No puedo, no puedo

Marcos besaba, tocaba, acariciaba con una destreza sublime. Era un hombre guapo y lo sabía, era un amante diestro y lo sabía.

  • No puedo Andrés. Déjalo.
  • Lo siento amor – el pobre era tan complaciente – Podemos usar el lubricante – dijo esperanzado, echando una mano a la mesilla para tratar de encontrarlo entre el batiburrillo de gomas de pelo y cremas de mano.
  • No, déjalo cielo. No puedo más.
  • Lo siento. Sabes que no deseo hacerte daño. Pero es que me excitas tanto. Te quiero Isabel – aseguraba abrazándome con irresistible mimo – Nunca te abandonaría por algo como esto.

Y cuando lo decía, señalaba allí, a eso, a su entrepierna.

Una entrepierna abrasadora y soberana, inmensa, dominante, hipnótica, gigantesca.

No, desde luego.

Andrés no había sido el primer macho que me dio reposo.

Apenas la lívido y sobre todo la curiosidad vencieron mi virginidad, los conocí con cierta abundancia y gran variedad…fantásticos y pésimos, engreídos y humildes, heroicos de la resistencia, fugaces como un rayo pero todos con miembros que no bajaban de quince y no superaban los dieciocho.

Un ibérico medio, vamos.

Andrés sin embargo, rompía todas las estadísticas.

Si una enciclopedia sobre pollas superdotadas necesitaba de foto ilustrativa, el miembro de mi chico ofrecía la mejor perspectiva.

Sus veinticinco, con un grosor inabarcable para mis manos, la convertían en magna, extensa, venosa, imperial y….dolorosa.

Cuando la contemplé por primera vez tuve que parpadear cinco veces con fuerza, para cerciorarme de que efectivamente, aquel prodigio de la naturaleza no era un sueño.

Y más porque Andrés, taxista con poco estudio, tipo afable de ligera barriguilla, sutilmente calvo e indescriptiblemente sociable, era lo que se define, como un ciudadano normal y corriente, de los que se saludan, olvidan y jamás destacan.

Cuando alguien relaciona semejante invento con su dueño, lo hace imaginando un macho egregio y portentoso, musculo puro, cara de vicio, expresión algo simiesca y actitud de “te voy a dar lo tuyo y lo del resto”.

“¿Estaré lo suficientemente cachonda?” – sí, aquello fue lo primero que se le vino a mi mente cuando, escapando del slip como un resorte, golpeó todos mis miedos.

Mis mandíbulas, abiertas en todo lo más que su elasticidad era capaz, no conseguían más que lamer un tercio.

Pero lo peor no era la boca.

Con Andrés, tuve siempre, en cada una de nuestras intimadas, la sensación de haber regenerado el himen desde la última, con un dolor intenso que tensaba las situaciones, resecando todo lo que los previos, adorables previos, habían de antemano humedecido.

  • ¿Y tú?
  • ¿Yo que mi vida?
  • ¿Me abandonarías por algo como esto?
  • No – era verdad – Nunca lo haría.

No lo hubiera hecho.

Tan siquiera tras tres años en los que nuestra vida sexual, se limitaba a un tercio.

El tercio que nuestras penetraciones aceptaban como máximo, con Andrés en todo momento retenido, controlado, nunca desmelenado, nunca rompiendo el freno, midiendo delicadamente cada movimiento para no dañarme, investigando, por la expresividad de mi rostro, si había tocado fondo.

Y el muy cabrón siempre lo tocaba.

Ocupaba tan intensamente mis adentros que el clítoris estallaba en apenas veinte o treinta arremetidas, proporcionándome unas jugosos orgasmos que se me hacían cortos, pero sobre todo desasosegadamente tensos.

Demasiado autocontrol, demasiada medida, demasiado milímetro a milímetro.

No, no había manera.

  • No puedo – aquel se convertiría en el lema imperante en nuestra vida sexual.

“No puedo” y luego giro para dormir pegados, sintiendo nuestras espaldas, uniendo el alma hasta hacer de dos una…pero manteniendo los cuerpos frustradamente castos.

Sin embargo Andrés, sencillo pero extraordinariamente equilibrado, sabía muy bien como compensar nuestros “pequeños” problemas, con una entrega absoluta a mi felicidad.

Dedicado y delicado, compañero y amigo, comprensivo y férreo apoyo, detallista, sonriente, indestructiblemente optimista, buen conocedor de mis estados de ánimo, rocoso en la defensa de lo que importa, flexible en lo que se debe ceder, cálido, reflexivo, viajero infatigable y con el irrenunciable objetivo de tener dos hijos conmigo; uno natural y otro adoptivo.

Siempre soñé, imploré, deseé, planeé tener un hijo adoptivo.

¿Dónde iba a encontrar alguien que compartiera ese complicado y exigente sueño?

¿Dónde iba a encontrar alguien capaz de regalarme un masaje de pies el día en que mi humor resulta insoportable?

¿Quién iba a cocinarme tortilla de patatas con pimientos intuyendo por teléfono que mi jefe había vuelto a sacarme las tuercas del tornillo?

¿Cómo iba a despertarme despeinada, mocosa, oliendo a espeso, con ojeras y ganas de bronca para toparme con un buenos días estas guapísima?

Decidí no exagerar la importancia de aquello, ocultando el problema a las amigas más íntimas, mintiéndome a mí misma.

Lo peor era que me ratificaba….comprando un vibrador monísimo de color lavanda, visitando páginas porno especializadas en hembras (Armanda Miller llevaba a la práctica la mayor parte de mis fantasías), sacando dobles usos al calabacín, a la esponja o al teléfono de la ducha.

Incluso llegué a derretirme con un dedo mágico en el vestuario del gimnasio, dentro de la sauna, observando las sombras de movimiento a través de la neblina vaporosa del agua.

No, no mentí cuando juré a Andrés que nunca lo abandonaría.

Pero sí que lo hice, a Isabel, cuando le aseguraba, desnuda frente al espejo, que aquella situación era más normal de lo que le parecía.

Porque no lo era.

Andrés era mi media naranja sí, repleta de zumo fresco, vigorizante y jugoso, pero que en ocasiones, deja un leve regusto amargo.

El día de San Valero era noche de chicas.

Una costumbre anclada en nuestros años universitarios cuando, tras acabar los exámenes de enero, corrimos una juerga brutal donde todas sin excepción, terminamos borrachas como cubas, con la tripa dolorida de tanto reir y el coño enrojecido de follar con tíos de cuyo nombre ya no nos acordábamos.

La cosa fue tan inolvidable que decidimos repetir la jugada, eliminando por razones obvias, el último párrafo.

Todas estábamos casadas o emparejadas, y tres de siete tenían un hijo.

Noche de aperitivo y Martini blanco.

Noche de cena y vino italiano.

Noche de bares y cubatas de garrafón con salidas a corrillo junto a la puerta del local de turno para echarse un cigarro, tal vez con suerte un porrito bien apretado.

Noches de conversaciones….”Estoy pensando en divorciarme…..hace dos meses que no follamos….los niños nos tienen esclavizados….creo que se ha liado con una compañera de trabajo….estamos divinamente salvo por la suegra…..tengo sueños salvajes e inconfesables con Santiago Segura”

Yo seguí mintiendo….”Todo es increíble. Andrés es algo fuera de serie. Nunca nadie me ha dado en la cama lo que él”.

Mentira.

Y la mejor prueba, es que fui la última de todas en dar la noche por vencida.

No podía, no quería, no deseaba volver a casa.

Por eso, primero despedimos a las madrazas cuya mente nunca se liberó del todo pensando que sus recentales andaban lloriqueando por algo de papilla.

Luego a las temerosas de que sus parejas se enfadaran por eso de que ya fueran las tres en punto y no les llamaran desde hacía media hora.

Finalmente dije adiós a la última…”Mañana tengo paella con la suegra”…que al salir, cruzó una inequívoca mirada con un jovenzuelo de veinte años, incluso menos que, sin mucho recato, salió tras ella sin que volviera a verlo entrar con el rostro dolorido del rechazo.

Regresé a la barra, llamé al camarero, pedí un mojito muy cargado y comencé a beberlo contando la cantidad de servilletas que decoraban el suelo.

Engañada, engañada, mentirosa.

  • Hola.

No era la manera más exuberante de persuadir a nadie.

Pero al alzar la vista, me di cuenta que el chaval, no necesitaba de mejores presentaciones.

Marcos era un dios heleno reencarnado en madrileño.

Con aquel jersey fino sin nada debajo, liviano pero al tiempo mostrando unos hombros musculados de manera natural, innata, nada de gimnasio.

Eran así porque así vinieron.

Las mangas remangadas hasta los codos, ofreciendo la vista de unos brazos masculinos, de pelo justo, de estos que lo mismo dejan posar mariposas que doblan vigas por despecho.

El cuello poderoso y la faz, lo más perfecto, atractivo, sublime y dulce que jamás había visto.

Me cautivaba aquel semblante a medio camino entre amante y guerrero.

Marcos era indescriptiblemente perfecto.

Y eso me llevo a desconfiar.

Su borrachera era contenida, muy justa pues un tipo como él, no se le escapan las chispas de los ojos por una chica como yo, sin antes zamparse a solas un bidón de ciento cincuenta litros de cerveza.

Marcos podía tener a quien quisiera, cuando quisiera y como le diera la gana.

Pero yo, vallecana, con mis cartucheras y mi leve papada, con un rostro anodino, una melena sucia y unas retinas marrones y sin apetencias, solía ser la segunda elección o, directamente, la desapercibida.

  • Hola – contesté decidiendo que el mojito, era mejor no tomárselo en solitario.

Marcos no parecía tener prisa.

Yo tampoco.

Su cortejo era oficio de paciencia y atractivo descaro.

Mi mentira, aun repetitiva, resultó no ser lo suficientemente sólida como para resistir la primera tentación que surgió en el camino.

Con asombrosa sutileza fue, poco a poco transgrediendo la zona de seguridad, aproximándose con excusas tontas…cojo una cerveza y gano dos centímetros, me empuja uno bailando desde atrás, avanzo otros dos, levanto el brazo para saludar a un chaval que ni se cómo se llama y, al bajarlo, roza sin casualidades mi muslo.

No necesitaba tanto.

Culpa de aquel defecto educativo insertado por las monjas, yo intentaba reprimirme, aun estando borracha, para no cometer una locura.

Locura que generaba un ardor húmedo que impregnaba mis braguitas como no se habían impregnado en años, sobre todo cuando Marcos y su mano pecadora, se posaron descaradamente en mi pelo y, acercándose con una lentitud que se hizo cruel, me besó.

  • Eres muy atrevido – le dije con la mejor sonrisa que pude esbozar – Mira que no llevamos ni una hora hablando.

Su respuesta fue su aroma.

Allí reconocí la clave.

Marcos olía como yo, sin ninguna diferencia.

Era el olor de la pura necesidad, de la represión ladina y mentirosa y de la búsqueda involuntaria de cómo callarla….satisfaciéndola.

Una satisfacción que me agradó mucho sentir con forma de mano derecha, ascendiendo desde mi rabadilla, columna arriba hasta llegar a la nuca, enredando los dedos con mi melena descuidada, intensificando la fuerza, sensación y morbosidad de aquel beso prohibido.

Su novia, comercial de una empresa de aires acondicionados, andaba en un simposio valenciano, tratando de engatusar inversores chinos para que la fábrica no se les fuera al garete.

Algo así creo que escuché.

Si entendí mal, me importó una soberana mierda.

Allí no estábamos para lloriquear carencias, ni para contarnos milongas sobre la infelicidad y la decisión tomada de abandonar nuestras parejas y abrirse a un nuevo amor que, ¡oh casualidad!, resultaba ser yo.

Allí se estaba para que Marcos, mientras entregaba el DNI y la VISA a un recepcionista adormilado, sobara mi culo con aquel magreo descarado.

  • Aprieta – le ordené cuándo, caminando hacia el ascensor, fui consciente que desde el mostrador, nos contemplaba la mirada envidiosa de quien hubiera deseado, más que hacer check in, follarse a aquella nueva clienta.

¿Andrés?

Por supuesto que

pensé en él.

Quien siendo infiel niegue hacerlo, es un mentiroso.

Mucho más cuando mi superdotado amor, dormía a escasos

quinientos metros de quien en ese momento, apenas cerramos la puerta dejando colgado el cartel de “No Molestar, estamos copulando”, me arrojaba sobre la cama provocando un crujido tal, que pensamos haber quebrado el soporte travesero.

Marcos besaba, tocaba, acariciaba con una destreza sublime.

Era un hombre guapo y lo sabía, era un amante diestro y lo sabía.

Y yo, desbordada por fin por el alcohol, había arrinconado mi sumisa identidad erótica, dispuesta para hacer, obrar, decir y gozar a deslome, sin represas ni dogmas, sin obligaciones ni pecados.

Tan solo sentí un ademán dubitativo cuando mis manos aferraron su cinturón para arrancarlo con una habilidad que, ciertamente desconocía.

  • Espera viciosa…- hizo tensa broma.

No estaba dispuesta.

Si tocas el timbre diez veces, lo normal es que más tarde o más temprano abran la puerta ¿no?

Desabotoné su pantalón de un tirón…

  • Aguarda, aguarda….

Lo bajé….

  • Isabel por favor yo….

Y

mandé al suelo los calzoncillos, esta vez sí, de Calvin Klein y a cincuenta euros.

Tras la tela apareció el pene más usual, vulgar, insulso, acostumbrado y normal que nunca había visto.

Una polla casi hasta pequeña con diez centímetros en esplendor…a lo sumo.

Un grosor aceptable, siendo generosa eso sí, aunque su capullo apenas aparecía por encima de mi mano cuando esta, temblorosa, lo aferró con delicadeza.

  • Perdona yo…. – eche la vista arriba.

Marcos había perdido todo su potencial, mostrando claramente en sus ojos, lo acostumbrando que estaba a leer la decepción de sus amantes cuando llegaba aquel indecoroso momento.

Un momento que el intentaba compensar con su inexcusable atractivo y escogiendo intencionadamente, a aquella que sintiera más desesperada, fea o borracha, capaz de olvidar aquel pequeño detalle que tanto lo incomodaba por el historial de haberse tirado a un hombre tan físicamente portentoso.

El éxito de Marcos con las mujeres encontraba en aquella modestia, una muralla, una vergüenza, una…

  • ¡Una maravilla!

Y tras exclamar lo exclamado, me abalancé sobre ella para adorarla, besarla, lamerla, entregarme a ella, devorarla, deglutirla, ensalivarla, amarla, agradecerla, chuparla emitiendo sonidos de placer, de babas, de ¡quiero más!

  • Oggg Isabel por Dios. Dios, Dios para, para que me corro paraaa….
  • No, no…- rogué reclinándome sobre el colchón, agarrándole con un brazo de los hombros para atraparlo, atrayéndolo hacia mis piernas descaradamente abiertas mientras con la otra mano, aferraba su polla para introducirla con descaradísimo apetito.
  • Espera, espera no me h puesto condoooonnnn
  • Dame, mete, clava Marcos ¡clava!...aaaaa, aaaaa,aaaaa.

Quería sentirla, quería volver a ser follada sin miras, sin requiebros, directamente, sin fisuras, sin recortes, dura y despiadadamente.

Apenas duramos tres minutos.

¡Pero qué tres deliciosos minutos!

Una revancha por los tres años de sexo con excusas que había estado recibiendo.

Hacia tanto que no era capaz de acoger una polla en mi seno, sintiendo sus empentones, sus arreos, su vicio y su derrame, dándome igual, si igual, el hecho de que no tomara pastilla ni calzara Diu.

Quería leche a borbotones, quería acariciar el sudor de Marcos surgiendo de los poros de su espalda.

  • Bufff hacía tanto que no me habían follado con tanta gana.

La confesión de Marcos me hizo sospechar lo que luego, embutidos en esa conversaciones de desnudos en la cama…caricia, beso, caricia, caricia, beso, coqueteo, confesión, coqueteo, manita subida de tono, beso, beso, lengüecita, terminó descubriendo.

Su mujer llevaba

un año siendo follada por un panadero cincuentón y rematadamente feo, pero que hacía honores a su oficio, vendiendo una barra gigantesca de pura carne en bragueta, a sus clientas más selectas.

  • No la juzgo. Ella no sabe que lo descubrí hace tiempo – no parecía entristecido – Al fin y al cabo, él le da lo que yo no puedo.
  • Pero la amas.
  • Si – una confesión que no casaba demasiado con el beso en mi cuello, breve, ecléctico, maravillosamente compaginado con un dedito catando la excitación del clítoris – Y ella a mí. Solo que con esto.

¿Esto?

Esto estaba ya en todo lo alto cuando, a horcajadas, lo monté en una cabalgada antológica, de libro y libre, sintiendo entre gritos desaforados, cada una de sus entradas y salidas.

Cuando desperté, lo hice sobre el pecho de Marcos, alzándose arriba y abajo, profundamente dormido.

El olor de aquella alcoba de sesenta euros sin desayuno, era a desfogue puro y duro.

Al regresar a casa, la cafetera estaba caliente y la colonia barata de Andrés, todavía impregnaba el cuarto de baño.

Yo resacosa, el, en su trabajo.

Ducha rápida, lavadora para librarse de pruebas implicatorias, acurrucándome luego en la cama, con las persianas bajada.

Me adormilé satisfecha, con la cabeza aun bombeando y la vagina muy dolorida.

Entonces fue cuando sonó el aviso de mensaje en el móvil.

Pensé en mi jefe, pensé en Andrés que me daba los buenos días pero resultó ser un anónimo.

“Los que se quieren no pueden y los que pueden no se quieren”.

“Amen Marcos….pero ahora tengo mucho sueño” – pensé sin dar respuesta.

Volvió a sonar el bip, bip de otro mensaje.

“¿Te gustan los niños adoptados?”

Bufff….ahora sí que la jodimos.