No puedes evitar mirarme

Y tú, ¿eres capaz de descifrar una mirada?

No puedes evitar mirarme cuando nos cruzamos por la calle, aunque vayas cogida de su mano. Y es precisamente ese detalle, sus dedos entrelazados con los tuyos, el que aporta interés a esta historia, el que da un sentido especial a tus ojos desviándose del horizonte, el que me impide saber qué piensas cuando me ves.

Si obvio tu mirada que me busca, diría que estás orgullosa de ir de su mano. Pareces una mujer segura de sí misma, altiva incluso, la cabeza erguida y ese caminar convencido; y es por eso que no sé cómo interpretar tu mirada, esa mirada subrayada por una sombra de ojos oscura, esa mirada que pierde el frente y se desvía hacia la izquierda, hacia mi posición. Quizás quieres decirme, mírame, fui tuya una noche, lo pasamos bien, pero pertenezco a otro, ahora soy suya. O quizás no, quizás me retes, quizás tu mirada es una súplica. Si me fijo en él, no lo juzgo a tu altura, a nadie lo encontraría digno de ti, tal vez ni siquiera a mí, pero desde luego no a él. Por eso quizás tu mirada buscándome es una petición de rescate, un ven, un déjame que entrelace mis dedos con los tuyos, un la próxima vez retenme, un contigo sí.

O quizás simplemente al verme, al cruzarnos casualmente, el recuerdo de aquellas horas, de aquella noche, venga a tu mente como afluye a la mía: fresco y nítido, aunque hayan pasado los meses. Yo tampoco puedo evitar mirarte, aunque vayas cogida de su mano. Lo reconozco, me he fijado en ti ya desde muchos metros antes de esas décimas de segundo en que nuestros hombros pasan casi rozándose. Aunque los ojos se nos desvíen sólo al final, cuando estamos seguros que al otro los recuerdos le inundan la memoria. Me gustaría pensar que es así, que recuerdas las conversaciones, las risas, los brindis de champán, los arrumacos, el nombre de mi colonia por la que preguntaste tan interesada, mis ganas de comerte la boca y tus manos atreviéndose más arriba de las rodillas.

Y todo lo demás, claro. Ojalá tu mirada sea un agradecimiento por ese orgasmo que te pilló por sorpresa, cuando rechacé los quehaceres de tus manos y me centré en ti y en tu coño imberbe. No lo esperabas, pero quería hacerlo, necesitaba hacerlo, casi desde la primera mirada. Entonces, pese a la noche, la oscuridad y el alcohol, interpretaba mejor tus miradas. Por eso me atreví enseguida a abrazarte por debajo de la cintura; tus ojos sin hablar me habían dado permiso. Y seguramente te lo dije entonces, pero por si acaso mi cabeza volviéndose ahora que nos cruzamos te lo repite: que duro y bien puesto tienes el culo. Si no fueras acompañada, te detendría y te lo diría de viva voz, buscando la sonrisa cómplice de aquella noche. Pero ahora que vas de su mano, sólo nos podemos hablar en estas miradas cruzadas que duran milisegundos.

Quizás esa mirada furtiva tuya ahora sea la devolución de aquella mía que cegaron tus muslos. Quizás ahora se te siga erizando la piel como al pasar de mis labios entonces. Después, cuando te abandonaste estirando el cuello y con el brazo buscando el cabecero de la cama, tan centrado en tu sexo estaba que cesaron las miradas y era tu voz la que me guiaba. Tus sigue y mi lengua concentrada en aletear sobre los pliegues de tus labios, tus qué rico y mis dedos despertando tu clítoris, tu aroma impregnando poco a poco mis sentidos y mi saliva haciendo brillar tu sexo. Quizás en este cruce de miradas de ahora viajen mi empeño y tu orgasmo modesto, sin estridencias forzadas, tan sólo mi lengua y tus dedos tomando el relevo a los míos sobre tu pipa, hasta arrancar bien la noche.

Después, si tu mirada va cargada de recuerdos no podrás negarlo, quisiste corresponderme y te volví a sorprender; en aquella penumbra también tus ojos buscaron los míos. No me imaginabas así, ni tanto ni tan duro, pero saborearte me había llevado a mi tope. Pusiste empeño y un preservativo, pero ni el profiláctico ni tu boca pudieron llegar al final, a pesar de los ánimos y de mis manos empujando tu cabeza. Si te fijas, en mis ojos ahora que nos cruzamos no hallarás reproches, aunque me hubiera gustado conocer más y mejor las profundidades de tu garganta. Probamos posiciones y números, sentí el aroma de tu reciente orgasmo y vi en primer plano tu ano, contraído y tan irrechazable, que quizás en mi mirada hoy encuentres el lamento de no habértelo pedido. Da igual; las ganas nos pudieron y enseguida pasamos a mayores.

Quizás en tus ojos viaja la comprensión por la impericia del desentrenado. Y aquella cama tan pequeña para mí, nos costó encontrar postura, ¿recuerdas? Cuando optaste por montarme fue todo mejor. Esa dureza lítica que te volvió a sorprender, mis manos fundiéndose en el calor de tu cintura y tus pechos redondos tan apetecibles que terminé inclinándote para poder morderlos. Y ahí, teniéndote sobre mí, abrazado a tu espalda, con tus manos tratando de levantar la camiseta que me había dejado puesta, con las caras tan cerca que no podíamos evitar el juego de nuestras lenguas, volvieron las miradas. Aunque inmediatas, eran huecas, muy diferentes de las actuales, furtivas, pero tan cargadas de matices que no consigo descomponer. Entonces el esfuerzo era otro, prolongar lo inevitable un minuto más. Te pregunté dónde, y quizás la altivez de tu mirada presente es el reproche de la decepción de la mía ante tu elección aquella noche. Además, la pregunta había llegado precipitada, antes de tiempo. El condón había volado y ya no había vuelta atrás. Tu mano se esforzó por acercar el clímax, la mía, más acostumbrada, cogió el testigo con nuevos ímpetus. Y ahí, cuando terminé de deshacerme entre tu ombligo y la cresta de tu cadera, tu mirada volvió a adquirir matices reconocibles. Esa sonrisa orgullosa y mi gesto cansado duraron bastante más de lo que tardaron las toallitas en eliminar el rastro de semen sobre tu vientre. Después la noche se sucedió en un largo descender, y las miradas fueron tornándose distantes, sin traumas, pero apagándose, como las cosas que están bien que ocurran pero tal vez nunca debieron suceder.

Ya ves, me cuesta interpretar la tuya, pero mi mirada cuando se yergue del pavimento y busca tus ojos oscuros va cargada de bonitos recuerdos, recuerdos que perduran, que se extienden en el tiempo aún más de lo que duró el sabor de tu sexo en mi boca.