No sabemos valorar...
No sabemos valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos. Un relato sobre las dificultades del amor.
¿Cómo habíamos podido llegar a esta situación? Siempre habíamos estado unidos el uno al otro; siempre parecíamos estar de acuerdo en todo. Tanto yo como él parecíamos tener la capacidad de avanzarnos a nuestros propios deseos. Cuando le preguntaba si le apetecía ir al cine, parecía como si él no deseara otra cosa; como cuando él me ofrecía salir a cenar y yo no había dejado todo el día de desear salir con él a tomar algo a algún lugar de moda. Eso para no hablar de nuestra complementariedad en la cama; siempre nos preguntábamos el uno al otro si le apetecía esto o aquello y las respuestas siempre eran: No deseo nada con más pasión... Ambos éramos bien masculinos de porte, ni guapos, ni feos, discretos, él más joven que yo, y no nos importaba que nos vieran juntos. La verdad es que muy pocas personas sospechaban que fuéramos una pareja de amantes cuando nos veían pasear, o en el cine, o cenando en algún restaurante; y las pocas personas que nos reconocían eran siempre del ambiente y nosotros las reconocíamos a ellas; miradas de envidia, de lujuría, de complicidad, segúna los casos y las ocasiones.
Y de repente, por una simple discusión de trabajo, intrascendente, el se ha ido, se ha ido, me ha dejado... Claro que yo me puse violento, arrogante, incluso despreciativo. Me ha gustado siempre jugar con el riesgo de la pelea, para disfrutar de las mieles de la reconciliación. El arrepentimiento por mi exageración me llevaba a una sumisión tan grande que él sabía explotar para llegar a cotas de placer inconmensurables. Parecía que a él también le gustaba el juego y aceptaba las humillaciones iniciales, para acabar subyugándome y humillándome totalmente al final, entre olas de placer interminable. Pero esta vez... todo fue diferente. Tal vez se dio cuenta de que no era exactamente un juego, mis palabras airadas intentaban restablecer el equilibrio que en el amor y en la cama siempre quedaba a su favor. Tal vez no quiso jugar más, simplemente....
Yo trabajo en una empresa aseguradora, con un cargo bastante elevado para tener un buen sueldo, pero no de bastante responsabilidad para perder las ventajas de un horario concentrado y relativamente breve. Cada día hacia las cinco puedo regresar a casa; muchas veces me paro en el gimnasio que está casi junto a la oficina y me encuentro con Felipe. Él trabaja en un estudio de diseño y gana también un buen sueldo, aunque no puede dejar el trabajo tan fácilmente como yo. Generalmente estoy en la piscina dando vueltas lentamente cuando el se zambulle directamente de la calle (siempre le digo que tiene que ducharse antes y no me hace caso) y viene a nadar a mi lado y me cuenta los avatares del día. Relajados, relimpios y mojados no dirigimos a casa, caminando lentamente y compramos la cena en alguno de los establecimientos que encontramos abiertos: cosas exóticas en los paquis, delicatessen en alguna charcutería, comida preparada cuando no hay ganas de trabajar...
Tenemos un apartamento cada uno, el uno junto al otro, pero vivimos en el mío que es más grande y más confortable. En su departamento tenemos las cosas que no usamos, cuartos para las visitas, un lugar de aislamiento si es necesario. Pero vivimos juntos en mi apartamento, compartimos la cama, grande, de dos metros por dos metros, el baño, la cocina, el comedor, la sala de estar, con nuestro sofá enorme que nos permite contemplar la tele, su gran pantalla de plasma, y jugar con la tele y el juego del amor. Compartimos mi terraza donde los domingos por la mañana tomamos nuestros baños de sol desnudos, entre mis plantas que nos ocultan de miradas indiscretas. Compartimos nuestros problemas. Los sufrimientos suyos con su padre, interno en una residencia de ancianos, quien siempre le ha amargado la vida y que sus otros hermanos han abandonado. A pesar de los escasos sentimientos filiales que su padre le inspira, la piedad le hace acompañarlo y ceder a muchos de sus caprichos... Y se desahoga conmigo... se desahogaba. Yo intentaba confortarle con mi cariño, con mi admiración por su espíritu de sacrificio, o, al menos, creía hacerlo.
Tras la discusión, después de haberle ridiculizado por su debilidad ante sus compañeros de trabajo que le cargaban con responsabilidades que no le competían, que abusaban de él y se burlaban, le dije que me daba lástima y me encerré con un portazo en mi despacho, fingiendo un trabajo importante... No sé cuánto tiempo llegó a transcurrir; me aburría en la soledad del despacho y esperé en vano que entrara violento a protestar de mis insultos... esta vez me había excedido, y yo lo sabía... esperaba, pero no sucedía nada... Un silencio insoportable llenaba mi apartamento y el tiempo parecía transcurrir con una lentitud pesada, densa, agobiante...
De repente un golpe violento quebró la atmósfera casi pantanosa de mi encierro y luego otro golpe apagado, más lejano. Era la puerta de mi apartamento y la del suyo que se cerraban con violencia. Salí desesperado para encontrar sus llaves de mi apartamento en el suelo del recibidor, corrí a mi... a nuestra habitación y todos los armarios estaban abiertos, algunos cajones casi colgando en equilibrio inestable... sus ropas no estaban... La puerta del cuarto de baño también abierta de par en par, con todas las luces prendidas... se había llevado todos sus cosméticos y trastos de afeitar, que eran muchos... a pesar de ser más viejo, yo no usaba nada, no tenía la paciencia que él mostraba en acicalarse y arreglarse... Y quedaban los estantes y armarios vacíos gritando su ausencia...
Nada comparable con el vacío que sentí, de repente, en mi corazón, en mi cuerpo, en mi estómago. Fue un vacío físico, como si hubieran vaciado mi interior y sentí un dolor intenso que me hizo doblar... Las lágrimas no acudían; quería llorar, pero no podía... Estaba apoyado en el dintel de la puerta en el dormitorio y el baño, con mi ridícula y patética imagen reflejada en los espejos, doblado de dolor... Me volví lentamente hacia mi cama y apenas pude dar unos pasos vacilantes, no podía pensar en nada, todo era vacío, caí de rodillas con el pecho apoyado en la cama y extendí mis brazos como buscando algo o constatando su ausencia... En una erupción gutural incontrolada oía como mi voz repetía desesperadamente: no, no, no, no, no.....
Sabía que tenía que salir corriendo a su apartamento y tirarme al suelo y pedir perdón... pero no podía ni moverme... no podía hablar, no podía llorar. Era como si me hubieran arrancado las entrañas. Su ausencia aparecía mucho más avasalladora que su presencia anterior, en mi apartamento, en mi cuarto, en mi baño, en mi cuerpo... Lo necesitaba absolutamente... Pero... ¿era mi orgullo, mi estúpido orgullo el que me impedía cualquier movimiento? o era mi falsedad? Me daba cuenta que yo me había construido antropofágicamente sobre él, lo absorbía para alimentar mi ego, él era casi todo yo, y yo sin él no era nada, un muñeco horripilante, un guiñapo...
De rodillas fui caminando hacia la puerta y como pude la abrí y me seguí arrastrando hacia su puerta, como un animal herido. No me importaba si alguien podía verme, no me importaba nada, necesitaba reconstruirme... con él. Y con mi mano alcancé el timbre de su puerta y apreté con todas las fuerzas que me quedaban. Luis, Luis, Luis... abre, por favor... Pasaron segundos que parecían horas con el sonido vibrante del viejo timbre de su casa... De repente, el silencio respondió mis esfuerzos por apretar aquel horrible timbre; sin saberlo, sentí que desconectaba la electricidad para acallar el timbrazo insistente de mi llamada... Aquel acto suyo me golpeó de nuevo, esta vez en el interior de mi cráneo y las lágrimas entonces si comenzaron a acudir a mis ojos, incontenibles... No veía nada, no sentía más que dolor, un grande e inmenso dolor... Al dejar el timbre mi cuerpo cayó sobre la puerta y mi cabeza golpeó fuertemente la madera que empecé a aporrear sin descanso... Luis, Luis, Luis, Luis... y golpeaba sin parar casi tendido en el suelo, llorando sin parar, la puerta de mi apartamento abierta, todo ahí en medio de la escalera de vecinos...
Se abrió la puerta de golpe y me caí del todo a sus pies. Apenas oía como me mandaba a la mierda y me rogaba que le dejara en paz... Me agarré a sus pies, las lágrimas eran como una cortina de agua que mojaba mis mejillas y sólo podía pronunciar su nombre convulsivamente. Él intentó soltarse de mi sujeción, pero no pudo, en el forcejeo me dio una fuerte patada en la cara, en el pómulo derecho; aquel nuevo dolor intenso y punzante, pero localizado en mi cara me relajó paradójicamente un poco y solté sus tobillos y me giré algo recostándome entre la puerta y la pared de su recibidor... le dije que me pegara, que tenía derecho, que si quería que me matara, pero que no me dejara solo, por favor... Él se había girado para no verme, me había dado la espalda, no queriendo ni escucharme; sin electricidad su apartamento estaba oscuro y olía a cerrado de tanto tiempo sin habitar... Recuperando algo su paciencia habitual al cabo de no sé cuanto tiempo que me pareció toda una vida, se giró de nuevo hacia mí y me dijo que tenía que irme, por favor, que le había hecho ya demasiado daño y que no quería ni verme, quería rehacer su vida... sin mi... Esas crueles palabras reavivaron mi vacío interior y volvieron a hacerme doblar todo mi cuerpo con un intenso dolor de estómago o de barriga o no sé de que... Me tuve que agarrar la panza con mis manos y empecé espasmódica y brutalmente a golpear mi cabeza contra la pared, mientras mi boca de nuevo articulaba un no repetido y gutural, animal, salvaje...
Él perdía la paciencia de nuevo y se agachó hacia mí para interponer su mano entre mi cabeza y la pared y, de repente, gritó mi nombre: Enriqueeeeeeeeeeeeeeeeeeee... y me agarró por los sobacos y me hizo incorporar, apoyándome contra la pared y su voz repetía el mismo sonido gutural que yo: no, no, no, no, no... y quería abrazarme. Yo me desplomé de nuevo, caí de rodillas a sus pies y le pedí que me perdonara, por favor, que me perdonara... Muy solícito más de lo habitual, me musitaba que sí que me perdonaba, que ya basta, que me levantara... Yo sentía mi cara mojada por mis lágrimas totalmente, una humedad cálida que bajaba por mi cuello y empapaba ya mi pecho, pero sentir sus palabras de perdón me devolvieron un poco de fuerza y me incorporé aprovechando su ayuda y me pude consolidar lentamente sobre mis piernas; casi no podía verle cegado por las lágrimas que fluían aun con mayor violencia, imparables, pero oía su voz que se lamentaba de lo que habíamos hecho... Coloqué mi mano sobre su boca para callarle y le dije que todo era culpa mía, que era un estúpido arrogante, que él era todo para mí, que él era mucho mejor que yo, que yo no valía nada y sin él aun era menos y que le quería mucho y, sin saberlo, esperaba un beso que cerrara mi boca y el incidente... un beso que nunca llegó. Me sacó del apartamento y entramos en mío y cerró las dos puertas tras de nosotros y me arrastró hacia el dormitorio y me tiró de espaldas sobre la cama y fue rápido al baño... Cuando quería incorporarme para entender qué estaba pasando, apareció con las manos llenas de objetos que no supe identificar y me empujó de nuevo a la cama y me arrancó violentamente la camisa y aplicó una toalla mojada a mi cara. Yo le preguntaba qué hacía y no obtenía respuesta alguna coherente... Cuando retiró la toalla vi que estaba negra de sangre... Y dijo que teníamos que ir a urgencias, que me cambiara inmediatamente, que la herida estaba muy fea y que no paraba de sangrar... Yo solo supe pedirle un beso, por favor, por caridad, mientras él protestaba que no había tiempo. Le dije que no me importaba morir en sus brazos si él me amaba y me respondió que dejara mis romanticismos estúpidos y que porque me amaba precisamente quería llevarme a curar antes de que se infectara la herida... Pero su seriedad se quebró unos instantes, a pesar de él, y me besó; nuestras bocas estaban secas, los labios casi no se reconocieron, pero su lengua me penetró, su calidez húmeda me llenó de tranquilidad y de pasión, hubiera deseado que no acabará nunca aquel beso, pero retiró su lengua y selló mis labios con los suyos, sonoramente y me hizo incorporar y quitarme la camisa totalmente manchada de sangre. La tiró al bidet y buscó una camisa limpia que me ayudó a colocar mientras me hacia sujetar otra toalla húmeda contra mi herida. Me pidió que apretara fuerte para intentar contener la hemorragia y salimos corriendo hacia el parking a tomar el coche; antes de salir aun tuvo tiempo de recoger sus llaves del suelo.
Pasaron más de tres horas antes de que volviéramos a entrar en nuestro apartamento, yo sintiendo la tirantez de los puntos que cerraban mi herida y el calor de los calmantes y una sensación de mareo o de debilidad, con mi camisa nuevamente manchada de sangre, ya seca. Luis estaba destrozado física y psíquicamente y se estiró en el sofá. Como en un estado de embriaguez fui corriendo a la cocina a calentar agua para preparar un té que ayudara a calmar nuestra ansiedad. Mientras soplábamos la cálida bebida para enfriarla le pedí por favor que si de veras me había perdonado mi arrogancia estúpida de antes, que, por favor, olvidáramos las horas anteriores y que empezáramos una nueva vida. Le prometí que nunca más iba a burlarme de él, que le respetaría como merecía y como mi amor me obligaba, que me había dado cuenta de mi impostura y de mi injusta crueldad y que haría cualquier cosa por él, lo que él quisiera...
Me interrumpió sí esta vez con un beso, cálido y con gusto de té, suave, apasionado, desesperado al que respondí inmediatamente con la misma pasión y desespero. Sentir nuestras lenguas dulces, cálidas y húmedas compitiendo por explorar los conocidos rincones de nuestras bocas nos hacía olvidar el tiempo y el espacio... Al cabo de un tiempo que pareció infinito, aunque pasó volando, él abrazado a mí, recostó su cabeza en mi pecho y quedamos dormidos en aquel abrazo.
Fue la mejor noche de nuestra relación, vestidos, en el sofá, las dos tazas de té enfriándose inútilmente en la mesita; yo con mi herida física y él con su herida moral dormimos plácidamente abrazados hasta la salida del sol. Nos despertamos de repente, todo el cuerpo dormido y dolorido en el abrazo, las ropas arrugadas, ni los zapatos nos habíamos sacado. Nos hizo gracia y reímos... Nos levantamos estirando nuestras extremidades, y nos desnudamos el uno al otro, hoy no iríamos a trabajar ninguno de los dos. Él lucía aquella hermosa erección matinal de todos los días que sin titubear me dediqué a aumentar con una mamada golosa; comenzó a gemir de gusto mientras tocaba todas las partes de mi cuerpo que estaban a su alcance. Me levanté de pronto y le pedí que me hiciera suyo para siempre y sin pausa me lanzó al sofá panza arriba y colocó mis pies sobre sus hombros y me metió toda su polla en mi culo, de un golpe, sin violencia, pero sin vacilaciones; y comenzó a bombear mi cuerpo con ritmo sosegado, mientras me hacía una paja lentamente. Mis manos asieron sus pechos y le apreté los pezones con fuerza mientras me dejaba someter a sus envestidas, temblando mi cuerpo entero a su ritmo. Sus movimientos aumentaron en velocidad, como mi cuerpo que era todo movido por él. Lo sentía entrando y saliendo de mi culo hasta mi estómago, estaba lleno de él, moralmente y físicamente, y mi leche explotó en el mismo momento en que la suya llenaba mis intestinos y me comunicaba su calor por dentro; y cayó rendido, de nuevo sobre mí, sin sacar su polla y nos fundimos en un nuevo abrazo, pegados nuestros estómagos por la viscosidad de mi leche, con mi muslo sobre sus piernas, cerrando con fuerza mis esfínteres para no dejar escapar aun su polla, mi polla y nos dormimos de nuevo, largo tiempo...
Definitivamente aquel día no iríamos a trabajar... Fueron las doce horas más intensas de nuestra vida y espero nunca más tener que descender al infierno de mi egoísmo para poder disfrutar plenamente de la entrega del amor: sexo, cariño, consuelo, ilusiones y penas, dulce compañía...