No quería eso

Una confusion.

NO QUERÍA ESO

El camino estaba demasiado oscuro. Unas nubes habían cubierto la luna y las luces de la carretera eran tan sólo un resplandor lejano. Empecé a arrepentirme de hacerme la orgullosa. Les había dicho que por este camino se llegaría antes al camping, en vez de por la carretera. Cabezota como yo sola, me emperre en que era así e hicimos una apuesta. Pero a mitad de camino me di cuenta de que la equivocada era yo. El camino describía una amplia curva con la que no contaba, pero ya era demasiado tarde para volver atrás.

La soledad del campo en la noche era inquietante. Los matorrales que crecían alrededor del camino apenas se distinguían como bultos sin forma. De pronto, oí un ruido detrás mío y una sombra enorme se abalanzó sobre mí, tirándome al suelo. Allí, me inmovilizó contra el suelo y salvajemente me bajó el pantalón corto que llevaba, al mismo tiempo que las bragas. Intenté gritar, pero una manaza me cubrió la boca. Pronto sentí la húmeda punta de una verga haciendo presión en mi esfinter. Aquel era un miembro no sé si grande, pero desde luego grueso. Me dolía pero, a pesar de la resistencia que ofrecí, logró introducirse en mi culo.

El hombretón que tenía sobre mí olía a sudor, tabaco y alcohol. Aquello no duró mucho tiempo. Estuvo embistiéndome un rato y justo en el momento en que empezaba a sentir placer, eyaculó en mi interior, dejándose caer sobre mí. Providencialmente, la luna se despejó en ese momento y pude ver su rostro mal afeitado pegado, jadeante, junto al mío. Después sacó su miembro flácido de entre mis nalgas, se levantó y se fue.

Permanecí un rato en el suelo, hasta que la ausencia de ruido me aseguró que volvía a estar sola. No sabía que me pensar. Por un lado, me sentía humillada por el ultraje y por otro lado, aquel había sido el mejor polvo que me habían echado en años, y el hombretón tenía una polla considerable.

Cuando llegué al camping, mis amigos ya estaban allí. Les pagué la apuesta y me fui a dormir a mi tienda. No lograba conciliar el sueño y finalmente me olvidé de todos los sentimientos contradictorios y me masturbé recordando lo ocurrido.

A la mañana siguiente, volvimos a bajar al pueblo. Nos dio la hora de comer y decidimos almorzar en un bar. Cuando entramos, no tardé en reconocer a mi asaltante de la noche anterior sentado en una mesa frente a unos chatos de vino, jugando al dominó. Era un hombretón grande, rudo, con una gran cantidad de vellos en los brazos. Pasé junto a él, pero no dio muestras de reconocerme. A propósito, nos sentamos en una mesa de manera que yo quedara frente a él, y a pesar de que me puso el ojo encima varias veces, nada parecía que le hiciese ver que yo era la mujer a la que había penetrado salvajemente anoche.

No habíamos terminado de comer, cuando el hombre, terminada la partida de dominó , salió del local. Yo, mientras nos servíamos el primer plato, había tomado la decisión. Con una excusa tonta, salí tras el hombre precipitadamente. Le seguí durante un corto trecho hasta que tomó por una callejuela vacía y ahí me atreví a abordarle.

Él se portó con ademanes educados, aunque un poco despreciativos. No abordé el tema directamente, sino que empecé a aludir a lo sucedido de manera indirecta, quizá poco clara. Él estaba desconcertado. Me di cuenta de que estaba agotando su paciencia y fui al grano: quería repetir lo de anoche pero ahora con más calma, con menos brusquedad y, claro, por delante.

Él abrió desmesuradamente los ojos y por fin me reconoció.

  • ¡Así que eras usted quien…! – Su rostro se sonrojó exageradamente – Creo que le debo una disculpa, señorita. Le juro que yo no quería hacerle eso… a usted.

Se le veía profundamente avergonzado. Resultaba evidente que me confundió con otra persona, quizá una amante furtiva con la que tenía ese tipo de encuentros breves y fogosos. Aun así, le hice saber que me había gustado y que quería repetir.

  • Señorita… yo… – comenzó a decir – Lo siento mucho, pero no. La culpa de lo sucedido es suya. Las mujeres de hoy en día no visten como en mis tiempos, y en la oscuridad, y usted con su pelito corto… Bueno, señorita, que yo la confundí con un mozo. Perdone, pero pa’ follar un coño, ya tengo a la patrona en la casa.

Y se dio la vuelta y se marchó.