No mires atrás - 2

Donde tengas la olla... Tras llegar furiosa a casa después de dejar a mi pareja de siempre, Juan, me "desahogo" con Luis, uno de mis compañeros de piso

Luis era moreno, alto (me gustan los hombres altos), delgado pero fuerte, con unas enormes manos. Llevaba unos meses tirándome indirectas cada vez que tenía oportunidad, haciéndose el encontradizo en las zonas comunes de la casa que compartíamos con otras 3 personas, una pareja y otro chico con el que también tenía muy buen rollo. Con la pareja no me llevaba mal, pero él era un poco sieso y nunca me había llevado especialmente bien con otras mujeres, a excepción de mis 4 amigas de siempre.

Luis, como decía, era de esos hombres altos, de espalda ancha y músculos marcados, pero sin un gramo de más, pura fibra. Y con unos labios carnosos que me habían llamado la atención más de una vez. Pero yo no estaba para tonterías, yo tenía mi pareja y aunque había rechazado en un par de ocasiones el irme a vivir con él por no perder mi independencia, nunca hubiera engañado a Juan. Y menos con alguien a quien tendría que ver a diario. Además, que no, yo no era así.

Aunque ahora mismo lo necesitaba tanto… estaba tan, tan furiosa… y tan caliente…

Así que me lancé a devorar esos labios de Luis, invadiendo su boca con mi lengua, enredando mis dedos en su corta melena mientras mi otra mano luchaba por deshacerse de su cinturón. Le pillé por sorpresa, pero cuando empecé a desabrochar sus vaqueros ya pude notar su erección.

Me empujó suavemente hacia el escritorio con los pantalones cayéndosele hasta los pies. Me sentó al borde de la mesa sin dejar de besarme como si no hubiera un mañana. Sentí sus manos desatando torpemente el nudo que había conseguido hacer en mi bata unos minutos antes. Se separó de mí estirando el cinturón de satén delante de mis ojos, pegó un tirón sonriendo maliciosamente, sentí una punzada en el vientre e inconscientemente me mordí el labio inferior. Me gusta que me aten. Su mirada bajó de la mía a mi pecho, realmente generoso y de ahí a mi mojadísimo culotte. Lanzó el cinturón sobre la cama. Vaya, con lo bien que pintaba.

En fin, mis manos no pudieron evitar lanzarse a por esa delicia que asomaba por el elástico de su calzoncillo, pero me detuvo en seco. Acercó sus labios a la comisura de los míos, -shhhhhh… tranquila fiera, déjame hacer-

Apenas me rozó al mover la boca mientras lo decía, pero eso fue suficiente para que una corriente recorriera todo mi cuerpo y me hiciera echar la cabeza hacia atrás y dejarme perder. Me la sujetó con ambas manos y comenzó un peregrinaje de besos y caricias, con la lengua y los labios, por todo mi cuerpo. Los labios, el cuello, me hizo gemir al mordisquear el lóbulo de mi oreja suavemente, y al morder mi hombro con fuerza. Sus manos bajaban por mi espalda y su lengua se paseaba por mi canalillo. Y de ahí a un pecho y al otro, dibujando mis aureolas, haciendo que mis pezones se pusieran como piedras en una cala, esperando su baño de sal. Hizo que me arqueara acariciando el final de mi espalda y subiendo por mis costados en una lenta danza tántrica, aprovechando para succionar y morder mis pezones. Mis piernas se separaron instintivamente cuando su boca siguió camino de mi ombligo. Me mordió a un lado de la cintura y gemí de nuevo. Dejó un reguero por uno de mis muslos e hizo lo mismo al subir por el interior del otro, esquivando lo que yo necesitaba como nunca que aliviase de una vez.

Se apartó un momento para mirarme y sentí sus dedos separando suavemente mis labios mientras sus ojos se clavaban en los míos, antes de desaparecer en la bruma que vino a continuación. Sentí su lengua cubrir todo mi sexo con mi propia humedad, llevarla de un lado a otro, explorar cada milímetro de mí, en círculos, presionando, colándose por donde podía. La sentí empapar mi esfínter y la sentí follármelo. Sentí sus dedos quemar, golpear, entrar, salir y volver a entrar más y más deprisa mientras su lengua no dejaba de succionar y sus labios de atrapar mi clítoris. Sentí la locura apoderarse de mí y me derramé para él. Y sentí mi propio sabor cuando me besó mientras apuntaba con su glande en mi entrada.

Dios, sentí cada milímetro de Luis entrar en mi interior, poco a poco. Entrar y salir de mí mientras mis piernas le rodeaban y mis manos le ayudaban a empujar más fuerte. Más y más fuerte. Más. Y sentí su calor invadirme cuando se corrió dentro de mí, con un gemido al que no estaba habituada.

Estaba incómoda, para qué negarlo. El borde del escritorio se me clavaba en el culo. Y excitada. Por alguna razón el gemido de Luis, tan diferente al sonido que Juan solía emitir al correrse, me había hecho darme cuenta de que estaba follándome a un desconocido. Sí, compartíamos piso hacía meses, pero ¿qué es eso aparte de un desconocido con el que te cruzas a diario? como mucho un colega, pero para el caso, para mí, era un desconocido.

Suerte que Luis no tardó en recuperarse más de un par de minutos. Su fama le precedía. El compañero que dormía en la habitación de al lado, lo había contado alguna vez. Empalmaba un polvo con otro como si tal cosa. Esa noche me venía de lujo, porque yo estaba desatada.

Salté del escritorio separándole de mí y mordiéndole los labios le hice retroceder hasta caer de espaldas en la silla, que había rodado hasta una esquina de mi habitación. Me arrodillé frente a él y separándole las piernas le agarré la polla con una mano mientras me humedecía la otra, que empezó a acariciar sus huevos. Bajé a lamerlos, los succioné, lamí su esfínter. Enseguida me di cuenta de que no debía estar acostumbrado a eso. Pero le gustó. Volví a subir y mi lengua dejó un reguero a lo largo de todo su tronco, hasta tropezar con el pliegue de su glande. La deslicé alrededor, golpeándolo, lamiéndolo. Le besé suavemente la punta y dejé que mis labios se abrieran a medida que bajaba sobre ella, haciéndola desaparecer despacio, hasta donde me dio la garganta.

Y la succioné, jugando con mi lengua mientras mi cabeza subía y bajaba con sus dedos enredados en mi pelo, presionándome un poco a veces, y me volví loca. Me encantaba el sexo oral, pero es que además la polla de Luis era tan gruesa, tan sabrosa, tan nueva. Aumenté la presión de mis labios mientras introducía un dedo en su esfínter. Se le escapó un gemido algo más fuerte. Ambos miramos hacia la puerta. Le miré a los ojos, me mordí el labio inferior. Volví a atrapar su polla con la boca sin dejar de mirarle y volví a subir y bajar, moviendo mi dedito en el culo de Luis, chupando con más fuerza. Me avisó –me voy a correr- y seguí, más fuerte aún, más deprisa, con más ansia de él, con sus manos sujetando mi cabeza contra su polla. Hasta sentir como su semen golpeaba mi garganta. Y no paré hasta que cayó hacia atrás sobre la silla, acariciando mi pelo y diciendo mi nombre en un susurro -ahhh, Sara, Sara, Sara…- Recosté mi cabeza sobre sus rodillas.

Pasados unos minutos me hizo incorporar y me llevó hasta sentarme en la cama sin dejar de besarme.  Cuando iba a recibirle entre mis brazos me hizo girar bruscamente por la cintura y me puso boca abajo. Sentí el tirón en una de mis muñecas y a continuación en la otra, al tensarse la tira de la bata, que ya pensé que no iba a darme juego esa noche. Eso me excitó como no hubiera imaginado. No es que yo fuera una mojigata, no tenía tabúes, pero con mi pareja, con la persona que conocía y que me conocía, no con cualquiera.

En la lucha por el control terminé a cuatro patas sobre la cama. Sentí la polla de Luis entre mis nalgas, durísima y ardiendo. La sentí frotarse mientras él amasaba mi trasero con sus manos grandes y fuertes, y bajar deslizándose a lo largo de todo mi sexo, restregándose con mi clítoris, chocando con mi entrada, volviendo a subir y bajar empapándose bien de mí.

La apoyó en mi entrada, yo estaba deseando que me penetrase de una vez, él mareaba la perdiz. Empecé a tontear yo también haciendo círculos con mis caderas, atrapando su glande con mis labios, presionando, liberando.

Se hundió en mí de una estocada, golpeando con sus huevos en mi trasero y haciéndome perder el equilibrio. Me sujeté como pude al cabecero de forja y me medio incorporé, lo que daba la tira de satén. Volvió a embestir. Me preguntaba cómo no me había fijado en lo que tenía ese muchacho entre las piernas, enorme como la sentía. Aceleró el ritmo y empezó a pellizcarme los pezones, el trasero, a darme cachetes. Odiaba eso, siempre lo había odiado, pero hoy me estaba poniendo… ufff.

Nos embestimos mutuamente hasta que sentí su dedo mojado jugando con mi esfínter. Me corrí casi de inmediato. El dio un par de embestidas más y volvió a frotar su polla entre mis nalgas. No se le ocurriría! Apoyó la punta y empezó a presionar contra mi culo. Quería y no quería. Ahogué un grito cuando el glande entró entero y otro cuando siguió empujando, flojo pero persistentemente. Escupió en mi trasero y su polla se deslizó unos centímetros más. En un golpe de cadera la sentí reventándome por dentro. Qué dolor! Y qué placer. Empecé a bailar en círculos con mis caderas a su alrededor. Él empezó a salir y empujar, salir y empujar, más fuerte, más deprisa, más, más, mucho más fuerte. Nuestros gemidos se mezclaron cuando se corrió dentro de mi culo, con mis fluidos corriendo por sus piernas. Cayó sobre mi espalda con un bufido y me rendí sobre la cama. Salió despacio de mi trasero y permaneció tumbado a mi lado, retirándome el pelo de la cara mientras me la cubría de besos. Debía estar ya dormida cuando se marchó a su habitación