No queríamos
Ella, Lorena, era unos años más joven que yo. Coincidíamos a diario por motivos de trabajo y, aunque lo hacíamos para empresas diferentes, los diferentes actos nos llevaban a encontrarnos casi a diario. Desde el principio tuvimo feeling, ella era una chica directa, no se andaba con rodeos.
Ella, Lorena, era unos años más joven que yo. Coincidíamos a diario por motivos de trabajo y, aunque lo hacíamos para empresas diferentes, los diferentes actos nos llevaban a encontrarnos casi a diario. Desde el principio tuvimo feeling, ella era una chica directa, no se andaba con rodeos. En eso nos parecíamos. Lorena es una mujer de mi estatura, morena de piel y de pelo castaño. Una tía guapa. Muchos babeaban por ella, había mucho típico machista que se piensan que por su posición pueden llevarse a quien quieran y cuando quieran, pero ella los sabía torear bien para que no se pasaran ni un pelo.
Como decía yo siempre me llevé bien con ella, hacíamos bromas constantemente, entre trabajo y trabajo nos tomábamos una cerveza y nos poníamos al día de como iba todo. Se podía decir que teníamos una relación de cierta amistad y claro, los comentarios no tardaron en llegar. Que si estábamos liados, que si nos íbamos a liar, que si nos habíamos liado... Nosotros, cada vez que llegaba un comentario así no podíamos hacer otra cosa que reírnos. A mí ni se me había pasado por la cabeza y a ella llevaba bastante tiempo con su novio y no creo que yo le atrajera demasiado.
Fue pasando el tiempo y cada uno seguía a su rollo. Ella de fiesta con sus amigas, de fin de semana con su novio y yo terminando una relación y empezando otra con una de sus compañeras de trabajo que me encantaba. Coincidimos una vez más, esta vez en una de esas jornadas largas y tediosas de gente que da charlas sin interés alguno. Como era habitual nos sentamos juntos, a nuestro rollo. Estuvimos hablando un buen rato y, por primera vez desde que nos conocíamos, salió el tema del sexo. Nos pusimos al día sobre nuestros gustos en la cama, haciendo chascarrillos y diciendo burradas. Fue divertido y nos ayudó a hacer más amena la mañana. Cuando salí de allí tampoco le di muchas vueltas a nuestra conversación, aunque si estuvo salpicada de cierto morbo que me hizo sentir curiosidad. Parecía que habíamos conectado un poco más.
Un par de semanas más tarde los compañeros de profesión habían preparado la típica cena navideña para juntarnos una vez al año más allá de nuestro trabajo. Habría gente de todas las empresas de la competencia y como no, también estaría Lorena. Lamentablemente esa noche mi nueva novia tenía un compromiso y no podría ir a la cena, así que bueno, tampoco esperaba mucho de la noche. Tenía toda la pinta de cena, una copa y a la cama.
Llegué junto con mis compañeros de empresa un rato antes de la hora establecida, queríamos coger sitio y evitar así al típico pesado de las cenas navideñas, al típico cuñado. Nos sentamos y al poco llegó Lorena y se sentó junto a mi. Venía espectacular, con un vestido negro y la espalda abierta que dejaba ver un tatuaje enorme.
Durante la primera parte de la cena todo transcurrió con normalidad, todos hacíamos bromas, hablábamos del trabajo y rajábamos de los compañeros más bordes. La comida fue pasando y el vino, la cerveza y las copas también. Lorena y yo empezamos a hablar, a retomar la conversación que habíamos tenido dos semanas atrás. Parecía que los dos nos habíamos quedado con ganas de saber más. Se adivinaba en sus ojos y creo que también en los míos. Fueron unos minutos de tensión, ella hablaba de sus gustos y se mordía el labio de una manera que me ponía a mil y yo le tocaba la pierna mientras le contaba mis aventuras. Escuché en mi cabeza todas esas voces que decían "os váis a liar" y yo aún me resistía, pero tenía unas ganas enormes de acercarme y besarla. Su mirada había cambiado completamente, ya no era la misma de siempre, ahora se podía adivinar en sus ojos las ganas de abalanzarse sobre mi y morrearme. Justo en ese momento la gente empezó a levantarse, la cena había terminado. Los compañeros más jóvenes decidimos ir a tomar una copa, ya nos habíamos entonado con la cena y queríamos algo más de marcha. Nos fuimos a un bar cercano, allí pedimos copas y chupitos para todos. Estuvimos un buen rato celebrando todos juntos, pero, como siempre pasa en estos casos, las parejas de cada uno empezaron a aparecer y el nivel de la fiesta bajó. Solo Lorena y yo nos manteníamos en lo más alto. Pedimos un par de chupitos más y, viendo el panorama casi de velatorio, decidimos irnos a otro garito con la excusa de ir a sacar dinero a un cajero. De camino fuimos de risas, pero los dos teníamos el corazón a mil, sabíamos lo que queríamos, pero no nos atrevíamos. Hasta que, en una zona donde no había ni un alma, ella se abalanzó sobre mí, me empujó a la entrada de un portal y empezamos a besarnos. Dios, como besaba. Nadie me había besado así, con esa pasión, con esa fuerza, con esas ganas. Yo nunca había besado así. Las ganas eran enormes, éramos como dos adolescentes, queríamos abarcarnos enteros, no parábamos, queriamos que ese momento durase siempre. Jamás había tenido una sensación tan fuerte. El momento se vio roto al oír que se acercaba un grupo de despedida de soltero. Rápidamente le dije que fuéramos a mi casa, yo vivía lejos del centro, donde nadie nos conocía y no levantaríamos sospechas. Empezamos a caminar rápido, teníamos unas ganas locas el uno del otro. De camino a la parada de taxis paré en un bar y compré una botella de ron para acompañar la fiesta. En cuanto el coche nos alejó de las zonas más transitadas empezamos a besarnos, solo queríamos estar el uno cerca del otro.
Al llegar abrí la puerta de casa, dejamos los abrigos y nos sentamos en el sofá. Había que brindar por la fiesta y por nosotros. Saqué dos vasos, puse dos chupitos de ron y luego otros dos, y otros dos... No dejábamos de reírnos de la situación, de la gente que pronosticó que esto iba a ocurrir y no dejábamos de besarnos, de acariciarnos.
Cuando llevábamos media botella y el olor a alcohol lo impregnaba todo dejamos los vasos de lado, me puse encima de ella y nos besamos como si no hubiera mañana. Nunca había estado con ese nivel de excitación. Estaba cachondo y a la vez eran unas ganas salvajes de quererla. Nos levantamos del sofá y empezamos a caminar hacia la habitación. Cuando llegamos solo teníamos la ropa interior. Se acostó bocarriba, yo empecé a besar su cuello, a entretenerme en su pecho. Mordía levemente sus pezones y luego lamía sus tetas, metiéndomelas en la boca. Ella no paraba de gemir. Seguí bajando por su ombligo, me entretuve un momento antes de empezar a bajar sus braguitas y descubrir ese precioso coño, ese olor, esas ganas de meter mi cabeza entre sus piernas. Me zambullí con ansia, empecé a lamerlo de abajo a arriba, con fueza. Ella gemía cada vez con más fuerza, casi gritando me pedía más. Metí mis dedos y empecé a jugar dentro de ella mientras con la otra mano separaba los labios para acariciar con la punta de la lengua su clítoris, primero despacio, lento y luego cada vez más rápido. Lo succionaba una y otra vez, lamía y me manchaba la cara de sus jugos. Cada vez lo hacía con más ansia y más ganas, estaba fuera de mí. Ella empezó a apretarme la cabeza contra sus caderas, empezó a gritar: "¡Me corro, me corro!". Su coño empezó a temblar, sus piernas también temblaban y, por fin, explotó en mi boca. Yo seguía recogiendo todos sus fluidos con la lengua. Quería más. Ella se incorporó y con violencia me dio la vuelta y sin mediar palabra se fue directa hacia mi polla. Se la metió en la boca y empezó a saborearla, escupió en ella para lubricarla y empezó a pajearme. Mientras lo hacía no dejaba de mirarme con cara de perra salida. Me pajeaba y volvía a metérsela en la boca. Me estaba haciendo la mejor mamada de mi vida. Era algo extraordinario. Se metía mi pene una y otra vez en la boca, como si quisiera arrancarlo. Si seguía así iba a correrme.
Me incorporé, salí de la cama y la arrastré hasta el borde. Abrí sus piernas y puse mi capullo en la entrada de su vagina. Paré un segundo antes de meterla. La restregué con los flujos que manchaban su coño y empujé. Ella pegó un grito, estábamos follando, si nos lo hubieran dicho un mes atrás no nos lo creeríamos. Yo empujaba con fuerza, una y otra vez, percutiendo sin parar con el mismo ansia con el que le había comido el coño. Quería atravesarla. Ella me pedía más y yo hacía más fuerza, abrazaba sus piernas hacia mí y juntaba nuestras caderas, se la metía entera una vez y otra y otra más. Estaba siendo una de las mejores experiencias de mi vida. Ella gemía, gritaba, me agarraba de las piernas y me clavaba las uñas. Estaba a punto de correrse otra vez, empezó a decirme que lo hiciera más rápido, que lo hiciera más fuerte. Yo cumplí órdenes y ella empezó a dar alaridos de placer, tenía el coño chorreando. Yo estaba cada vez más fuera de mí, el alcohol y la excitación no me dejaban parar, me acosté en la cama, ella se puso encima y empezó a cabalgarme con el mismo ímpetu que yo lo había hecho antes. Puse una almohada para estar más cómodo, levantaba la cabeza y le comía las tetas una y otra vez mientras ella seguía moviendo la cadera, chocando contra mí, metiéndose mi pene hasta el fondo. Nos empezamos a besar y de nuestra boca salió algún te quiero. Se nos había ido de las manos. Yo quería más y más, ella quería lo mismo. Mientras se movía sobre mí yo la animaba azotando su culo, ella respondía excitándose aún más. Era una locura multiorgásmica y ella se volvió a correr, no tenía fin. Se dió la vuelta, se puso a cuatro patas y yo empecé a follarla, se la metía y a la par lamía su espalda, su enorme tatuaje. Quería acapararla entera y empujaba sin parar.
Aprovechando que en uno de esos empujones mi pene se salió, ella se cogió las nalgas, las abrió y me dijo "fóllame por el culo". Estaba siendo un polvazo en toda regla. Acerqué la punta de mi polla a la entrada, estaba absolutamente encharcado de sus flujos, así que empecé a empujar, muy despacito pero decidido. Fue fácil metérsela entera. Ella respiraba fuerte y yo empecé a bombear mi verga dentro de su culo durante un buen rato. Ella estaba cachondísima, me pedía más y dejándose llevar por la costumbre me llego a llamar por el nombre de su novio. Eso, lejos de desanimarme, me puso más cachondo y empecé a castigarla por haberse confundido. La embestía con violencia, apretando su espalda contra la cama, introduciendo más y más dentro mi polla. Cuando no podía más paré, ella se dió la vuelta, cogió una toallita de la mesilla, me limpió y empezó a comérmela otra vez. Otra vez como antes, tragándola entera, escupiendo para lubricarla, con esa mirada de salida, con esos gemidos de estrella del porno. Definitivamente era el mejor polvo de mi vida y yo estaba a punto de correrme. Le dije que parase, me levanté de la cama y me senté en el sillón que tenía junto a mi cama. Ella se sentó a horcajadas y se metió mi polla dentro. Yo estaba dispuesto para explotar, le preguntaba una y otra vez "¿Quieres que te llene el coño de leche? ¿Quieres leche?". Lorena me respondía que sí, quería sentir mi semen corriendo dentro, quería sentirse llena de mí. Yo la agarraba fuerte por el culo, acompañaba su vaivén y la forcé a ir más rápido y a joderme más fuerte. Empecé a sentir como mi pene se ponía aún más duro, a sentir los espasmos y la lefa subir por el tronco. Y reventé dentro de Lorena. Me corría más que nunca, ella, al notar el estallido se corrió entre alaridos y gemidos.
Nos quedamos ahí un buen rato, juntos, abrazados, el uno sobre el otro notando como bajaba mi erección y mi leche caer de dentro de su coño. Nos besamos, nos tiramos en la cama hasta dormirnos.
A la mañana siguiente la llevé a casa y nos despedimos como siempre, entre risas y algo de humor negro. Inovidable.