No te Enamores de Mi 10
Capítulo 10 Destiempo Parte 1
Actualidad
Me tomo de un trago el vodka con naranja que aún me quedaba en el vaso. Esta caliente, los cobitos de hielo hacía rato que se habían derretido. Observo con desinterés el vaso y lo giro un par de veces entre los dedos para después colocarlo boca abajo en la barra. Mi mirada se concentra en las escasas gotas que se esparcen caóticas sobre la oscura superficie, reclamando quizá un significado en ellas, como quien busca su futuro en las tazas de té. Un inesperado empujón en la espalda me obliga a abandonar el trance hipnótico en el cual me había sumergido. Giro perezosa y observo al borracho que se había caído sobre mi tras dar un traspié. El hombre levanta la mano a modo de disculpa. Asiento con la cabeza y vuelvo a mirar a la barra, pero las gotas que antes me resultaban tan seductoras se habían convertido en diminutas y aburridas huellas carentes de interés. Busco al barman, decidida a pedir otra copa para vaciarla sobre la barra y así poder ver de nuevo esas preciosas gotas que tanto me habían fascinado, pedo desisto al comprobar que este me mira con un gesto malhumorado que tendría un gorila molesto. Hasta los borrachos saben cuándo se están pasando de la raya.
Me levanto con cautela y camino inestable hacia la pista de baile. Al fin y al cabo, si había acudido allí, sola, sin amigos, era por un buen motivo: olvidar. Y eso no lo iba a conseguir quedándome en la barra, asediada por un montón de borrachos. Me sostengo tambaleante sobre mis pies, en un baile que es en realidad una parodia etílica y miro alrededor buscando la presa perfecta para la cacería. Aunque aun estando rodeada de gente, me resulta mucho más difícil de lo que había pensado al principio. La música me resulta extraña, no me gusta, no era lo que solía escuchar con Lara. Cabeceo, enfadándome conmigo misma por recordar lo que estoy empeñada en tratar de olvidar.
Deambulo, tropezando con los pies de personas que, aún más tomados que yo, dormían en los extremos de la pista. Me abro camino a codazos hasta la zona central, una vez allí, dejo que mi cuerpo se mueva al monótono y estridente ritmo de la música. Fijo la mirada en un grupo de mujeres que bailaban cerca de mí. Una de ellas, castaña, con el pelo largo hasta mitad de la espalda, buena figura, me llama la atención. Me aproximo con una lánguida sonrisa dibujada en el rostro y comienzo a bailar cerca de ella. Ella, percibiendo la cercanía, gira la cabeza, observa con detenimiento y asintiendo satisfecha, se mueve hasta pegar su cuerpo al mío. Nos contorneamos en una danza hasta quedar frente a frente. Tomo la cintura de la chica, pegándola más, y hundo la cara en la sedosa melena oscura, a la vez que cerraba los ojos. Inhalo profundamente el ambiente saturado de perfume, una mezcla de sudor y humo artificial se introduce en mis fosas nasales. Me froto con anhelo animal mis caderas contra el vértice oculto entre las piernas de mi acompañante, y deslizo una mano hasta alojarla en su trasero, el cual era más respingón de lo que esperaba.
Abro los ojos lentamente, mi compañera continuaba bailando excitada, con la cabeza colgando hacia atrás, mostrándome una cara que no era la de Lara. El embrujo desaparece dando paso a la dolorosa realidad. Me aparto bruscamente de cuerpo voluptuoso que continuaba bailando. Doy un paso atrás, e incapaz de decir nada, me doy la vuelta y abandono la pista para regresar rápidamente a la barra. Alzo la mano solicitando la atención del camarero. Necesitaba refuerzos si quería olvidar.
- Me invitas una copa
Levanto la cabeza e intento centrar la mirada en la mujer que estaba al frente. Una preciosa rubia. La recorro con la mirada. Baja, ojos azules, pechos enormes y culo prominente. Justo lo que necesitaba. En ella no hay nada que me pueda hacer recordar a Lara. Asiento con la cabeza, mientras me dedica una sonrisa tan ebria como la mía. La chica me dice su nombre y lo que quiere tomar. Me esfuerzo por recordar el nombre de la bebida para poder pedírsela al barman, el de ella ni siquiera me moleste en escucharlo.
- Una noche estupenda ¿verdad? – comenta ella tras dar un trago.
Miro alrededor y asiento sin ganas. Ya debe ser bastante tarde, pero la discoteca continuaba abarrotada de cuerpos sudorosos que bailaban. Absorta en las luces de la pista, siento el contacto de la mano de la muchacha posarse sobre mi muslo, percibo sus labios manchados de carmín moviéndose, su boca abrirse en una risa que el desinterés, unido a la música a todo volumen, me impiden escuchar. Asiento con la cabeza, hastiada. No pe apetece hablar. Tampoco escuchar. Solo estaba allí en busca de olvidar, no hacer vida social. Espero hasta que ella se termine la copa, indiferente a la conversación que la chica intentaba mantener. La tomo de la mano y, tirando de ella, la arrastro hasta la pista de baile. La multitud nos envuelve, cerrándose a nuestro alrededor, aislándonos en una burbuja de cuerpos, sudor y vibraciones.
Bailar, eso es lo que tengo que hacer. Insto a mi cuerpo a que se adapte al ritmo de la estridente canción. Obligo a mis caderas a que se mezan. Exijo a mis manos recorrer el cuerpo frente al mío y ordeno a mis dedos que acaricien. Ella reacciona metiéndome la lengua en la boca. Me aparto. La chica arquea las cejas y ríe.
- ¿No me dejas besarte? ¿Eres igual que Julia Roberts en Mujer Bonita? – bromea
Asiento inexpresiva. Me da lo mismo lo que ella piense, siempre y cuando no me bese. Aun no estaba preparada para eso. La joven se muerde los labios, divertida, y posa una mano en mi entrepierna. Desliza una mano bajo el pantalón. Devolviéndole el favor, dispuesta a compensarla por el trabajo que se estaba tomando. Introduzco una mano bajo su falda y acaricio su sexo. Ella estaba húmeda, mucho. No sería muy difícil hacerla arder de deseo.
- ¿Porque no nos vamos? – sugiere ella
Abandonamos la discoteca y caminamos dando tumbos hasta un hotel cercano. Al entrar a la habitación, me dejo caer sobre la cama y la muchacha, la cual no me había molestado en recordar su nombre, se abalanza sobre mí. Dirijo la mirada al techo, en una esquina hay una telaraña. Siento como la chica trata de quitarme los pantalones. No me molesto en siquiera levantar el cuerpo para hacer más fácil la tarea. La telaraña parecía hecha con algodón deshilachado. Gris, debido al polvo acumulado en las hebras que había tejido el insecto, era perfecta en su forma, en sus radios, marcos y vientos. Un insecto sobrevoló la telaraña antes de dejarse caer en ella. Entorno los ojos, toda mi atención estaba centrada en los movimientos del pequeño prisionero, que, cuanto intentaba escapar, mas atrapado estaba. Cuanto más movía sus alas, más se enredaba en la trampa. Jamás iba a escapar. Era imposible evadirse de una telaraña cuando esta te envolvía, te ceñía, te tragaba. Yo lo sabía. Lo sentía en mi piel, en mi mente. Por mucho que me revolviera, por muy rápido que corriera, por mucho que intentara romper los hilos que lo rodeaban, las intangibles hebras de la memoria me envolverían una y otra vez, mostrándome lo que había sido y ya no podría ser. Nunca más. Encerrándome en una telaraña de recuerdos que necesitaba olvidar con desesperación.
Me incorporo de golpe al sentir una caricia húmeda e indeseada. Bajo la mirada hasta mi sexo y veo la lengua de la muchacha recorrer mis pliegues. Me giro, apartándome de ella y vomito. Abandono el hotel entre los gritos de mi enfadada acompañante. No me moleste siquiera en disculparme. Camino sin rumbo fijo hasta que decido que solo una persona puede ayudarme. Alguien que siempre ha resuelto mis problemas. El único capaz de luchar contra la desesperación que me atormentaba. Me paro junto a la avenida y espero hasta que veo pasar un taxi.
Me detengo ante la puerta, paso los dedos por el pelo e intento recolocar la arrugada ropa. Inspiro profundamente y empeño las llaves en mis temblorosas manos. Me costó acertar en la cerradura. Esta no dejaba de moverse. Pienso, algo avergonzada, que cuando me había detenido en el bar de la esquina tras bajarme del taxi, debí haberme tomado un par de cafés en vez de seguir bebiendo algo que no debía, pero me sentía incapaz de afrontar la felicidad que reinaba tras la puerta que estaba en frente. No sin esas copas de más. Abro con cuidado e intento entrar silenciosamente en la casa. Lo mejor sería ir directo a mi habitación a dormir. El estado en el cual me encuentro no es el adecuado para contarle mis penas a nadie. Si, lo mejor es actuar con sigilo y no mostrar mi presencia todavía. No será posible.
Atisbo a mí cuñada, Gabriela, saliendo de una habitación, yo por mi parte intentando llevar el dedo índice a los labios para pedirle que guardara el secreto… pero el índice acabo chocando contra mi ojo, y Gaby, por supuesto, aviso a su novio. Nacho aparece ante mí con cara de pocos amigos. Bajo la mirada, mostrándome apenada. Hacía tiempo que no llegaba a casa tan ebria y mi hermano mayor nunca había sido tolerante con estas.
- ¡Renata! – grita, sujetándome cuando comienzo a caer - ¿Qué te pasa?
- ¿Nacho? Creo que he tomado un poco de más.
- ¿Un poco?
- Voy a vomitar – le advierto dejando caer la cabeza sobre su hombro.
- Ah, no. Ni se te ocurra. No pienso limpiar tu vomito. Espera hasta llegar al baño.
Paso sus brazos por debajo de mis axilas, me levanto y me llevó hasta al baño. Durante el trayecto no pare de quejarme.
- Sabes, no tenía que haberme ido con la rubia, pero es que la morena me recordaba a Lara… así que intente con la rubia, y mira lo que ha pasado – balbuceo entre arcadas, deseando que me ayudara a encontrar una solución a sus problemas. Él siempre me ayudaba, siempre estaba allí para escucharme – No me aprietes, que voy a vomitar – le suplico al notar que mi estómago se revolvía cada vez más.
- Aguanta, ya casi estamos.
Pero no aguante. Expulse todos y cada uno de los tragos que había tomado en la noche, sobre la alfombra del baño.
- ¡Mierda! – gruñe Nacho - ¿No podías esperar un segundo?
- Igna, no la regañes – intervino Gaby - ¿No ves como esta?
- Claro que lo veo, por eso es que la estoy regañando.
- Hola Gaby – digo al ver que mi cuñada intenta defenderme – Que linda estas… yo tenía un ángel que era hermosa. Por eso me he buscado otra, pero me equivoque.
- Estas borracha.
- No. Estoy bien. Si estuviese ebria, me hubiese acostado con la rubia, pero no estoy lo suficientemente borracha y no la he podido arrancar el dolor – afirmo, recuperando un poco de mi carácter risueño antes de cerrar los ojos.
- ¡Ni se te ocurra dormirte! No te voy a cargar hasta la cama.
- No lo hagas, aquí estoy bien – contesto acurrucándome entre el lavabo y el inodoro, a punto de posar la cabeza en el vómito.
- ¡Renata, levántate! – grita tomándome las manos y tirando de mi – vamos, hermana, no te voy a dejar aquí tirada, aunque te lo merezcas.
- Me da igual. Todos me dejan.
- No digas eso, nadie te va a dejar – dice Gaby con dulzura.
- Mi ángel, se fue. Hace tiempo, mucho. Trato de olvidar. Pero cada vez que me acerco a una chica, pienso en ella, y no puedo hacer nada. Hoy me he emborrachado, decidida a darme una segunda oportunidad, y mira como he acabado. Sabes, Nacho, estar enamorado es un asco.
- Hora de despertarse, bella durmiente.
Me llevo una mano a la cara, abro lentamente los ojos y jadeo cuando la resplandeciente luz del sol me provoca un dolor en las retinas, obligándome a bajar los parpados con rapidez.
- Baja la persiana, Nacho – gimo con voz ronca
- ¿Porque? Hace un día precioso. Levántate de la cama y disfrútalo – dice mi hermano alzando su tono de voz.
Me coloco bajo el colchón y tapo mi cabeza con la almohada, insultando en voz baja contra los grandulones insensibles que gritaban y subían persianas, y fastidiaban a las pobres hermanas pequeñas.
- Dale Ren, no te hagas la dormida.
- Estoy agonizando. Déjame morir en paz – susurro apretando los parpados. La luz parece encontrar hasta las más mínimas rendijas para colarse entre ellas y hundirse, con crueldad, en mis sensibles ojos.
- Gabriela está preocupada por la escenita que montaste anoche – comenta Nacho - lleva desde el desayuno deseando interrogarte.
- Oh dios – gimoteo al pensar en mi cuñada y lo peligrosa que es cuando está nerviosa – dile que el taxista conducía fatal y me mareé – digo inventando una excusa.
- No es tonta – dice cogiendo la almohada que utilizaba como barrera contra el sol y la lanzo al piso.
- Pues dile que… que fue una borrachera tonta, que no tengo nada grave - sugiero sujetando mi cabeza entre las manos. Estoy segura que si la suelto se separaría de mis hombros y caería al suelo – me duele mucho la cabeza.
- Por supuesto, si ayer como que te tomaste hasta el agua de los floreros.
- No te mestas conmigo.
- Si puedo.
- Te odio, Nacho.
- Yo también te quiero, hermanita.
- ¡Renata! – grita mi hermana Emilia en el momento en que piso la sala.
Parpadeo un par de veces, retiro el pelo húmedo de mis ojos por la reciente ducha que había tomado. Doy un paso hacia atrás. Todavía no estoy preparada para ser interrogada.
- Ni se te ocurra marcharte – advierte Gaby pidiéndose de pie – siéntate y comienza a hablar.
- No puedo.
- Tranquila Ren. Aquí estamos para apoyarte – asevera Nacho abrazándome. Sonrío sin poder evitarlo. Él tenía la fuerza que a mí me faltaba.
- Renata – Emilia se acerca, se arrodilla para que nuestros ojos queden a la misma altura y acaricia el rostro - ¿Qué te pasa?
- Nada – contesto eludiendo la mirada. No tengo fuerzas de enfrentar a mi hermana.
- No me mientas. Ya no eres la misma de siempre.
- Quizás ya nunca lo sea… Ahora no puedo Emi, dame tiempo – me excuso
Emilia inspira con fuerza. La paciencia y el tiempo, se le había agotado.
- Deja de ignorarnos y dinos que te pasa – exige con voz de hermana mayor.
- Es- es que estoy destrozada – suspiro – es un tema, el cual me es muy difícil de hablar. Hace aproximadamente dos años conocí a una mujer, me enamore en el instante en que la vi. Hace un año pasaron cosas horribles y se fue. Lo único que tengo de ella es una carta. Y no hay día, que no piense en ella, que no la siga queriendo con locura y que el dolor de su partida me aniquile.
- Anímate, Renata, eres una chica maravillosa con un corazón enorme, seguro que lo superaras – dice Gaby. Niego con la cabeza – no seas terca, ya verás que si – me recrimina con cariño acercándose para abrazarme.
- ¿Por qué no nos has dicho nada hasta ahora? – susurro Emilia acariciándome el pelo – llevas meses sufriendo y haciéndonos sufrir a nosotros. Somos tu familia, Renata. Te queremos y nos preocupamos.
- No podía decírselo. Es muy doloroso. Ella era mayor que yo y pensé que no se lo iban a tomar bien.
- No pasa nada, cariño - responde Emi frotando su nariz contra la mía, en un beso de esquimal – unos meses más o unos meses menos.
- Tenía 19 años más que yo – revelo alejándome un poco de mi hermana para poder observar su reacción
- ¿Cómo? – Emilia y Gabriela abrieron los ojos como platos.
- Lo que han oído.
- Estas loca, Renata – susurra Emilia por lo que acababa de escuchar – eres una niña, no puedes salir con alguien que te dobla la edad.
- No sigas – le advierto
- ¿No? Pero… - se detiene antes de seguir hablando - ¿Te has parado a pensarlo detenidamente por un momento? – murmura - ¿Qué futuro te iba a esperar con una mujer tan mayor?
- ¿Por qué no puedes aceptar que la quiero y me da lo mismo su edad?
- ¡Por qué es un despropósito! – dice perdiendo la paciencia – No seas niña, Renata, reflexiona.
- ¡No soy una niña!
- Desde luego que eres una niña. Una mimada y egocéntrica que nos ha tenido en un sin vivir durante un año, que se ha olvidado de su familia por una…
- ¡Ella no es nada de lo que estás pensando! ¡Ni se te ocurra decir nada! Retira todo lo que has dicho.
- No. No lo retiro. Es la verdad. Eres una muchacha consentida que cree que está enamorada, cuando lo que esta es encaprichada.
- ¡No estoy encaprichada! ¡La quiero! – grito enfurecida
- No me grites – sisea enfadada – y por supuesto que es un capricho, es un antojo, y ella lo sabe, por eso se fue. Menos mal que ella tiene más cabeza que tú.
- ¡No es así, Emi! – exclamo llevando mis manos a la cabeza. Lo que tanto había temido estaba sucediendo. No lo entenderían.
- Deja esa estupidez – me reprende, tomándome de las muñecas y obligándome a mirarla – La olvidaras, conocerás a una chica de tu edad, seguirás adelante y te alegraras de no haber tirado tu vida por una mujer tan mayor – asevera con rudo cariño.
- ¡Tú no estuviste aquí! ¡No la conociste! No sabes nada… No tienes el derecho de expresarte así de ella.
Emilia me abofetea
- No te permito que me hables así – la miro atónita
- Emilia, escúchame – la detuvo Nacho cuando estaba a punto de devolverle el gesto.
- No, Martin Ignacio. Esto se acaba aquí.
- Ahora, Emilia – se enfrenta a ella – siéntate y déjame que te cuente que pasa aquí, antes de que digas algo de lo cual puedes arrepentirte. Yo también me moleste cuando me conto todo, pero ya no. Ha sufrido mucho, ha vivido cosas espantosas. No la juzgues, Emi.
Mucho tiempo después Emilia miraba a Nacho sin saber que decir. Había escuchado cada una de sus palabras, pero no podía asimilarlas. Gabriela, abrazaba a Emilia en silencio, asombrada también por la historia que su novio había terminado de escuchar.
- Ahora comprendes lo mucho que está sufriendo…
- Oh dios… - dice intentando aguantando las ganas de llorar, se levanta del mueble para situarse junto a mí.
- Perdóname por todas las estupideces que he dicho antes. Soy una imbécil.
- No sabias nada.
- Lamento mucho todo… el no estar contigo cuando más me necesitabas – afirma rompiendo en llanto.
- Basta, sabes que no me gusta verte llorar – digo limpiando sus lágrimas – Quizás me merecía algunas de esas palabras, si no me hubiese comportado como una niña caprichosa, no estaría sufriendo como lo estoy.
- Ren, nadie sabía que iba a terminar de esa manera. No te culpes.
- Me siento tan perdida a veces que quisiera encerrarme en un lugar silencioso y dejar que el tiempo pase para que se extinga la agonía. La hecho tanto de menos que me está destrozando el corazón. Trato de seguir adelante, lo intento, Emi, pero a veces no puedo – murmuro abrazando a mi hermana.
Emilia rodea con sus delgados y temblorosos brazos y me acaricia la espalda mientras lloro desconsolada, tal y como cuando lo hacía cuando era pequeña y llegaba sollozando tras pelear con Nacho o con mis amigos. Tan pequeña, consentida y traviesa. Le niña mimada de la casa, la que conseguía cualquier cosa de sus hermanos, sus amigos, y hasta de mi papa sin hacer ningún esfuerzo, solo usando mi encanto y picaras travesuras. Pero hacía rato que luchaba para salir de la oscuridad donde me estaba sumergiendo.
Ahora, cuando han transcurrido apenas unas horas, me encuentro más tranquila. Gracias a dios, Nacho le conto todo a Emi y Gaby, para mi hubiese sido imposible poder contarles todo lo sucedido en el último tiempo. Se ha desvelado el secreto. Mi hermano dice que la felicidad consiste en tener culpas para superarlas y en estar dispuesto al sufrimiento máximo: el de haberla conocido, no tenerla más y tener todas nuestras esperanzas en poder superar el dolor.
Siento que vibra mi teléfono, sacándome del letargo; lo saco del bolsillo del pantalón para contestar la llamada. Alejo el aparato de mis ojos para poder ver quien llama, aunque intuyo saber de quién se trata. Esbozo una sonrisa al confirmar mis sospechas.
- Hola – contesto
- Hola, ¿Ya vienes?
- Ya casi, estoy en casa de Nacho y voy para allá.
- Cuando vengas me llamas porque quiero unas cosas.
- Ok, te llamo cuando salga.
- Te quiero
- Yo también, te quiero.
Corto la llamada y me dirijo donde están mis hermanos.
- ¿Cómo es que siempre quiere algo nuevo? Dios, siempre se le ocurre algo…
- Espero que tu no seas tan mandona – le dice Nacho a Gaby soltando una risa
Todos nos reímos
- Bobo – dice Gaby sacándole la lengua
- Muy bien, ya me voy. Tengo obligaciones con las cuales debo cumplir ¿Me van a acompañar mañana?
- Si – responden todos al unísono.
Vuelve a vibrar el teléfono.
- Ok, adiós. Nos vemos mañana.
Saco el teléfono y veo que es un mensaje de texto.
“!Hola amorcito! Mañana nos encontramos para ir a ver a mi mama…”
- ¿Estás bien? – pregunta Emi con preocupación
- Si… si – respondí y seguí caminando a la salida
Trato de asimilar el mensaje… Otra vez me tengo que encontrar con ella, después de tanto tiempo. Vuelvo a leer el mensaje:
“…ver a mi mama…”
Las palabras resuenan en mi cabeza y los recuerdan vuelven a mí, tan intenso como las pasión que nos envolvió hace dos años. Como ráfagas empiezan a llegar a mi mente todos los momentos vividos con Lara.
NOTA: A partir de este momento, los hechos serán narrados en primera persona en tiempo pasado.
Después de que se fuera de mi casa ese domingo, pensé que al día siguiente me llamaría, pero no fue así. Al tercer día ya estaba desesperada, entonces junto con Emma fuimos a ver a Camila con el pretexto que necesitaba un libro.
- ¿Para qué lo quieres, si ese libro no lo vamos a utilizar?
- Solo quiero salir de una duda que tengo.
- Si quieres yo te traigo el libro – insistió Emma
- No, también quiero saludar a Cami.
- No te hagas – me dijo – tú lo que quieres es ver a Lara
Cuando llegamos, Andrea y Camila nos saludaron con un efusivo abrazo. No vi a Lara por ningún lado, entonces pregunte:
- ¿Y tú mama?
- Salió con mi papa – respondió Andrea y sentí que la sangre se me iba a la cabeza. Traté de disimular mi rabia lo más que pude.
- ¿Este es el libro que querías? – me dijo Camila
- Si, gracias.
- ¿Qué es lo que quieres ver?
- Eh…- ni siquiera había pensado en eso y tan molesta como estaba, no se me ocurría que decir – eh…, unas cosas – dije como pude.
Camila me entrego el libro. Abrí el libro y me hice la tonta unos cuantos segundos, se lo regrese a Cami y me despedí.
- ¿Te vas tan pronto? – me dijo
- Si… tengo unas cosas que hacer – mentí
Entonces escuchamos que abrían la puerta de la entrada.
- Ya llegaron – dijo Andrea
Se me heló la sangre y me quedé inmóvil. Se abrió la puerta de la casa y entró Lara seguida por su marido. Pude ver un gesto de sorpresa que duro tan solo un segundo, porque de inmediato recuperó la compostura y me sonrió.
- ¡Hola…! ¡Que milagro! – me dijo saludándome con un beso en la mejilla
¡Judas!
- Hola, ¿Cómo estás? – me dijo su esposo Santiago dándome un beso
- Muy bien, gracias – dije con dificultad - ¿Y ustedes?
- Bien – respondió el – Fuimos a comer – agrego mientras saludaba a Emma – con permiso jóvenes, me retiro – subió por las escaleras y desapareció.
¡Fueron a comer!
- ¿Cómo has estado? – me pregunto Lara después de saludar a Emma con su respectivo beso en la mejilla. Me percaté de que no se atrevía a mirarme y de que su rostro se ruborizaba.
- Muy bien – respondí lo más convincente que pude y agregue lo más estúpido que pude - Con nueva novia.
Entonces volteó a verme completamente sorprendida y con los ojos muy abiertos, lo mismo hizo Camila; excepto Emma que me vio con cara de “¿Qué coño estas diciendo?”. Pero ya no había tiempo de arreglar las cosas y retractarme.
- De verdad – preguntó Camila entusiasmada - ¿Quién es?
- No la conocen – dije restándole importancia – es de San Fernando. Es mayor que yo… bastante – advertí que el rubor del rostro de Lara se transformaba en un blanco casi transparente, apenas en un par de segundos, y que mi estupidez aumentaba un 1000 por ciento en la misma cantidad de tiempo.
“¿Qué estás diciendo?” – me dije a mi misma, pero esta vez mi misma no tenía ninguna respuesta. Lara se despidió y desapareció por las escaleras sin siquiera voltear a verme.
- ¿Qué tantos mayor? – pregunto Camila muy interesada
- Bueno, no muchos en realidad. Pero ya me tengo que ir. Luego te cuento – le dijo besándola en la mejilla y despidiéndome de los demás con un leve movimiento de la mano mientras me dirigía a la puerta, como si de repente tuviera mucha prisa.
Estaba sentada en mi cama pensando en la tontería que había cometido cuando sonó el teléfono. No quería contestar porque sabía quién era. Al tercer llamado tome el celular…
- Bueno
- Solo quería darte las gracias – me dijo la voz que ya me era tan familiar
- ¿Las gracias? – pregunte sin comprender
- Si, por haberme abierto los ojos. Nada más quiero que sepas que fuimos a comer porque íbamos a ponernos de acuerdo como les explicaríamos a las niñas que él se iba a ir de la casa, pero no queríamos que estuvieran presentes todavía, por eso salimos a comer. Yo iba muy tranquila y lo primero que quería llegar a hacer era hablarte por teléfono para decirte que no me importaba lo que dijeran, que ni siquiera me había dolido y que quería verte, pero me hiciste ver que iba a cometer un error al estar con alguien tan… - hizo una pausa y continuó con un tono algo sarcástico – tan joven como tú – hubo un pequeño silencio que no supe aprovechar porque no sabía que decir – gracias por todo – agrego y logré percibir cierta tristeza en su voz, pero no puedo comprobarlo, porque de inmediato colgó.
“! Qué estúpida soy! ¡Se acabó… se acabó!”
Al otro día no me llamo, ni tampoco contestaba mis llamadas, ni los días siguientes a ese… y yo me la pasaba dando vueltas como fiera enjaulada, sin poder dormir, ni comer ni nada. El lunes por la mañana, antes de irme a la universidad, mi hermano entro en mi habitación.
- Ren
- Pasa – entró al cuarto
- ¿Me puedes prestar dinero…?
- En serio, Nacho. Nunca me pagas…
- ¡Dale! Quiero comprar un regalo.
- ¡No!
- ¡Pues gracias… sé que no puedo contar contigo! ¡Y bájale dos a tu humor de mierda, no hay quien te aguante!
Salió y se fue enfadado del cuarto. Tenía razón, ni yo misma me soportaba. Unos minutos después llamé a su habitación dando dos suaves golpes en la puerta.
- ¿Qué?
- Disculpa, no quería que te molestaras. Toma – le entregue un dinero en efectivo que tenía guardado – tienes razón en estos días no me he encontrado muy bien.
Después de hablar un rato con Nacho. Me fui a bañar. Tomé la decisión de no asistir a clases, para ir a ver a Lara. Sabiendo que Camila iba a estar en clases y posiblemente Andrea también; bueno y su esposo que debería estar de regreso a su trabajo. Me planté en la esquina de su casa esperando a que saliera, vi a la señora María irse y después regresar. Seguí esperando hasta que por fin salió, cuando me vio ir hacia ella se quedó paralizada.
- ¿Qué haces aquí? – me dijo volteando para todos lados como para cerciorarse que nadie nos viera.
- Quiero hablar contigo
- No, yo no. Dejémoslo como esta y olvidemos lo que pasó…
La interrumpí totalmente decidida
- No voy a olvidar nada y necesito hablar contigo…, por favor.
Se me quedó viendo unos segundos en silencio.
- Espérame. Nos vemos en el café donde nos encontramos en 20 minutos.
Me di la vuelta y me fui al café.
- Quiero ofrecerte una disculpa – le dije ya sentadas en la mesa.
- No te preocupes – respondió con una voz fría – todo estuvo mal desde el principio y nunca debió haber sucedido. Pero aún estamos a tiempo.
- ¿A tiempo de qué?
- Pues de olvidarlo – me dijo clavando su mirada en mi – apenas ha pasado una semana y lo vas a olvidar muy pronto.
- ¿Y tú? – pregunté con cierto temor a la respuesta.
- ¿Yo qué?
- ¿Tú también lo vas a olvidar muy pronto?
Volvió a mirarme y sus ojos se empezaron a nublar.
- Yo estoy mal, muy mal. Esto no debería haber pasado y voy a tener que pagar las consecuencias. Tu eres muy joven y en unos cuantos días se te va a pasar y a mí también se me pasará… no sé cuándo, pero se me pasará – se limpió con el dorso de la mano las lágrimas que habían recorrido su mejilla – además estamos haciendo una tormenta en un vaso de agua… Yo nunca había estado con nadie aparte de Santiago y fue… lo nuevo…, la aventura…, sentirme viva y joven de nuevo…, pero también fue una estupidez querer hacerlo con la amiga de mi hija. Eso es lo peor de todo ¡Como pude hacer eso!
La vi por un instante y toda una tormenta de emociones se empezó a acumular en mi interior. Nos quedamos en silencio, con la vista fija en las bebidas que habíamos ordenado, sin hablar, sin mirarnos, pero sintiendo una oleada de pasión que poco a poco comenzaba a impregnar el ambiente. De repente sentía una enorme necesidad de tenerla, de besarla, de hacerle el amor.
- Vamos de aquí, por favor – le dije
No volteé a verla, solo escuché que lanzó un fuerte suspiro y enfiló hacia la salida del local.
Nos besamos como si no pudiéramos hacerlo nunca más. Nuestras bocas se encontraron en una batalla de erotismo puro y salvaje, nuestras lenguas se desafiaban, se buscaban, se enfrentaban en una contienda feroz. Éramos dos cuerpos que parecían querer fundirse en uno solo, agitado y convulso; nuestras respiraciones eran jadeantes y nuestras manos, como fuertes guerreros combatientes, arrancaban, desgarraban, despojaban nuestra piel de la vestimenta que se interponía entre nosotras.
En unos cuantos segundos nos encontrábamos completamente desnudas. La acosté en la cama, me deslice dentro de ella y al instante sentí las contracciones vaginales que indicaban el orgasmo; bese, chupé y mordí sus pechos mientras ella convulsionaba. Mi corazón latía con fuerza, mi cerebro dejó de pensar y me convertí en un conjunto de sensaciones, un volcán a punto de hacer erupción. Mis movimientos eran lentos al principio, pero profundos e impetuosos; después se acrecentaron como si mi mano tuviera vida propia separada de mi mente. Empuja rápido y fuerte; el néctar proveniente de las profundidades de su cuerpo se derramaba sobre mi mano y brazo, su rostro era una masa de músculos en contracción con la cabeza inclinada hacia atrás al igual que el arco que formaba su espalda, como si hubiese adoptado esa posición para siempre. Las contracciones espasmos continuaban sin parar, los gritos brotaban de su garganta y se ahogaban en apagados gruñidos para volver a convertirse en gritos cada vez más intensos. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Yo arremetía con más fuerza, una energía emanó de mi zona genital y subió hasta el cerebro. Surgió un grito brutal proveniente de mi garganta; ella seguía llorando y su cuerpo se convulsionaba en un desenfrenado placer… entonces el volcán de mi interior hizo erupción y sentí el torrente de líquido brotar como si fuera lava caliente; ella abrió los ojos sorprendida y me apretó contra su cuerpo, como si no quisiera dejarme. Ambas gritábamos como poseídas por fuerzas diabólicas y sin control, nos habíamos convertido en una impotente explosión de sensualidad. Todos los músculos de mi cuerpo permanecieron en una interminable tensión durante un tiempo que me pareció eterno.
Lentamente nuestras respiraciones se fueron normalizando. Ella no dejaba de llorar, me abrazo con fuerza, me besó en los labios y entonces sucedió… las dos al unísono hablamos:
- ¡Te Amo! – dijimos, y también de mis ojos comenzaron a surgir las lágrimas mientras la estrechaba fuerte contra mí, como si quisiera fundirla en mi cuerpo… en mi ser…
Ya no había marcha atrás, estábamos completamente pérdidas la una por la otra y el mundo se ponía al revés.