No me van las tías {Rimmel corrido 2}
Cuando algo te impide disfrutar del sexo, quizás probar algo nuevo sea toda la solución que necesitas. Incluso cuando sea lo que menos esperas.
Esta es la buena. Sonrío cuando Jaume se gira para sonreirme con complicidad, poniéndome coqueta. Me atrae a niveles sobrehumanos desde que lo conocí, siendo el novio de una ex-amiga, hace ya tiempo, y pienso que esta vez será distinta a las otras tres que he intentado acostarme con alguien desde que Pedro me forzó. Hace ya dos meses de eso. Lo intenté con Isma, un chico que era mi follamigo recurrente pero no llegué ni a besarle, me cerré en banda. Era demasiado reciente. Fui haciendo pequeños avances con los otros dos que le siguieron, pero no llegué a hacer nada. Era como tener un muro, y no poder traspasarlo. Frustrante. Pero Jaume... Dios, está tremendo. Es la versión barcelonesa del tío del anuncio de Invictus. Dejo que me guie hasta su portal, meneando la cadera sobre los tacones de forma juguetona. Es su pelo rubio pajizo, su barba de varios días, el cuerpo bien modelado que intuyo bajo su camisa negra.
No nos da tiempo a más que a entrar en el ascensor de su casa. Tomo la iniciativa, lo arrincono contra el espejo y busco a la desesperada sus labios. Quiero llevar la iniciativa, sé que saldrá mal- otra vez- si no lo hago. Busco sus labios con cierta violencia, mi mano presiona su entrepierna notando la dureza de su erección bajo los vaqueros. Huele a algo excitante y agradable, intenso. Desabrocho su camisa dando bocanadas de aire desaforadas entre beso y beso. Me coge del culo, me obliga a ponerme de puntillas mientras acaricio sus marcados abdominales. Se los quiero borrar a lametones, podéis creerme. Me siento muy excitada, no puedo evitar sonreír satisfecha.
Cuando me arrodillo ante él abro sus vaqueros y tiro hacia abajo del boxer. Su erección se muestra entonces desafiante ante mi, y humedezco mis labios. Sé que me desea, sé que tengo el control. Todo va bien , me repito y paso mis labios a lo largo de su polla en un roce pícaro.
Mmmm...- estoy jugando con él, busco desesperarlo, volverlo loco, obligarlo a doblegarse a mis deseos. Noto su impaciencia, y me insta a seguir. Lamo su glande, lentamente, noto cómo palpita contra mi lengua. Lo miro, y sigo lamiéndolo antes de alejarme un poco, dejando que mi respiración impacte contra su polla barnizada por mi saliva. Mi mano se apoya en su muslo, sube y masajea sus huevos. Rodeo su imponente polla con la otra mano y la engullo casi por completo. Lo escucho gemir mi nombre, me siento una diosa. Aprieto con mis labios creando más fricción, lo envuelvo con la lengua, succiono fuerte y me separo extrayéndola de mi boca con un sórdido ruido húmedo-. Ñam- muerdo mi labio, mirándole, y retomo la tarea.
Siempre he querido follarte- farfulla, y su polla se me atraganta. No lo escucho a él, escucho a Pedro. Se me corta el rollo, instantáneamente. La humedad de mi ropa interior se vuelve molesta, acusadora. El ascensor abierto frente a un descansillo indeterminado, insultante. Voy a sacarme su polla de la boca y me coge del pelo, empujándome para que siga. No lo hace fuerte, pero lo tomo como un ataque. Me zafo del agarre a las bravas y salgo corriendo.
Llorando una vez más.
Recorro las calles por inercia. No sé cuándo llego a mi piso, ni cuanto tiempo he tardado. No recuerdo nada del trayecto. Es al traspasar la puerta que me golpea el calor, y noto que me he quedado helada. Normal teniendo en cuenta que estamos en invierno y me he paseado por ahí con una minifalda y una camiseta de tirantes fina. La luz del salón está encendida, será Bea. Es una amiga de mi compañero de piso, que se está quedando en casa porque él ha ido de viaje quince días a Ámsterdam. Busca trabajo aquí. Es maja, pero no quiero ver a nadie. Tampoco dormir, sé que no podré. Es lo que tiene beber whisky con Red Bull a granel. Te toca comer techo. Me escucha y me intercepta, me siento como una rata acorralada.
En cambio, Bea no hace referencia a mi aspecto desastroso o mi rostro desencajado. Solo me invita a pasar un rato con ella, como si no hubiera nada raro en mi. Dice que está fumando unos porros para luego inflarse a chocolate. Me sonríe simpática, y lo encuentro reconfortante. Me parece un plan mejor que comer techo. Con la primera calada, se elimina el sabor de la polla de Jaume que sigue en mi boca. Sigo fumando, con la tele de fondo. Un programa sobre una ruleta que gira y gira, pareciéndome cada vez más hipnótico. Me echo una manta suave por encima, mis ojos se enrojecen, por un momento olvido todo lo ocurrido. Me siento mejor, en una paz falsa pero que es mejor que la tortura continuada, que la obsesión por olvidar algo que tengo grabado a fuego.
¿Qué te pasaba al llegar?- pregunta Bea como quien no quiere la cosa. Lleva el pelo rubio en una coleta alta, una enorme sudadera de mi compañero de piso y unos shorts blancos. Está sentada como un indio, frente a mi, y está liando un nuevo porro. No me mira.
Llevo una racha que soy incapaz de follarme a un tío- respondo, sin pensar demasiado lo que estoy diciendo. Me arrebujo más bajo la manta. El salón está repleto de humo-. Es frustrante. Tía, que estaba con un maromo para ponerle un monumento y se me ha cortado el rollo y...- resoplo y callo. Hablo demasiado.
¿Pero estás en época frígida o qué?- pasa la lengua volviendo transparente el filo del papel. Me quedo pillada mirando el movimiento de sus dedos estilizados, dando forma al cigarrito de la risa.
No, solo...- me autocensuro, aparto la vista volviendo a fijarla en la tele. Arrugo la nariz, indecisa-. Tuve una experiencia jodida hace poco y como que me he obsesionado.
Bea ríe, y aunque al principio me parece ofensivo se me contagia la risa tonta. Deja el porro, aún apagado sobre el cenicero, y arrastra el culo hacia mi para extender sus brazos, invitándome a abarazarla. La miro desconfiada y ella vuelve a reír.
- Vamos tía, todas pasamos por cosas así. No te rayes- al final la abrazo. La conozco desde hace dos días, es la primera vez que cruzamos más de cinco frases y sin embargo, me gana con ese gesto. Pero cuando me da un beso en la comisura de mis labios, mientras su mano frota mi espalda, la cosa se me hace rara. Sentimiento que se intensifica cuando deja los labios ahí, y yo me quedo paralizada, pero no tensa.
Serán los porros, pero no soy capaz de reaccionar cuando ella gira lentamente el rostro, hasta colocar sus labios sobre los míos de forma frontal. Los noto esponjosos,suaves. La punta de su lengua se introduce entre los míos haciéndome cosquillas. No soy capaz de hacer nada. Sigo prolongando ese abrazo amistoso, mis brazos rodean su cintura, la mano de Bea desciende sobre la manta. Entreabro la boca, y la acometida de su lengua es fluída, intermitente. Sus labios apresan los míos, los humedecen, y vuelvo a sentir su lengua traspasando mis dientes, tocando la mía, despertándola. Sin razón, sin haberlo pensado, incluso sin quererlo, correspondo.
Es un beso largo, lento, de exploración profunda. Su mano se cuela bajo la manta, mis brazos pasan a rodear su cuello y seguimos besándonos hasta que nuestras bocas están húmedas a pesar del THC. Es todo tan lento que al darme cuenta me encuentro sentada entre sus piernas, aún con la manta sobre los hombros, sin dejarla ir. No quiero que pare, es agradable, dulce. Me recorre un calorcillo grato. Bea deja de besarme para aplicar ligeras succiones sobre mi cuello que tras un quejido caprichoso me hace suspirar, entonces recupero cierta conexión con la realidad.
No me van las tías- digo, y me estremezco por sus atenciones. Para mi es una certeza, pero parece que mi cuerpo ha preferido ir por libre. Mi mano presiona su nuca para que no deje de hacer lo que hace, he alzado la barbilla para darle mejor acceso y he cerrado lo ojos para intensificar mi sentido del tacto. Los labios de Bea han descendido hasta mi hombro, siento el reguero de marcas húmedas que ha ido dejando.
Ni a mi tampoco- dice ella con ironía afable, tumbándome hacia atrás hasta que mi cabeza descansa sobre el reposabrazos del sofá. La manta deja de abrazarme, yo ya no tengo frío.
Lo digo en serio- musito, sintiendo la punta de su lengua bordeando el escote de mi camiseta, sus manos amparando la forma de mis pechos. No me doy cuenta, pero mis pezones se marcan erectos bajo la ropa. Suspiro de nuevo al notar un mordisco suave combinado con un roce en mi sexo que me provoca un escalofrío. Como acto reflejo, cierro las piernas y noto una de las suyas entre las mías. Eso me retrotrae a la escena con Pedro, me pongo nerviosa y respiro precipitadamente. Bea deja lo que está haciendo, se coloca sobre mi y me mira con esa sonrisa simpática, que de repente me parece tentadora aunque noto mi cuerpo indeciso mientras mi cerebro me repite una y otra ver que no soy lesbiana. Me acaricia la mandíbula con su dedo índice y me da un beso fugaz.
Podemos parar cuando quieras...- alega poco convencida, su sonrisa se vuelve pícara. De forma inconsciente, empiezo a mover mi cadera lentamente, buscando el roce de mi sexo contra su pierna. Suspiro, alzando la rodilla buscando producirle el mismo roce del que disfruto y me siento bien al notar que corresponde.
No soy lesbiana- muerdo mi labio, porque la fricción que experimento empieza a hacer efecto y siempre he sido un poco de hacerme de rogar ya metidos en faena. Esta vez, 'metidas'. Ella empieza a quitarme la camiseta, arrastrándola lenta y logra que se me erice la piel.
No hace falta que lo seas- por alguna razón, la creo. Pienso que todo eso está mal, que debo parar, pero no quiero. Me siento tan bien... no puedo dejar de mover la cadera, de forma cada vez más ansiosa. Estoy mojada, y me pregunto si lo habrá notado. Le quito la sudadera, no lleva sujetador y el tacto de sus pechos contra los míos cuando me ha desnudado de cintura para arriba me parece extasiante. Besa mis pezones, los succiona y hace que me arquee brevemente. Jadeo, termino quitándole la goma del pelo, enredando mis dedos en este.
Joder...- es un lamento, el del pecador que sabe que ha vuelto a caer. Un golpe de calor me asalta, mis manos se mueven inquietas por su cuerpo, acariciándola, reconociendo su piel por primera vez. No me doy cuenta, pero sonrío lasciva cuando sus dedos desabrochan mi falda y la abren, dejando a la vista un culotte de encaje.
¿Depilada?- me pregunta y asiento, orgullosa, mirándola mientras ella tira de la goma de mi ropa interior, descubriendo mi monte de Venus. Estoy nerviosa, expectante, y mi mano empuja la de Bea para que se apresure quitándome el culotte. Ella ríe-. Las pijas me dais mucho morbo.
Se aparta para dejarme completamente desnuda, y de rodillas sobre el sofá para bajarse a la vez el short y su tanga. La veo desnuda, segura, con una mata de vello públco recortada y anecdótica. Me excita increíblemente. Me siento para tomarla de la nuca, atraerla a mis labios de nuevo y tumbarnos otra vez. El roce de nuestras piernas contra nuestros sexos se repite, esta vez sin tela de por medio. Estoy mojada, mucho, y ella también. Deboro su boca, egoísta y exigente, sin apenas dejarla respirar, impulsada por el roce entre nuestros cuerpos. Tan extraño y distinto a todo lo que conozco. Sus pechos son turgentes, exhuberantes y los acaricio con deseo, pero ella lleva la iniciativa y no va a dejarla. Lo sé cuando mete la mano entre mis piernas y crea una fricción rápida, perfectamente medida. Tengo que dejar de besarla, echando la cabeza atrás para gemir fuerte. Me está desesperando, necesito más.
- Fóllame de una vez- suplico en un gimoteo ininteligible, sumiso. Cuando el primero de sus dedos se introduce en mi, noto una ola de lubricación resbalar por mi coño palpitante hasta chorrear sobre el sofá. Giro la cabeza hasta que mi nariz roza el reposabrazos, respirando jadeante, llevándome el pelo atras con una mano-. Más- doy un golpe de cadera, que busca que su dedo llegue más profundo-. Dame más.
Se inclina sobre mi, dándome besos juguetones por todo el cuerpo mientras se mueve sobre mí, delante, atrás, una y otra vez, masturbándome de un modo que adquiere fuerza sin que me percate. Mete el segundo dedo, luego el tercero. Tiene que tener la mano encharcada, a mi me arde todo. Las piernas me tiemblan de excitación cuando me lame del ombligo al cuello. Su pulgar se ensaña con mi clítoris cuando me ha metido el tercero, y yo aprieto mi vagina para sentirla mejor. Gimo, fuerte, alto, no paro de moverme mientras ella hace y deshace. Mis latidos son raudos, martillean mis sienes, siento que el pecho me va a reventar.
Para y la miro rápidamente, molesta hasta que la veo hundir su rostro entre mis piernas. Una de mis piernas termina sobre su hombro, veo su culo moviéndose al ritmo de los lametazos que me da y apreso su pelo. Escucho el sonido de una succión y siento que me vacía por dentro. Mueve la lengua tan rápido que tengo que chillar. Confusa, perdida, sintiéndome aplastastada por el placer. Una de mis manos acaricia mis pechos y cuando su nariz roza mi sexo, sus labios lo succionan y sus dedos me masturban semidoblados a máxima rapidez no puedo evitarlo y me corro entre espasmos incontrolados. Bea no deja de trabajar y creo que me va a volver loca. Cuando parece que todo termina, mi cuerpo vuelve a contraerse, a palpitar, mi espalda se arquea tanto que me provoca cierto dolor que confundo con más placer.
Caigo sobre el sofá de forma brusca, respiro con muchísima dificultad y tengo una sonrisa que no me la creo. Mi cuerpo parece inmaterial, todo es un cosquilleo cálido humedecido por mis muslos. Bea me mira, y limpia sus labios brillantes con el dorso de la mano. La imagen me hace dar un jadeo de forma espontánea.
- Eso es lo más morboso que he visto en mucho tiempo- articulo, cogiendo sus manos y tirando sin fuerza de Bea para que se tumbe sobre mi. Rodeo su cuello, posesiva y miro sus ojos enrojecidos. Todo su cuerpo, simétrico al mío, se acopla a la perfección, no hay nada hostil en él-. No te voy a dejar a medias...- susurro, algo altiva aunque lo cierto es que no sé nada de rollo lésbico. Pero no puede ser tan complicado, ¿no?
Los besos se suceden hasta que recupero el aliento. Entonces, Bea saca de la habitación de mi compañero de piso un enorme consolador. Me coloco de rodillas en el suelo, entre sus piernas abiertas. La veo recostada en el sofá, acariciándose morbosa los pechos, mientras la masturbo. Al final, deshecho el consolador y le como el coño. Sabe... no sé describirlo. Es sentir la fuente del sabor que he encontrado en los labios de tantos hombres después de que ellos me metieran la lengua. Me excita, y sigo. Lamiendo, succionando, besando, masturbando. Al final, logro que se corra y sus fluídos llegan a salpicar mi pecho cuando le ensarto el consolador con poco tacto. Me siento tan bien, tan sexual que no quiero que esto termine. No quiero dejar de sentir que huelo a sexo, que estoy manchada de fluidos ajenos, que me he acostado con alguien por fin... Aunque sigue turbándome que ella sea una mujer, es fácil de pasar por alto por lo bien que me siento.
Temino acurrucándome en el sofá sobre Bea, con las piernas enredadas, nuestros pechos enfrentados, el sudor, los fluídos, corrompiendo el sofá y nuestra piel. Nos tapamos con la manta, nos besamos demasiado hasta quedar dormidas. En la tele, sigue girando la ruleta.
A la mañana siguiente, me despierto remoloneando, ocultando mi rostro con la manta. Siento que alguien me acaricia el pelo, es agradable. Me dejo querer, siento un beso en la frente, pero solo abro los ojos al escuchar una voz femenina que no oculta su diversión.
Bollera...- es un susurro cómplice. Alzo la vista y encuentro los ojos claros de Bea, una sonrisa burlona esbozada en unos labios algo hinchados todavía por los besos. Bajo la vista, creo que me sonrojo. Estoy nerviosa, pero sus dedos siguen acariciándome, y no me molesta.
No soy lesbiana- repito, subiendo mi mano hasta su cuello y estirándome para darle un beso en los labios. Necesito comprobar si todo eso es real. A la luz del mediodía, encuentro mi sabor en su boca y eso hace que me relama- ¿Me follas otra vez?