No te Enamores de Mi 12

Capítulo 12 – Destiempo Parte 3

Dos semanas después de haber salido del hospital, Lara me llamó:

-          Necesito hablar contigo – me dijo con tono firme y decidido

Cuando llegó a la puerta de mi casa, comenzaba a meterse el sol y el cielo adquiría un color entre anaranjado y rojizo, como el fuego. Me extrañó no ver su carro.

-          Santiago me echo de la casa, me quito el carro y mis tarjetas – me dijo ya adentro de la casa – Mis hijas están muy enojadas y se quedaron en la casa, mi papá tampoco quiere hablar conmigo, Santiago le llenó la cabeza de cosas. Solo tengo dos opciones: o sigo adelante y veo a donde me voy, o regreso y arreglo las cosas con él. Pero yo sola no me voy a ir…

-          No – la interrumpí – Vámonos juntas

Se me quedó mirando un instante, como examinándome, después soltó un largo suspiro.

-          Tienes que entender, que  no es lo mismo ir a un hotel a acostarnos, que vivir juntas. Tenemos que trabajar para poder pagar un alojamiento mientras conseguimos un apartamento. Luego tenemos que trabajar para pagar el alquiler… luz… gas… los servicios.

-          Yo puedo trabajar. Puedo dejar la universidad.

-          Tú no puedes dejar ningunos estudios. Primero regreso a mi casa antes de que dejes de estudiar. Si me vas a acompañar tiene que ser trabajando y estudiando o me regreso ya mismo.

-          Está bien. Voy a trabajar por las mañanas. Pero tú te vienes a vivir a acá.

-          ¿Qué dices? – gritó sorprendida – tu hermano nunca lo va a permitir.

-          Esta también es mi casa y tengo el mismo derecho que él. No se discute más. Mientras ordenamos las cosas, temporalmente.


A mi hermano le cayó como balde de agua fría la noticia de que Lara se iba a quedar en casa.

-          ¿Y sus hijas? – preguntó mi hermano escandalizado

-          Se quedan en su casa

Nacho abrió los ojos tanto, que pensé que se le iban a salir.

-          Es una estupidez lo que me estás diciendo. ¡No lo voy a permitir! – dijo sentenciando

-          Esta es mi casa y si yo quiero, va a venir. No me lo vas a impedir.

-          ¿Estás loca? – me gritó Nacho muy alterado

-          ¡Es la última palabra! ¡No te metas más en mi vida!

Llena de orgullo dejé la habitación de mi hermano, destrozando el corazón de mi hermano y preocupándolo por mi futuro. La chica tímida, estudiosa y amable, se había convertido en una mujer inmadura, obsesiva y una gran imbécil incapaz de razonar.


La primera noche fue muy difícil. Cuando entramos en la casa, mi hermano estaba en la sala y nos lanzó una mirada de desaprobación, la tensión se podía palpitar en el ambiente. Nos dirigimos a la habitación, se en dirección a la cama como un zombi y se sentó, pensativa…, preocupada. Había momentos en que la invadía el llanto, y otros en que se quedaba absorta en sus pensamientos…, sin hablar… pérdida…

Su rostro, fresco y alegre de antes, se veía demacrado y triste.

-          Jamás pensé que haría algo así en mi vida – me dijo en un mar de lágrimas – Dejar a mis hijas… ¿Te das cuenta de lo que estoy haciendo?

-          Pero él te corrió…

-          Yo pude haberlo solucionado y no lo hice. Me echo porque te elegí a ti – Me vio a los ojos con los suyos aun empapadas en lágrimas – No te estoy chantajeando, pero espero que te des cuenta de lo que estoy haciendo por el amor que te tengo.

Se derrumbó sobre la cama y su cuerpo temblaba debido al fuerte llanto.

-          ¡Estoy loca, estoy loca! ¡Cómo pude dejar a mis hijas!

La abracé tratando de reconfortarla y así nos quedamos largo rato, acostadas sobre la cama, una frente a la otra. Una vez que se tranquilizó, comencé a besarla despacio en el rostro, bebiendo las lágrimas que cubrían gran parte de su cara, como si pudiera beber también el dolor que la estaba torturando. Deseaba poder hacer algo que mitigara ese tormento, pero nada se me ocurría.

-          Te amo – me dijo tomando mi rostro entre sus manos

-          Yo también – le dije emocionada

-          ¿No me vas a dejar? – preguntó con cierta desesperación

-          ¡Nunca! – aseguré, besándola en los labios – Quiero estar contigo siempre.

-          ¿Siempre?

Sus pupilas se iban dilatando mientras sus besos se volvían más apasionados.

-          ¡Siempre! – ratifiqué, aún emocionada

-          ¿Me lo juras?

-          ¡Te lo juro! ¡Te amo! – le decía mientras nos íbamos despojando de nuestras ropas sin despegar nuestros labios, como si de esa forma reforzáramos la promesa de siempre, manteniéndonos unidas en ese largo y apasionado beso, para que una vez desnudas, comenzamos a hacer el amor como si fuera la última vez que pudiéramos amarnos: despacio, suave… fuerte e impetuoso… lento y dulce… salvaje y tierno.

Debido a la gran sensibilidad emocional del momento, el placer que experimentamos era muy intenso.

-          ¿Hemos jurado amarnos hasta la muerte? – me preguntó recostada sobre mi

-          Si – respondí sonriendo y acariciando su oscuro cabello

-          ¿Y si yo muero primero…? – agregó - ¿Le contarías a alguien que estuviste conmigo?

-          Claro – dije con una leve risa

Levantó la vista y clavó sus ojos verdes en los míos.

-          Es en serio.

-          Sí… ¡Por supuesto!

-          ¿No te va a dar pena?

-          ¿Pena? – pregunté en verdad sorprendida

-          Sí. Haberte enamorado de una vieja como yo.

La mire pasmada. No podía creer que lo estuviera diciendo. Me daba cuenta de que algo estaba pasando, que algo de su pasado la afectaba.

-          Lo único que me interesa en este mundo es estar contigo


Ser amantes era en realidad muy sencillo. Sólo nos veíamos para el placer. Nuestros encuentros para disfrutar de la vida y entregarnos a la pasión. Pero vivir juntas era otra cosa bastante distinta, donde ya entraban ciertos deberes, y la pasión dejó de ser la prioridad, para ser reemplazada por las obligaciones. Y al aumentar nuestras responsabilidades, también aumentaron nuestros problemas y nuestras discusiones. Entre la universidad, el trabajo y las tareas que tenía que hacer, no tenía tiempo para dormir y mis nervios estaban destrozados. Ella trabajaba por las tardes y arreglaba la casa por las mañanas. Cualquier cosa le molestaba y comenzaba una discusión. Si dejaba la toalla en el suelo… discusión. Si no había lavado el plato usado… discusión. Por cualquier cosa… ¡discusión! Además, caía en constantes depresiones debido a que extrañaba a las chicas, y Andrea la habían comenzado a suspender en el colegio, cosa que nunca había sucedido… “Es por mi culpa” , decía. El 26 de noviembre ya llevábamos un mes viviendo juntas. Ese día Emma me invitó a su casa.

-          ¡Estas cometiendo una locura! ¡deja de ser tan orgullosa y déjala en paz!

-          No es orgullo – respondí

-          Si, si claro – me dijo con sarcasmo – Que bien que lo estás haciendo. Si pareces un esqueleto de lo flaca que estás.

-          Pues apenas llevamos un mes. Todo al principio es difícil.

-          ¡Estás loca! Y ella también. Sus hijas la necesitan. Lo mejor es que regrese a su casa y continúen su vida por separado. Deja las locuras, están tentando al destino.

Quizá debí haber escuchado a mi amigo, pero entonces no hacía caso a nada. No había manera de hacerme entrar en razón.


En diciembre, conforme se acercaba Navidad, la tensión se fue acrecentando.

-          Mis hijas quieren que pase navidad con ellas en la casa.

Me encontraba acostada en la cama pero me enderecé para sentarme y concentrarme en lo que se avecinaba.

-          ¿Y su papá?

-          También. Están muy tristes porque dicen que va a ser la primera navidad que no vamos a pasar en familia.

Me extraño que en lugar de sentarse a mi lado para seguir conversando, se quedara parada y con los brazos cruzados, en actitud defensiva.

-           ¿Y qué piensas hacer?

-          No lo sé todavía – de repente se le ocurrió ponerse a alisar las sábanas de la cama – Les dije que le preguntaran a su papá si no había problema.

Me quedé inmóvil por un momento mientras ella seguía con la mirada clavada en las sábanas y les pasaba la mano una y otra vez. Por fin pude volver a activar mi mandíbula para hablar.

-          ¿Estás pensando ir a pasar navidad con él?

-          Con mis hijas – se enderezó y clavó su mirada en la mía – Ellas no tienen la culpa de las… - se detuvo como arrepintiéndose de lo que iba a decir – cosas que haga su madre.

-          ¿De las que? – le pregunté enfadada - ¿Qué ibas a decir?

-          ¡De las tonterías de su madre!

-          ¿Te parece una tontería que estemos juntas?

Se me quedó viendo con esos ojos verdes que en un instante adquirieron un tono gélido.

-          No, no me parece una tontería… me parece una locura… ¡Una verdadera locura!

Se dio la vuelta y salió del cuarto dejándome echando humo por las orejas.


Volvió después de 20 minutos, se acostó en la cama y se durmió.

Ahora qué estas más cerca de mí, es cuando más lejos te tengo.

Me fui a la sala porque a pesar de que estaba cansada, no podía dormir, y no quería seguir discutiendo. Me senté en el sofá y me serví lo último que quedaba de vino que estaba en la nevera.

Nuestra relación se estaba viniendo abajo. La tensión, los celos injustificados y las constantes peleas estaban enfermando el amor que nos teníamos, y no de una enfermedad leve… le estaba dando cáncer que se lo estaba consumiendo a la velocidad de la luz; y precisamente era la luz lo que nos abandonaba, sumiéndonos en la más absoluta oscuridad.


El 23 de diciembre fue a su antigua casa para arreglar unas cosas sobre las chicas con Santiago y ultimar detalles del divorcio. Y entonces recibí mi primer revés.

-          Me di cuenta de que extraño mi casa – me dijo por la tarde, al volver. Yo no respondí nada, no quise ahondar en el tema porque tenía un presentimiento y sabía lo que se aproximaba.

Esa noche noté que estaba dando vueltas y vueltas en la cama sin poder dormir. Estaba nerviosa; algo la tenía intranquila. Al amanecer del 24 de diciembre salió a hacer y no quiso que yo escuchara. Regresando, recibí mi regalo de navidad.

-          Me regreso a mi casa, donde pertenezco. Por el bien de mis hijas… y de todos.

-          ¡¿Qué?! – le grité perdiendo el control

-          Soy una mujer adulta y ya es tiempo de que me comparte como tal. Te amo y siempre te voy a amar, pero es necesario que coloque los pies en la tierra.

-          ¿Regresas con él porque tiene dinero? Te he dado todo…

-          Cuidado con lo que insinúas. No soy ninguna puta.

-          Pues te estas vendiendo, ¿no?

La merecida cachetada se estrelló con fuerza en mi mejilla y yo me arrepentí de todo lo que dije, pero era muy tarde. Quise abrazarla pero ella me rechazó. Hablamos, discutimos y lloramos. Pero no hubo nada que la hiciera cambiar de opinión. Cuando llegó la hora de marcharse, me puse histérica y no la dejaba salir de la casa. Armé un drama apuntando a una tragedia que ni al mismo Shakespeare se le hubiera ocurrido. Ella hacia su maleta y yo sacaba toda la ropa, la volvía a meter y yo la volvía a sacar. Me comporté como en lo que en realidad era: una niña inmadura y bastante estúpida. Al fin de cuentas ella se fue de todas maneras y yo me quedé solo y destrozada. Me senté en la cama un largo rato, sin moverme…, pensando…, corroborando que no era un sueño y que la realidad me golpeaba en el rostro y en el alma gritándome: “Se acabó”

Más tarde llego Nacho y apenas lo vi me puse a llorar. Pude ver reflejado en su rostro compresión y cariño. No me guardaba el más mínimo rencor… me seguía amando igual que siempre.

-          Tenías razón – dije con la cola entre piernas

-          No te preocupes. Todo va a pasar – dijo – siempre serás mi hermana y estaré aquí para cuidarte.

Nos abrazamos y yo lloré en su hombro por largo rato. Y entonces me di cuenta de que me faltaba mucho tiempo todavía…, para madurar.


Los días se me hacían eternos. A veces no podía dormir en toda la noche y a veces dormía 12 ó 13 horas seguidas para despertarme sin ganas de levantarme de la cama. Como estaba de vacaciones en la universidad, los minutos se me hacían horas y las horas siglos. Emma hacia todo lo posible por sacarme de ese estado en el que me encontraba, pero yo siempre tenía un pretexto para no ir a ningún lado, o me iba de casa e iba al parque a tirarme en el pasto a sufrir mi derrota para que nadie supiera donde estaba.


Dos días después de año nuevo, Emma y yo nos fuimos juntos de la universidad en su nuevo carro. Fuimos al cine. Por un momento me olvide de Lara y de todos mis problemas. Después de la película, salimos a comer.

-          ¿Y cómo te va con tu novia?  -quise saber mientras cenábamos

-          Bien. ¿Y tú como vas con Lara?  - si no lo conociera pensaría que se había equivocado, pero ya sabía lo que venía – Ah, que ya te dejó ¿verdad?

Así era Emma tenía un humor muy negro, pero era un gran amigo.

-          ¿Y Camila como esta?

-          Mejor. Después que le quedaron esas materias se retrasó mucho, pero va bien. La verdad que no quiere hablar de ti. El otro día le estaba contando algo… no me acuerdo qué, pero cuando le dije tú nombre me dijo: “prefiero que no me digas nada de ella ”, y desde entonces ni te menciono.

Ya no nos veíamos en clases. Cambié todos mis horarios para no verla, ignoré todas sus llamadas y sus mensajes; si ya no era su amiga, sentía que dolía menos la traición. Aunque a veces la extrañaba y el cariño que sentía por ella seguía intacto, era lo mejor. Yo era la culpable de su sufrimiento.

Seguimos un rato más hablando de puras tonterías como solíamos hacer en el pasado; hasta que se me ocurrió preguntarle… y a él, responderme.

-          ¿Y cómo está… ella?

-          ¿Lara? Bien. Se van a ir a Margarita, creo.

Me quedé paralizada.

-          ¿Todos?

-          Ella y su esposo, boba. Camila y Andrea se quedan con su abuelo.

Sentí que se me congelaba la sangre, y al mismo tiempo, que el fuego del volcán en mi interior subía hasta mi cabeza y hacia erupción ahí dentro, provocando que mi cerebro volara en mil pedazos… y yo quedara imposibilitada de volver a razonar.


Escondida en la esquina de la casa de Lara, desde temprano, logré ver cuando se iban Camila y Andrea, más tarde vi a Santiago salir rumbo al trabajo y unos minutos después, la señora María salía al mercado a comprar la comida, como todos los días. Esperé un par de minutos más y fui a tocar el timbre. Un momento después escuché unos pasos en el interior.

-          ¿Quién? – gritó la voz que tanto extrañaba.

Me quedé en silencio un momento tratando de decidir si respondía o no.

-          ¿Quién? – volvió a preguntar

-          Yo – respondí al fin

-          ¡¿Quién?! – volvió a decir incrédula

-          Yo

Abrió rápido la puerta y me miró con ojos desencajados.

-          ¡¿Qué haces aquí?! – sacó la cabeza hacia la calle volteando a todos lados para ver si había algún peligro – Entra – agregó tomándome del brazo y metiéndome a la casa - ¡¿Qué estás haciendo aquí?! – me gritó enfadada - ¡Me vas a meter en un problema!

-          ¿Es cierto que te vas a Margarita? – le solté de golpe

Se me quedó viendo paralizada, como si le hubiera vaciado un balde de agua fría encima.

-          ¿Quién te dijo? – comenzó a decir, pero la interrumpí tomándola de los brazos y zarandeándola

-          ¡¿Es cierto?!

-          Me estas lastimando -  me dijo poniéndose pálida -  ¡Suéltame!

La solté, pero la rabia me cegaba.

-          ¡A Margarita! ¡A donde te iba a llevar!... ¡Qué descarada eres!

-          No grites, por favor -  me pidió,  hablando bajo, como si estuviera indicándome el volumen apropiado para hablar – Baja la voz

-          ¡Contéstame! ¿Es verdad?

-          ¡Sí! – arrojó en un grito ahogado. Y se le salieron las lágrimas.

No podía soportar verla llorar, por lo que de forma automática la rodee con mis brazos y, como si hubiera soltado un detonador con mi abrazo, su llanto se liberó y pude sentir las lágrimas mojando mi cuello, sus brazos pegados uno contra otro entre mi pecho y el suyo y sus hombros agitándose en violentas convulsiones. La abracé con fuerza, tratando de calmarla y preocupada de haberme alterado más de la cuenta.

-          ¡Perdóname! – supliqué - ¡Perdóname!

Ella sollozaba con más fuerza y yo la apretaba contra mi cuerpo, deseando poder fundirla contra el mío, para que de esa forma, nadie pudiera separarnos. Poco a poco su llanto se fue apaciguando. Se separó unos centímetros de mí, mirándome con sus ojos verdes y su impetuosa mirada.

-          ¿Por qué viniste? ¡¿Por qué?! – hizo una pausa sin dejar de clavar sus ojos en los míos – Ya me había resignado a estar sin ti.

Pude ver como su mirada se volvía primitiva… salvaje. Conocía ese brillo tan peculiar porque ya lo había visto antes. Su rostro se transformó como si estuviera poseída y sus manos tomaron mi rostro.

-          ¿Por qué viniste? ¡¿Por qué?!¡¿Por qué?!

Sus labios se lanzaron de forma salvaje a los míos, devorándolos y mordiéndolos con fuerza; tanta, que sentí una punzada de dolor y noté una gota de sangre en su labio inferior cuando separó su rostro del mío. Con su lengua se limpió la sangre y sin dejar de verme a los ojos con esa mirada tan feroz, me empujó hacia atrás hasta recargarme sobre la puerta de la casa.

-          ¡Eres una estúpida! – volvió a besarme y a morder mi labio, fuerte, jalándolo con los dientes al separarse para volver a fijar su mirada violenta en la mía. Era increíble, pero esa violencia que se estaba desprendiendo de ella me estaba excitando.

En un instante también la tomé también del rostro con violencia y la besé, mordiendo su labio con fuerza suficiente para provocarle dolor. Nos besábamos con ferocidad, lamiendo la sangre del otro y enfrentando nuestras lenguas en una ruda batalla. Mis manos parecían tener alas y volaban por todo su cuerpo.

De repente, como si reaccionara, se separó de mí.

-          ¡Aquí no! – me dijo respirando con dificultad

Corrió hacia el interior de la casa y dos segundos después me tomó de la mano.

-          Vámonos

Todavía seguía recargada de la puerta, sin poder reaccionar.

-          ¡Renata! – me gritó

Me dirigí a la moto a toda velocidad, sintiendo la adrenalina correr por mi cuerpo como si estuviera viviendo una escena de máximo peligro. Una vez en la calle, cerró la puerta de la casa, y se subió conmigo a la moto.

-          Llévame a donde sea – me dijo con cierta desesperación.

Ni siquiera llegamos a la cama de mi cuarto, estábamos tan excitadas y perdidas, que al cerrar la puerta de la habitación, nos abrazamos, devorándonos como fieras, deslizándonos hacia la alfombra.


-          Ahora ya lo complicamos todo – me dijo con un tono de preocupación en su voz.

Ella estaba sentada frente a mí sobre la cama con las piernas cruzadas y yo continuaba acostada, observando su rostro tan sensual y su piel tan brillante.

-          Yo creo que no hay ninguna duda de que nos amamos

-          Pero eso no lo he dudado… es más, nadie lo ha dudado – dijo con voz firme – Y ése es precisamente el problema.

Su tono de voz se suavizó y con su mano acarició mi cara.

-          No estamos solas

Yo estaba consciente de que estábamos arrasando con todo a nuestro paso, sin embargo, no podía siquiera imaginarme la vida sin ella… todavía no puedo. Tampoco ella podía hacerlo. Habíamos entrado ya en un círculo vicioso de terminar-volver, el cual ya no éramos capaces de volver.

-          ¿Si te ibas a ir?

-          Si – me respondió con seguridad – Estaba dispuesta a olvidarte y la única manera de hacerlo era enfrentar el problema directamente.

-          Pero ahí íbamos a ir nosotras - protesté

-          Precisamente por eso. Quería romper con todo éste asunto…, pero ahora no voy a poder hacerlo nunca. No debiste haber ido a buscarme, Ren.

Se acostó junto a mí y me besó en los labios.

-          ¿Te arrepientes?

-          No, pero antes yo no era mala.

-          ¿Mala? Tú no eres mala - le dije en verdad sorprendida

-          Sí lo soy – agregó besándome de nuevo, pero con pasión – Y necesito que me des mi castigo ahora mismo – dijo con una sonrisa llena de picardía

Hicimos el amor de nuevo sin pensar en nada más que en el momento presente.

-          Tengo que irme. Mañana nos vemos para que hablemos de cómo vamos a hacer – dijo vistiéndose

La miré vacilante

-          Tenemos que llegar a un acuerdo… y ésta vez cumplirlo

-          ¿Un acuerdo?

-          Sí, pero hablamos mañana. Me tengo que ir.

La atraje hacia mí tomándola por la cintura, al tiempo que la besaba en la boca y le decía.

-          Pues yo quiero que te quedes y podemos llegar un acuerdo más rápido.

Me devolvió el beso con deseo y se detuvo para decirme:

-          Estamos completamente locas. ¿Lo sabias? ¡Locas!... ¡Perdidas!

Y nos perdimos de nuevo… en la pasión… en la obsesión… en el amor… ¡En todo!


Por las mañanas iba a la universidad y por las tardes, cuando Lara podía salir, nos veíamos.

-          Yo te aviso cuando podemos vernos. No puedo arriesgarme – me dijo antes de salir de mi casa aquel día que fui a su casa a buscarla.

-          ¿Vas a ir de viaje?

-          No, voy a ver que le invento a Santiago, pero no voy a ir – me besó con ternura – Te lo prometo.

Nunca supe qué le invento a su esposo, pero lo cierto es que no fue. Sin embargo, mi tormento y obsesión con el teléfono empeoraron. Cuando volvía a casa de la universidad, hacia las tareas pendiente del teléfono por si me escribía o me llamaba. Comía con el teléfono encima y hasta dormía con el pegado a la oreja.  Había  tardes que hablábamos solo para saludarnos, pero no nos veíamos, y había otros que ni siquiera sabía de ella. El tener que estudiar y hacer deberes me distraía un poco y aligeraba mi tomento de estar pendiente del teléfono.


-          ¡Otra ronda! – le gritó Emma al mesero que nos atendía.

Llevaba tiempo queriendo que saliéramos, pero yo me negaba porque no tenía ganas de salir a ningún lado si no era con Lara. Pero esa noche era algo especial, por lo que no pude oponerme.

No sé cuántas rondas ya había pedido mi amigo, pero ya empezábamos a hablar con la lengua resbalando y yo veía todo borroso y doble. Después de media noche Emma pidió la cuenta, la examinó e hizo como que iba a sacar su cartera.

-          ¿Traes tu tarjeta de crédito? – me preguntó

-          Si – busqué mi cartera y saque mi tarjeta - ¿Traes dinero?

-          No – respondió sonriéndome

-          En serio – le quité el librito donde estaba la cuenta y coloqué adentro la tarjeta – Luego me pagas.

-          Sí. No te preocupes.

Emma levantó la cuenta con la tarjeta dentro para que el mesero la viera y se acercara, éste la tomó y se marchó. Yo sentía que todo me daba vueltas y deseé que se me hubiese podido bajar la borrachera, pero todavía me faltaba lo pero… ¡La resaca!


Al otro día no soportaba el más mínimo movimiento de mi cabeza, y cuando sonó el teléfono fue como si hubieran detonado una bomba en mis oídos.

-          Bueno – dije con la garganta casi cerrada

Hubo un silencio al otro lado y después de carraspear un poco repetí:

-          Bueno…

-          No te reconocía la voz – me dijo por fin Lara - ¿Estas enferma?

-          No – me enderecé en la cama sintiendo como si mi cerebro diera vueltas dentro de mi cráneo – Estoy bien.

-          ¿Nos vemos en la tarde a las 3? Solo tengo media hora, pero quiero verte para contarte algo.

-          Sí, claro…

Colgó y volteé a ver el reloj. Tenía tiempo todavía. Moría de sed, por lo que me levanté para ir a tomar agua. Al llegar a la cocina estaba Nacho recargado sobre el mesón y con los brazos cruzados observándome.

-          Buenos días – le dije esperando un merecido regaño, pero en vez de eso me sonrió.

-          No era ésa precisamente la forma en que quería que salieras de tu encierro, pero está bien, por lo menos ya saliste.

Tomó una jarra llena de agua con hielos y rebanadas de limón que se me antojo como si fuera lo más delicioso que hubiera visto en la vida. Me sirvió un vaso, me lo dio y lo bebí con absoluta desesperación… me supo a gloria.

-          Siéntate a desayunar

Me puso la jarra de agua sobre la mesa mientras yo me sentaba y me volvía a servir. Yo seguí bebiendo y me puso el plato de comida para que comiera. De repente tuve mucha hambre y devoré el plato que tenía al frente.

-          Gracias Nacho – le dije al terminar de comer

Asintió con la cabeza y me revolvió el cabello con cariño.

-          Métete a bañar que hueles a alcohol

Le di un beso en la mejilla y él me sonrió. Me dirigí hacia al baño pero me detuve. Hacía tiempo que quería preguntarle algo, pero no me atrevía.

Es ahora o nunca.

-          Nacho…

Se me quedó viendo esperando que continuara

-          El día del… hospital… cuando salieron a hablar… - el seguía observándome y a mí me estaba constando trabajo seguir – Eh… ¿Qué le dijiste?

Hizo una pequeña pausa, como si estuviera analizando la pregunta.

-          ¿Ella no te lo ha dicho?

-          No, siempre que le pregunto me dice que son “Cosas de mayores”, y que nunca lo sabré

Sonrió y caminó unos pasos hacia mí.

-          Pues es verdad, eso hablamos: “Cosas de mayores”

Yo torcí el gesto en señal de disgusto y resignación de que nunca me lo dirían. Cuando me iba a ir de nuevo, su voz me detuvo.

-          Yo le pedí que no te dijera nada, pero no porque fuera algo malo, sino porque quería ver hasta donde llegaba su amor por ti – Fruncí el ceño sin comprender – Le pedí que si tanto te quería, no te dijera nunca lo que habíamos hablado – Todo el malestar que tenía por la resaca desapareció como por arte de magia – Y yo tampoco te lo voy a decir, sólo quiero que sepas que le dije lo mucho que te quiero… y le pedí que no te lastimara nunca… - Se me hizo un nudo en la garganta – Eso es todo lo que puedes saber.

Me quedé parada unos segundos sin saber qué hacer, luego camine hacia él y lo abracé

-          Gracias hermano – fue todo lo que pude decirle


Nuestra relación, después del reencuentro se había vuelto más carnal que antes, como no sabíamos cuando volveríamos a vernos. Pero a pesar de que me encantaba hacer el amor, me estaba cansando de vernos poco y con prisas.

-          Ya no nos vemos como antes – me quejé una tarde calurosa de febrero

-          Porque ya no puedo. Ya no puedo dejar que Santiago sospeche.

Yo no podía decir nada en mi defensa. El simple hecho de recordar el tremendo fracaso que fue vivir juntas, me dejaba sin habla.

-          ¿Y cómo es que ya no sospecha nada? – pregunté con temor a la respuesta – Antes sospechaba porque lo rechazabas. ¿Cómo es que ahora esta tan tranquilo?

Su mirada se volvió fría y sus labios se volvieron una delgada línea en su rostro.

-          Mira, Ren. En primer lugar, no pienso contestar a esa pregunta, en segundo, tú me conociste casada; y en tercero, nunca dije que él no sospechara nada.

-          Pero… - intenté protestar, pero me interrumpió

-          No pienso hablar contigo de esto.

Eso fue suficiente para sacarme de quicio

-          ¿Entonces con quién? ¿No se supone que tú y yo somos una pareja? – Ella puso los ojos en blanco, molestándose también - ¿Y que él es solo el padre de tus hijas?

-          ¡¿Qué sabes tú lo que yo tengo que hacer para no tener problemas por estar contigo?! – Se levantó de la cama para enfrentarme de pie – Hago lo imposible por salir a verte. Me he vuelto una mentirosa… y no solo con Santiago, también a mis hijas les miento para poder estar juntas, y en lugar de valorarlo me reclamas y me haces sentir como una puta.

Me levanté de un salto. De ninguna manera quería hacerla sentir de esa forma. Comenzó a llorar. La abracé.

-          Tienes razón. Perdóname.

Lloró en mi hombro sin rechazarme. Tenía toda la razón. Yo ni siquiera me imaginaba lo que ella hacía para poder verme a escondidas… Después de que se calmara, nos fuimos cada quien para su casa; ella en su carro y yo en mi moto. Durante todo el trayecto me puse a pensar en lo que podía ser mi futuro con ella. Yo la amaba y estaba segura de ello; ella también me amaba y no tenía ninguna duda al respecto, sin embargo, iba a suceder algo que podía amenazar nuestra relación. Nuestro romance comenzaba a peligrar y la decisión de salvarlo o destruirlo iba a depender única y exclusivamente de mí.


-          ¿Qué paso con lo de México?

-          Oh, es cierto…

-          ¿Ya te llegó? – sus ojos brillaron de emoción

Le sonreí y saqué el sobre tamaño carta que llevaba en el bolso. Mi carta de aceptación había llegado. Una querida profesora, me propuso para una de las mejores escuelas en ingeniería de Latinoamérica; yo no tenía muchas ganas, pero la complací por el cariño y la estimación que le tenía. Si resultaba aceptada, significaría el fin de mi romance con Lara.  No estaba dispuesta a dejar a Lara por nada ni por nadie.

-          Me llegó hoy en la mañana, pero no le he dicho nada a nadie.

Se lo extendí y ella lo tomó sin dejar de sonreír.

-          ¿Te aceptaron?

Lo abrió y después de leer, lanzó un grito de emoción.

-          ¡Felicidades!

Me abrazó muy fuerte.

-          ¿Y porque no le has dicho a nadie? – Me miró a los ojos con los suyos húmedos y centellantes - ¿Querías que yo lo supiera primero?

-          En parte sí.

-          ¿En parte? – me dijo confundida

-          Si me voy… ya no nos vamos a ver…

Se le borró la sonrisa de la cara y se puso seria… muy seria.

-          Mira, Renata – me soltó – Si tú desaprovechas esa oportunidad por nosotras, me vas a odiar por el resto de tu vida, y yo también me voy a odiar a mí misma. Con el paso del tiempo te vas a arrepentir y yo me voy a sentir culpable de haber sido la causante de tu frustración.

-          ¿Cuál frustración? Uno tiene que tomar decisiones en la vida. O eliges un camino o eliges otro. Yo estoy eligiendo el camino que quiero tomar.

-          Yo también te amo mucho, Ren, pero no puedo permitir que hagas esto.

-          Nadie sabe que me aceptaron.

-          Yo sí – me dijo terminante

-          Yo te quiero a ti. Si tengo que cambiar toda vida por ti, lo hago sin pensarlo… en cambio tú…

-          No sigas… por favor – me interrumpió colocando sus dedos sobre mis labios para hacerme callar – No digas nada.

Sus ojos verdes brillaron de esa forma tan especial. Me besó suave, devorando mis labios, mientras yo me deleitaba con su sabor a frutas. Después se separó unos pocos centímetros y me miró con los ojos indagadores.

-          ¿De verdad me quieres tanto?

-          Más de lo que te imaginas.

La estreché con fuerza. Nos quedamos abrazadas una a la otra por largo rato.

-          No quiero que esto termine nunca – me dijo

-          No tiene por qué terminar

Me miró a los ojos.

-          ¿De verdad no te vas a ir?

-          Si te vas conmigo, sí.

-          No puedo. Seria renunciar a mis hijas. Una cosa seria vivir juntas y estar al pendiente de ellas, y otra muy distinta es irme y dejarlas aquí.

Recargó su cabeza sobre mi hombro.

-          Yo sé que algún día se van a ir y harán su vida, y entonces si me iría contigo a donde tú quieras, pero ahora no.

-          Entonces me quedo y esperamos a que eso suceda.

Me miró de forma inquisidora, como tratando de adentrarse en lo más profundo de mi alma.

-          ¿Por qué me quieres tanto?

-          No te quiero… te amo… y siempre te amaré – Me besó con ternura en los labios.


Dos días después de que me llegó la carta, fui a la universidad a hablar con mi profesora de matemáticas. Le inventé pretextos de que porque no iba a poder aceptar la beca y ella se molestó, lo sé, aunque trató de disimularlo si mucho éxito.

-          Cientos de personas darían la vida por esta oportunidad. Deberías pensarlo un poco más.

Le pe prometí que lo haría y me fui a mi casa convencida de que mi relación con Lara iba viento en popa. Me fui en el metro y decidí caminar hasta mi casa los casi 5 KM de distancia, pero al llegar a la avenida me arrepentí de no haberme ido en mi moto. Entonces sucedió algo curioso, una camioneta negra y grande se acercó a la acera por donde iba caminando y al asomarme para ver quién era me sorprendí.

-          ¿Vas a tu casa?

-          Si

-          Súbete. Voy para allá.

No me apetecía por ningún motivo subirme a la camioneta de ese tipo, pero pensé en la distancia que me faltaba todavía y el calor que hacía, por lo que abrí la puerta y me subí.

-           ¿De dónde vienes?

Sus ojos me examinaban de arriba a abajo.

-          De la universidad – respondí desviando la mirada y fijando la vista al frente.

-          ¿No están de vacaciones?

-          Si ya salimos, pero tuve que ir a hablar con una profesora.

-          ¿Por lo de tu beca?

Su sonrisa era repugnante, pero me le quedé viendo con los ojos muy abiertos.

¡¿Cómo sabe ese imbécil?!

-          ¿Cómo…? – comencé a decir

-          ¿Cómo se lo de tu beca en México?

Soltó una risa, por lo que aparté la vista, pero estaba muy interesada en su respuesta.

-          Hay muchas cosas de mí que no sabes.

¿Me está espiando?

-          Tengo que ir a recoger unas cosas en casa de un amigo, pero no nos tardamos nada. ¿Está bien?

-          Sí, no hay problema.

-          ¿Qué les haces a las mujeres, eh?, que las traes a todas bobitas.

Lo volteé a ver, confundida; y él hacia un gesto irónico que pretendía ser una sonrisa. Le clavé la mirada en los ojos. Él se rió y me dio un golpecito en la pierna con la mano y yo la retire de inmediato.

-          No te molestes, es broma… pero algo debes de hacer.

Llegamos al destino. Se estacionó frente a una casa con un gran ventanal y una puerta de metal de color negro, estaba rodeada me muchos árboles. Apagó el motor y yo me quedé en el asiento, sin ninguna intención de salir del auto.

-          Bájate – me dijo – voy a necesitar que me ayudes con unas cosas.

Pese a que algo me decía en mi interior que no lo hiciera, no tuve el valor para negarme y… ¡Ahí voy…! A bajarme de la camioneta y meterme a la casa con él. Aparte de dos sillas y una pequeña mesa, no había mas nada en la casa.

-          Acá no hay nada – comencé a buscar una salida

-          Quería hablar contigo en privado. ¿Por qué la prisa tan repentina? —Santiago dio un paso más cerca, tan cerca de hecho, que pude sentir el aliento húmedo en su mejilla - Te he traído aquí para que pudiéramos estar solos.

Sobresaltada, di un paso atrás, alejando de golpe la mano extraña de mi cara.

¿Qué diablos está haciendo este tipo? ¿Se ha vuelto loco?

-          Oye ahora... —dijo en voz baja, moviéndose hacia mí y agarrándome por la muñeca—. ¡Sólo quiero darle un abrazo a la amiga de mi hija!

Solo podía escuchar el sonido de su propia respiración superficial e inestable, en el silencio de la madera. Mi  corazón estaba  golpeando salvajemente contra su caja torácica como un animal tratando de escapar.

-          Santiago - deje escapar un grito ahogado de sorpresa cuando  tiró de mí en un fuerte abrazo.

-          ¿Qué? —preguntó, sus brazos envueltos apretadamente alrededor de mi torso. Pero cuando le di una palmadita en la espalda y traté de dar un paso atrás, el agarre de Santiago sólo se apretó—. Tranquila, Renata. ¿Cuál es la prisa? He estado esperando un este momento desde hace mucho tiempo.

-          Yo… yo realmente no sé de qué estás hablando. —jadeé entrecortadamente, tratando de empujarlo — Solo… por favor suéltame.

-          Ahora vamos, deja de engañarte a ti misma. Sabes muy bien porque estamos aquí — siguió con la misma voz almibarada

-          ¡Aléjate de mí! —Lo que comenzó como una descarga cambió rápidamente a una explosión de adrenalina aterrorizada, yo intentaba luchar para salirse del férreo abrazo—. Estás… ¡estás loco!

-          Oye, no hay necesidad de ser tímida. — empezó a jadear, luchando por mantenerme entre sus brazos

-          ¡Maldito pervertido! —grité con furia. Traté de darle a Santiago con la rodilla en la ingle, pero le dio en la parte superior de la pierna en su lugar, bastante fuerte que lo dejó tambaleándose.

Entonces algo se ajustó en la expresión de Santiago, y cuando traté de correr, se lanzó contra mí, agarrándome por el cuello y golpeándome contra ma pared más cercana, con una fuerza brutal. Me tomé un  momento para reaccionar. Pero cuando lo hice, todo lo que pude manejar era aflojar la mano de Santiago de mi tráquea para que pudiera respirar.

-          Ah, ya veo, te gusta fuerte. —La cara se contorsionó en una sonrisa extraña—. Hacerlo duro consigue excitarte, ¿verdad?

-          ¡Eres un maldito psicópata! —conseguí jadear. Entonces, aspirando una bocanada de aire, empecé a gritar.

Colocó su mano en mi boca, y de repente su sonrisa se había ido.

-          Oh no, no lo hagas —comenzó con la voz temblando de ira reprimida—.Ser la amante de mi esposa durante casi un año, y creías que no iba a hacer nada. ¿Y ahora, quieres hacerme ser el malo de la película?

-          Yo no… —intenté responder desde debajo de los dedos

-          Escucha con atención —dijo en voz baja, con la cara tan cerca que pude sentir su aliento húmedo en la mejilla—. Tengo un cuchillo —Una mano aún presionándome la tráquea, bajó la otra de mi boca y alcanzó el bolsillo de su chaqueta y sacó una navaja—. Si haces ruido, intentas correr o decidir jugar a la pequeña víctima inocente, te voy a matar, ¿entiendes?

Traté de responder, pero el agarre en el cuello era demasiado apretado y me estaba quedando sin oxígeno. Puntos negros bailaban ante ojos. Me las arreglé para asentir.

—Bien —liberó su agarre ligeramente; llevó el cuchillo al nivel de mi garganta—. Ahora desvístete.

Jadeando por aire, me encontraba atrapada entre el cuchillo y la pared. Traté de moverse hacia los lados y sentí la hoja cortando la piel de su cuello.

Me congelé y empecé a balbucear—: Santiago, lo siento, fue mi error. Nunca quise… Pero mira, podemos resolver esto, te voy a pagar tanto como lo que desees.

—Cállate. Sabes que yo no quiero tu dinero. Desvístete o lo juro, te voy a apuñalar, aquí y ahora.

—Pero… pero ¿por qué? —Me sentía segura de que esto no podía estar pasando. Estaba atrapada en una pesadilla. Sólo tenía que despertar.

Agarrándome el cuello de la camisa, la recortó con el cuchillo. Me oí a mí misma gritar, esperando ser apuñaleada. Pero no había dolor, sólo el algodón abriéndose y cayendo libremente al suelo alrededor de sus tobillos. Santiago todavía tenía la mano sobre mi cuello, clavándome en la pared. Después, presionaba la punta del cuchillo contra mi pecho, justo sobre el corazón.

-          ¿Quieres violarme? —apenas pude creer que estaba diciendo las palabras. Apenas reconocí el sonido de mi propia voz, de modo vacilante y tembloroso.

-          Quítate la ropa.

Me encentraba comenzando a rogar—: No hagas esto. Por favor. Voy a hacer otras cosas. No me importa lo que pase. Solo no…

El cuchillo comenzaba a cortar mi piel, y Santiago comenzó a gritar—: ¡Cállate y desvístete! ¡No te lo voy a decir otra vez!

-          ¡No! —me encontraba de repente gritando de nuevo—. ¡Estás loco! ¡No voy a hacer esto! —Golpeé su brazo con todas mis fuerzas, y por un momento la hoja ya no se presionaba contra mí, y comenzó la lucha. agarré el brazo de Santiago y, con ambas manos, la doblé hacia atrás. El cuchillo cayó al suelo. Pero antes de que pueda llegar a él, me dio una patada en el estómago, y cuando me doblaba del dolor, recibí un rodillazo en la boca. caí de nuevo por un momento, pero a medida que él se lanzaba de nuevo, me las ingenie para bloquear el golpe y le lancé un golpe en el pecho, otro en el hombro, otro en su cara. Sentí que mis nudillos se estrellaban con huesos. Había una grieta y un rugido de dolor, una salpicadura de sangre de la nariz de Santiago, que de pronto se tambaleaba hacia atrás.

Comencé a correr. Llegando a la puerta. Esquivando árboles, tropecé con la maleza. El camino, el camino... ¿Incluso iba por el camino correcto? ¿Dónde me encontraba? Desorientada, perdí la concentración por un momento y la punta del zapato golpeó una roca pequeña. Caí fuerte. Está se encontraba encima de mí en un momento, agarrándome por los hombros y golpeando mi cabeza en repetidas ocasiones con el suelo. Él va a matarme , pensaba. Va a matarme . Voy a morir, aquí, en el bosque. Y Lara nunca sabrá . Nunca sabrá que él es un. . . La oscuridad me envolvió.

Volví en sí y me encontraba tumbada boca abajo con sus brazos sujetos a la espalda. Cuando traté de moverlos, dolor me pasaba por los hombros y pude sentir los huesos de las muñecas molerse juntos, unidos por algo tan apretado, cortándome la piel. Me rodo sobre mi espalda y yo lo pateé, pero estaba demasiado débil y apenas le rocé muslo. Antes de que pudiera volver a intentarlo, Santiago se agachó, todo el peso de su cuerpo caía sobre mi rodilla, apretado contra mi cuerpo, aplastándolo, así apenas podía inhalar suficiente oxígeno. Cuando se inclinó y apretó el cuchillo contra el cuello, sentí un chorrito caliente de la sangre recorrer mi cuerpo.

-          Esta es tu última oportunidad o te juro que te mato —dijo, y es en ese momento me di cuenta que había algo mal con los ojos de Santiago. Las pupilas estaban dilatadas, enormes, volviendo sus irises negras. Me di cuenta de que está drogado. ¿Con qué?, no tenía ni idea, pero en este estado, ese hombre es capaz de cualquier cosa. Incluso de matarme. Si tenía la mínima posibilidad sobrevivir a esta terrible experiencia, me di cuenta de repente, si es que quiere tener alguna posibilidad de sobrevivir a todo, tenía que cumplir…

Miré hacia abajo, pude soportar la mancha roja de presión en el pecho. El deslizaba la mano por su estómago, bajó sus pantalones y la cinturilla de su boxer. Tosí para reprimir un grito y cerré los ojos con fuerza mientras sentía la fría, áspera mano descendiendo por mi cuerpo.

Con una mano me acariciaba, apretándome, masajeándome, con la otra estaba buscando a tientas, los botones de mis pantalones. Después de unos minutos, se encontraba frustrado y se puso de pie, tirando de mis zapatos, a continuación, arrastrando hacia abajo los pantalones y desgarrando mi ropa interior. Mantuve sus ojos cerrados. Lo que no te mata te hace más fuerte, me decía a mí misma, y casi quería reír. Quien inventó ese lema nunca había sido abusada sexualmente claramente. Luchaba para mantener mi mente en otro lugar, ocupada, tan lejos como pudiera de mi cuerpo. Lo que no mata te hace más fuerte .

Me agarró por el pelo y los hombros, y me dio la vuelta. Intentaba concentrarse en las paredes, sentía como un peso aplastante descendía sobre él. Todavía me encontraba vestida, pero mis pantalones estaban desabrochados, podía sentir algo duro y espinoso presionando contra mi espalda, cálido y húmedo también. Estaba jadeando, frotándose contra mí. Entonces, lo que comenzaba con presión se convirtió rápidamente en dolor que me nublaba la mente. Santiago estaba forzando su camino dentro de mí. Era horrible, me escucha a mí misma gritar. Mientras continuaba bombeando en mi contra, me escapa en mi mente. Esperando allí encontrar recuerdos, instantáneas de la gente que le importaba. Lara, Nacho, Mamá, Papá, Emilia, Emmanuel. Recordaba, sus ojos verdes. Ella estaba diciendo algo, pero no podía oírla. Gruñidos de Santiago llenaban el aire. El dolor era de un tipo que nunca había experimentado antes, iba a desmayarme, iba a morir. ¡Concéntrate más, por el amor de Dios! Lara, riendo. El sonido de su risa, la forma en que su nariz se arruga y sus ojos brillan. ¿Por qué se reía? debía recordar. Era imperativo. Sigue riendo, Lara , le digo. Sigue riendo y lo recordaré. Y entonces, de repente, se había terminado. El peso se evaporó. Subió la cremallera de sus pantalones y se inclinó para limpiar la suciedad de sus pantalones.

-          No vas a decir una palabra de esto a nadie, nunca, ¿verdad, Renata? Porque sabes que lo merecías desde hace tiempo. Esto es una lección para que aprendas a no meterte con lo que no es tuyo.

Intenté responder pero no podía conseguir que mi voz funcionara.

-          ¡Respóndeme, maldita sea!

-          No… Claro que no —la voz me temblaba, llorosa.

-          Si le dices a Lara una sola palabra de esto, la perderás.

-          Yo… yo sé. Yo no… te lo juro.

-          Dile a alguien y te pondré en un agujero en el suelo.

-          Nunca voy a decirlo. Voy a fingir que nunca sucedió. Te lo juro. Te lo juro.

Santiago se secó el sudor de la frente y comenzó a sonreír de nuevo. —Entonces será nuestro pequeño secreto.

-          Sí… sí. Exactamente.

Jerry se inclinó para cortar la unión de cuerda en mis muñecas con su cuchillo. Luego, con el pie, le da la vuelta. Dio una breve carcajada, tenía la mirada fija en mi cuerpo desnudo.

-          Vamos, vístete entonces, Renata —dijo—. ¡Ahora asegúrate de que no dejas nada atrás! —Suena casi alegre.

-          Sí. Sí, por supuesto…

Y entonces se fue, caminando hacia la entrada, desapareciendo dejándome sumida en la oscuridad.