No sé cuándo volverá

Una mujer espera.

No sé cuándo volverá. La última vez estuve esperándole unas tres horas, aunque en otra ocasión regresó a los quince minutos. Se me han dormido los brazos, pero siento el roce de las cuerdas en mis muñecas. No están muy apretadas, sólo lo justo para no poder desatarlas. Estoy completamente desnuda salvo por las medias negras que llegan hasta el inicio de mis rodillas. A él le encanta el color negro. Todo empezó esta tarde. Volvíamos de tapear con unos amigos. Nada más cruzar el umbral de la puerta se transformó y acercándose a mí susurró "Desnúdate putita, quiero follarte". Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Fui al dormitorio y seguí sus órdenes. "Las medias no", volvió a ordenar, esta vez en voz alta. Me gusta su voz. Entró en la habitación y me empujó sobre la cama. "Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad?", preguntó. Claro que lo sabía. Me tumbé boca arriba, apoyando mi cabeza en la almohada, abrí mis piernas y subí mis manos hasta ambos extremos del cabecero. Él empezó a besarme el cuello, a morder los lóbulos de mis orejas, a pellizcarme los pezones. Y yo me dejaba hacer, sabía que no podía moverme ni hacer nada que él no ordenase."Date la vuelta, y ponte a cuatro patas, quiero ver tu culo de perra". "Sí, Amo", respondí, antes de levantarme y adoptar esa posición. "Muévete". Y moví mi culo a un ritmo lento, mientras percibía que él me observaba, de pie detrás de mí. "Pero qué perra eres, seguro que esto te calienta, dime, ¿estás caliente ya?". "Mucho, Amo". Y era verdad, notaba que mi coño empezaba a humedecerse. "Eres demasiado puta", dijo antes de ponerse de rodillas detrás de mí y empezar a darme cachetadas en mis nalgas, cada vez más fuertes. Iba sintiendo cómo mi culo empezaba a arder. De vez en cuando me daba tirones del cabello y estrujaba mis pezones. "No dejes de moverte, zorrita". Y así estuvimos unos minutos, yo moviéndome y él azotándome. "Déjame comprobar cómo tienes el coñito, zorra", pasó su mano para comprobar lo mojada que ya estaba y sonrió. "Puta, boca arriba ahora". Siguió acariciándome, trazando círculos sobre mi clítoris. Yo aguantaba las ganas de gemir y trataba de no moverme. Cada vez estaba más caliente. Y él no paraba. -"Sabes que no puedes correrte, ¿verdad, guarra?". -"Sí, lo sé".- "Sí, ¿qué?". -"Sí, Amo". -"Eso está mejor". Estaba al borde del orgasmo cuando dejó de masturbarme. –"¿Qué te gustaría ahora, guarra?". –"Que me follaras, Amo". –"Pero qué puta eres". Abrió el cajón de la mesita de noche y sacó uno de los juguetitos con los que le gustaba torturarme: un dildo de color negro. Como mi coño estaba tan mojado, el juguete entró sin ninguna dificultad. Luego ató mis muñecas al cabecero de la cama y me dijo "Tengo que salir, si cuando vuelva compruebo que te has corrido tendré que darte tu merecido". Y se marchó