¡No seas cochina!

Siendo una mujer ya treintona, casada, con dos hijas, pierdo la cabeza ante un jovencito, al que le llevaba más de 10 años y me propaso con él, aprovechándome de su virilidad y energía para satisfacer mis pasiones y ansias que tenía reprimidas y que no había podido sacar.

¡ No seas cochina !

Resumen:

Siendo una mujer ya treintona, casada, con dos hijas, pierdo la cabeza ante un jovencito, al que le llevaba más de 10 años y me propaso con él, aprovechándome de su virilidad y energía para satisfacer mis pasiones y ansias que tenía reprimidas y que no había podido sacar.

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Mi marido y yo somos de Veracruz.  Tenemos dos hijas, 17 y 4 años. Mi marido, que me lleva tres años, lo cambiaron a trabajar aquí a México hace poco más de tres años y..., aquí nos hemos quedado.

Llegué casi al año de casada; tenía 28 años de edad. Yo soy muy caliente y mi marido, hasta ese momento, siempre me había satisfecho, aunque, cuando yo lo conocí, yo ya no era “señorita”, ya tenía yo “experiencia” y también tenía ya a mi hija la mayor, que no vive con nosotros.

En México llegamos a vivir a un departamento en una Unidad Habitacional, donde aún vivimos. Durante todo el tiempo que llevaba de casada, siempre le había sido fiel a mi esposo, hasta el año pasado, a mis ya 31 años de edad, en que llegaron a vivir al lado de nosotros unos muchachos, estudiantes, de entre 18 y 24 años. Muy pronto me hice amiga de ellos. Yo los conocía bien; eran relajientos pero cuatísimos. Platicábamos de muchas cosas pero, casi siempre terminábamos platicando de sexo;  ¡me calentaba muchísimo!, y creo que a ellos también.  Hacían que me revoloteara la cabeza..., y todo lo demás. Terminábamos masturbándonos, cada quien por su lado.

Una tarde iba regresando a la casa, con mi hija la chica, de entonces apenas 3 años, cuando me topé con los chavos vecinos. Sabía que mi marido estaba de guardia esa noche y que no vendría sino hasta el día de mañana, pasado del medio día, así que los invité a que pasaran a visitarme.

Caída la noche, alrededor de las 9, llegaron los chavos; yo ya había acostado a mi hija y…, nos pusimos a “cotorrear” y a echar un traguito. Estaban Gustavo, Gerardo y Samuel.

Al cabo de dos copas, Samuel y Gustavo se despidieron y me quedé sola con Gerardo, un chico de 19 años, delgado, moreno, un poco más alto que yo.  Estábamos oyendo una música instrumental.

Gerardo me invitó a que bailáramos y yo lo acepté.  La música era suave y romántica;  la  luz era tenue,  la  música  se  oía  lejana y..., ¡yo andaba caliente...!, ¡veía hasta estrellitas...!. Gerardo me jaló hacia su cuerpo y yo..., me sentía a gusto bailando con él;  mi cuerpo estaba pegado a su cuerpo...  Gerardo,  en cada vuelta,  me  introducía  su  muslo  hasta  el  contacto  con   mi entrepierna. ¡Nunca me opuse a esta manera de bailar..., lo seguía en todos sus movimientos...!. Gerardo no decía nada, solamente me embarraba su cuerpo; ¡podía sentir su calor, y su excitación...!.

Seguimos bailando  y...,  cada vez puse  más atención  al pene de Gerardo: ¡lo tenía muy parado...!.  Me mordí el labio inferior, señal  de  que andaba  caliente...;  la verga  de Gerardo..., ¡la estaba deseando...!.  ¡Me sentí muy mojada de mis pantaletas!. En ese  momento también...,  ¡Gerardo trató  de  besarme!,  y  yo me rehusé.

Todo  quedó en una  breve lucha,  silenciosa. Mi boca se abrió  para  decir NO,  y  Gerardo  aprovechó  para  plantarme un besote,  hundiéndome su lengua hasta el  fondo,  cosa que me hizo venirme con abundancia.

Aquel  día andaba demasiado caliente; hacía ya casi tres meses que mi marido no me “tomaba” como me había acostumbrado, solamente se me montaba, me daba dos o tres meneadas y luego de inmediato acababa, sin esperar a que yo acabara también.

Esa noche fui  sorprendida por Gerardo, quien ansioso de poseerme se lanzó sobre de mí:

  • ¡ándale, no te hagas del rogar, dame un besito nada más!.

  • ¡no, no, suéltame!,

  • bueno, ¡deja que yo te lo de!.

  • no Gerardo, estate quieto; no se vale…, somos amigos…, sabes que yo soy casada...

Me rodeó  por el talle y me atrajo hacia él. Comenzó a besarme el cuello,  a estrecharme contra su  cuerpo.  Yo protestaba cada vez más débilmente, y nada más para guardar la apariencia:

  • ¡no, no, no...!.

Gerardo había insistido tanto, por tantas veces y por tanto tiempo  que al  fin,  los resultados empezaban  a fructificar. Me gustaba Gerardo y, aunque yo era casada, era 12 años mayor que ese jovencito, que estaba mi hijita,  y aunque era vecino y muchos otros "contras", ¡traía muchas ganas de hacer el amor, de darle salida a mis “ansias”!.

  • ¿Te gusto, Gerardo...?,

le pregunté, maliciosa y provocativa. Gerardo se lanzó hacia mí con gran ímpetu:

  • ¡eres muy linda!, ¡déjame darte un besito...!,

  • ¡aaahhhh…!.

Disminuí lentamente mi resistencia y me dejé dar un beso, para corresponderle

  • pero uno  solo, eh Gerardo...

  • ¡sí, pero muy apasionado...!.

Nos besamos apasionadamente. Me dejé llevar por Gerardo  hasta el  sofá,  donde  comenzó  prontamente a sobarme mis muslos, hasta tocarme las pantaletas, al mismo tiempo que me desabrochaba mi blusa, tratando de sacarme las “chichis”.

El  muchacho era todo impulsividad.  Yo trataba de  frenarlo pero él, de manera innata, sabía ahondar en los secretos más recónditos del placer y yo,  abandonada por tanto tiempo, necesitaba de sexo: ¡no pude resistir por mucho tiempo!. Cerré los ojos mientras que Gerardo me bajaba mis pantaletas:

  • ¡Alma, estás ardiendo de la calentura...; estás completamente batida...!.

Entonces Gerardo me metió dos dedos en mi rajada:

  • ¡ya ves..., entran como con vaselina...!.

Mi vagina  mojada  se  abrió con un  ruido de  chapoteo: ¡ya tenía todo mi “osito” venido!. Solté un gemido, un poco avergonzada, y Gerardo me penetró de inmediato. Empezó a bombearme pero a los pocos instantes:

  • ¡ya, ya, me vengo...!

  • ¡no, espera, no...!,

le gritaba,  tratando de contenerlo, pero Gerardo ya  no podía contener la ola de placer que lo sumergía.

Minutos después, me puse a “regañarlo” con cariño:

  • ¡me dejaste “picada”, Gerardo..., no debes “terminar” tan de prisa..., no debes “vaciarte

tan pronto…, eso fue rete rápido, no me das “chance” a mí de “venirme”.

Gerardo se puso apenado, y tratando de disculparlo, cambié la conversación y:

  • ¿te gustó...?. ¿Quieres que lo hagamos de nuevo?,

le pregunté, viendo que su pene continuaba “parado”, aunque fuera a tres cuartos.

Le di un beso en su ombligo; y de inmediato me puse a mamarle su pene, pero el chico se inconformó:

  • ¡no seas cochina pinche Alma..., está todo sucio...!.

  • ¿No te gusta que te lo mamen...?.

  • ¡Cómo crees, pinche Alma..., no inventes…, está todo sucio y batido...!.

Pero no le hice caso, y me puse a mamarlo, hincada sobre la alfombra. Golosa le tomé su pene, lo llevé a mi boca y se lo mamé;  le quité la lechita que le quedaba y no lo dejé perder la erección que tenía, al contrario, de inmediato recuperó su fortaleza y su rigidez, dispuesto a dar nuevamente “pelea”.

Empecé a bombearlo hasta que comenzó a recuperar su erección. Gerardo  me  apretaba  los senos  y  me  tomaba  de  las caderas. Flexioné  el  cuerpo  y,  luego de limpiarle todo el  semen de su verga con mi lengüita,  me  la  volví  a  introducir en la boca.  De  propia  mano  guié  el instrumento  masculino,  sintiendo  centímetro  a  centímetro  la penetración en mi cavidad bucal;  ¡el  contacto  era delicioso,  embriagador!.  Sentí cómo empezaba a hincharse de nuevo esa verga; ¡señal de que se aproximaba a venirse!. ¡Le aceleré a mi mamada!, y

  • ¡Alma..., me vengo pinche Alma..., me vengo...!,

gritó desesperado Gerardo.

Recibí su calor  vital entre los labios, bañándome la boca y parte de la cara. El resto lo tragué golosamente:

  • ¡Pinche Alma, cabrona..., no seas cochina…, me cai que eres rete degenerada y

viciosa...!.

Gerardo se derrumbó agotado por esta segunda explosión. Nos quedamos recostados un rato y luego me levanté y me fui al baño y a preparar unas copas y sándwiches. Nos los tomamos, comimos y platicamos:

  • ¿por qué te gusta mamar verga…?.

  • No se…, es un gusto…, me gusta verla parada, desafiante y alojarla en mi boca, lo más

adentro que pueda…, acariciarla…, sentirla que crece, que se infla, que dispara…

  • ¿te gusta tragarte los mecos...?,

me preguntaba Gerardo, asombrado.

  • sí..., se siente bien rico

  • ¿no te da asco hacer esas cosas...?.

  • ¡No..., como crees..., es normal, es algo entre hombre y mujer...!.

¿Nunca te lo habían mamado...?.

  • No...,

Me dijo el muchacho, casi asustado de lo que estaba escuchando.

  • ¿Nunca se habían tragado tus mecos…?

  • No, nunca…, me cai que eres bien cochinona...

  • ¿te gustó “vaciarte” en mi boca..., sí o no...?.

  • pos sí..., la neta..., se siente bien rico...

  • ahí está..., a mí también me gusta esa sensación de que se te empieza a

parar en mi boca y me gusta muchísimo cómo se te va haciendo gordo,

cómo se siente que explota y cómo revienta en mi boca... ¡Esa es la magia de

las “mamadas”..., se sienten bien ricas..., me calientan muchísimo...!.

  • ¿quien te enseñó a mamar..., tu marido...?.

  • ¡No..., desde antes..., me gustó desde chica, desde que yo era una niña;

todavía estaba en la primaria cuando di mi primera mamada...,

tenía apenas 12 años...!.

  • ¡Con razón tienes hasta boquita de mamadora...!.

¡Échame otra mamada de nuevo...!.

  • Bueno..., pero luego que se te pare, quiero que me la metas de nuevo...,

y me puse de inmediato a mamarle su verga.

Ahora sí Gerardo la disfrutaba, y “se dejaba querer”:

  • ¡Pinche Alma cabrona..., la mamas re-rico...!.

Su verga se le puso muy tiesa de nuevo y,

  • ¡Ya métemela...!,

le pedí.

Gerardo se me subió, me levantó mis piernas, me las separó y comenzó a penetrarme, despacio.

¡Me  embelesó  aquel lento "abrirse  camino"  dentro de mi túnel de amor!.  Las vibraciones y  estremecimientos  eran  recíprocas. Los gemidos eran los míos.

  • ¡Gerardo, con fuerza, muy fuerte, Gerardo, más fuerte...!.

Abrí mis muslos como si fueran tenazas y comencé a "devorarme" ese pito parado.

Gerardo se afianzó de mis caderas y arremetió con  vigor; su dura virilidad  quedó incrustada completamente dentro de mi vagina, haciéndome proferir  dulces lamentos eróticos,  a quejarme con placer, a emitir grititos y gemidos sofocados por la pasión:

  • ¡Ay..., Ger...rar...do..., aaayyy..., ough...!.

El muchacho continuó con aquel ritmo endemoniado e hizo que ya no aguantara yo más y me viniera en un tremendo orgasmo, bufando como una posesa.

  • ¡Aaaaggghhh..., Ger...rar...dooo..., aaaggghhh..., ough...!.

Como Gerardo me continuara bombeando, me hizo venirme en otro trepidante orgasmo:

  • ¡Aaayyy..., Ger...rar...do..., aaayyy..., Geraaardooo....!.

Mis  muslos los apretaba, presionando  el falo de Gerardo y haciéndolo gozar extraordinariamente,  al punto de que él ya no pudo contener su emisión y se vació en mi vagina,  con fortísimas contracciones de  su verga,  escupiendo abundantemente su esperma caliente, sacándome un nuevo orgasmo.

Minutos después, cuando ambos nos repusimos de la cogida, lo miré amorosa, con mis ojos tiernos y saciados:

  • ¡Estuvo muy rico, Gerardo!; ¿me disfrutaste...?.

  • ¡Pinche Alma..., coges bien rico, cabrona...!. ¡Eres rete caliente!.

Luego de un rato de estar acostados sobre la alfombra, algo preocupada por mi hija, por mi esposa, vecinos, y otros, con mucha tristeza le dije:

  • debes irte...

Partió  con una gran  promesa de  regresar,  con la ilusión  y el deseo grabados en los ojos de ambos.

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