No me vas a superar (I/II)

El matrimonio es amor y rutina. La rutina, seguridad y aburrimiento. El sexo tiene cabida entre amor y seguridad, pero la pasión rara vez crece entre rutina y aburrimiento. Por eso a veces conviene cruzar líneas que separan unos y otros, para que el aburrimiento no lleve al desamor.

El matrimonio es amor y rutina. La rutina, seguridad y aburrimiento. El sexo tiene cabida entre amor y seguridad, pero la pasión rara vez crece entre rutina y aburrimiento. Por eso a veces conviene cruzar líneas que separan unos y otros, para que el aburrimiento no lleve al desamor.

Pero cruzar supone también arriesgar, salir de la seguridad detrás de la cual nunca se sabe qué encontrarás. Responsables de nuestros actos, pero también de sus consecuencias.

Mi marido y yo de vez en cuando cruzamos líneas, saliendo de ese círculo, vicioso, viciosos, y nunca nos habíamos arrepentido. Grabaciones en vídeo... Sexo en playas nudistas… Felaciones en cabinas de sex shops…

La semana pasada me dijo que me tocaba preparar una sesión especial, el sábado. “Pero que sea atrevido”, me dijo, retandome. Siempre se quejaba de mi actitud.

Siempre

. “La última vez casi me duermo”, insistió.

  • Cariño, no sigas por ahí - le advertí.
  • Eres muy rutinaria - se quejó.
  • Soy capaz de hacer que te arrepientas y lo sabes.
  • Haz lo que quieras, que lo dudo.
  • Que te jodan.
  • Lo que quieras, no me vas a superar.

Pasó la semana molestando, hurgando en la herida. Retándome... hasta que consiguió hacerme enfadar.

Hasta que consiguió que me decidiese a que realmente se arrepienta.

Sábado.

Le desnudo. Le siento en una silla en medio del salón. Manos esposadas a la espalda, ojos vendados.

Las 8 de la tarde.

  • ¿Esto es todo lo que sabes hacer? - dijo cuando me escuchó salir de la habitación. Desde el dormitorio le escuché vociferar, casi insultándome.

Volví. Le quité la venda. Me vio con un conjunto que había comprado para la ocasión: máscara veneciana, collar de cuero, sujetador de encaje de media copa, dejando entrever mis pezones, corsé independiente, tanga a juego, liguero, medias, tacones. Todo de riguroso negro. Y en mi mano, una generosa copa de vino con algo flotando en ella.

Me acerqué y me puse detrás, abrazándole por el cuello, sensual, dejando mi abultado pecho rozarle la nuca, descansando su cuello entre mis tetas.

  • Siete prendas - le dije - me tengo que quitar antes de empezar a follar. La máscara no me la quitaré, porque hoy no soy tu mujer. Los tacones tampoco, porque hoy soy puta. Para que me quite el resto me pagarás con copas de vino.
  • ¿Qué es eso que flota?
  • Una viagra. Te quiero tener funcionando muchas horas a pesar del alcohol.

Le besé. Él empujó su lengua en mi boca. Estaba muy excitado. Le gustaba la situación, aunque jamás lo admitiría.

  • Todavía puedes arrepentirte del “haz lo que quieras”, cariño.

Su primera respuesta fue besarme de nuevo. Su segunda, su erección. “Dame ese vino” fue la tercera.

Se lo bebió casi de un trago, dejando pasar la pastilla por su garganta. Dejó escapar un par de gotas por la comisura de sus labios. Las dejé caer por su barbilla, y sólo cuando iban a gotear, las lami.

En pago me quité el sujetador. Mis duros pezones quedaron a un palmo de su boca. Intentó lamer, pero casi se cae de la silla.

  • Cariño, estás preciosa - me dijo.
  • Arrepiéntete - le advertí.
  • Si tuviera las manos libres me bebería las seis copas seguidas para follarte, puta.
  • Arrepiéntete.
  • Más vino.

Cayeron dos más casi seguidas, y por más que le advertí, más siguió pidiendo. Con las medias que me quité le até las piernas a la silla. “No te imaginas hasta dónde llegaré si no te arrepientes”, le susurré.

Con la tercera me quité el collar y se lo puse a él.

  • Así tú también pareces mi putita. - le dije. Le costó contestar, el vino hacía mella.
  • Puta… chupa... polla…  - pudo decir.

Me arrodillé delante de él. La viagra ya estaba haciendo efecto y su hermosa polla estaba dura como una roca. No era mi plan, pero no resistí recorrerla con la lengua. No me la introduje en la boca. Sólo la lamí despacio y húmedo, desde los huevos hasta el glande. Después la golpeé, dándola un manotazo, comprobando su verticalidad.

Me volví a poner a su espalda y tiré del collar, ahogándole un poco.

  • Hasta que no me quites el corsé, el liguero y el tanga nada… - le susurré. - Arrepiéntete.
  • ¡Que no, joder! - gritó, violento - ¡HAZ LO QUE QUIERAS!

Le di de beber mirándole, seria, a los ojos.

Ese fue mi último momento de duda. ¿Estaba realmente dispuesta a sobrepasar tanto la línea, sólo para demostrarle de lo que soy capaz?

  • Te quiero - le dije.
  • Y yo a tí - creo que intentó decir.

Nos besamos unos minutos, dejando actuar al vino. Nos amamos.

Le agarré su inmensa erección. “Hoy has dejado a tu puta libre”

Le amo, pero se arrepentiría.

Puse una película porno en la tele, frente a él. Ya no era capaz de articular palabra. Tan sólo me miró, extrañado. Encendí también el ordenador, y puse uno de nuestros vídeos grabados. La habitación se llenó de gemidos enlatados.

La sexta copa sería la primera que ya no recordaría. No fue capaz ni de responder a mi nueva advertencia de arrepentimiento. Tan sólo gesticuló hacia la botella, ya casi vacía en poco más de media hora.

  • Mira cómo esos negros se follan a esa chica en la tele, cariño. ¿Cuántas veces has fantaseado con eso?

Ni asentía. Se le cerraban los ojos, aunque la erección persistía. Las venas de su polla estaban hinchadas como nunca, y su glande, morado.

Por un momento sentí lástima.

  • Arrepiéntete.

Negó con la cabeza.

Le agarré la cabeza para ayudarle a beber la última copa, que llevaba una segunda viagra. La noche sería larga, y era poco más de las nueve y media.

Me quité el tanga. No pudo decir nada ni cuando vio mi coño, totalmente depilado para esta noche especial. Estuve un minuto delante de él, desnuda, sólo con los tacones y la máscara, pero no se movió. Mantuvo los ojos cerrados. Respiraba con dificultad, pero mantenía su erección.

Me acercé. Me senté a horcajadas, y me penetré. Jamás me había llenado así. Se lo dije, pero no se inmutó.

En la televisión, la chica gemía.

Me introduje su polla hasta el fondo. Casi me hizo daño, a pesar de lo mojada que estaba. En la mesa había un bote de lubricante, pero todavía quería sentirlo por completo.

Le susurré, una a una, todas las cosas que iban a ocurrir esa noche. Le dije que cada media hora bebería una nueva copa, y le conté lo que ocurriría entre cada una de ellas. No recordaría nada. Se lo dije. No recordaría nada. No le volví a preguntar si se arrepentía, porque ya era tarde. Le di detalles realmente gráficos de lo que viviríamos esa noche, punto por punto, paso a paso. Le hablé de pollas, de coños, de consoladores. Con alguno pareció reaccionar, pero estaba totalmente pasado. Mi boca siguió regalándole palabras cerdas al oído. En el fondo yo ya estaba demasiado excitada como para parar, y disfrutaba de estos momentos previos como si ya estuviese siendo follada, en lugar de meramente empalada por la gran polla de un borracho con viagra.

Le abracé, mi me separé de su regazo hasta que su punta casi me abandonaba. Bajé de nuevo por todo su grosor, hasta el fondo. Repetí la operación una, dos, tres veces. Me regalé con su polla mi primer orgasmo, subiendo y bajando lentamente, disfrutando la pastilla, que obraba milagros. Gemí en su oído rodeando su cuello. Primero fueron suspiros, luego gritos. Dio igual, estaba totalmente borracho. Grité y grité. Era poco más que un cálido consolador.

  • Mañana no me preguntes qué ha pasado - le susurré justo después de correrme. Este será el último orgasmo que te cuente.

Cuando paré de temblar bajé de él, y le agarré la verga con la mano. Dura como nunca. Empapada de mi, mi mano subía y bajaba con suavidad. Le masturbé hasta que se corrió. Su semen le salpicó hasta el cuello y el pecho, donde se mezcló con algo de vino. La punta de mi lengua comenzó en su ombligo y subí, lamiendo lo que fui encontrando. Le besé. Él casi no respondía. Tragó su propio semen mecánicamente.

En la pantalla la chica no paraba de follar, y en el ordenador yo chupaba su polla.

Su noche fue sombras y ruido. Gemidos. No le dí de cenar, sólo vino.

Gemidos y sombras. Ruido.

A las once, vomitó, y le hice pasar el sabor con más vino. Le tumbé en el colchón que ya había traído al salón.

Idas y venidas. Ruido. Sexo.

De vez en cuando volvía al salón. Más viagra y más vino. El lubricante que ya tenía me ayudó cuando monté su erección hasta volver a hacer que se corriese. Yo no podía, ya me había corrido demasiadas veces los minutos antes.

Gemidos y sombras.

A las tres de la mañana volví al salón y le dejé de dar vino. Le besé, llenándole la boca de sabores extraños. Le susurré lo que estaba haciendo en nuestro dormitorio.

Seguía erecto. Su polla fue recubierta mientras mi boca, junto a su cara, le contaba qué había hecho las horas anteriores. Mi mano fue a mi coño, y de mi coño a su boca, dándole a probar. Se volvió a correr, aunque esta vez el semen no le manchó más que sus huevos al caer.

Gemidos y sombras. Calor.

Semen sobre él. Sobre su cuerpo, sobre su cara.

Él boca abajo. Calor. Dolor. Mi coño en su cara, pero su lengua apenas podía moverse.

Dormí a ratos.

Él se despertó a las nueve. Estaba boca abajo en un colchón, en medio del salón, y olía a lubricante, semen y vino. Le dolía cada centímetro de su cuerpo. Mantenía el collar de cuero en su cuello.

En el suelo, tres botellas de vino, dos de champán, vasos, unas medias, varios charcos con semen, mi sujetador y corsé, un cinturón, unos calzoncillos, tres pizzas familiares, mi teléfono móvil, su cartera, una cámara, mis bragas, dos frascos de lubricante, vómito, su ropa, una caja de viagra, una tableta de viagras con cuatro pastillas menos.

En la televisión, porno. Toda la noche acompañado por gemidos. En el ordenador, él me follaba.

En su boca, sabor a vino y semen.

Me oyó gemir en el dormitorio, pero fue directamente a la ducha. Vomitó bajo el agua. Se apoyó en la pared. Casi no se tenía en pie.

Tras diez minutos bajo el agua, entré con él. Todavía llevaba los tacones y la máscara. Sobre mi piel, mordiscos, arañazos, vino, semen, champán, marcas de cuerdas, marcas de manos.

Me quité la máscara y los tacones. Su mujer volvía a su lado.

Me apoyé contra él, delicadamente, mis doloridos pezones contra su pecho, vientre contra su ya flácida pero también dolorida polla.

  • ¿Lo has disfrutado, cariño?

Era una pregunta complicada. Se escuchó algún ruido en la casa, quizá de la película.

  • Sí.

No mentía. Había conocido muchos nuevos límites que nunca imaginé. Gracias a él, de algún modo.

  • Tenías razón.
  • ¿Te arrepientes?
  • No. Me has superado.

Nunca un reto ha superado aquello, pero desde el amor, la rutina, el aburrimiento y seguridad se han equilibrado de forma… diferente.

No hablamos de aquella noche. Si vio el contenido de la cámara, jamás lo dijo. Yo sí. Una tarde, sola, abrí una botella de champán y lo puse en la televisión mientras me acomodaba en el sofá, acompañada mi vibrador. Cuando me acabé la segunda copa la dejé en mi mesa. Con una mano me penetré hasta el fondo. Con la otra busqué en mi movil aquella conversación, y mis dedos se deslizaron…