No te quites las gafas (2: Mi adolescencia)

Continuan las peripecias y descubrimientos de Cornelio en las artes del amor, jóvenes, maduras y viejas son disfrutadas en este episodio... Disfruten ustedes también.

NO TE QUITES LAS GAFAS (2). MI ADOLESCENCIA

Recuerdo con agrado a la señorita Virginia. La vida sigue, la mía continuó de forma magnífica tras aquella primera experiencia, perdí aquel miedo que se tiene a las cosas nuevas, y proseguí con mis experiencias en el mundo de las mujeres miopes e hipermétropes.

Cuantas pajas me hice recordando a mi profesora de latín engullendo mi polla, pero eso forma parte del pasado y la vida es hermosa, sobretodo si se tiene un motivo que llega a obsesionarnos en la búsqueda del placer. Para mí, como ya saben eran las gafas, y buscando asequibles mujeres con visión deficitaria, conocí a Carmela, preciosa chiquilla rubia de catorce años, con sus coletas y sus braces, y sus gafas, de color verde botella, con aquellos cristales tan gruesos.

Un día, de vuelta a casa, mientras paseamos por el parque le dije que me gustaba, ella se ruborizó, y me dio un beso en la mejilla, pleno de ternura. A pesar de su corta edad, Carmela tenía unas tetas estupendas, y su tipo era muy fino y delicado. Cuando ya llevábamos unas semanas compartiendo nuestro tiempo libre, le propuse ir al cine a ver una película de mayores, conocía al portero, y sabía que nos dejaría pasar a la sala.

El sábado por la tarde, en la sesión de las siete y media, allí estábamos, Carmela y yo, dispuestos a saltarnos la norma de la edad; mi amigo estaba en la puerta y no hubo problema para pasar; la sesión era no numerada, y decidimos quedarnos en las últimas butacas, próximos a la esquina, había poca gente en la sala y todos por delante de nosotros. Pensé que aquel era un buen lugar para disfrutar de la película y de mi chica.

Al cuarto de hora, ya nos habíamos besado, y entonces fue cuando me di cuenta del movimiento que Carmela imprimía a sus piernas, que resultaba similar al movimiento que se realiza al hacer el amor. Ese fue el momento en que mientras la besaba, girado sobre ella, le acaricie una de sus tetas y observé que el pezón estaba tenso, enhiesto, y casi puntiagudo. Ella exclamó un suspiro, y abrió ligeramente sus piernas, separando sus rodillas. No lo dude, y dejé que mi mano derecha se deslizara bajo su falda hasta llegar a su braga, que no fue obstáculo para que mis dedos alcanzaran su clítoris.

¡Cómo describir aquel instante!; Carmela, cerró los ojos tras sus lentes, que de vez en cuando, tropezaban con mi nariz; luego, abrió ligeramente su boca y gozó, mientras mis dedos inexpertos descubrían su anatomía femenina. Sus caderas, iniciaron un vaivén, suave y continuado, en armonía con el movimiento de mi mano. Humedad cálida y ligera. Rocé la mata de pelo sobre su rajita con mi pulgar, y la dejé descender hasta encallar en su bultito; ahí me quedé un buen rato, acariciando.

Ella comenzó a jadear, con una respiración tosca, y temí que nos escucharán los vecinos, pero decidí seguir; aproveché para girar su cara hacia mi cuello, lo que hizo que sus gafas se torcieran, y entonces se las quité. Ella me mordió suavemente y me dijo al oído que la estaba poniendo a mil y que por que no nos íbamos. Acepté su propuesta, yo también estaba muy caliente, lo sentía bajo mi pantalón. Nos arreglamos un poco la ropa, y les aseguro que hoy no recuerdo ni una sola escena de aquella película.

Ya en la calle, ella me propuso acudir a un lugar que yo apenas conocía, un bar que tenía un sótano habilitado con sillones y del que había oído hablar a mis amigos más avezados en las lides del amor. Llegamos pronto, buscamos la escalera que descendía a aquel lugar obscuro y cuando nos encontramos en él, observamos que otra pareja estaba en una de las esquinas, ella sentada sobre él, y realizando movimientos inequívocos de que disfrutaba o de su polla o de sus dedos dentro de su coño. Carmela tiró de mi, que me había quedado un poco colgado de aquella imagen, pero la chica no llevaba gafas y mi compañera de juegos si, eso me hizo no dudar de donde estaba mi destino.

Esperamos a que llegara el camarero, pedimos unas coca-colas y cuando nos las trajo, iniciamos una serie de besos húmedos, indiscriminados y sabrosos; entre el calor del lugar, y la excitación que teníamos, tardamos poco tiempo en desnudarnos. Carmela, se quitó la blusa, bajó sus bragas y como una loba hambrienta se arrojó sobre la cremallera de mi pantalón, mientras se quitaba las gafas; entonces le dije, que mejor no, que prefería seguir viéndola con ellas y que más adelante ya se las quitaría yo, si era necesario.

Mi polla era un palo, rígida, babeante. Carmela la engulló con torpeza, pero con intención y comenzó a mover su cabeza arriba y abajo, primero con movimientos suaves y lentos; posteriormente, acometiendo la tarea con pasión progresiva. Yo cerré los ojos, y contemplé aquella cara con gafas devorándome, tragándose mi miembro hasta el final.

No perdí más tiempo, metí mis dedos índice y corazón en su raja, y ella se movió como una yegua al trote, para galopar posteriormente. Me fascinaba como tenía que sacarse mi polla de su boca para respirar, para tomar aire, que entre bajada y subida, llegaba a faltarle. ¡Qué delicioso es el sexo!, pensé.

Al fin, nos corrimos los dos, yo eyaculando en su boca un buen chorro de leche caliente y espesa, que se tragó, y ella, dejando mi mano como si la hubiera metido en un panal de miel. Luego me besó. No quiero ser pesado con estas cosas, pero aquel día volvimos a repetir las maniobras tres veces. Luego, la pareja que nos acompañaba en el local, se fue, miré de reojo, y vi que la chica llevaba también gafas, que se había quitado para estar más cómoda. ¡Que pena haberme perdido sus juegos!. Debo reconocer que siempre he tenido algo de "voyeur", me gusta mirar a otras parejas mientras se regalan caricias, posiblemente es la necesidad de aprender, de observar, de ver lo no visto, no sé.

Entre aquellos pensamientos, y los besos de mi chica, pagamos y nos fuimos; ya en la calle, como dice la canción, nos besamos en cada farola, la dejé en su casa, y todavía me estuvo acariciando la polla en su portal, con su mano sobre ella, sobre mi pantalón, un poco húmedo todavía. ¡Qué caliente era Carmelita!. Recuerdo como disfrutamos los meses que siguieron, pero eso nunca tanto como aquella primera vez.

Llegué a casa y me acosté, me hice una paja, mientras miraba unas revistas porno; siempre he pensado que por qué salen tan pocas tías con gafas en las escenas sexuales de las revistas, o en la actualidad, en internet. Por qué hoy en día sé, que no soy el único fetichista de las gafas que existe en este mundo, he conocido varios, pero eso es otra parte de la historia que les relataré en otra ocasión.

El siguiente episodio de mi vida sexual fue con Juani, la chica, bueno, la mujer que trabajaba en mi casa, fea, con unas viejas gafas, que me ponían a cien; ya les he contado que me había creado un dispositivo para observarla mientras ella estaba en el servicio, pero un día ocurrió algo que deseo relatarles, y que les gustará.

Yo estaba atento, y cuando ella iba al servicio, rápidamente me acercaba a la puerta y con el espejito o mediante un agujero que tenía medio oculto, podía ver su coño, y sus muslos peludos; aquella mujer no se depilaba, y tenía un bosque entre sus piernas con una cueva de las maravillas al final, como en un cuento árabe.

Aquel día, se dirigió al baño de una forma diferente, creo que pensaba que se encontraba sola en casa, por que yo había salido a comprar tabaco y había vuelto sin que ella se diera cuenta.

Lo que hizo, se lo cuento con detalle, fue lo siguiente; primero, estuvo dando vueltas por el cuarto de la ropa, recogió su bolso, y después se metió en el aseo, y corrió el cerrojo, cosa que no era frecuente. Yo me acerqué sigilosamente, cuando observé lo que estaba haciendo, casi me caigo de espaldas: se estaba acariciando despacio su sexo, con el dedo índice sobre su clítoris que movía sin cesar. Mi polla se puso dura, al tiempo que mi mano inició sus movimientos con suavidad. ¡Qué placer contemplar a Juani en su intimidad!.

Seguí dándome placer, cuando vi que mi contemplada, sacaba del bolso un objeto: era un cepillo, pero peculiar, tenía un mango muy largo y de una consistencia viscosa, no puedo describir lo que sentí, cuando vi aquel manubrio engullido por el coño de la chica, una y otra vez, una y otra vez.... No, no iba a aguantar mucho, me iba a correr muy pronto si seguía mirando, como aquella corpulenta mujer baja, se concedía placeres de peluquera vieja. Así que dejé de observar, pero no de darle a la mano. Cuando volví, pude ver al agacharme, como la boca de Juani se abría esperando algo, y sus gafas se movían arriba y abajo, jadeando; su lengua apareció tímidamente y a esta señal no pude resistir más.

Hice ruido, toqué a la puerta y ella, se cubrió y abrió, y como si supiera que estaba espiándola, me dijo:

Ah, eres tu, Corny, ¿me estabas mirando?, verdad -, asentí con la cabeza, al tiempo que no sabía que hacer con mi polla erguida que babeaba fuera del pantalón, ella se fijó en mi cara un instante, pero rápidamente advirtió mi estado, y entonces con una sonrisa, me dijo que pasara, mientras cogía fuertemente mi polla con su mano.

Así lo hice, ella cerró la puerta y se agachó, se tragó mi hombría en un instante, pero de una forma diferente a todas las mujeres que habían sosegado mi deseo hasta entonces, ¡cómo movía la lengua la condenada, con mi polla dentro de su boca!, ¡sentía polla y lengua todo mezclado!, ¡qué mujer más bruta, pero que maravillosamente lamía!.

El placer, fue cambiando, creciendo y decayendo, al tiempo que sus gafas marcaban el horizonte de mis miradas, y de pronto, se sacó la polla, la asió con su mano izquierda fuertemente y mirándome, me dijo lo siguiente;

Es una pena, pero no tengo condones, con lo que me apetece meterme tu verga aquí dentro -, lo que dijo señalando su raja, y prosiguió, - pero no hay mal que por bien no venga, voy a invitarte a algo que recordarás siempre -, calló un instante y me dijo; - ¿ te apetece follarme por el culo? -, casi me corro solo de recordarlo, aquel peludo trasero que tantas veces me había excitado, ahora iba a ser mío. Dije que sí, con una cara de hilipollas inmensa.

Ella se colocó sobre la tapa del baño y se quitó las gafas, pero yo le dije que prefería que se las dejara puestas, que la hacían más interesante (cuantas mentiras he contado a las mujeres con el fin de lograr mis propósitos); ella me miró un poco sorprendida, pero accedió; levantando su ojete, abriendo sus nalgas con las manos, y apoyando su barbilla sobre la cisterna, ¡qué lindo espectáculo!.

Me dispuse a entrar en su estrechez, y la verdad que me quedaba un poco alto, por lo que tiré una toalla doblada al suelo y entonces se produjo una disposición adecuada para el acoplamiento. He de reconocer que costó trabajo, pero cuando entré sentí un tremendo placer, ¡cómo apretaba mi polla la condenada!, en cada viaje un poco más, hasta que el movimiento se fue haciendo más natural. Ella jadeaba como una cerda, con un sonido que parecía el gruñido de una puerca en celo.

Creo que llegué a decirle, pero que puta eres o algo así, a lo que ella respondió con una sonrisa feliz, le gustaba, ¡cómo le gustaba a la condenada mover su culo para mi!. Ay, ahora cuando lo recuerdo, pienso que con ella aprendí, que no hay mujer que no pueda proporcionar placer a un hombre si así lo quiere, por fea o insulsa que sea, si mueve bien su cadera, es la reina de nuestra pasión.

Los meses que siguieron, fueron emocionantes, por qué ella me buscaba todos los días, me rondaba como los buitres la carroña, miraba sobre la montura de sus gafas y de vez en cuando sacaba su lengua, para recordarme lo que me esperaba; y yo procuraba quedarme en casa, (creo que ha sido el tiempo que mejor he estudiado de mi vida), sabía que a media tarde, ella tocaba en la puerta de mi habitación, me traía un café calentito y su cuerpo ardiente, y no tenía que decirle nada, ella ya sabía lo que tenía que hacer, la secuencia era siempre la misma, se arrodillaba, y sin quitarse las gafas (nunca se lo permití y eso que lo intentó muchas veces), buscaba mi polla con sus manos, unos ligeros meneos, y luego se la engullía como una boa un ratón.

A veces, yo la acariciaba y otras no; a veces, follábamos y otras no; a veces, hacíamos guarradas inconfesables y otras no, que más da, a ella le gustaba mi leche, y venía a por su dosis diaria; parece increíble, pero por aquel tiempo, se puso mucho más guapa, lo que me hizo pensar que las mujeres son bellas o no, pero que el sexo continuado hace que se pongan siempre más atractivas de lo que son, sobretodo si es morboso y lleno de lujuria.

Tras un año, Juani se fue, su madre se puso enferma y tuvo que acudir a cuidarla al pueblo, no volví a verla, pero siempre tendrá un lugar en mis recuerdos. Carmelita, que no sabía nada de todo aquello, siguió dándome placeres adolescentes y se cambió las gafas varias veces, por que en alguna batalla corporal, llegaron a quebrarse, como su virginidad, tal vez algún día les cuente como fue aquello.

Pero antes de concluir con este nuevo episodio de mi vida, quiero hacer homenaje a Doña Jacinta, la librera, señora de edad avanzada, viuda de un teniente de la guardia civil, y habitualmente solitaria en la negrura de sus hábitos de duelo; me gustaban sus gafas negras de pasta, sencillas, sin ningún ornamento; ella, fue otra de las musas que acompañaron aquellos años de aprendizaje. Yo solía visitarla en su local, y con su permiso, recorría las estanterías repletas de conocimientos y aventuras, buscando de vez en cuando, algo de literatura erótica.

Un día por la tarde, cuando estaba a punto de cerrar su negocio, dijo que me quedara, pidiéndome que la ayudara a desplazar unas pesadas cajas que le habían enviado. Logramos mover aquellas moles, no sin esfuerzo y sudor; tras concluir, me ofreció un refresco y tuvimos una breve, pero interesante conversación.

Querido Cornelio, tenía muchas ganas de que nos quedáramos a solas; como sabes, soy una mujer tranquila, pero a veces siento necesidades íntimas, y he observado, por que me gusta hacerlo, que en alguna ocasión me has mirado con interés y detenimiento y ...-, y dudando antes de pronunciarlo, acabó soltándolo como preguntando, - ¿con deseo? -, me puse colorado, pero respondí bien, asintiendo y resistiendo su mirada; poco a poco, iba considerándome un experto en estas batallas del amor.

Entonces, se acercó a mi, y me abrazó, pronunciando algo que no llegué a entender, cogió mi mano, y se fue acercando a su sillón de piel negra y ajada, que había pertenecido a su difunto marido, se sentó, yo permanecí de pie, y ella, como si de un guión onírico se tratase, abrió sus piernas, mostrándome sus bragas, también negras y un liguero negro, que sujetaba sus medias; todo era negro, en armonía con sus anteojos y su ropa; entonces supe que aquello que estaba ocurriendo, había sido tramado con detenimiento e inteligencia, se abalanzó un poquito hacia delante, y me dijo:

Ven aquí, he soñado con este momento tantas veces -, y me arrodilló, cogiéndome por las muñecas, hasta dejarme la cabeza a la altura de su sexo, entonces se quitó sus bragas negras, y vi su coño, sin un pelo, y húmedo como un pantano.

Atrapándome por la nuca, me adhirió a él, y no tuve más remedio que lamerla y lamerla, hasta que se corrió, como disfrutó la vieja (tendría más de 60 años), como movía sus ancas, como deslizaba su culo una y otra vez hacia delante para encontrarse con mi lengua en su interior. Se veía que estaba muy necesitada. Tras correrse un par de veces, se levantó y dijo lo siguiente.

Ahora siéntate tu y déjame saborear tu polla y tu semen, hace tanto tiempo que no siento esperma en mi boca, pero harás algo por mi, ¿verdad Cornelio? -, intrigado estaba con aquella propuesta, pero pronto se manifestó -, mira, ves ese libro que está ahí, es "La Divina Comedia" de Dante Alighieri, quiero que lo leas mientras te hago una mamada, así me recordarás al difunto Jorge, mi marido, ¡cómo le gustaba leerme mientras le comía! -, y así lo hice.

Creo que leí algo del infierno, pero mejor habría visitado el paraíso, por que los movimientos de la boca de Doña Jacinta eran inimaginables, (a partir de aquel día comprendí como con nadie, que la experiencia, es más importante que la belleza en cuestiones de sexo, de eso estoy seguro), ¡que santa boca devoradora!, bajo sus gafas, pensaba que todo aquello estaba ocurriéndome y sentía que era feliz, y pensé en Jorge, siempre he admirado a los hombres que educan bien a sus mujeres.

Repetimos en alguna ocasión escenas similares y en otras ocasiones, inventamos paraísos particulares, siempre leía a Dante, y salía de allí soñando. Jacinta, nunca se quitó las gafas, ni en los momentos más álgidos de nuestra pasión, era una gran mujer, ¡tan bien instruida en las artes amatorias!; ella también me enseñó a distinguir las distintos usos de las varas de abedul y bambú, y las múltiples formas de azotar a una dama, pero eso se lo contaré en otra ocasión. Recordando estas cosas uno se pone caliente..., miraré la agenda a ver que planes tengo para esta noche.