No sólo trabajo
- He pensado que era el postre - le dije sonriendo. Se empezó a reír y respondió - Tampoco he pedido aperitivo. Mientras finalizaba esas palabras, cogió el borde del vestido atrapado entre la mesa y ella y lo retiró dejando completamente a la vista sus piernas y sus bragas de encaje.
Eran las 11 de la noche y seguía en el despacho, como la mayoría de días de esas últimas semanas. El resto de luces de la oficina ya se encontraban apagadas y sólo lucía la lámpara sobre mi mesa, donde seguía aporreando las teclas de mi portátil intentando terminar el apartado de un documento. Creía estar sólo, pero escuché pasos al otro lado de la planta. "¡Vaya, hay otro pringando igual que yo!" pensé. Sonaban cada vez más fuerte, hasta que se asomó por mi puerta abierta. Apareció una chica danesa de ojos claros, flequillo rubio hacia un lado, delgada, con un vestido gris, medias negras y zapatos rojos altos. Era de Marketing. Coincidimos en un proyecto hace tiempo y unas cuantas veces en el office tomando café. Siempre había notado atracción mutua, pero nunca se había dado una situación para ir más allá.
He visto la luz de tu despacho y pasaba a saludar. - me dijo - ¿Te queda mucho? añadió con acento extranjero.
Podría quedarme días y días... ¿Cómo es que te ha tocado a ti también? - le pregunté.
Miró al cielo y respondió - En realidad yo acabo de terminar y me iba... a no ser que pueda ayudarte en algo.
La verdad es que poco podía hacer, pero ella misma despejó la duda.
- Deberías desconectar un rato, así lo cogerás luego más fresco.
Sin esperar respuesta pasó a mi despacho y se sentó sobre mi mesa de lado frente a mi. Cruzó las piernas y me miró. Yo solté el ratón y me dejé caer contra el respaldo del sillón, soltando un quejido.
Si te parece pido algo de cena y así desconectas un rato, que te hará falta - me propuso.
¡Buena idea! - le respondí.
Ella se bajó de la mesa y me lanzó una sonrisa pícara. La miré con detalle. Estaba muy bien. Era menuda, delgada, un cuerpo fino y elegante y una melena rubia que le llega a mitad de espalda. Tenía un culo muy bonito y su forma de andar me estaba poniendo. Por norma en mi empresa, está prohibido liarse con alguien del trabajo y todo eso pasaba por mi mente, pero las dudas se iban disipando al ver su contoneo al salir del despacho.
Salió, escuché que hacía una llamada y pidió para comer. Apareció otra vez por el despacho y se volvió a sentar sobre la mesa. Su vestido se subió más de la cuenta dejando ver el borde de una de sus medias a mitad del muslo. Se dio cuenta de que lo estaba mirando y sonríe.
- Menos mal que no he pedido que nos traigan postre - dijo. Nos reímos.
Me quité la corbata y la tiré en el primer cajón. Estiré la mano y la posé sobre su muslo, retirando un poco más su vestido y descubriendo el borde completo de encaje de su media. Su piel era suave y pálida. Seguí deslizando la mano hacía arriba y ella descruzó las piernas facilitándome el camino. Llevaba unas bragas negras tipo coulotte toda de encajes. Siempre he pensado que las chicas iban al trabajo con ropa interior más sencilla. Parece que venía preparada para la ocasión. Mi mano ya había llegado sobre su muslo hasta la entrepierna y se había detenido sin tocarla. Los encajes dejaban intuir algo de pelo por debajo. No es lo que más me gusta para el sexo oral, pero no le iba a poner problema a esta chica, que era preciosa. Ella me miró, esperando que siguiera.
- He pensado que era el postre - le dije sonriendo.
Se empezó a reír y respondió - Tampoco he pedido aperitivo.
Mientras finalizaba esas palabras, cogió el borde del vestido atrapado entre la mesa y ella y lo retiró dejando completamente a la vista sus piernas y sus bragas de encaje.
Me levanté de mi sitio, rodee la mesa y, frente a ella, abrí sus piernas de par en par y me situé en el centro. Agarré su culo y tiré de ella hacia mi. Nuestras bocas quedaron a escasos centímetros y mantuvimos la mirada durante unos segundos, parados, con los ojos brillando de excitación. La besé suavemente. Tenía un sabor afrutado, seguro que de alguna barra de labios. Volví a mirarla y nos besamos, esta vez más apasionadamente. Mis manos seguían agarrando su dos nalgas y apretando todo su cuerpo contra el mio. Mi verga estaba ya totalmente dura. Sus piernas me rodeaban. Sentía todo su calor. No podía pensar en otra cosa que quitar esas bragas y ver cuánto vello tenía en su rajita. Tiré de ellas, sacándolas por completo y las dejé sobre la mesa. Las noté ya húmedas. La tumbé sobre mi mesa y empecé a deslizar mis manos y mi boca sobre sus piernas, cubiertas con sus medias negras y unos tacones rojos. Seguía subiendo por el interior de sus muslos y pude ver como mantenía todo el vello púbico, aunque cortito y arreglado. Continué besando el interior de sus muslos pero sin tocar su rajita y notaba como crecía su ansiedad.
- Vamos... ¡me tienes totalmente excitada! - me dijo en su correcto español con acento.
La estaba haciendo esperar y me encantaba. Iba a empezar ya a lamer su rajita, cuando sonó el timbre.
-Tiene que ser la cena - le dije con sonrisa malvada.
Me levanté y añadí - Tranquila, que luego lo retomamos donde estábamos.
Se levantó de la mesa totalmente encendida. Cogí dinero y se lo dí. Ella se estaba recomponiendo para abrir. Iba a por sus bragas, pero las cogí rápidamente y le dije:
- Si no te hacen falta.
Ella se sonrió - No puedo ir sin bragas
- No se ve con el vestido. El repartidor ni se va a dar cuenta. Sólo lo sabemos tú y yo.
Ella me respondió - Es que estoy mojada - con una cara entre pícara y avergonzada.
Eso me puso a mil. Guardé las bragas en mi cajón y sonreí.
- Lo sé... y me encanta - le dije.
Ella me miró, se rió, cogió el dinero y salió del despacho. Escuché como recogía la comida y pagaba al repartidor.
Entró en el despacho con dos bolsas y las dejó sobre una pequeña mesa de reuniones del despacho. La cogí por detrás, la pegué a mi cuerpo de espaldas a mi, metí mi mano por debajo del vestido y alcancé su vello púbico. Me acerqué a su oído y le susurré:
- ¿Se ha dado cuenta?
Ella suspiró y me respondió - No, pero yo lo sabía.
Y yo... ¿y te ha excitado? - le pregunté.
Estoy muy caliente - me respondió.
Empecé a frotar su vulva, notando su humedad y su respiración se hizo más fuerte. Mi otro brazo la rodeaba posando la mano en uno de sus pechos, sobre el vestido. No tenía mucho margen de movimiento. Mi paquete seguía pegado a su culo. Mi mano se introducía cada vez más rápido en su rajita y frotaba en círculos su clítoris. Ella se arqueaba y gemía. Yo besaba su oreja y su cuello. Su mano se deslizó hasta mi paquete y lo empezó a frotar sobre el pantalón. Aumenté el ritmo sobre su coño. Ella estaba a punto de tener un orgasmo. Le mordía la oreja, seguía agarrando su pecho y notaba como respiraba de forma entrecortada y gemía palabras que no alcanzaba a entender. Subí más el ritmo. Ella pegó más su culo a mi paquete ya ardiendo. La agarré con más fuerza. La estaba masturbando cada vez con más intensidad y notaba que iba a llegar en breve. Ella se revolvía entre mis brazos gimiendo. En pocos segundos ella explotó con un grito. Noté como caían sus fluidos por mis manos y su olor se mezclaba con el de la comida.
Una vez recuperado el aliento ella estiró su mano hacia mi paquete, seguramente para corresponderme. Cogí su mano y la detuve.
Vamos a cenar algo que se va a enfriar - le dije. Me miró sorprendida.
Tranquila, que será para el postre - añadí y ella se empezó a reír.
Rodeamos la pequeña mesa de reuniones del despacho, uno frente al otro y sacamos la comida de las bolsas. Se trataba de un surtido de comida asiática: nigiris, sashimi, sushi, tallarines y esas cosas. "Muy buena elección". También traía dos parejas de palillos. Me acerqué a ella y separé la silla para que se sentara. Me miró con agradecimiento.
- Un momento - le dije antes de que se sentara.
Su vestido gris tenía una cremallera que iba desde el cuello hasta la cintura. Tiré de ella suavemente hasta abajo y fui descubriendo su espalda blanca. Lucía un tatuaje de una pequeña flor en su omóplato derecho. Ella se mantuvo quieta. Dejé caer todo el vestido, dejándola de pie, con sus tacones rojos, sus medias negras y un sujetador, también de encajes negros. Le mostré la silla.
- Por favor - le indiqué.
Ella se quedó sorprendida un momento, pero reaccionó y se sentó.
Me senté frente a ella y la volví a mirar. Su cara estaba encendida y su piel brillaba. Su sujetador negro, todo de encajes recogía unos pechos medianos y dejaban adivinar dos pezones duritos tras la tela. Además del tatuaje de la espalda, tenía otro con forma de delfín pequeño en la ingle, al lado de su vello arreglado.
Esta silla está un poco fría - me dijo sonriendo.
Yo creo que eres tú que estás muy caliente - respondí riendo.
Comenzamos a cenar. Manejaba con soltura los palillos y me miraba con deseo cada vez que se metía un trozo en la boca. A la vez yo miraba ese cuerpo semidesnudo y mantenía mi verga tiesa dentro del pantalón. La verdad es que cada vez tenía más ganas de poner a esa chica sobre la mesa y follar hasta explotar. Me quité el cinturón y lo dejé caer al suelo. Ella captó la señal. Se levantó, giró mi silla, se paró frente a mi y se quitó el sujetador. Sus pechos estaban coronados por dos pezones grandes y excitados. Se arrodilló frente a mi. Me miró mientras soltaba los botones del pantalón y liberaba mi polla. La cogió con ambas manos y lamió mi capullo. Introdujo mi miembro suavemente en su boca y apretó sus labios contra el tronco. Empezó a subir y bajar despacio, rozando toda mi verga con las paredes de su boca. Acompañaba sus movimientos con sus manos, que llegaban hasta la base de mi polla y volvían hacia arriba lentamente. Yo me acomodé en la silla y me dejé llevar. Ella aumentaba el ritmo y succionaba con intensidad cada vez que subía su boca hasta el glande. Poco tiempo más iba a durar yo. Sus movimientos eran cada vez más rápidos. Su cabeza subía y bajaba sobre mi verga. Sus pechos se agitaban al mismo ritmo. Yo estaba a punto de correrme. Me incorporé un poco sobre la silla. Ella sacó la polla de su boca y siguió masturbándome con sus manos. No podía más. Exploté sobre su cuello y sus pechos. Ella mantuvo sus manos en mi miembro un rato más, moviéndolas más despacio.
Cogió unas servilletas de papel y se limpió el escote. Se levantó y me miró, como esperando que le dijera qué hacer... no creo que fuese un tema cultural sino más bien personal, pero me daba la sensación de que esta chica haría lo que yo quisiera... con ese pensamiento en mi cabeza seguimos cenando...