No te confíes de un hombre humillado

Esther se distrae y deja escapar a su prisionero. Éste tiene un plan maquiavélico preparado para ella.

Nunca te fíes de un hombre

Con el frenesí de lo ocurrido anteriormente me he dado cuenta que uno de los pañuelos que me sujetan a la cabecera de la cama se ha aflojado. Desesperadamente intento soltarme sin hacer ruido, ya que los barrotes golpean en la pared y eso me delataría.

Oigo como Esther sigue hablando por teléfono. A medida que tiro de la atadura ésta se va debilitando. De repente oigo como cuelga. El silencio me asusta. No me muevo por si me oye. Intuyo que se acerca a pesar que va descalza. Entra en la habitación y sin pensárselo dos veces se lanza sobre la cama, encima de mi. Ha sido un movimiento tan rápido que no me ha dado tiempo a reaccionar. La miro asustado por si ha notado que estaba intentando liberarme.

Hola cariño, veo que sigues aquí – Me dice sarcásticamente. – Y también noto que estás a punto para lo que haga falta, ¿Verdad?

Mientras dice eso restriega su pubis sobre mi polla que no ha dejado de estar erecta desde que se fue. Su movimiento sensual, la sensación de tenerla encima de mi me vuelve loco. Me coge la cara con ambas manos y me besa en los ojos, me lame las mejillas y la barbilla. Sigue por el cuello y se entretiene en mi oreja derecha. Me provoca sin cesar, no deja de moverse.

Bueno, ahora si me disculpas me daré una ducha. Quiero estar a punto para seguir con mi fiesta particular. Se bueno y pórtate bien.

Diciendo esto se levanta y cuando está de pie al lado de la cama, acerca su boca a mi polla. La levanta con una mano y se la introduce hasta el fondo. Lentamente la succiona y la va sacando no sin mantener el máximo contacto con su lengua. A medida que ésta lo va mojando todo su mano recorre el mismo camino deslizándose desde la base hasta la punta de mi miembro dejándolo caer completamente hinchado y húmedo sobre mi barriga.

Coge una toalla del armario y desaparece. Enciende la luz del baño y oigo como abre la mampara de la ducha y acto seguido abre el grifo. Es mi oportunidad, ahora o nunca. Sigo tirando del pañuelo hasta que, por fin, consigo sacar el puño por el nudo. Me he liberado de la mano izquierda. A los pocos segundos me he desatado por completo. Me quito la mordaza y escupo las bragas al suelo. Tengo la boca seca, necesito agua. Pero antes debo dejar otro tema resuelto.

Cojo los cuatro pañuelos y los dejo sobre una silla. Yo me coloco tras la puerta donde hay un espacio justo para que me esconda. El grifo de la ducha se cierra, la mampara se abre de nuevo y oigo como la toalla roza con su piel. A los pocos segundos noto unos pasos que se acerca. Por la rendija de la puerta puedo verla secándose el pelo, desnuda, aproximándose a la habitación.

Justo en el momento que entra se queda parada y dice:

¡Pero que coño...! ¿Dónde cojones estás?

Aquí, encanto, justo detrás de ti – En ese instante aparezco de detrás de la puerta. Abre los ojos como platos, suelta la toalla y justo en el momento que se dispone a gritar me abalanzo sobre ella y le tapo la boca.

Son unos segundos de desconcierto donde los dos nos miramos. Su rostro de terror contrasta con mi cara de pervertido resentido. Inmediatamente se inicia un forcejeo pero no tiene nada que hacer, soy más fuerte que ella y no puede escapar.

La obligo a sentarse en una de las sillas de la habitación. Le pongo los brazos hacia atrás y con uno de los pañuelos le ato las muñecas fuertemente a los barrotes de madera. Se defiende como una leona pero no lo suficiente para librarse de mi. Cuando la tengo inmovilizada me siento en la cama y recupero el aliento.

¿Qué miras? – me dice ella, apenas levantando su mirada hacia mi.

Nada, te observo. Después de lo que me has hecho debería denunciarte como mínimo. Creo que deberías aceptar mejor las críticas, amiga mía.

Je... no me hagas reír. Si sólo fuera por eso, no habría montado todo este tinglado. Últimamente ibas demasiado de duro, convencido que tu controlabas todo lo que pasaba cuando estábamos juntos, pero hoy te he demostrado que no es así, que la que controla soy yo. – Justo en ese momento levanta la cabeza, se hecha el pelo hacia atrás y me mira con cara de satisfacción.

Bien, si eso es lo que piensas... pero creo que ahora mismo la situación no diría que la tienes muy controlada, ¿No te parece? Quizá hasta ahora si me he dejado manipular por ti en la cama pero creo que esto se ha terminado. Hoy te has pasado mucho conmigo, me has usado como consolador, me has humillado, me has torturado y me has negado el orgasmo repetidas veces. Creo que tendré que darte una lección para bajar esos humos de mujer dominante.

Diciendo esto me levanto y pongo los brazos en jarra. Estoy a 1 metro escaso de ella. Mi miembro está totalmente erecto ante la visión que tiene enfrente. Ella intenta soltarse pero no puede. Me acerco lentamente, la acarició el pelo y se lo aparto de la cara, ya que aún lo tiene húmedo y se le pega en su rostro. Se lo recojo en una coleta y tiro de él hacia atrás, suavemente pero con fuerza. Ella inclina su cabeza mirando hacia el techo. Me acerco lentamente a su oído y le susurro:

Ahora, corazón, vas a maldecir no haberme atado mejor. Ahora vas a desear que termine contigo porque vas a tener una constante sensación de excitación que no terminará nunca y que te agotará. No dejaré de tocarte, chuparte, lamerte y ponerte caliente hasta que no me supliques que pare.

Eso... ni lo... sueñes... monada... – me dice como puede, ya que le estoy manteniendo la cabeza en una posición forzada.

Justo en ese momento empiezo a besarle su oreja, suavemente. Lo alterno con dulces lametones en su lóbulo. Recorro el contorno con la punta de la lengua. Mantengo el ritual un buen rato hasta que paso a su mejilla, su sien, su nariz y recorro los labios sin llegar a besarla.

La suelto para que se recupere. Su respiración ya está agitada, lo noto aunque intente disimularlo. Cojo dos de los pañuelos y me siento al lado de la silla. Verla allí, sentada, mirándome de forma desafiante pero sin poder hacerme nada aún me excita más. Sus piernas preciosas están en tensión, sigue forcejeando con sus muñecas pero sin éxito. Cojo uno de los pañuelos y se lo ato al tobillo. Lentamente le indico que separe sus piernas y desplazo su pie casi a la pata trasera de la silla. Allí se lo ató dejando apenas 4 dedos de tela sin tensar. Está cómoda pero no puede moverse, apenas tiene juego. Ver ese pie atado, sus venas como se hinchan (A Esther se le marcan mucho las venas y eso me pone a 100) me mantiene cachondo. Como no hay prisa recorro sus piernas con mis dedos; luego los sustituyo por mi lengua mientras le acaricio la parte interior de su muslo. Debo prepararla bien, debe estar bien caliente para que mi plan surta efecto.

Me levanto, paso por detrás de ella y observo su espalda también forzada por la posición de sus brazos. El pañuelo color marfil que une sus muñecas contrasta con su piel morena. Le acarició los brazos y sigo hasta el otro lado donde repito el mismo ritual con la otra pierna.

Oye – Me dice- ¿Porqué no lo dejamos aquí? Nos hemos divertido, ha estado bien, ahora echamos un polvo brutal y listos, cada uno a su casa y hasta la próxima, ¿Vale?

Por un momento la miro, hago como si me lo pensara y por un momento sonríe pensando que lo ha conseguido. Pero... no, me río y haciendo que no con la cabeza cojo el cuarto pañuelo. Voy a ser más considerado y no le pondré nada en la boca, tan solo voy a amordazarla. Le obligo a echar la cabeza hacia delante, así como el pelo y le paso el pañuelo por en medio de sus dientes. Luego se lo ato justo detrás de la cabeza con un primer nudo. Le levanto la cabeza para comprobar que está bien tirante; lo aprieto un poco más y le hago un segundo nudo. Pede hablar, puede hacer ruidos pero no puede gritar; lo más importante: puede gemir, y lo hará con toda seguridad.

Cogiendo un par de cojines del suelo se los pongo en los riñones, separándola del respaldo. Esto provoca que tire más de sus brazos y que sus piernas ya no tengan apenas juego. Está totalmente inmovilizada. Su coñito queda justo al límite de la silla. Noto como brilla. Acerco la silla un poco más a la cama. Me siento justo delante de ella con las piernas abiertas, tocándonos rodilla con rodilla. Inclinándome hacia delante llego a escasos milímetros de su rostro.

¿Estás preparada? Empieza el juego... – Entonces la beso por encima del pañuelo que la mantiene callada. Le paso mi lengua por los labios humedeciéndola. Le inclino la cabeza a un lado y le beso en el cuello, con dulzura. Lo alterno con suaves caricias con la lengua que recorren desde su mandíbula a su clavícula cada cm de su piel. Se que eso la vuelve loca y... ese es mi objetivo.

Después de un buen rato me separo ligeramente y inicio un suave masaje en sus pechos. Sus pezones se endurecen ante la humedad de mi lengua. Juego con ellos y los sensibilizo al máximo. No puede apartarse, no puede moverse. En definitiva, no puede evitar que los toque, lama, muerda y provoque para que los nervios reacciones al máximo de su capacidad.

El pecho sube y baja por su respiración. Se está desesperando... el objetivo se está cumpliendo, pero esto no ha hecho más que comenzar. Mi cabeza se va hundiendo lentamente en su estómago, besando su barriga como preámbulo de mi primer ataque verdadero.

Lentamente me dejo caer y me siento en el suelo, frente a ella. Verla así, atada delante de mi, respirando como puede, su saliva saliendo por la comisura de sus labios incapaz de retenerla... me vuelve loco. Delante de mi el siguiente objetivo. Ese coñito bien depilado que esconde la fuente principal del placer. Brilla con fuerza, diría que incluso ha manchado la silla. Me acerco mirándola a los ojos y le doy un beso justo en el clítoris. Como puede se mueve hacia atrás pero la silla está inmóvil, demasiado peso para poder separarse de mi. Sigo manteniendo su mirada e introduzco un dedo hasta el fondo de su coño que prácticamente lo engulle. Oigo como gime. Cierra los ojos y su cabeza se ladea y luego cae hacia atrás. Tal y como introduzco el dedo lo vuelvo a sacar mojado completamente. Me lo llevo a la boca y lo chupo saboreando el rico manjar como si fuera un oso que a atacado un panal de miel.

Encanto... empieza la fiesta. Tu tienes la parte más fácil: no has de hacer nada, tan solo sentir el placer que te voy a proporcionar. Espero que no tengas prisa y que no te espere nadie porque vamos a tomarnos todo el tiempo del mundo.

Justo en ese momento mis palabras se pierden en su entrepierna mientras inicio un suave, intenso y prolongado juego con su clítoris, vagina y demás rincones que esconden la máxima sensibilidad en el cuerpo de esta mujer. Mientras oigo sus gemidos ahogados por la mordaza recojo su humedad y me masturbo lentamente bajo la silla de mi víctima... veremos hasta dónde la puedo hacer llegar.