Noble plebeya i

Alain y alexandra se conocen en la francia de 1750

NOBLE PLEBEYA

Por Andre love

Otro día como cualquiera, chillidos de niños jugueteando en las plazas, en cada esquina mujeres desdeñadas cotorreando las últimas noticias de la semana, mientras en la calle otras vaciaban de unos pequeños cuencos la orina desechada en la noche anterior, hombres dirigiéndose hacia sus detestables y mal pagados trabajos, campesinos, mineros y artesanos dispuestos a empezar la faena del día, otros abriendo sus locales en el mercado de víveres, las pescaderías empezaban a esparcir un olor a pescado fresco seguramente sacados del Sena esa misma mañana, las carnicerías apestaban a sangre cuajada, cerrajerías, zapaterías, panaderías, en fin un sinnúmero de lugares, todos con un único propósito. El calor se abatía como plomo derretido sobre la ciudad y un hedor maloliente se respiraba por igual bajo los puentes y en el palacio. Los carruajes de la nobleza se distinguían al paso sobre las calles, toda actividad humana empezaba como de costumbre en ese lugar.

Era 1750, cuando en París, la mayor ciudad de Francia, se aproximaba el inicio de la Revolución Francesa, incitando a algunos habitantes, más jóvenes que adultos, no solo a protestar, si no a organizar verdaderos tumultos, ante la idiosincrasia de la monarquía.

Sin embargo este hecho, al rey no parecía afectarle en absoluto, lo único que se le ocurría hacer era mandar a apresar a estas personas y que recibieran un buen castigo por ello, más bien les veía como una plaga insignificante de maleducados y mugrientos ineptos que no tienen nada que hacer más que meterse en lo que no les importa. El rey ocupaba en el trono desde hacía treinta y ocho años, y había rebasado ampliamente el punto culminante de su popularidad.

-Pobres infelices, ninguno va a sentir nunca lo que es ser de la alta sociedad, ni mucho menos el ser rey.- Pensó el rey con una sonrisa de maldad incrustada en su rostro mientras observaba por una pequeña ventana de su dormitorio hacia la Plaza central, donde se amontonaba la gente para poder protestar.

-Van a morir como ratas, como lo que son.

Mientras tanto, no muy lejos de allí, en uno de los lugares más pobres donde la gente vivía tan apiñada y las casas estaban tan juntas una de otra, vivía Alein Bussie, una joven de 16 años, con su cabello rubio y largo, con unos increíbles ojos verde azulados heredados por su padre Terrier Bussie, quien murió al tener ella cinco años de edad.

Terrier era un gran pescador, y le gustaba llevar a su hija con él casi siempre, Alein era una niña muy inteligente y le era fácil aprender de su padre, le encantaba verlo concentrado en su tarea mientras esperaban a que surgiera de las aguas los preciados peses ensanchados en las redes, sin embargo, una de esas tantas veces que acompañaba a su padre, mientras hacían su ritual de todos los días, cuando Terrier se proponía a lanzar las redes, este perdió el equilibrio y cayó al agua, Alein no sabía si seguirlo o esperar a que saliera, estaba desesperada, no podía creer lo que pasaba, era como una pesadilla, no sabía nadar era demasiado pequeña todavía y aun así sabía que su padre estaba en problemas, pero tenía la esperanza de verlo saliendo del agua y sonriéndole como lo hacía siempre, pero no fue así, nunca más lo vio salir.

Desde entonces Alein vivía con su madre Mari Perduel y su hermana de 11 años Anabella. Mari era una mujer de 40 años de edad, se ganaba unos pocos francos cuando en ocasiones le salía alguno que otro trabajo en la calle, de vez en cuando el padre Jean del convento de Sain-Marri, un hombre bastante bondadoso, que cuando podía ayudaba a la gente necesitada, la visitaba y le daba unos cuantos víveres y unas monedas, pero no era así todo el tiempo, para Mari era muy difícil conseguir un trabajo estable, le habían ofrecido en el Quatre Dauphins, una pequeña Taberna de la ciudad, reconocida por el trato “especial “para el cliente y esa era la condición que tenía, pero Alein se opuso y decidieron mejor buscar otra solución, vivían en un deplorable estado y les era muy difícil subsistir. Así que Alein por sí sola decidió que debía de hacer algo ante las circunstancias.

Ya casi cumplía los diecisiete años, además de que sentía que era su responsabilidad, y así lo hizo. Una jovencita de 16 años ya debería de tener alguno que otro pretendiente para casarse y engendrar un puñado de crías, esa era la vida de la mujer en esa época, así tenía que ser, pero Alein no quería eso, no deseaba dejar solas a su madre ni a su hermana y si se casaba sabía que tendría que hacerlo.

Ya algunos hombres habían llegado a proponérselo y a tratar de cortejarla, la mayoría le habían repugnado, viejos feos, con grandes panzas y dientes podridos, que de sus cuerpos se desprendía un olor a sudor, queso y vinagre, todos ellos sabían lo hermosa que era esa chiquilla, que aunque se veía algo cabezona, mal educada, nada femenina y que venía de una familia muy pobre y con la importante falta de una mano dura, nada que un poco de educación pueda arreglar, aun así querían que fuera suya, ella hacia todo lo posible por despedir a todo el que llegara con ese propósito y así lo hacía siempre.

Así que lo único que le quedaba por hacer para poder trabajar sin ningún impedimento era hacerse pasar por hombre, esto se lo comunicó a su madre, quien aunque no le gustaba la idea, ella sabía que no había otra forma, así que no se opuso y más bien se fue a conseguir una vestimenta apropiada para su hija o mejor dicho hijo.

A la mañana siguiente muy temprano, de esa misma casa salía un joven rubio, de cabello corto, con una boina en la cabeza, vestido con pantalones hasta las rodillas y medias negras hasta las mismas, una camisa blanca de manga larga y encima un chaleco, era un joven apuesto y pequeño, sonriendo de medio lado.

Estaba un poco nerviosa y a la vez excitada esperando sentir lo que era ser un hombre en el mundo exterior, se sentía muy rara vestida así, nunca antes se había puesto pantalones, tenía la piel muy delicada, y demasiado blanca para ser hombre, pero sabía que podía pasar desapercibida.

Así que sin más se encaminó por las callejuelas estrechas de la ciudad, lo primero que se le paso por la cabeza fue ir hacia la Place de Gréve, a las orillas del río Sena, donde se encontraban los barcos pesqueros embarrancados en la orilla, buques y demás, su idea era pedir trabajo como pescador, recorrió toda la zona en la búsqueda, por suerte al fin encontró.

Había un puesto en una de las muchas embarcaciones pescaderas que se encontraban allí, sin perder tiempo se dirigió al que pensó era el dueño de la embarcación.

-Haber, dime ¿que se os ofrece muchacho? -Le pregunta un hombre regordete de unos 60 años de edad al cual se le destacaba bastante bien un gran bigote con las puntas hacia arriba, parecía que en cualquier momento se le podían meter en los agujeros de la nariz.

-eh, pues vengo a pedir trabajo. -Respondió Alein un poco intimidada por el grandote hombre que se encontraba al frente de ella viéndola como un bichillo irritante, eso lo hacía más difícil.

-ya veo, y dime, ¿cómo te llamas? -Preguntó, volviéndose para renovar lo que hace un minuto dejo de hacer.

-mi nombre es... ¿cómo no se me ocurrió pensar en eso antes? -Se reprochó a sí misma.

-Franco, Franco Bussie, mucho gusto Monsieur...

-Mirror. -Dijo este sin mirarlo.

-Umm...parece que efectivamente necesitamos un pescador de más, dígame señor... Franco. Girándose con una pequeña sonrisa de burla.

-¿Tenéis experiencia alguna para este tipo de trabajo? -Le preguntó el hombre encarándolo muy cerca y estudiando su reacción.

-Sí, de hecho mi padre era un gran pescador y él me enseñó todo lo que sabía. -Dijo Alein recordando los momentos que más amaba en toda su vida.

-Bien. -Le dijo el viejo, sin dejar de mirarlo, parecía que este chico nunca hubiera trabajado en toda su corta vida, pero le caía bien, era un joven muy decidido y parecía capaz de hacer el trabajo.

-Supongo que tiene suerte, señor Franco. -Le comunicó este sin ánimo alguno.

-¿Queréis decir que tengo el trabajo? -Le preguntó Alein.

La pregunta le saco a Mirror una pequeña carcajada.

-Pues sí, creo que sí señor Franco, pero que quede claro que esto no es un juego, es un trabajo muy duro y pesado, espero que no tengamos problemas, y si todo va bien seré justo.

-Claro que sí, señor Mirror, haré mi trabajo como se debe, no se preocupe por eso. -Dijo Alein muy emocionada, pero tratando de que no se le notara mucho.

-Entonces empieza mañana temprano, le empezaré pagando dos francos por semana.

-¿Alguna pregunta? -Le propuso el viejo.

-No ninguna, entonces nos veremos mañana señor Mirror, fue un placer y muchas gracias.

Alein alzó la mano para estrecharla con la de él a modo de despido como había visto hacer a los hombres.

–Bueno pues entonces lo veo luego señor Franco. -Le despidió el hombre estrechándole la mano y apretándosela.

Alein hizo un pequeño gesto de dolor, parecía que el hombre le iba a quebrar los huesos de la muñeca.

-Gracias. -Dijo Alein entre dientes, con una sonrisa forzada, esforzándose para disimular el dolor que le quedo en la muñeca.

-Dos francos por semana.

Iba pensando Alein, eso era mejor que no tener nada, así que optó por eso, iba caminando por la orilla del Sena, habían grupos de pescadores que habían terminado su jornada laboral sobre las pacíficas aguas, los cuales la miraban con burla y comentaban entre ellos, pero no le importaba en absoluto, sabía de la gran suerte que tenía, habían muchas personas sin trabajo y que darían lo que fuera por un puesto de esos.

En eso vio que había un pequeño tumulto de gente cerca de donde estaba, le entro curiosidad y se empezó a aproximar, se dio cuenta de que todos observaban hacia el Pavillon de Flore frente al Pont Royal, guió su mirada hacia allí, habían muchos oficiales en la entrada, parecía que esperaban la llegada de algo o alguien, así que optó por preguntarle a un tipo que estaba junto a ella.

-Disculpe usted, me podréis decir ¿por qué tanta algarabía?

-¿No sabe usted que el primero de septiembre es el aniversario de la ascensión al trono del rey? -Le dijo el joven que estaba a su lado.

-Claro, ¿qué tiene que ver eso? -Le preguntó Alein con un tono de ironía, sabiendo claramente de la fecha, además que ese mismo día era su cumpleaños.

-Pues el rey decidió hacerle una invitación a varia gente importante de algunas ciudades, se dice que vienen de Marsella, Lyon, Grendole, de Genova y Versalles.

-Oh, ya veo!!! -Exclamó Alein volviendo a posar sus ojos en los guardias.

-Pero parece, que de todos esos lugares, la más importante es Versalles, dicen que viene la Marquesa de Versalles, señora feudal de la ciudad y miembro del parlamento en Toulouse.

-Le informó el joven.

-Vaya, no lo sabía.

-Así es, Alexandra Misnard, todo un personaje, se dice que hizo una importante obra sobre economía nacional dinámica que proponía la supresión de todos los impuestos sobre bienes raíces y productos agrícolas, introdujo un impuesto progresivo sobre la renta y esto perjudica a toda la gente pobre de su ciudad, pero por otro lado esto obligó a un mayor desarrollo de sus actividades económicas. También redactó un tratado sobre la educación de las crías entre los cinco y diez años. -Le dijo el joven muy orgulloso y tomando aliento de nuevo.

-Creeríais que solo tiene 21 años de edad? -Le preguntó el joven esperando ver su reacción.

-Oye.-Le advirtió Alein.

-¿Tu como sabes todo eso? -Le pregunto mirándolo de reojo. Se dio cuenta que era un joven apuesto, tenía el cabello rojizo y unos bonitos ojos marrones, debía de tener unos 23 años de edad, no era ni muy alto ni muy bajo, parecía agradable.

-Tengo mis contactos. -Le respondió con una pequeña sonrisa.

-Por cierto mi nombre es Nicolás Menier. -Se presentó este.

-Mucho gusto Nicolás, mi nombre es Ahhh...Franco Bussie.-Uff, casi se me va el hilo. -Pensó Alein

-Un placer Franco, bueno pues parece que llegó la hora. -Le dijo Nicolás señalando hacia barios carruajes que se aproximaban por la callejuela que conducía hacia el Pavillon de Flore.

  • Vamos!!! -Exclamó Nicolás jalando a Alein del chaleco.

Los dos jóvenes llegaron a las puertas de las afueras del Pavillon, donde seguro el rey dentro del lugar haría gala de bienvenida a los invitados de honor, y después pasarían al Hotel-Dieu, para que descansaran del fatigado viaje.

Había bastante gente amontonada, muchos estaban solo por curiosidad, otros para ver si esta gente extranjera tenía buen corazón y ayudarles con una moneda o lo que fuera, y los demás para protestar contra la burguesía, la guerra, la opresión y contra todos ellos.

Alein vio que Nicolás la dirigía hacia este último grupo, un poco insegura se fue aproximando y para su sorpresa vio que todos se giraron hacia ella y Nicolás, empezando a saludarlos, a Nicolás como si fuera la persona que estaban esperando, a ella le parecía que la estaban aceptando sin ningún problema, se asombró un poco de ver que todos eran muy jóvenes y que había más de una chica, eso le gustó mucho, pero de seguro tenían algunos problemas por ello.

Ya empezaban a llegar los carruajes cerrados, todos tirados por dos caballos, eran unos cinco. El primero lo aparcaron al frente de las puertas, empezaron a saltar los lacayos para después abrir la portezuela y que empezaran a salir las personas, primero salían los sirvientes, después la esposa o la concubina y por último los grandes magnates y nobles caballeros, con sus representativas y tediosas pelucas blancas, así pasaron uno por uno, la gente se alborotaba cada vez más, hablando, gritando, insultando, chiflando, no se entendía nada de nada, el grupo de protestantes coreaban al unísono unas palabras ininteligibles, Alein hacia todo lo posible por llevar el ritmo, pero le era muy difícil con tanta bulla, no sabía por qué pero estaba emocionada, tenía mucha curiosidad por conocer a la tan renombrada Marquesa de Versalles, parecía que esta era muy importante para el rey, si conociera al rey diría que todo esto es solo una excusa, y que pretende algo más.

El último de los carruajes se detuvo ante las puertas, Alein empezó a sentir un pequeño cosquilleo en la boca de su estómago, pensó que solo era parte de todo este embrollo y le perdió importancia, los lacayos se dispusieron a abrir las portezuelas del carruaje y bajar el estribo, primero salió un pequeño hombre, algo panzón y con medio rostro sumergido en una gran barba blanca bastante espesa.

-De seguro puede encontrarse de todo hay dentro. -Pensó Alein.

Después salieron dos mujeres totalmente vestidas de blanco, supuso que eran las criadas, y por último salía con ayuda de un buen mozo, una mujer alta de cabello azabache, y unos increíbles ojos azules como la misma agua del Sena, su cuerpo se moldeaba a un elegante vestido de terciopelo azul, empezó a dar pasos pequeños, con un airoso movimiento de caderas, totalmente erguida, ignorando a la muchedumbre que se encontraba cerca, parecía que solo estaba ahí por un propósito y que ese propósito se encontraba al otro lado de la puerta principal del Pavillon.

La muchedumbre enmudeció tratando de ver mejor a la imponente mujer, Alein estaba impresionada de ver tanta belleza junta, desde donde estaba podía sentir el poder y el respeto que emanaba esta mujer, podía intimidar a cualquiera con solo mirarlo, era impresionante, parecía mucho más madura de lo que era.

Alein estaba demasiado embelesada siguiéndole los pasos a la Marquesa, que no se dio cuenta que alguien le hablaba.

-Franco?, francooo!!!, holaaaa, ¿hay alguien en casa? -Le decía Nicolás tratando de no reír.

-Ah?... si perdona, no me di cuenta que me hablabas, ¿qué me decías? -Le preguntó Alein volviendo a la realidad, aunque en el fondo no quería hacerlo.

-Te decía que si queréis ir con nosotros, vamos a tomarnos algo, tu sabes, hablar un rato de lo que está pasando en esta porquería de ciudad y planear nuestro próximo...llamémoslo ataque, ¿qué te parece?

-¿Ataque?, pues... la verdad me gustaría, pero me esperan en casa, tal vez la próxima vez, de todos modos muchas gracias Nicolás. -Le respondió Alein con una sincera sonrisa y a modo de despido.

-Bueno pues tú te lo pierdes amigo. -Le dijo este despidiéndose rápidamente, para alcanzar a los demás.

-Ou revoir Franco!!! -Le gritó Nicolás.

-Ou revoir!

Una vez que se retiró, Alein se volvió para ver hacia donde había ido la Marquesa, pero ya no se veía rastro de ella, se sintió un poco triste y no entendía el porqué.

-¿Acaso ella es algo tuyo?...ja, ni siquiera se molestó en ver a la gente que estaba allí, bueno... tampoco tenía porque hacerlo, pero los demás habían saludado, otros solo hicieron gestos de repugnancia o de impaciencia, pero ella...ella solo siguió recto y eso...eso me defraudó un poco. ¿Acaso querías que te viera?, no que va, es solo una aristócrata engreída, pero... ¿por qué no puedes dejar de pensar en esos ojos azules que miraban el camino hacia delante?... Alein, deja ya de darle tantas vueltas a esto, es solo que quedaste un poco impresionada por su persona y por hacer todo lo que hace a su corta edad...sí, es eso, ¿No querías conocerla?, bueno pues ya la conoces, ¿satisfecha?...creo que sí, entonces ¿porque sigues aquí de pie como una boba mirando hacia las ventanas?...no lo sé. -Le respondía a su yo interior.

Pero sí que lo sabía, tenía la esperanza de poder contemplar de nuevo y lo más seguro por última vez esos hermosos ojos que no dejaban ver más allá que eso.

-Marquesa???, ¡Marquesa!...disculpe usted Madeimoselle. -Le decía el pequeño hombre de la barba espesa que no era otro que su consejero personal.

-Oh, sí, que quieres? -Le preguntó la Marquesa que no dejaba de ver por una ventana hacia afuera.

-Marquesa, el rey y los demás estáis esperándote en el salón principal.

-Aja. -Le respondió esta sin ningún atisbo por moverse.

-Madeimoselle, que es lo que os tiene tan entretenida? -Le dijo el hombrecito, acercándose para ver lo que la tenía tan distraída.

-Nada, solo estoy viendo a un chico que no se ha movido de la entrada.

-Um, si ya lo veo. -Le informó el pequeño hombre, poniéndose de puntillas para alcanzar a ver.

-No sé, parece tan sumido en algo, buscando algo, tan indiferente a lo que le rodea, que estará pensando. -Se decía ella en voz alta.

El consejero se le quedo mirando más que sorprendido, eso no era común en ella, se estaba preocupando por alguien?, por un plebeyo que no conoce en absoluto?

-Valla sorpresa!!! -Pensó el hombrecillo. -Quien será este joven que ha cautivado la atención de la fría y dura joven Marquesa de Versalles? -Se preguntó este sin dejar de mirarla.

De repente le pareció ver que la Marquesa se asustó y se removió un poco, pero sin dejar de mirarlo.

-Merde!!! Me está mirando. -Pensó ella para sí.

-Marquesa?, Marquesa???, Alexandra!!!...perdón que la...interrumpa, pero debéis ir a la presencia de vuestro rey. -Le indicó su consejero.

-Sí, claro, ya voy. -Le dijo la Marquesa girándose para ir hacia el salón, sin siquiera mirar a su consejero.

-¿qué me ha pasado?, Porqué me preocupa tanto lo que piense o sienta un plebeyo, ese plebeyo?, seguro estaba allí esperando a que le llevaran las sobras o que le dieran alguna moneda, Pero porque me he asustado?, en cuanto me miró sentí un escalofrío en todo el cuerpo y... eso nunca me había pasado, si solo es una cría por favor, como me pudo paralizar de esa forma?, cuanto tiempo estuve así?, Alexandra tienes que descansar, hazle caso a tu fiel consejero, ahora más que nunca.

Iba pensando Alexandra mientras caminaba a paso rápido seguida a cómo podía de su consejero por el estrecho pasadizo que iba a dar con el salón principal del enorme Pavillon de Flore.

-Dominique, acuérdame tomarme unas pequeñas vacaciones. -Le dijo esta sin mirarlo.

-Como gustéis Alexandra, Pero tendrá que ser después de esto, esto podría ser demasiado importante para vos y vuestro pueblo, no hay que perder una oportunidad como esta.

-Lo sé. -Le dijo Alexandra.

Sabía lo importante que esto era, no todos los días se recibía una invitación del rey, no obstante, también sabía que esto de las invitaciones no era más que una fachada para cubrir por mientras sus verdaderos propósitos, había invitado a gente de otras ciudades, pero no le llegaban ni a los talones, además que nunca antes se le había invitado y era una coincidencia que lo hiciera en vísperas de una guerra.

Era una mujer con mucho poder y muy inteligente, anteriormente su padre Antoine Misnard fue nombrado Marqués de Versalles, aunque hizo cosas importantes en su ciudad, no se compara con lo que ella ha hecho en tan poco tiempo, su padre se había ganado el puesto con su propio esfuerzo, ella desde muy pequeña le daba los consejos y este se dio cuenta que el destino de ella era el de ocupar su lugar. Antes de que él muriera por la grave enfermedad de la Sífilis, a Alexandra ya se le había asignado su lugar como Marquesa de Versalles con tan solo dieciocho años.

Ya habían llegado a las puertas del salón, fueron recibidos por un sirviente que los conduciría a sus lugares respetivos. El salón era bastante grande, especial para los eventos de esta categoría, los saloneros caminaban de aquí para allá, había una pequeña banda de músicos en medio de este tocando varias sinfonías, mientras en el centro se encontraba una mesa muy larga con diferentes manjares en ella. La gente se estaba acomodando en sus sillas y conversaban amenamente, esperando la entrada de su anfitrión y la de la Marquesa.

Antes que la Marquesa entrara, el sirviente llamó la atención de todos los presentes, y este dirigiéndose a ellos, hacía la presentación de la Marquesa.

-Alexandra Misnard, Marquesa de Versalles!!! -Informaba el sirviente haciéndole una gran reverencia.

Esta al escuchar su nombre, entró en el salón junto a Dominique, quien al caminar junto a ella se veía aún más pequeño, iban siguiendo al sirviente que les mostraba el camino hacia sus lugares reservados, Alexandra trataba de disimular su indiferencia con una pequeña sonrisa en su rostro, las otras personas le hacían pequeñas reverencias, muchas de ellas sentían admiración por su ímpetu y decisión, las esposas y concubinas de los nobles caballeros sentían una tremenda envidia hacia su persona, muchos admiraban también su gran belleza e inteligencia, otros sus grandes logros con tan poca edad, alguno que otro estaba en desacuerdo que una mujer llegara a tomar un rango tan importante en la política y sociedad, pero siempre le tenían un atisbo de respeto.

Como suponía, su lugar estaba junto al del rey y su esposa. Estos últimos habían llegado unos segundos después de ella, fueron presentados de igual forma y dirigidos hacia sus lugares de honor.

Sin embargo, Alexandra estaba ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, no podía, aunque lo intentara alejar de su mente la imagen de ese muchacho que se había quedado allí, de pie, mientras toda la gente se retiraba ya hacia sus hogares. Se había asomado por la ventana, no sabía por qué, algo la jalaba a mirar, y allí estaba ese chico. Tenía unas enormes ganas de ir hacia la ventana y ver si todavía se encontraba allí, pero se contuvo. Desde donde estaba, había podido comprobar que su piel era muy blanca y su rostro se escondía detrás de una boina que llevaba puesta, no podía distinguir muy bien su rostro, además que se encontraba bastante largo para poder hacerlo, pero en cuanto esté la miró de repente, pudo observar que era bastante joven, le pareció a ella que el chico se había inquietado y trataba de ver más allá de lo que podía, le había dado una sensación de paz, de tranquilidad aunque fuera por un segundo, había sentido algo nuevo, había sentido...ternura?, le habían entrado unas ganas enormes de... protegerlo, de tranquilizar todo lo que le atormentaba, sentimientos que nunca antes había experimentado por nadie ni por nada, los había sentido por un desconocido; esto era muy extraño, muy, pero muy extraño.

Alein había llegado a su casa, Mari la esperaba con ansias y preocupación, se había tardado demasiado. Alein le había contado más o menos lo que había sucedido, claro dejando de lado alguno... “cosas”. Después se despidió de su madre y de Aní, (así le decía a su hermana de cariño), informándoles que estaba muy exhausta y que mejor se iba a acostar a dormir.

Pero lo menos que hizo fue dormir, no podía pegar ojo, no dejaba de pensar en ella, en la Marquesa.

-Marquesa de la lujuria, Marquesa de la belleza, Marquesa de la feminidad, Marquesa del mundo, Marquesa d´amour...

Pensaba Alein con una estúpida sonrisa en su rostro y con sus ojos cerrados echando a volar su potente imaginación.

Todavía no podía creerlo, había mirado mal?, sus ojos la habían engañado?, o lo había deseado tanto que empezó a divagar y ver cosas, como dos bellos, increíbles y exquisitos zafiros azules que la habían dejado sin aliento.

Fue un momento increíble, no le importó nada ni nadie, en ese instante en lo único que pensaba era en la persona que la estaba mirando desde una ventana del Pavillon de flore, todo pasó como en cámara lenta, pero su feliz momento no duró mucho, se había ido, y una ola de tristeza abarco su corazón. Cuantas veces se había sentido así en todo ese día?, las veces que ella había desaparecido de su vista.

Nunca antes se había fijado en las mujeres, pero no podía engañarse, esa mujer le atraía montones. Pero también era realista, y sabía que nunca llegaría ni siquiera a hablarle, así que lo mejor sería olvidarla...bueno, tratar de olvidarla si es que podía.

A la mañana siguiente se había esmerado en llegar muy temprano a su nuevo trabajo, quería que su jefe viera su ímpetu de trabajo, aunque ella ya era así por naturaleza.

Le había ido bastante bien para ser su primer día, se esforzaba mucho para hacer un buen trabajo.

Se dio cuenta que Nicolás también trabajaba como pescador en una embarcación muy parecida a la que ella estaba, se habían topado y saludado cuando Alein se dirigía hacia el barco pesquero, quedaron de verse después de la jornada, se despidieron y después cada uno tomó su rumbo.

En Todo momento se recordaba de su padre, aunque quisiera, no podía evitarlo, la ponía muy triste y el hecho de no haber podido disfrutarlo todos estos años era aún más triste, -si solo pudiera verlo una vez más. Había recordado como la habían encontrado, bañada en lágrimas, sola y con frío en una noche inesperada después de diez horas de naufragio, y como la habían cuestionado, había podido explicar más o menos lo sucedido, pero no entendía por qué su amado padre no regresó nunca más, pasó mucho tiempo pensando que su padre la había abandonado para poder irse con los peses, se lo imaginaba nadando, tan fuerte, tan bello, entre peces de toda clase, tamaños y colores, él se confundía con ellos, se camuflaba perfectamente, como si fuera hecho por la misma agua, nadaba hacia el mar, hacia el infinito, a la libertad completa.

-Padre, espero que hayas llegado a tu lugar, a tu lugar mágico, a tu destino, a tu inicio y final, aunque me hayas dejado te sigo amando como siempre...siempre.

Con un suspiro dejó de ver hacia las aguas que en algún momento le arrebataron a su padre, y se volvió hacia el frente para ver que ya llegaban a la orilla. Las barcazas se deslizaban lentamente hacia el oeste en dirección al Pont Neuf, y el puerto de las Galerías del Louvre, los botes de remos ya llegaban con sus provisiones al igual que ellos, pero ellos con mayores proporciones.

Había sido un buen día de pesca, y ella como sus otros compañeros estaban satisfechos, ahora se disponían a la tarea de descargar las toneladas de pescado fresco, para al fin terminar con su día de trabajo.

-Dominique, cuánto falta?, falta mucho?, ya me estoy irritando y eso no es bueno...para nadie.

-Tranquila Alexandra, ya estamos casi en el puerto de las Galerías del Louvre, te conviene tener paciencia, esto es muy importante para el rey, desea que todos vosotros conozcáis el orgullo de la ciudad, dale oportunidad.

-No vine aquí para conocer el orgullo o el disgusto o lo que sea de la ciudad, estoy aquí para...para, para hablar sobre lo que pretende de mí ese rey, y para ver de una vez por todas al hipócrita del rey reírse de todo un país a sus espaldas en el aniversario. -Farfulló Alexandra.

-Muy bien, sé que no os cae muy bien que digamos, pero no paréese un tipo malo, por lo menos es buen anfitrión, además faltan cinco días para el aniversario. -Le comunicó su consejero con una pequeña carcajada.

-Si tienes razón en eso, aun así no me fío de él Dominique, por fuera es como un pajarillo, pero por dentro es una rata. -Le dijo está muy seria, y poniendo énfasis a la última palabra.

-Ya veremos Marquesa, ya veremos, por ahora disfrutéis del paseo.

Se dirigían a la Place de Gréve, el rey quería mostrarles a algunos de sus invitados un poco de los alrededores por río Sena, los esperaba una bella y lujosa embarcación que los llevaría a navegar por el río.

Sin más al llegar a la orilla, se empezaron a bajar de los carruajes que los habían llevado, como siempre cuando la gente se dio cuenta de quienes habían llegado no perdieron tiempo y empezaron a irrumpir la presencia de los invitados del rey y a la de él mismo, pero siempre los oficiales reales no dejaba que la multitud se acercara. La Marquesa salió de su carruaje, pero no se dio cuenta que había dejado su pequeño bolso en uno de los pequeños sofás del carruaje, Dominique había salido delante de ella, y esta vez no iban acompañados de sus criadas, sin más se dispuso a seguir a los demás.

Cuando todos estaban abordando el lujoso barco real, se dio cuenta que no andaba su bolsito.

-Dominique, ya regreso. -Le dijo a su consejero sin más.

-Qué?...pero que...

No le dio tiempo de sujetarla, los invitados lo empezaron a empujar para que se metiera, era tan pequeño que no se veía mucho y no pudo más y se metió dentro del barco, pensando en la terca mujer que no dejaba nunca de sorprenderlo...y asustarlo.

Alexandra iba a paso rápido hacia donde estaba su carruaje, no había gente que la molestase, todos estaban pendientes de lo que sucedía en el barco, así que no le fue difícil llegar, un lacayo vio que venía y se puso de pié de inmediato.

-Marquesa, que se os ofrece?

-He dejado ni bolsito, vengo a por él.

-Marquesa disculpe mi intromisión, no es peligroso que andéis sola por estos lugares?

Alexandra no dijo nada, dejó que el lacayo abriese la puerta y sacara su bolsito, este se lo entregó un poco nervioso por la presencia de Alexandra.

-Madeimoselle, tengo que acompañarla al barco, es peligroso que se devuelva sola.

-No, no es necesario, iré sola.

-Pero...

El lacayo no pudo decir nada más, los firmes ojos de Alexandra clavados en los suyos le dijeron todo lo que tenía que decir.

Así de nuevo tomó rumbo hacia el barco que estaba a punto de zarpar, iba a toda prisa, cuando en medio del camino, sin saber de donde demonios había salido, sintió un tremendo choque con alguien o algo que la hizo caer de culo; estaba muy, pero que muy enojada, se dio un golpe terrible, y solo le faltaba que ese alguien o lo que sea le empezara a reprochar como si la culpa fuera de ella.

-Merde!, porque diablos no se fija por donde va? -Le gritó Alein desde abajo.

Esta estaba también de culo, tratando de incorporarse, todavía no sabía quien se le había atravesado.

-Qué???, si vos sois la que ha salido de la nada. -Le dijo Alexandra con total furia en su voz, incorporándose, vio que todavía el otro estaba sentado en el suelo, no podía verle la cara, por la boina que tenia puesta, parecía que también se había dado un buen golpe, porque no dejaba de sobarse el culo y expresar palabras ininteligibles. Eso le pareció un poco gracioso, y se relajó un poco.

-Oye, porqué no te levantas de una vez?

Eso hizo que Alein se pusiera más furiosa aún.

-Mira Pedazo deee...-Le dijo Alein que no pudo terminar su frase porque había alzado su cabeza para poder ver a la persona que más odiaba en ese momento, entonces de repente se quedó sin aliento, ya no le llegaba oxígeno a su cerebro, quedo en un estado de mongolismo estático. -Esos ojos, o Dios mío, Quelle belle!!!. -Dijo esto último en voz alta sin darse cuenta.

Alexandra también se había quedado sin habla.-Eres tú, ese chico. -Pensó.

Esta última fue la que rompió el encanto.

-Que bella, eh? -Le dijo Alexandra alzando una de sus cejas perfectamente curvada.

-Qué?, oh, perdone usted Madeimoselle, jeje, pero no solo ha sido mi culpa. -Le informó Alein ya sobre sus dos pies y súper sonrojada, dándose cuenta perfectamente de con quien estaba hablando.

-Valla!, ahora cambiáis así no más de actitud? -Le dijo Alexandra con una pequeña sonrisa en sus labios.

-Dios que linda sonrisita, como es posible que me pase esto? -Se reprochaba a sí misma.

–Si, bueno, yo lo siento mucho Marquesa, por favor perdonad mi torpeza. -Le respondió Alein con tono sumiso y haciéndole una pequeña reverencia.

Alexandra se le quedó mirando, no supo por qué pero cuando la llamó Marquesa se desilusionó un poco, pensar que alguien la iba a tratar como igual, eso nunca iba a pasar.

Así que tomo de nuevo su habitual personalidad, no iba a dejar que la pena que sentía por ese niñato la hiciera débil.

-Acepto tu disculpa joven, espero que a la próxima te fijes mejor, no quiero volver a golpearme el culo de nuevo. -Le dijo esta en tono firme y sin más se empezó a alejar, dejando a Alein de pié pensando en lo que le había dicho.

-No quiero volver a golpearme el culo de nuevo?, es que la voy a ver de nuevo?, o mis oídos me traicionan?, igual que mis ojos?, igual que mi cuerpo?, igual que mi corazón?

No se había dado cuenta que en todo ese momento su corazón se debatía en salir de su cuerpo, totalmente desbocado, hasta ahora se estaba empezando a relajar.

Miro hacia el barco el cual estaba siendo abordado por la Marquesa, vio que se giró un momento para verla, y al segundo se metió.

-Marquesa en donde te aviáis metido? -Le pregunto Dominique, se notaba lo preocupado que estaba.

-Fui a por mí bolsito al carruaje.

-Pero me hubieras dicho a mí, o hubieras mandado a un criado, como se te ocurre ir sola?

-Ya deja de regañarme quieres?, estoy bien, ves?

-Si claro, que voy a hacer contigo?

-Soportarme? -Le dijo Alexandra con cara de cachorrito tierno.

-Bueno si, supongo. -Le respondió su consejero, agarrándola del codo para llevarla a donde estaban los otros invitados y el rey.

-Ah, ya era hora Marquesa, venid por favor, vea lo hermoso que es este lugar y disfrutéis. -Le dijo el rey al llegar esta.