No te Enamores de Mi 11

Capítulo 11 – Destiempo Parte 2

-          ¿Cuándo vamos a celebrar nuestro aniversario? – me preguntó Lara a principios de septiembre - ¿El día en que nos dimos el primer beso o en el que hicimos el amor por primera vez?

-          Pues solo son tres días de diferencia – le dije acomodando un rizo de su cabello detrás de la oreja mientras nos reponíamos de otra sesión de erotismos en el cuarto del hotel, como lo habíamos estado haciendo casi todos los días durante casi un mes.

-          Pues esos días son una gran diferencia. O festejamos el 23 o el 26

-          El 23 – le dije

-          ¿Cuándo nos besamos por primera vez? – volteó con suavidad mi cara hacia ella para darme un dulce beso en los labios, mientras seguía con su cabeza recargada en mi brazo - ¿Por qué? – quiso saber.

-          Porque es más pronto -  le dije sonriendo.

Así llevábamos ya un mes, viviendo el momento, olvidándonos del pasado y sin ninguna preocupación por el futuro. Los días que no salíamos, yo iba a su casa con el pretexto de acompañar a Camila y jugar con Andrea, con quien, comenzaba a tener una relación muy fraternal. Un día me dijo: “Me hubiera gustado que fueras mi hermana” , luego, volteando a ver a su mama, agregó: “Mama, ¿la podemos adoptar como hermana?” . Ella asintió con una sonrisa. Esa fue una de las cosas y uno de los momentos que más me dolieron, el haber traicionado a Camila y Andrea de esa manera. Mi vida se había convertido, en mentirles a mis amigos, a mi familia, escondiéndome de todos, y sin acordarme que le había dicho a quién y cuándo. Pero de cualquier modo ya no había que preocuparse por tanta mentira, la verdad siempre salía a la luz.


Nuestros encuentros se habían convertido casi en una experiencia religiosa, en una aproximación a la divinidad. Mientras acariciaba su cabeza recostada en mí, no me importaba nada, ni lo que pudiera pasar.

-          Mis hijas están enojadas conmigo y Santiago me puso un ultimátum, quiere que te deje y que vayamos a un retiro matrimonial donde nos puedan ayudar – me dijo acariciando mi abdomen – el terminó con sus negocios en Valencia y me hizo prometerle que no iba a ver más a mi amante.

-          ¿Te hizo prometerle? – pregunte sorprendida - ¿o sea que le prometiste que no nos volveríamos a ver?

Levantó la cabeza para fijar sus ojos en los míos

-          Tenía que hacerlo – contestó preocupada – podría quitarme a mis hijas.

-          Pero… - comencé a decir antes de que me interrumpiera

-          Esta es la única forma en que nos podemos ver. No puedo arriesgar toda mi vida, mis hijas y todo, para que tú me dejes en un mes.

-          ¿En serio piensas eso?

-          Sí. Tienes 18 años y toda una vida por delante – yo iba a decir algo, pero no de dejó – Por favor – casi suplicó – vivamos el momento, vamos a disfrutarlo al máximo y olvidémonos de lo demás.


Un día llegue temprano a casa. Mi hermano estaba viendo TV en la sala. Ese día, Lara y yo habíamos discutido.

-          ¿Qué pasa contigo? -  me dijo Nacho

-          Nada – respondí apenas en un susurro, como niña regañada

Me hizo una seña para que me sentara en el sofá.

-          ¿Sigues con ella?

-          Sí.

-          ¿No te das cuenta de que si alguien se entera te van a matar? – guardé silencio

Le empecé a quitarle una pelusa inexistente a mis jeans a la altura de la rodilla. Nacho guardó silencio un momento y yo seguía buscando pelusas en mi pantalón… Se movió en el sofá para quedar más cerca de mí, me tomó de las manos y me miró a los ojos, revelando en los suyos gran preocupación.

-          No voy a insistir con que la dejes porque sé que no lo vas a hacer – me acaricio el rostro. Sus ojos se nublaron un poco – Solo quiero pedirte un favor: cuídate… cuídate mucho… -  me beso en la frente y a mí se me hizo un nudo en la garganta. Ninguno de los dos dijo nada, no era necesario.

Se levantó y se fue a la cocina, lo seguí con la mirada. Tal vez en ese momento no lo entendía, pero ahora me doy cuenta de cuanto uno puede llegar a amar y sufrir en silencio por tu familia. También puedo comprender el tormento que fue para el saber todo y aunque no estaba de acuerdo me apoyaba, y lo difícil que habrá sido para Lara, cuando tiempo después hizo… bueno, lo que hizo por mí. Era una verdadera locura, lo sé, pero estábamos ciegas, totalmente enamoradas, apasionadas… perdidas. Habíamos caído en un abismo de obsesión y delirio y no pararíamos hasta tocar fondo… y nos llevaríamos en la caída todo lo que se pusiera a nuestro paso… todo… y a todos.


Los primeros días del mes de octubre fuimos a recorrer el Parque del Este. Había una gran cantidad de personas. Después nos fuimos a mi casa, que quedaba cerca.

-          Ya no me es tan fácil salir a verte, él me pregunta a dónde voy y con quien. La próxima semana se va de viaje, pero no siempre será así – me comentó mientras nos reponíamos de nuestro encuentro erótico y yo acariciaba su frondosa cabellera.

-          ¿Por qué tienes que darle explicaciones?

Se quedó un momento en silencio, como si estuviera decidiendo si decirme algo o no.

-          Porque es… mi esposo.

Me quedé pasmada.

-          ¿O sea que ya están bien?

-          ¡No, no es eso! – se enderezó en la cama y se sentó junto a mí con las piernas cruzadas – No estamos bien en el sentido que tú lo estás diciendo – hizo otra pausa y me dio la impresión de que ocultaba algo -  Es que… hay cosas que tú no sabes.

Me encantaba mucho su rostro después de haber hecho el amor; su piel era rosada muy tersa, su mirada era aún más brillante y sus labios más rojos y sensuales. A pesar de que comenzaba a molestarme la conversación, la seguía deseando. Parecía que no podía saciarme de ella.

-          ¿Y si no me las explicas como voy a saberlas?

Volvió a guardar silencio y esas pausas tan sospechosas estaban comenzando a desesperarme. Me enderecé un poco en la cama y me senté, recargando mi espalda a la cabecera.

-          Te quiero mucho y lo sabes – comenzó a decir – pero sólo así nos podemos ver. No quiero ni puedo dejarte, pero no voy a abandonarlo y dejarle a mis hijas…

-          Pero puedes irte con todo e hijas – la interrumpí muy segura.

-          Tampoco voy a hacerle eso. No puedo hacerlo… ¡Entiéndelo, por favor! – me di cuenta de que un gran conflicto estaba llevándose a cabo en su interior – Hay cosas que no sabes y no puedo decirte.

-          ¿Por qué? – comencé a impacientarme

-          ¡Porque no! Porque no solo se trata de él y yo; involucra a otras personas y no puedo decirte nada ¡Punto! – agregó con exasperación – Si quieres que nos sigamos viendo tiene que ser así: Yo viviendo en mi casa con él y mis hijas y fingiendo -  bajó la mirada para verse las manos y entonces continuó con voz más tranquila – Santiago me pidió que fuéramos a un retiro matrimonial. No quiero dejarte y le he dado prorrogas a lo del retiro y lo seguiré haciendo lo que más pueda; si él cree que ya no tengo nada con nadie tal vez se le olvide, pero desgraciadamente para nosotras yo no voy a dejarlo hasta que él me deje a mi… - volví a sentir el agobio en su voz – Y por favor yo no me preguntes nada. Confía en mí y vamos a disfrutar nuestra relación el tiempo que dure, no quiero pelear contigo – se me acercó y me besó posando sus labios sobre los míos y con la mirada ardiente – Por favor… - me volvió a besar – Te amo.

La besé atrayéndola hacia mí para hacerle el amor de nuevo. Esa pauta contradictoria en nuestra relación se estaba haciendo habitual; aun cuando discutíamos la deseaba; si estábamos bien, la deseaba; si no nos veíamos un día, la deseaba; en cuanto la veía, la deseaba… no había manera de quedar satisfecha de su olor, su sabor a frutas, su fuego, su intensidad… Estaba convirtiéndose en una obsesión. Cuando nos enfrascábamos en una discusión en la que no llegábamos a ningún acuerdo, hacíamos el amor. En realidad, gran parte de los problemas que surgían, no los solucionábamos, simplemente convertíamos esa intensidad en energía sexual y la llevábamos a la cama.


Llegué a mi casa ya casi al anochecer, porque salimos a comer. Cuando entré, Nacho estaba comiendo y jugando.

-          Que carita tienes – me dijo sonriendo con picardía - ¿Cómo estás?

-          Bien – respondí, y me quede un poco de tiempo ahí parada, esperando a ver si surgía alguna conversación, pero el silencio se volvió incómodo.

-          Voy a mi cuarto…

-          Ok – dijo haciendo un gesto con la mano – descansa.

Llegué a mi habitación y me acosté en la cama con la vista fija en el techo. Me daba cuenta que las cosas habían cambiado en casa, sentía como le daba pena hablar conmigo, como que prefería no hablarme directamente para evitar de esa manera el tema. Me estaba alejando de mi familia al mismo tiempo que estaba alejando a Lara de la suya; nos estábamos creando un mundo aparte, separado del mundo real.

Me quedé pensando en que sería lo que me estaba ocultando. “¿Por qué no puede decirme? ¿Involucra a otras personas? ¿A quiénes? ¿Por qué no lo puede dejar a menos que él la deje a ella?”. Todo eso me irritaba, quería saberlo. Yo no tenía secretos para ella y no se me hacía justo que ella los tuviera para conmigo. Pero no había manera de sacarle nada, y cada vez que tocaba el tema, se ponía muy nerviosa y exasperada.

Un día por fin lo supe. Pero deseé no haberlo sabido nunca. Me quede helada… conmocionada.

De repente llegó a mi mente el recuerdo de que me había dicho: “Quiero que si esta fuera la última vez que nos veamos, no lo olvides nunca” . Estaba intentando descifrar sus palabras, pero me quede dormida. Estaba agotada.


No nos vimos durante la semana siguiente, sino hasta la otra. Quedamos en vernos en nuestro café. El día pasó como una tortura. Camila me llamo y le dije que iba a salir con mi hermano y que yo la llamaba cuando regresara. No la llamé. De mi mente emanaba un torrente de pensamientos, mentiras, verdades, perdones, excusas, culpas y un terrible arrepentimiento.

-          Cami me llamó por teléfono -  le comenté a Lara

-          ¿Cuándo? -  me preguntó con interés, quedándose con la taza de té a medio camino de su boca.

-          Hoy

-          ¿Y qué te dijo?

-          Que si nos podíamos ver

-          ¿Y qué le dijiste?

-          Que iba a salir con mi hermano.

Ella se me quedó viendo un momento; dejó la taza en la mesa, y tomó aire, expulsándolo después sonoramente.

-          Ren – puso las manos sobre la mesa, entrelazando los dedos y recargándose en el respaldo del asiento, con la espalda muy derecha – Ayer llevé a Camila al médico. No ha podido dormir y se le está cayendo el cabello. El doctor dice que es estrés, y que está deprimida por todo lo que está pasando. Andrea también está mal, ha bajado de peso y casi no tiene hambre – hizo una pausa y volvió a lanzar un suspiro. Yo la miraba expectante – Creo que deberías intentar algo con alguien de tu edad… No con una vieja como yo.

-          Tu no estas vieja…

-          Eso no importa – me interrumpió -  Lo importante es… que este fin de semana – Hizo otra pausa y estaba desesperándome con la tensión que estaba creando.

-          ¿Este fin de semana qué?

-          Este fin de semana voy a ir a un retiro matrimonial con Santiago, para que nos ayuden – de inmediato cambió el tono de voz – Tal vez yo no sea la mujer para ti…

-          Yo te amo

Sonrió como si hubiese dicho una bobada y volvió a recargarse en el respaldo de la silla

-          Yo también, pero es lo mejor…

-          ¿Estabas mintiendo?

-          No – suspiró profundamente y las lágrimas la traicionaron, me miró con gran dulzura y agregó – Te amo y lo sabes, pero también amo a mis hijas y esto les está afectando mucho. Ahora no lo entiendes porque no tienes hijos, pero algún día los tendrás y me vas a comprender. Esto es una locura y lo sabemos – tomó mi mano entre las suyas – Por eso quería que sábado disfrutáramos como si fuera la última vez. – comenzó a sollozar fuertemente – Porque fue la última vez – retiré mi mano y me hice hacia atrás – estoy destruyendo un matrimonio de 18 años, mi familia y la tranquilidad de mis hijas por el amor que te tengo. Ellas se dan cuenta de lo que pasa y sienten la tensión que hay en la familia. Santiago no es malo, créeme – noté algo raro en su mirada al decir eso, pero no pude descifrar qué era – no lo es. Además ha sido un gran padre para mis hijas.

Ella sonrió.

-          ¿Por qué no disfrutamos el tiempo que nos quede juntas? – agregó suplicante – Por favor – se limpió las lágrimas de las mejillas y clavó sus ojos verdes en los míos – Yo no te voy a olvidar nunca; eso te lo puedo jurar. Ten por seguro que esta el último minuto de mi vida voy a pensar en ti, pero por favor, no lo hagas más difícil. Deja que vaya a ese retiro para aclarar mis ideas y tomar una decisión.

-          ¿Tomar una decisión? ¿O sea que todavía no tomas una decisión? – dije con ironía

-          No, y ahora que he visto lo que he afectado a mis hijas, menos

-          ¿No será que él te habló bonito y te conquistó? ¿Y por eso me dejas?

-          Mira Renata… - comenzó a decir y yo la interrumpí ofendida.

-          ¡Ah! Ahora soy Renata, ya no soy Ren…

Ella alzó la vista al cielo y trató de evitar la risa que comenzaba a ganarle…, pero no pudo.

-          ¡Ren! ¡Estas peor que yo! – rió – Yo quería que todavía disfrutáramos esta semana y te lo iba a decir hasta el viernes en la mañana – se le volvieron a humedecer los ojos pero esta vez detuvo el llanto – Para mí es una tortura imaginarte con alguien más, pero tengo que aceptar que tarde o temprano va a suceder y que si no arreglo mi vida ahorita, cuando eso suceda yo voy a quedar bajo los escombros de mi familia y tú vas a estar viviendo tu vida. No tienes nada que perder, nada en absoluto… yo sí.

-          ¿Tu matrimonio? – dije volviendo a ser irónica.

-          No…, a mis hijas. Estoy desgraciándoles toda su vida por unos meses de dicha – hizo otra pequeña pausa, me miró con mucha dulzura y soltó un profundo suspiro – Después de Camila y Andrea eres lo mejor que me ha pasado, pero si el precio es la felicidad de mis hijas, no quiero pagarlo. Estos han sido los dos meses más maravillosos de toda mi vida, pero tengo responsabilidades que cumplir, entiéndelo por favor.

Esa despedida antes de irse al famoso retiro había sido muy difícil para ambas, pero ella estaba decidida a rescatar a su familia del naufragio y yo no estaba dispuesta a perderla, sin embargo no tuve más remedio que dejarla ir y tratar de vivir sin ella.


El sábado fue el primer día sin tenerla conmigo. Por supuesto que ya habían pasado algunos días en que no nos veíamos, pero era muy diferente pasarlos sabiendo que la encontraría al siguiente amanecer… o al otro, que tener que vivirlo consciente de que no volvería a verla, y además sabiendo que estaba con su marido, intentando volver a enamorarse, y que seguramente pasarían muchas cosas que no querían que pasaran.

Pero no quería pensar en eso.

No había dormido bien durante la noche y, en la mañana después de vestirme, me fui a caminar para despejarme.

Antes de volver a casa pasé por la de Emma.

-          Hola, Emma – saludé

-          ¿Cómo estás? – me hizo una seña para que pasara y lo siguiera a su habitación.

-          Bien – respondí con indiferencia.

-          Pues no se te ve muy bien. ¿En qué quedaste con Lara?

-          ¿A qué te refieres?

-          ¿Van a seguir viéndose después de que regrese del retiro?

Negué con la cabeza.

-          Es mejor – me dijo – Se estaban pasando. Las chicas están muy tristes con toda la situación.

Yo sabía bien que no era correcto lo que hacíamos y que nuestra relación iba destruyendo todo a su paso, pero también sabía que la necesitaba, que sus besos, su cuerpo, su risa y toda ella se habían convertido en una droga para mí. Mientras más la tenía, mas adicta me volvía.

-          ¿Por qué no te pones a trabajar o empiezas con un deporte?

-          ¿Tú crees?

-          Si, para que te distraigas.

Quizás Emma tenía razón, tal vez por eso Lara había invadido cada célula de mi ser, cada neurona de mi cerebro; porque no tenía otra cosa en que enfocarme. A lo mejor con un trabajo mi mente tendría algo más en que ocuparse.

-          Tienes razón – le dije – El lunes empezaré la búsqueda

Me fui a casa pensando en lo del trabajo, así comenzaría a independizarme; a Lara le hubiese dado gusto. Pero me di cuenta que no era posible poder contarle. Ella comenzaba una nueva vida y yo tenía que resignarme a no volver a verla.


El lunes, casi que desde amaneció, esperé que sonara el teléfono y escuchar la voz de Lara, pero nunca llamó. La noche anterior había regresado del retiro y debía haber tomado una decisión.

El martes por la mañana no tenía ninguna duda cual había sido su decisión.

A las 9 de la mañana salgo de mi habitación y tropiezo con alguien.

-          Disculpa, no te vi – respondió una voz femenina

-          No hay problema… dis- - levanté la vista y me quedé sorprendida al ver quien era.

¡Era una burla del destino!

-          ¿Qué haces aquí?

-          Lo mismo te podría preguntar yo – dijo Gabriela altaneramente

-          Esta es mi casa

-          Mi novio vive aquí

-          ¿Tu novio? – pregunté confundida – No puede ser...

¡Claro! Era ella… la misteriosa enamorada de mi hermano era Gabriela. El destino estaba jugando conmigo y sí que se estaba divirtiendo.

-          Resulta ser que tu “Novio” es mi hermano.

-          ¿Ignacio es tu hermano? – preguntó sorprendida

-          Martin Ignacio… es mi hermano.

-          Wao que casualidad, no crees.

-          Destino, ironías, casualidades… Ya no sé…

Gaby me caía bien, de hecho admiraba su carácter. Pero cuando nos conocimos, para mí, solo existía Lara.

-          Oye, ahora seremos cuñadas – agregó fresca como una lechuga

-          Sí, claro – respondí sin dejar de sorprenderme – Por supuesto.

-          Ok. Entonces nos estamos viendo… ¡Ah! No le digas a Ignacio que ya nos conocíamos porque según él nos quiere presentar cuando regrese tu hermana de viaje.

-          No te preocupes, soy una tumba – le dije esbozando una sonrisa.

-          Bueno, entonces luego hablamos…

Y se fue. En parte me sentía feliz por mi hermano, había encontrado a una gran chica; y el tiempo nos demostró que eran el uno para el otro. Pero sí que fue muy extraño en ese momento.


En la noche Emma pasó por mi casa a saludar y aproveché para preguntarle:

-          ¿La has visto?

-          Si – respondió acostándose en mi cama y comenzando a jugar con una pelota que tenía en la mesa de noche.

-          ¿Y? – le dije comenzando a desesperarme

-          ¿Y, qué? – respondió lanzando la pelota y golpeando una fotografía colgada en la pared.

-          ¡Fíjate! Vas a romper la foto – le advertí irritada.

-          Tranquila. Además esa foto es muy feíta para tenerle tanto cariño.

-          ¿Qué paso con Lara?

Ahora el que se estaba exasperando era Emma.

-          ¿Qué pasa de qué?

-          ¿La viste? ¿No te dijo nada?

-          Si la vi, y no me dijo nada.

Me quedé callada un momento, desilusionada.

-          Ya olvídate de ella. ¡Ya!

Quizás mi rostro demostraba el dolor que sentía porque de inmediato cambio su actitud.

-          Está bien con su esposo – Sentí como si mi amigo me hubiera clavado un puñal en el corazón – Bueno, no es que estén bien bien, pero ella lo está intentando; y el también. Tú no tienes nada que perder, pero ellos sí. Déjala ya, no la busques más.

“Está bien con su esposo”

Esas palabras me quemaban como si hubiera caído en una piscina con ácido. Me sentía cada vez más desesperada e imposibilitada para pensar con claridad.


Al siguiente día no soportaba más, eran ya cinco días sin verla y no podía resignarme. Era como un drogadicto que le habían quitado la droga de repente y esperaban que lo aceptara así como así.

No podía admitir que lo nuestro hubiese llegado al final. Tenía que hacer algo. Iría a buscarla y decirle que la quería… o cualquier cosa, pero ya. Entonces recordé algo que me había dicho: “Si algún día me regalas flores. La flor que más me gusta es el tulipán” . Me levanté y me fui rápidamente a la floristería. Cuando abrieron yo ya estaba afuera. Mandé un hermoso arreglo de tulipanes a su casa (por supuesto sin tarjeta) y esperé la respuesta, la cual llegó por la tarde, cuando recibí un llamado.

-          ¿Mariana? – escuché su seductora voz del otro lado de la línea telefónica – Muchas gracias por las flores. Me encantaron. Muchas gracias.

“¿Mariana? WTF” – Me di cuenta de que no podía hablar.

-          ¿No puedes hablar? – susurré

-          No, amiga. Ahora no puedo salir, estoy arreglando unas cosas con el contador y Santiago. ¿Pero qué te parece si nos vemos mañana?

-          ¿Quieres que nos veamos mañana?

-          Si, Mari ¿Te parece temprano?

-          ¿Nos vemos en la mañana? – comencé a emocionarme.

-          Me parece bien. Te llamo mañana temprano para ponernos de acuerdo con la hora y el lugar.

Colgó y me quedé con el teléfono en la mano, tratando de procesar lo que me había dicho.

¡Mañana la voy a ver!


Cuando al día siguiente en la mañana nos encontramos, me desconcertó por completo.

-          Hola Ren – me dijo sonriendo

La miré confundida, pero sin poder evitar el revoloteo de simple y pura emoción que sentía en el estómago.

-          Hola, ¿Cómo te fue?

-          Muy bien – agregó sin dejar de sonreír

“¿Muy bien?”

Todo me parecía muy extraño porque imaginé que ya no me llamaría, así que le pregunté cómo había estado todo, pero me dijo que esperáramos hasta que llegáramos a algún lugar a comer algo. Llegamos a nuestro café, ya se nos hacía habitual ir para allá.

-          Pues bien – comenzó diciendo una vez que pedimos unas bebidas y algo para comer – el retiro es para hacerles recordar a las parejas por qué se enamoraron, cómo eran sus vidas y sobre todo sus sentimientos cuando se conocieron y todo eso. Separan a los hombres de las mujeres y se hacen ejercicios para recordar – hizo un gesto con los dedos índice y medio de ambas manos como indicando unas comillas – volverse a enamorar.

Llegó el camarero con las bebidas. Después, continuó de una forma lenta y pausada:

-          Comprendí cosas que no entendía… sé que Santiago es muy buena persona, sé que… que sí lo he amado - ¿Cómo? – que en 19 años que llevo de conocerlo, hemos tenido momentos muy felices - ¿Es un chiste? – que…- hizo una pequeña pausa, como si dudara en decir lo siguiente - … le estoy eternamente agradecida por… - pude detectar un extraño brillo en su mirada - … por muchas… cosas.

“A ver… ¿Me estoy perdiendo de algo?”

-          Recordé buenos momentos… - continuó pero llegó el mesero con la comida y se detuvo.

“¿O sea que terminados y continua con su esposo? ¿Qué coño está pasando? ¡No entiendo nada!”

Tomo una papa frita, la sopló para enfriarla un poco y me la acerco a la boca para que mordiera.

-          A ver, Ren, come – me dijo riendo

Comí la papa, pero no sabía que decir ni qué pensar, todo me parecía muy confuso y contradictorio.

-          Entonces – continuó – en la noche nos dejaban ejercicios para meditar sobre todo eso: en lo que nos había enamorado de nuestra pareja y demás. Teníamos toda la noche para hacer los ejercicios, pensar y meditar… - Se detuvo, tomó mi mano y clavó su mirada llena de amor en mi – durante esos ejercicios y meditaciones, eras tú la que venía a mi mente. Y durante toda esta semana he pensado y pensado… y me di cuenta de que te amo y no quiero dejarte – Creo que no pude evitar una enorme sonrisa – Y tomé una decisión: no voy a separarme de Santiago… - “¡¿Cómo?! Bueno, esta mujer está loca o yo no entiendo lo que está pasando” - Ni voy a dejarte a ti – “Ah bueno… lo que tiene de hermosa, lo tiene de loca” – Me sentí mal al tomar esta decisión, porque siento que estoy perdiendo totalmente mi integridad, que voy a vivir una doble vida. Durante toda la semana no te llamé porque quería pensar y aclarar mis ideas. También quería poner todo lo que estuviera de mi parte para salvar mi matrimonio, pero ya no puedo estar con él.

Yo no era capaz de decir nada… más bien no sabía qué decir.

-          Te extrañé mucho estos días, pero no quise llamarte. Me dije: “Voy a esperar recibir una señal de que en verdad me quiere”. Pero cuando veníamos de regreso, pensé que si no recibía un mensaje, una prueba de amor… - Hizo una pausa ruborizándose - ¡Qué cursi! ¿verdad?

-          ¡No! – le dije de inmediato

-          Que si no recibía una demostración de que me querías, haría todo lo posible por olvidarte y no te buscaría más. Y ayer era el último día que ponía como límite. Estábamos en la sala sacando cuentas cuando sonó el timbre y fui a abrir… - Me di cuenta cómo se le iluminó la mirada – Entonces vi el arreglo de tulipanes y casi me da algo porque sabía que habías sido tú. En ese momento me di cuenta que te necesito como si fuera adicta a ti, y aunque estoy consciente de que no será para siempre, quiero disfrutarlo al máximo el tiempo que dure… - Me acarició el rostro y sentí el calor de su tacto como un detonador que encendía mi sangre – Te amo, Ren – me dijo al tiempo que comenzaba a llorar – Te amo.

Nos miramos fijamente, ardiendo de deseo. No dijimos nada, pero adivinamos lo que queríamos. Entonces ella se levantó sin quitarme esa mirada que encendía cada espacio de mi ser, y se dirigió a la salida. Yo fui a pagar la cuenta y tomé el mismo camino que había tomado ella.

Llegamos a mi casa, a mi cuarto seguidamente. Puse el seguro en la puerta y nos lanzamos una a los brazos de la otra en forma salvaje, obsesiva. Nos besamos e hicimos el amor.

Ambas lo sabíamos, era una ley de física: “Un objeto en movimiento continuará en movimiento hasta que una fuerza contraria lo detenga”… y todavía no existía esa fuerza capaz de detenernos.


Cada día yo amaba más a Lara. Aunque las cosas se habían complicado de nuevo, ya que su esposo la buscaba para tener vida marital y ella lo rechazaba, lo cual estaba creando una gran tensión otra vez en ellos. Él la acusaba de engañarlo y ella lo negaba.

Pasaban los días, las semanas y en realidad nada había cambiado. La bomba se había activado de nuevo… y estaba lista para estallar…


A mediados de noviembre, salía de la universidad como lo había estado haciendo desde finales de octubre y tomé un largo camino a casa. Di la vuelta en una esquina, faltaban dos cuadras para llegar a casa. Una camioneta enorme apareció justo frente a mí en sentido contrario. Abrí los ojos de par en par. Yo no iba rápido, pero el conductor de ella sí. Con la corneta de la moto busqué llamar su atención frenéticamente, al ver que nada pasaba frené con fuerza, no se detuvo. Viré el volante para hacerme a un lado, no fue suficiente, estábamos demasiado cerca. Lo único que atiné a hacer fue cruzar los brazos sobre mi rostro, tensar el cuerpo ante lo inevitable y cerrar fuertemente los ojos.

Latigueé fuertemente contra el piso. Quise controlar el movimiento agresivo del que fui presa, no pude. Mi cabeza pegó contra el pavimento, gracias a dios que tenía el casco. Todo se nubló en menos de un instante y un leve pitido se instaló en mis oídos. Cuando abrí los ojos, después del impacto, me sentí desorientada, asombrosamente asustada. Alcancé a ver a alguien bajándose de la camioneta.

-          ¡Te crees muy lista, ¿No?!

No podía distinguir quien era. No podía verlo, lo único que podía ver en la posición que me encontraba en el suelo.

-          ¡Te estoy hablando! – escuché que me gritaba, pero no estaba segura de haber oído su pregunta. Sentí un impacto, en el dorso de la mano. Solté un quejido de dolo y tenía ganas de llorar. Estaba realmente asustada.

No sé cuánto tiempo estuve tirada en el piso, pero se me hizo eterno. Entonces vi que su zapato negro se movía de forma rápida y sentí un tremendo golpe en la nariz. Todo se volvió oscuro, como si de repente se hubiera hecho de noche, como si el sol se hubiese ocultado… igual que en esos eclipses que vuelven el día de noche.

-          Esto es un aviso… - decía mientras seguía sintiendo golpes ya no solo en la cabeza, sino en todo el cuerpo… en el abdomen, en las piernas, los brazos las costillas…

Luego no oí nada, ni sentí nada… como si me hubiera quedado dormida. Por momentos escuchaba gente hablando y luego silencio otra vez. Me pareció escuchar una sirena y de nuevo silencio… después solo hubo silencio y nada más.


Desperté, me di cuenta de que estaba en un hospital. Me dolía todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies.

Estaba acostada sobre una cama de sábanas blancas, de mi lado izquierdo tenía una pared también blanca y del lado derecho una cortina de color azul a medio correr que me separaba de otra cama que estaba vacía, al otro lado de esa había otra que estaba ocupada, pero no podía ver por quien, pues otra cortina se interponía entre nosotras; junto a esa última cama había una pared con grandes ventanas por donde entraba la luz del atardecer. De un porta-sueros colgaba una bolsa cuya delgada manguera de plástico terminaba con una aguja en mi brazo.

Podía escuchar voces y gente pasando por el pasillo, así como algunos quejidos de dolor. Hice una remembranza de lo que había sucedido: Estaba de regreso a casa, estábamos en noviembre y regresaba de clases.

Recordé la pick up, el accidente y los golpes…

De nuevo observé todo lo que alcanzaba a percibir mientras estaba acostada en esa cama de hospital: el techo, las lámparas de luz incandescente, la bolsa de suero. Quería estar segura de que no era un sueño.

No sabía cuánto tiempo llevaba ahí ni si mi hermano estaba enterado. Tal vez nadie sabía que yo estaba en el hospital.

- “¡Te crees muy lista, ¿No?!” -  me había dicho el agresor. ¿A qué se refería?

Tenía sueño, pero no quería dormirme, quería saber cómo había llegado ahí, cuanto tiempo llevaba. Traté de levantarme, pero un fuerte dolor en el costado izquierdo me indicó que lo mejor sería quedarme quieta. Comencé a hacer un escaneo mental de mi cuerpo desde la cabeza a los pies: sentí algo en la frente, levanté despacio la mano derecha y toqué la venda que me rodeaba toda la cabeza. Después moví el cuello y se me ocurrió que podía estar paralítica, así que comencé a mover cada parte de mí, para cerciorarme de que no había perdido la movilidad. Todo me dolía pero por fortuna, todo lo podía mover. Mi brazo izquierdo tenía una venda, incluso mi tórax estaba envuelto en vendas. Sentía la cara hinchada, de hecho podía ver la inflamación de mi boca si bajaba la vista al lado izquierdo. Y también podía ver mi nariz morada.

Volví a pensar en mi familia: mamá, papá, mis hermanos y hasta mi perro, pero la imagen que con más ímpetu llegó a mi pensamiento fue la de Lara.


En realidad sólo había estado un par de horas inconsciente en el hospital, pero ya era casi de noche cuando llegaron Nacho y Gabriela.

-          ¡Mira nada mas como estas! – me dijo Gaby sin poder contener las lágrimas - ¿Pero qué te paso?

-          Accidente

-          Si me entero que fue el esposo de esa mujer, se va a arrepentir – agregó Nacho visiblemente conmocionado por mi estado e inclinándose para besarme despacio en la frente, sobre el vendaje.

Gaby no dejaba de llorar mientras buscaba un área de mi cuerpo que pudiera acariciar sin lastimarme.

-          Nos llamaron para decirnos que estabas en el hospital y vinimos de inmediato – dijo mi hermano.

Entró el doctor y saludó con amabilidad, para después del monólogo de rutina pasara a explicarles mi destartalada condición física.

-          Además de múltiples contusiones en todo el cuerpo, tiene fracturada la nariz y dos costillas del lado izquierdo; no hay fracturas en la cabeza, pero si algunos impactos severos.

Gaby sollozaba cada vez que el doctor indicaba algunos de los golpes o huesos rotos que tenía, como si le dolieran a ella con el simple hecho de mencionarlos.

-          Yo espero – continuó el doctor – que le daremos el alta mañana… o pasado, pero lo más seguro que mañana. Es una chica muy fuerte y se está recuperando rápido – me sonrió con amabilidad – pero de todos modos hoy la dejaremos en observación para ver su mejora.

No permitían que nadie se quedara conmigo, pero como Gaby tenia algunas amigas en el hospital consiguió que Nacho pasará la noche conmigo, pero logré convencerlo de que no era necesario. De hecho ya quería irme a casa, pero el doctor insistió en que debería quedarme al menos hasta la mañana siguiente. Estaba preocupada por Lara. Estaba segura que no sabía nada, y no tenía manera de comunicarme con ella. Emma podría ser mi única solución.

-          ¿Emma sabe que estoy aquí?

Nacho hizo una mueca, como sabiendo que quien realmente me interesaba que lo supiera era Lara, pero inmediatamente cambió su actitud.

-          No, Ren. No nos dio tiempo de avisarle a nadie. Pero si quieres lo llamo y le aviso – dijo mi hermano obsequiándome una sonrisa.

-          Gracias.

Más tarde entraron tres doctoras que saludaron muy efusivamente a Gaby, me preguntaron cómo me sentía y antes de retirarse, una de ellas le dijo a Nacho que si necesitaba algo lo hiciera saber.

-          Ya sabes que las reglas en el hospital son muy estrictas, pero para ti no hay reglas, ¿ok? Lo que necesites no dudes en llamarnos.

Nacho les dio las gracias, se despidieron y se quedaron todavía un rato más acompañándome. Ya casi a las 10 de la noche se marcharon.

-          Mañana venimos temprano – dijo Gaby cuando se inclinó para besarme

-          Cuando lleguemos a casa le aviso a Emmanuel, no te preocupes – también me besó en la frente y luego se marcharon.

Pasé una noche horrible: durante la madrugada me despertaron como 3 veces para tomarme los signos vitales, y en dos de esas ocasiones me dieron unas pastillas, luego me despertó el dolor y me pusieron una inyección. A la mañana siguiente estaba más desvelada que si me hubiese ido de fiesta. Gaby y Nacho llegaron temprano, y después de la gelatina que me dieron para desayunar, Gaby se fue y me quedé con mi hermano.

-          Como al medio día te van a dar el alta – me estaba diciendo Nacho cuando una voz conocida hizo que se me acelerara el pulso.

-          Buenos días – dijo Lara desde la puerta.

Nacho volteó la cabeza, y por un momento se quedó helado. Creo que quiso decir tantas cosas al mismo tiempo que no dijo ninguna. Se quedó callado viendo a la hermosa mujer parada en la entrada.

-          Ella es la paciente, ¿verdad? – dijo el doctor que venía acompañándola, derrochando amabilidad hacia la nueva e inesperada visita – No se permite muchas visitas, pero estoy haciendo una excepción con ustedes.

El doctor se retiró dejándonos solos en la habitación. Mi hermano lanzó un largo suspiro, me acarició el rostro y me dio un beso en la frente.

-          Voy afuera a desayunar algo. Ahora regreso.

Se dirigió a la salida y cuando paso junto a Lara se detuvo un instante y la miró a los ojos. Ella sostuvo la mirada y le dijo:

-          Sé que no debería estar aquí, pero necesitaba saber que está bien.

Nacho no dijo nada, pero en sus ojos había algo de comprensión y agradecimiento. Salió del cuarto, dándonos privacidad. Lara caminó hacia mí y las lágrimas mojaban su rostro a cada paso que la acercaba a mi lado. Tomó mi mano y me sonrió.

-          ¿Cómo te sientes?

-          Mejor, ahora que estas aquí – le dije con lo que intentaba ser una sonrisa pícara, pero de inmediato sentí el dolor punzante en el labio y la sonrisa se transformó en una mueca de dolor.

Ella sonrió subiendo mi mano hasta sus labios, y después de un delicado beso, recargó su mejilla sobre el dorso de la misma, lo que hizo que sintiera la humedad de sus lágrimas.

-          ¿Qué paso?

-          Tuve un accidente… y me atacaron.

-          ¿Crees…? – se quedó pensativa un momento y se mordió el labio inferior antes de continuar - ¿Crees que… haya sido Santiago?

-          No lo sé… pero hubo algo que me dijo que me tiene confundida.

-          ¿Qué?

-          ¡Te crees muy lista, ¿No?!

Se quedó pensando unos segundos

-          La verdad no creo que haya sido él. Nunca ha apelado a la violencia, lo conozco. – hizo una pequeña pausa, como pensando algo – De todos modos no puedo estar segura; todo ha sido muy raro y lo mejor es que ya no nos veamos. Por tu bien

-          Eso no tiene nada que ver – le dije, aunque no estaba muy convencida

-          Bueno, luego habanos de eso. ¿Cómo te sientes?

Estuvimos hablando hasta que mi hermano regresó unos minutos después. Lara se despidió y mi hermano la detuvo.

-          Necesito hablar con usted.

-          Claro – respondió ella

-          Allá afuera – respondió Nacho y salieron, dejándome a mí con el corazón a reventar.