pensé…que fueras a volver tan pronto, mi amor.

Ese es tu problema, que no piensas antes de actuar. Y no me llames más mi amor, hazme ese pequeño favor. ¡Nada, hombre, vosotros seguir a lo vuestro, que aquí el dueño del picadero se va a dar un paseito!. Eso sí, cuando vuelva no quiero ver a ninguno de los tres en esta casa. ¿Queda claro?.

¡Espera, Bruno!¡Deja que te expli…!

El ruido de la puerta de mi habitación cerrándose por fuera me impidió terminar de escuchar su inútil disculpa. Agarré la correa del perro y las llaves del piso, y salí disparado con Pipo en dirección al Parque de Breogán, muy próximo a mi casa, a orillas de la M-30 madrileña, la carretera de circunvalación del interior capitalino. Una vez allí, solté al perro, lo que no está permitido en teoría, pero en aquel momento me sentía un poco antisocial, y me senté en un banco, totalmente hundido. Joder, sabía que esto podía pasar, mi colega Alex me lo había advertido cientos de veces: "ten cuidao con ese pibe, que no es de fiar, no sé como le has metido en casa, tronco, ¿no te has fijado que cuando sales por ahí siempre está mirando a todos los tíos?, pero supongo que yo no quería ver la realidad. Y, ahora que había sucedido, me sentía ridículo en mi papel de víctima, cuando yo debí haber intuido que, con alguien como Marcos, tenía todas las papeletas para que algo así ocurriera. No sé cuanto tiempo transcurrió desde que llegué al parque hasta que vi acercarse desde lejos, enfundado en su chándal de Puma, y corriendo a paso ligero, la conocida silueta de un tal Anxo, un mocetón gallego que había vivido en Venezuela hasta el 2002, y conservaba de su estancia en tierras caribeñas un deje dulzón en la voz y un físico muy venezolano, no sé si sabéis lo que quiero decir. En resumen, que el cabrón está más bueno que el pan. En el gimnasio se decía que había sido modelo en su país, y que había salido finalista del concurso de Mister Caracas, toda una tradición en ese hermosa nación, bendecida por la extrema belleza corporal de muchos de sus hijos/as. Al verme tan hundido y con la cabeza entre las manos, a punto de llorar, algo que había hecho discretamente en las últimas horas, se acercó sin timidez alguna a interesarse por mi estado anímico.

¿Te ocurre algo, tío? ¿Puedo ayudarte?– me preguntó el pipiolo. Le miré a la cara, para asombrarme de su envidiable bronceado natural y de sus facciones clásicas, muy masculinas, que le hacían parecerse a los chicarrones canarios que yo había conocido en otra época de mi vida.

No, no es nada, gracias por preguntar – y me sequé las lágrimas. Según reiniciaba la marcha, tras despedirse con un ambiguo "Cuidate", me sentí estúpido por haber permitido que un conocido del barrio me viera llorar como una magadalena. Aunque parecía majete, di por seguro que al día siguiente mi actitud de esa tarde no pasaría inadvertida en el gym, y que se convertiría en la comidilla de los corrillos de la sala de musculación. "Esa jodida panda de cotillas"…pensé para mis adentros, evitando recordar que yo mismo había participado innumerables veces de esos mismos rumores chismosos, que ahora me tendrían a mi como protagonista principal. Al menos, aquel pibe se había librado del "tratamiento Pipo", como llamaba yo a la peculiar inspección olfativa de mi bóxer a cualquier adulto de ambos sexos que osara acercarse a menos de medio metro de mí., y que consistía básicamente en meter el hocico por entre los pliegues de su paquete, paquetón en el caso de Anxo, según me pareció comprobar al trasluz entre dos furtivas lágrimas. Mi perro estaba perdido por algún rincón del extenso parque, al olor del coño de alguna perra, y tardé al menos diez minutos en localizarle, y algo más en convencerle de que la fiesta había terminado, y era hora de volver a casa.

Cuando entré, y comprobé que Marcos había tomado mis palabras al pie de la letra, y se había marchado para siempre, que sus maletas y su ropa no estaban dentro del armario empotrado, y sus marcos digitales y sus cedés habían desaparecido de los estantes del apilable del salón, me dio un repentino bajón, que no conseguía disimular con frenéticos paseos de ida y vuelta por el minúsculo salón, o fingiendo que daba de cenar al perro su comida favorita, hambriento como estaba tras la larga sesión de ejercicio. Desquiciado y nervioso, dejé de responder a las insistentes llamadas de móvil de Marcos y de mis colegas, le puse en estado silencio, y me bajé a la calle, esta vez yo solito, a dar una vuelta y oxigenar la mente un poco. Hacía una noche muy agradable, pero en mi interior ardía un incendio de sentimientos encontrados y decepciones anunciadas, al que me resultaba difícil hacer frente. Sin saber como ni porqué, acabé sentado en el mismo banco del rato anterior, pero ahora la noche profunda había caído sobre Madrid, y las madres con niños pequeños habían desaparecido del escenario, a favor de los dueños de canes (a muchos les conocía de vista) y de los corredores solitarios. Entre ellos figuraba todavía el dichoso Anxo, que pasó dos o tres veces por delante mía en la siguiente media hora. Parecía que aquel aspirante a vigoréxico pensaba quedarse a vivir en el parque, llevaba al menos un par de horas dando vueltas y haciendo estiramientos, con la pierna apoyada en el respaldo de los bancos libres, que, a esas horas, eran casi todos. Yo estaba con las manos en los bolsillos, cara de mala hostia, y las piernas estiradas, en una postura poco amigable como para iniciar una posible conversación con un extraño. Sin embargo, al volver a pasar por cuarta vez por delante de mi careto, Anxo fingió haber llegado al límite de sus fuerzas, y redujo la marcha hasta detenerse por completo. Miré a mi derecha por simple aburrimiento, y le observé en plena serie de estiramientos. Joder, y eso que no quería fijarme, pero cuando estiraba la pierna trasera, se le marcaba un culo de escándalo en el chándal, y cuando eran los brazos los que estiraba por detrás del cuello, su famoso paquete parecía que iba a reventarle las costuras del pantalón. Aquello era una bomba sexual, pensé… ¿cómo es que nunca me había fijado en él antes?.

El sí lo había hecho en mí aquella noche, porque sus miradas de reojo en mi dirección, envueltas en deseo, no me resultaban indiferentes. En un momento dado, sin cortarse un pelo, se pasó la mano directamente por los huevos, dándome a entender, por si era un poco simple y no me había percatado ya, que aquella noche el galleguito estaba caliente y buscaba un agujero donde meter, de preferencia en el masculino de Ana. Le seguí el rollo, entre otras cosas porque llevaba algunos días sin sexo (Marcos nunca parecía tener tiempo últimamente, con tanto "trabajo" acumulado). El hijoputa se bajó a la verja, rozando ya la M-30, donde sabía que los setos protegerían nuestra prohibida pasión de miradas indiscretas. Este puto cabrón, pensaba yo en mi estado mental, mezcla de despecho, deseo de venganza y excitación, es tan vicioso y salido como mi exnovio, pero está muy bueno, y me apetece darle una alegría al cuerpo serrano…¿Porqué cojones voy a ser yo menos que el sivergüenza de Marcos? Y encima éste cachondón está mucho más potable que el Lalo cara de falo. Me levanté lentamente del banco, como si me costara un esfuerzo supremo decidirme, y le seguí despacio hacia aquel refugio, formado por unos oportunos arbustos y matorral bajo, que nos protegía lo suficiente como para hacernos invisibles a ojos del mundo exterior.

Cuando bajé, el gallego se había bajado los pantalones hasta las rodillas, y se había sacado la chorra, que, incluso en estado morcillón, tenía un tamaño considerable. Me bajé el vaquero, intentando no hacer demasiado ruido con la hebilla del cinturón. Mi rabo dio señales de vida. Aquel tío era activo, y posiblemente de tipo dominante. En cuanto me acerqué, me sorprendió que quisiera morrear: "eso se lo reservo a mi novio, no a un revientaculos como tú" pensé para mis adentros, y le aparté la cara sin dar explicaciones. Mi cara de mala hostia se bastaba por sí sola. El no dijo nada, pero su rostro no reflejaba precisamente agradecimiento por mi buena acción del día. Me agarró del pelo, y me obligó a arrodillarme en aquel césped recién regado, ("mañana los vaqueros limpios a la lavadora de nuevo, y todo por llevarme una polla a la boca, seré imbécil"), pero no protesté, y me llevé aquel pedazo de nabo descomunal al interior de mi boca. Decidido a no quedar en ridículo ante un conocido del gimnasio, que luego podría burlarse de mi capacidad bucal con los julandrones del gym, le hice una bestial mamada, poniendo todo el arte que me era propio en esos quehaceres.

Joder, que bien lo haces, colega. Quien me lo iba a decir viéndote en la sala, tan modosito. Sigue, no pares, tío, por lo que más quieras…- me susurraba en voz baja el semental de Caracas, la mejor exportación venezolana en décadas.

Exhibí un repertorio de mis mejores trucos, "the best of…Bruno", para su insano deleite. No se lo merecía, pero no quise quedar en mal lugar con un conocido, que había tenido la buena suerte para él, y la mala para mí, de pillarme en un día tonto. Le hice lo que yo llamo "la raya del pantalón", una serie de lengüetazos bien dados, recorriendo toda la espina dorsal del trabuco, que solía volver locos a mis partenaires, el barrido de huevos, la flauta transversal, el repaso al frenillo, un punto a tener en cuenta en el placer oral, que a veces dejamos de lado, y mil virguerías más, que le dejaron literalmente en trance. Parecía que el muy egoísta se iba a correr sin más, pero yo me adelanté, me la saqué de la boca, rebusqué un condón en el fondo de armario de mi cartera, y se lo acerqué a la cara, con la mejor de mis sonrisas, en busca de su aprobación.

No, majete, - le había advertido yo - aún no hemos terminado. Todavía tienes que clavarla. ¿O es que pensabas que yo me iba a marchar de aquí sin gozar también?

El me miró alucinado, entre incrédulo y maravillado.

¿Tú…tú harías eso conmigo?

Esta noche sí, sin que sirva de precedente.

Ni corto ni perezoso, se bajó a lamerme el ojete, me introdujo los dedos con cierta furia, como exigía la ocasión, nada de refinamientos en esa noche loca, se colocó el preservativo, y hundió su falo prominente entre las paredes de mis glúteos, de un trallazo, que me hizo lanzar un ligero grito de dolor al viento. Los lejanos ladridos de algunos perros me indicaron que tomaban buena nota de mis padecimientos, y que me deseaban buena suerte en el intento, compañero de manada. Porque yo me sentía poco más que un perro con aquel comportamiento tan primario e impropio de mí. Me maldecía a mí mismo por haber cedido al morbo y la tentación, pero ya era tarde para arrepentirse. La polla de Anxo, tan grande como el resto de su robusto corpachón, ya estaba encajada en mi culito respingón, y de ahí saldría triunfante o vencida, pero nunca antes de que una lluvia de lefa regara mi espalda y culo. Las embestidas que me aplicaba aquel chulazo, con los huevos golpeando contra los glúteos en martilleante procesión, me pusieron tan cachondo que yo mismo me masturbaba a todo gas, pero estaba seguro de que hubiera podido correrme sin apenas tocarme. Me extrañó que aquel macho dominante no me tirara del pelo, ni me humillara en modo alguno ("se está cortando porque nos conocemos de vista del gym", pensé), sin darle mayor importancia. Sus manos agarraban la cintura, y no me insultaba ni me llamaba zorra, maricón de mierda y esas lindezas que gustaban tanto a mi amigo Ramón, según contaba él mismo.. Cuando nos corrimos juntos, tras sacarla del culo, y quitarse el capuchón, tuvo el detalle de hacerlo sobre el césped, y fue tal mi excitación al contemplar sus envidiables espasmos, que le seguí al instante, regando la verde hierba alrededor:"¡toma ya, pedazo de lefada!… puro néctar para las hormigas, lo mismo dejamos preñada a alguna obrera", se me ocurrió pensar en mi delirio sexual.

Procedimos a vestirnos en un vergonzante silencio, y cuando aquel maromo hizo ademán de sacar el móvil, quien sabe con que finalidad, me despedí con un lacónico: "Has estado muy bien, tío. Hasta luego" y salí pitando. A mis espaldas dejé a un sorprendido Anxo limpiándose las pringosas manos con un kleenex, y creí escuchar una titubeante respuesta del gallego en la lejanía: "Tú también has estado de premio, pero espera…". No quise esperar, y salí escopetado, y un punto avergonzado, de aquel lugar. Me sentía sucio, y, por extraño que parezca, infiel. Yo había guardado la lealtad más absoluta al cabrón de Marcos durante los once meses que salimos juntos, y me sonaba extraño hacérmelo con otro pibe, en un sitio tan sórdido como aquel, el mismo día de la traumática ruptura. Yo había accedido a esa situación, y no podía quejarme ahora. Jugué un rato con "Pipo", que me estaba esperando despierto, y me olió con cara de pasmo los huevos y el paquete, como habiendo reconocido un olor nuevo, intraducible en ladridos, que indicaba que su amito había sido marcado como territorio conquistado de un semental ajeno a la camada.

Ahora estamos los dos solitos, tú y yo, como antes ¿te acuerdas?

Por la cara que ponía el perro, que se sale de listo, la respuesta obvia era sí.

Pues claro que vivíamos bien tú y yo antes de que ese salido se mudara a vivir con nosotros – parecía querer decirme con su sabia e inteligente expresión – si yo pudiera contarte la de pibes que se ha subido a casa mientras tú estabas fuera… Pero el hijo puta me ataba, y no podía fastidiarle el jueguecito ese del monta-monta, que a mí también me gusta también practicar cuando me llevas al parque, aunque en seguida me corta el rollo alguna vieja amita reprimida. Por cierto, esto me huele mejor que otras veces, me parece, amito, que no sé si nos durará mucho esta repentina soledad, este olor no es como el de tu compañero de juegos anterior, este parece más bien el jefe de la camada, y no te será fácil librarte de él ni torearle, chaval. Tiempo al tiempo.

Cuando regresé al gimnasio estuve ignorando todas sus insinuantes miradas, si me pedía cortésmente que le ayudara con el press de banca, yo me hacía el Luisma y le dejaba caer la barra a destiempo "¡uy, perdona, que torpe me he levantado hoy!", me excusaba indolente, para que me dejara en paz ese pesado. Al fin y al cabo, ¿que coño quería ese cantamañanas?...¿No había tenido ya su ración de culo? ¿Pensaba que iba a poder repetir gratis, como si yo fuese la Jessi de Sin tetas no hay paraíso, y él el Duque que me hacía perder el sentío? Pues lo llevaba clarinete. Se debía creer irresistible, pero conmigo había pinchado en hueso. Ya cuando salía con Marcos, aquel depredador se me había acercado alguna vez pidiendo ayuda para algún ejercicio, o mirando más de la cuenta mientras nos cambiábamos en el vestuario, pero entonces no me importaba. Ahora, sin embargo, su comportamiento me rayaba, y me comía el tarro sin necesidad si le veía charlando en plan relajado con alguien en la sala, y de pronto se echaban a reír y parecían mirar en mi dirección. La paranoia duró un par de meses. A la vuelta de vacaciones, yo me había olvidado del fichaje, había tenido alguna aventura ocasional en Ibiza, adonde había viajado con mis colegas más farreros, y había dado carpetazo a aquella insólita aventura nocturna del mes de junio. Sin embargo, una noche, sería a comienzos de septiembre, mientras paseaba a "Pipo" por el sector central del extenso parque, nos cruzamos por el túnel que comunica ambas mitades de parque. El iba a paso ligero, como acostumbraba, con su sempiterno chándal de Puma, esta vez con la capucha calada, la música del MP3 resonando en los oídos. No sé si se percataría de mi presencia, pero yo sí de la suya. Le miré con cierto asco. Para joderle más, yo me había hecho íntimo de su mejor amigo del gym, un tal Miguel Angel, chaval de buen fondo, que no parecía entender, y tampoco estar muy al tanto de nuestras movidas. Eso parecía dolerle más a Anxo que mis silencios y desprecios dirigidos a su persona. Media hora después, sin embargo, me localizó en el mismo sector de parque que la primera vez, pero esta vez era yo el que le miraba con otros ojos, los del deseo más primario y bestial. Con la capucha puesta, que aumentaba el magnetismo de su profunda mirada, parecía la imagen de un ángel exterminador dispuesto a desafiar a los poderes del mundo por introducir su potente miembro en los rincones más prohibidos de mi cuerpo. Creo que él, que de tonto no tenía un pelo, se dio cuenta al instante de la situación, del empalme tan involuntario que lucía yo en mi pantalón. Solté a "Pipo" de su correa protectora, y el inquieto can se esfumó dando brincos en dirección a sus colegas de raza, y yo me quedé esperando la reacción de Anxo, que podía haber sido adversa, pero que fue la propia de un macho calentón como él. Nos bajamos a la "zona caliente" de la otra vez, protegidos por las estrellas en lo alto, y el silencio de la noche, sólo alterado por el escaso tráfico rodado a nuestras espaldas, y los ladridos de los numerosos perros reunidos en la explanada central, lejos, muy lejos, de nuestros apremios actuales.

La actitud de Anxo era la esperable en un chulo de su categoría. Sin mediar palabra, se sacó la polla, que mostraba una importante erección: "pues sí que le pone a éste hacerlo al aire libre; todavía no le he tocado, y ya está empalmado…", reflexioné mientras me relamía de gusto pensando en la dulce sensación de tener aquel rabo peleón en mi boca y en mi interior, porque mi intención era repetir la jugada de la otra vez.

Bájate y chupa. Y no quiero que pares hasta dejarme bien limpios los cabezales – me advirtió en tono chulesco aquel impresentable.

Su voz parecía aún más viril que la otra vez, más ronca y forzada…"éste cretino ha visto mucho al Duque últimamente, y se cree el prota de una peli porno el muy imbécil", y me llevé a la boca aquella perla de sabor inigualable, mientras sus manos empujaban mi cabeza. Un par de veces me pareció que jugaba a acariciar mi pelo con sus manos, pero en cuanto era consciente de esa muestra de debilidad imperdonable, me empujaba del cuello hacia adelante con más fuerza, y me humillaba verbalmente.

-Vamos, chupa, maricón de mierda. Esto es lo que te gusta ¿no? Chupar pollas de desconocidos en el parque…¿verdad, puta viciosa?

No sé que coño le pasaba a este pibe por la pelota, pero estaba consiguiendo excitarme de un modo en que no lo habían hecho ni de lejos mis anteriores parejas. De todas maneras, aquel maromo se estaba columpiando conmigo demasiado, y a lo mejor terminaba llevándose una hostia, porque yo también estoy cachitas, y tengo muy mala follá, nunca mejor dicho, y muy mal perder, y, entre otros ases en la manga, algún conocimiento de boxeo, que podía venirme al pelo esa noche contra aquel grandullón perdonavidas. De momento, le seguí el juego a ese abusón y le dejé hacer. Me paseó el rabo por la cara, jugó a negarme el alimento, y a hacer que se la guardaba y se iba sin correrse, luego se lo pensó mejor, me exigió un condón, y me la clavó sin anestesia ni preparación alguna. Me hizo bastante daño, que supongo que era lo que él pretendía, y, al envite de mi inevitable grito de dolor, mi fiel "Pipo" reconoció la voz de su amo en apuros y salió disparado hacia nuestra posición, con un mosqueo de tres pares de cojones, ladrando a todo pulmón, y dispuesto a lanzarse sobre el intruso que había osado invadir mi espacio vital sin consentimiento. Venía a buena velocidad el cuadrúpedo, dispuesto a lanzarse de un momento a otro a la chepa de mi supuesto violador, cuando le pedí a voz en grito que parase en seco. Los bóxer son perros muy inteligentes y empáticos con sus dueños, y captó enseguida que todo consistía en uno de esos jueguecitos de monta-monta de los ardorosos humanos.

Joder, que susto me ha dado el puto perro – me dijo el follador nato, aún dentro de mi cuerpo, pegado a mi espalda como una lapa – No me atrevo a sacarla, no me la vaya a morder y tengamos que llamar al Samur – bromeó para quitarle tensión al asunto.

Vete, "Pipo", búscate una perrita, anda – le ordené mientras le acariciaba su noble cabeza.

O un perrito mejor, que a lo mejor eres tan maricón como tu dueño –precisó Anxo, que recibió por toda respuesta un sonoro ladrido del perro ante sus mismas narices, antes de marcharse despacio y volviendo la cabeza un par de veces, no demasiado convencido de la idoneidad de mi decisión.

El chuloputas de mierda continuó con su follada, alternando movimientos vigorosos con breves espacios para la distensión y el relajo, tirándome del pelo hacia atrás cuando lo consideraba conveniente, y dedicándome todo tipo de lindezas, a cual más grosera e irrepetible, que él se pensaba me debían excitar sobremanera. Lo que desconocía es que yo estaba supercachondo porque llevaba dos semanas sin hacer el amor ni masturbarme, por pura vagancia y cabezonería, y que daba igual que se lo currara o no aquella noche, mi empalme iba a ser del quince de todos modos.

A la hora de correrse el angelito, esta vez optó por hacerlo en la cara, pese a mis quejas, pero me dio tanto morbo recibir su ración de leche en mi pelo y mejilla que me corrí al instante, entre jadeos entrecortados. Ha sido uno de los orgasmos más impresionantes de mi vida. Me preguntaba si no me estaría haciendo adicto a los encantos de ese parque y de este turbio semental, que no sabía a que coño se dedicaba ni me importaba lo más mínimo, todo lo que necesitaba era que me penetrara y luego se corriera donde le saliera del mango. Nos vestimos muy deprisa, pero yo estaba un poco alterado por lo que había dicho a mi perro poco antes, más incluso que por el trato vejatorio a mi persona en aras de la necesaria "excitación del momento".

  • No te laves la cara en un mes, como recuerdo de mi corrida. Además, es muy bueno para el cutis de metrosexuales como tú – me dedicó como fin de fiesta, dirigiéndome una mirada de superioridad rabiosa, aquel mequetrefe, subiéndose el chándal.

  • Escúchame un momento, chulo de mierda – le solté en tono audible y claro, mientras me limpiaba la lefa de la cara con un kleenex- Vamos a ver, tronco ¿tú de que vas? Lárgate a tomar por culo antes de que te salte los dientes de una patada, hijo de puta.

  • Aquí el único que toma por culo eres tú, maricona. Pero si quieres llamamos a tu perro y le rompo el culo igual – y se sonrió para sus adentros, feliz de la vida por haber ligado dos frases seguidas y dado vida a ese indecente chascarrillo.

Estaba hasta los huevos de la prepotencia de ese pringao, y me tiré a por él como un león de circo hambriento. Sabía que llevaba las de perder y que alguna hostia fijo me iba a llevar. Pero de momento le endilgué un crochet en la boca del estómago, se dobló por la mitad, llevándose las manos al vientre, lo que aproveché para abrirle la boca como un caballo e introducirle el kleenex lefado, con un escupitajo de premio. Después le arreé un gancho a la mandíbula, pero el hijoputa no era tonto y me vio venir, escupió la servilleta y se tiró a mis piernas. Rodamos por el césped, inflándonos a golpes, hasta que "Pipo" puso orden en aquel galimatías, obligándonos con sus cercanos ladridos a separarnos, y levantarnos del suelo como si no hubiera pasado nada. Tuve que utilizar todos mis poderes de persuasión para convencer a mi mascota de que allí no pasaba nada, pues temía que aquel cabrón me denunciara si "Pipo" le hacía el más mínimo rasguño. Anxo aprovechó para escaquearse, no diré corriendo, pero sí a buen paso, con la capucha de nuevo camuflando su verdadero yo, el del ser violento y prejuicioso que en realidad era. Le odiaba, pero no buscaba venganza. Todo había sido un malentendido, culpa de mi calentón mal llevado, y de su homofobia latente. Volví a casa muy despacio, avergonzado de mí mismo. Me eché a llorar en mi habitación, tras una interminable ducha en la que limpié de forma obsesiva cada rincón oculto de mi cuerpo. Me tumbé en mi moderna cama, con "Pipo" a mis pies, pero el sueño no me alcanzó hasta mucho más tarde. El rostro de Anxo, sus marcadas facciones, que denotaban un carácter duro e implacable, y contrastaba de modo extraño con su dulce acento galaico y caribeño, se me vino a la mente una y otra vez…¿de veras es tan malote como aparenta?: esa pregunta me acompañó durante el resto de la noche, y parte de las siguientes.

Traté de evitarle en el gimnasio, ni siquiera le miraba, y supongo que él hacía lo mismo. "Es posible que sólo tenga 23 años, quizá incluso alguno menos. Es un puto inmaduro, ya le enseñará la vida. De momento ha recibido un anticipo de lo que le espera si sigue tratando al prójimo de esa manera". Pasaron dos semanas más, el verano empezaba a quedar en el recuerdo, aunque el tiempo seguía siendo más que clemente con los madrileños. Una noche, tras ducharme en el gimnasio, a última hora, en lugar de dirigirme a casa (ya había sacado al perro poco antes, y no lo volvería a hacer hasta primera hora de la mañana, porque yo me levanto hacia las seis), di un paseo por el parque. Sabía que me exponía a encontrarme a aquel chulo impresentable en cualquier momento, pero no le tenía miedo, y, en igualdad de condiciones, le había demostrado que tenía mucho que perder en caso de enfrentarse conmigo cuerpo a cuerpo. Lo más probable es que, de vernos en el futuro, simplemente nos ignoráramos. Aquella noche de martes había muchos dueños de perros, a la mayoría les conocía de sobra, y hasta me paré a charlar con un par de ellos. Luego me encaminé a mi apartamento, y fui a pasar por delante del infausto banco, ahora ocupado por un solitario aprendiz de cartujo, un extraño pibe vestido con chándal y sudadera, que, tapado por la capucha hasta las cejas, parecía un misterioso espectro del averno. Su enorme talla infundía un cierto respeto. Muchas chicas hubieran evitado pasar solas por delante de tan amenazadora presencia en una noche como esa, pero yo era un tío con pelos en los huevos, y, a pesar de que el abusador del parque me considerara una maricona, no sentía miedo alguno de pasar por delante de este sujeto envuelto en las sombras de la penumbra, por lo que resultaba imposible identificarle de inmediato.

Espera, tío – la voz del espectro parecía llamar a alguien. Pero por allí sólo pasaba yo. No era posible, y, sin embargo, parecía dirigirse a mí. Ya está, me dije, algún yonqui que me pedirá suelto para su dosis diaria de lo que sea.

Me hice el despistado, y continué mi camino. El desconocido se levantó de manera apresurada del banco, y me siguió a paso vivo. Yo no quería mostrar mi nerviosismo mirando hacia atrás, pero aceleré el paso, y busqué la salida más cercana a la calle. Estaba a punto de acceder a una zona iluminada, cuando una poderosa mano se posó en mi hombro derecho. Mi corazón se aceleró al instante. No sabía como reaccionar, si salir corriendo o enfrentarme al desconocido, que podía estar armado, quizá con un arma blanca.

¿Cómo te llamas, colega? – me preguntó la voz en su anterior tono lastimero y cavernoso.

Me di la vuelta acojonado, y el sujeto se retiró la capucha para dar a conocer su identidad. Recibí el súbito impacto de una sobredosis de belleza y masculinidad de tal calibre que las feromonas de mi cuerpo empezaron a actuar por su cuenta y riesgo.

Yo me llamo Anxo y soy de origen gallego, pero viví en Venezuela hasta los 17 años – se presentó aquel gañán, tendiéndome la mano al relente de la noche para que se la estrechase, lo que hice por pura inercia, antes de percatarme de lo que estaba haciendo. La retiré de golpe, y me sacudí las manos a continuación, como si quisiera exorcizar el contacto de su piel - ¿Cómo te llamas tú?

Su voz sonaba hoy tan dulce como un melocotón en almíbar. Ni rastro de la chulería de la otra noche. Este no es mi Anxo, que me lo han cambiado, me repetí en mis adentros.

Eso a ti no te importa. Mira, tronco, seré breve. Tú y yo no tenemos nada de que hablar, no vengas ahora haciendo el paripé, que yo no soy tu colega ni lo voy a ser nunca. Así que déjame en paz de una puta vez. Ojalá no te hubiera conocido nunca, tío. Maldita la hora en que mi puta polla me hizo conocerte, joder. ¡Lárgate ya, pesao!.

Sus rasgos reflejaban tristeza y desaliento. Estaba confuso, no sabía como hacer avanzar la acción, y yo estaba a punto de salir por pies de esa absurda situación.

Joder, quien me mandaría a mí venir a pasear al parque. Parece que vives aquí, ¿no tienes casa, tronco? – pensé en voz alta, sin darme cuenta de que le había hecho una pregunta, y, por tanto, opción de responderme.

Sí, la tengo, y muy cerca de aquí, pero vivo sólo y la casa se me cae encima

Pues como eres tan machote y tan viril búscate una novia, que seguro que encuentras alguna pobre diabla dispuesta a someterse a tus desvaríos.

Joder, tío, yo lo hice porque pensé que te gustaba…es que no hay quien te entienda…- estaba al borde de las lágrimas, y yo me quedé un poco parado.

Le pedí que nos sentáramos en el dichoso banco, porque se le veía muy nervioso y alterado. Ese tío tenía algo que decirme, y no pararía hasta disculparse o contarme su versión de los hechos. Me armé de paciencia, y nos sentamos juntos al amparo de la negra sombra que formaba el manto de árboles encima de nuestras cabezas.

Vamos a ver, Anxo ¿Qué es lo que me gustaba o dejaba de gustarme?

Se tranquilizó un instante y cogió aire antes de responder. Un vecino mío pasó por delante nuestra con su perra cocker: el dueño no nos reconoció, pero la perra sí, y me ladró alborozada, luchando contra la correa del amo por acercarse y dedicarme alguna monería. El hombre tiró de ella, tal vez pensando que seríamos dos delincuentes o, al menos, dos inquietantes presencias, y se apresuró a abandonar las inmediaciones.

Dime antes como te llamas, por favor. No me gusta hablar al vacío.

Bruno, me llamo Bruno -me rendí a su insistencia, forzado por las circunstancias. Tenía que haberle dicho que me llamaba Antonio o Miguel, pero en ese momento no caí en la cuenta.

Bruno, Bruno… –repitió él para sus adentros, ensimismado en su pronunciación - que bonito nombre. Me encanta, tío. Perfecto, sí. ¡Bruno!.

Joder, ¿hemos venido aquí para hablar de mi nombre? Te recuerdo que mañana madrugo. Tú a lo mejor no tienes nada que hacer, aparte de buscar clientes en la calle o en la red, pero yo te aseguro que sí.

Me miró en la oscuridad de la noche con el rencor reflejado en los ojos, que parecían dos brasas de puro fuego, tan ardientes como su sexo y el mío.

¡Vale, tío! ¿es que no puedes parar de insultarme? Para que te enteres yo no soy ningún chapero. Seguro que lo has escuchado en el gimnasio – en realidad me lo había inventado en ese mismo momento, con el único fin de herir su vanidad y hacerle daño – Siempre me están juzgando por el físico. Pues para que te enteres soy estudiante de telecomunicaciones, en mi último año de carrera, y estoy sacando todo con matrícula. ¿Porqué todo el mundo se piensa que soy un mister o un modelo, y que no soy más que un frívolo y un tontolaba, cuando a mí sólo me interesan mi carrera y mi vida? Es verdad que he trabajado de modelo ocasional, pero sólo para pagarme mis estudios, no de forma permanente.

Por primera vez me sentí un poco avergonzado por haber sacado de paseo antes de tiempo mi escandalosa lengua viperina.

Perdona, no era mi intención ofenderte. Es que esta situación me saca de quicio. ¿Vas a contarme de una vez lo que tenías que decirme?

Sí, claro. En realidad sólo quería disculparme. Perdí el control de la situación. No era yo el que hablaba.

No, era tu primo el de Zumosol, no te jode.

Lo que quiero hacerte entender es que yo estaba interpretando un papel.

Ah ¿si?...¿El de chulo tocapelotas tal vez?

Una leve sonrisa afloró en sus labios. Una hilera de blancos dientes se perfiló de forma nítida en la oscuridad de la noche.

Puede ser, pero es que yo pensaba que ese comportamiento te ponía cachondo. Era sólo un juego, pero yo lo llevé demasiado lejos. Yo no soy así en mi vida normal, pregúntale a Miguel Angel. Soy buen tío, de verdad.

Quien lo diría viéndote de noche. Lo mismo te transformas como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Bueno, también influyó un poco el rencor que yo sentía hacia ti por intentar utilizarme para obtener placer de mi cuerpo.

Ahora era yo el ofendido con sus torpes maniobras de defensa.

¿¡Qué yo te he utilizado para obtener placer de tu cuerpo!? Pero tío, ¿tú te pinchas mortadela? Tú estás peor de lo que yo pensaba ¿eh?.

Otro topicazo – protestó él vivamente - ¿porqué se piensa siempre que es el activo el que se aprovecha del pasivo, cuando por lo general ambos están de acuerdo en actuar de esa manera? Vamos, tío, tú eres un pibe fuerte y con mucho carácter…si no te hubiera gustado, me lo hubieras hecho saber al momento…o me hubieras lanzado a tu perro a que me mordiera el nabo.

Del perro hablaremos luego. No te creas que me he olvidado de ese apartado.

Vale, te pido disculpas también por eso. Fue una frase estúpida y fuera de lugar. Pero es que a veces te odio, cuando te comportas como si yo no contara en tu vida para nada.

Es que NO cuentas para nada en mi vida. Entérate de una puta vez.

¿Lo ves? ¿Ves como me has utilizado? Y yo soy tan gilipollas que he caído dos veces en la trampa.

Pero si fuiste tú la primera vez quien me convenció para que me bajara al pilón ¿o ya no te acuerdas, chiquitín? – le refresqué la memoria y le bajé los humos con ese incierto calificativo, pronunciado en tono peyorativo.

Sí, lo reconozco, es que siempre me has gustado mucho, eres mi debilidad absoluta desde que te conozco. Pero yo buscaba algo más íntimo, y tú sólo quieres sexo puro y duro. Ni siquiera me dejaste que te besara en los labios.

Es que en un parque no puedes pretender encontrar al amor de tu vida. Da gracias de que me decidiera a repetir contigo en otra ocasión.

Eso es mentira, y lo sabes. Estoy seguro de que yo te gusto tanto como tú a mí – me miró a los ojos y me pasó la mano por la nuca y la oreja, acariciando el lóbulo con un leve toque de ternura obsesiva – Cualquier lugar es bueno para conocer al amor de tu vida, hasta un parque en mitad de la noche, si las dos personas así lo sienten.

Me besó en los labios, muy despacio y lentamente. Me sentí transportado al Olimpo de los célibes y castos amores de leyenda, pero de pronto, mi instrumento favorito dio señales de vida. Le pasé una mano por el paquete y comprobé al tacto que le ocurría lo mismo. Era el momento de mi dulce venganza.

Ven aquí, majete. Te vas a enterar tú de lo que vale un peine. Esta noche no la vas a olvidar tú en tu puñetera vida – le hice bajar por el terraplén de hierba, camino de nuestro santuario del sexo.

¿Piensas follarme? – me preguntó con un tono triste, pero que intuí dispuesto al sacrificio supremo – es que verás…soy virgen por detrás, ya sabes.

No te preocupes, que no te imagino en esa coyuntura. Pero hay algo que sí puedes hacer por m텡comérmela!

Me saqué la polla, que tenía unas dimensiones contundentes, pero el muy capullo nunca se había dignado tocar hasta ahora, y le hice arrodillarse en mi presencia.

Chupa, cabrón. Dale placer a este rabo.

Para mi sorpresa, aquel pibe era un verdadero experto lamiendo nabos. No era la primera vez ni de coña que se llevaba un miembro viril a la boca. Había que ver como paladeaba aquel pedazo de maromo el trozo de carne que parecía querer hacer suyo desesperadamente. Parecía extasiado repasando el capullo, centrándose en los huevos luego, implorando clemencia y mirando con aprensión mi cara de chulo vengativo cuando le negaba acceso a mi pepino, ¡y cómo se las ingeniaba el muy cerdo para volver a agenciarse el falo y esconderlo entre sus carrillos!, tanto parecía gustarle el nuevo juego que había elegido. Cuando consideré oportuno, me lo saqué de su boca y me corrí en su cara, teniendo cuidado de hacerlo en la mejilla, como había hecho él la vez anterior. Ojo por ojo y diente por diente.

No te corras, Anxo. Todavía no hemos terminado.

Me saqué un preservativo de la cartera, y se lo ofrecí en señal de paz. El captó la señal de distensión al instante.

-Te has portado como un campeón, y ahora mereces un premio. Pero intenta ser más cuidadoso que la última vez. Estuviste a punto de causarme un desgarro.

Pero sí es que a mí no me gusta actuar así, te lo juro. Yo lo hacía para excitarte, pensaba que eras un vicioso, y que la única forma de mantenerte a mi lado era actuar en plan chulo machista.

Pues ya ves que estás muy equivocado. Aunque un leve toque canalla nunca viene mal en el sexo. Pero de ahí a lo que hacías tú hay un abismo.

Me besó en la boca con energía sobrehumana. Parecía poseído por un deseo superior a las órdenes racionales de su cerebro.

Te quiero, Bruno, me vuelves loco, tío. Perdóname por lo que te haya hecho, júzgame a partir de ahora. Yo quiero mostrarme tal como soy, no como pensaba que tú querías que fuera.

Pues ahora tienes la oportunidad de hacerlo. Empieza la cuenta atrás. 10, 9, 8, 7

Anxo se paró en seco, hizo un gesto negativo con la mano, y se subió los pantalones. Por un momento me pareció que se había rayado por algo, y que se abría a su keli. En realidad, estaba más feliz que nunca antes, y su esplendorosa sonrisa así lo demostraba.

¿Qué haces, tío? ¿Vas a marcharte sin correrte?

Sí…y tú vas a venir conmigo. Este lugar me da mal rollo, y además cualquier día van a descubrirnos en plena faena, porque está claro que no escarmentamos, y siempre acabamos volviendo al "escenario del crimen".

En eso tienes razón, parece que no tenemos casa para hacer el amor en condiciones.

Esa era la palabra clave que necesitaba Anxo para explicarme su estrategia.

¿Por cierto, la tuya o la mía? – se me quedó mirando fijamente, temeroso de mi respuesta. Su sonrisa nerviosa se nubló cuando escuchó la respuesta.

Creo que la mía – respondí de súbito- está muy cerca, y además vivo con un amigo muy especial, que tiene muchas ganas de saludarte desde hace tiempo.

El fingió que corría buscando una salida, y se tapó con la capucha sin parar de reír.

¡No, no, no, primero píllame si puedes!. No pienso dejar que ese perro del demonio, por muy chévere que sea contigo, me muerda en el culo, o algo peor

Tranquilo, los bóxer son muy pacíficos, si tú vas de buen rollo, claro. Además, está esperando tus disculpas. Es un perro muy inteligente, y sabe que te pasaste tres pueblos con él. Pero es también muy orgulloso, así que ya te puedes buscar la vida y regalarle un palé entero de Dog Chow para congraciarte con él.

¿Y no saldría más barato buscarle una novia por Internet?

Bueno, es otra opción. Pero te aseguro que no lo necesita. El tiene mucho éxito con las hembras de su especie por méritos propios.

Vamos, que es un seductor nato como su amo

La luna llena flotaba sobre nuestras cabezas, mientras salíamos del parque y nos dirigíamos a buen paso, sin dejar de bromear y hacer el tonto, hacia el cruce con la calle Bristol. Nunca en mi vida me había sentido tan feliz, y con tantos deseos de hacer el amor con alguien como aquella noche. Y él estaba dispuesto a cumplir su palabra y hacerme el amor en toda la expresión de la palabra, con la dulzura y ternura propias de un verdadero amante, y en el adecuado marco de un dormitorio iluminado con velas y barritas de sándalo para crear ambiente. La noche sólo acababa de comenzar para nosotros dos. "Pipo" tendría que dormir hoy en el salón, pero estaba seguro de que, con su gran instinto, se haría cargo de la situación de su amo, tras olfatear al intruso, y reconocer en él las huellas de aquel que había tomado posesión de mi cuerpo, y, al parecer, también ahora de mi alma, para siempre.