No pude resistirme

Cuando todo lo dice todo

Ella me miró tanto que no pude resistirme.

Las ondas de sus ojos se estrellaban en mi culo, calentándome.

Las ondas de mis ojos se rompían en sus tetas, calentándola.

El magnetismo animal nos dominaba y, sin importar quien era quien, nos miramos y nos buscamos.

Todo lo demás es historia escrita.

Cuando el amor existe, uno más otro es uno, ya lo dijo el Viejo.

Y cuando falta el otro el uno tiene derecho a tomar o ser tomado por otro, lo aseguró el Joven.

Bésame, oí, y me rendí a beber la sabia de sus pies.

La cultura impone el protocolo y éste indica que, en esta instancia, corresponde levantar al servil y acogerlo.

Cultura un carajo escuché y, levantado mi vista, un carajo se exhibía tan prodigiosamente suyo como todo producto del desierto: lo tomé en mi boca como fruto de hospitalidad y me abandoné a su nombre.

Hubo días y meses siguientes en los que aprendí la vida en la soledad que me imponía.

Soledad de docilidad y obediencia.

El carajo sabía doblegarme, hacerme llegar al cielo y traerme a la tierra con una sonrisa eterna dibujada por mi culo.

Al levantarse llenaba mi boca con su néctar matinal rico en sales y minerales, aceptable de sabor y efecto erótico durante la jornada,

A la siesta me hacía que le lea literatura occidental de amores, odios y culiadas, matizada con leves succiones.

Y así me fui haciendo: lo que ven hoy es producto de ella y, con amor les digo, que la altivez de ese ser mujer en su segunda vida la condenó a vagar por el desierto como nómade sin destino.

Y si me preguntan que vi en ella para sumarme a su derrotero, la respuesta es una: largo, grosor y técnica.