No me pidas que te folle, porque te follaré

Un concierto de Ana Torroja, un hetero y una peli que nadie conoce

-Sólo follar, ¿eh? Sin mariconadas, que yo no soy gay.

No hay suficientes gays en el mundo. Al menos para mí. No, no voy a quejarme otra vez de mi mala suerte con los tíos. No lo veo necesario pues ya se deduce por sí solito de mis historias. No soy un quejica a pesar de todo ni voy a empezarlo a ser ahora a pesar de más todo. Sólo intentaré describir mi última aventura lo más objetivamente posible, aunque habiendo sentimientos de por medio no sé yo.

Es verdad eso que dicen de que en las relaciones de dos siempre hay uno que se queda con ganas de más. Muchos insisten en la idea de que un tío y una tía no pueden ser amigos (si son heterosexuales, claro, porque también dicen que un gay es el mejor amigo de cualquier mujer…) La primera idea la comparto, y si me pongo a analizar mi historial soy capaz de corroborarlo. Porque sí, es cierto que siempre uno de los dos espera algo más del otro. Cuando eres tú al tío no le molas y si es al revés el supuesto no te hace tilín. Es irónico, pero bastante común.

La cosa se complica si ese tío es supuestamente hetero y novio de una amiga o conocida tuya. De ahí en la mayoría de los casos no puedes esperar nada. Habrá unos que sí, pues ya habréis podido leer en esta web más de un ejemplo y quizá sea lo que más “ponga” porque ese rollo de montártelo con un heterosexual parece de lo más interesante. Y más si es contigo con quien lo hace por primera vez. A mí eso me da igual; no soy celoso. Estoy más que acostumbrado a salir con amigas y los buenorros de sus novios de turno, pero la verdad es que no suelo montarme fantasías con ellos porque me va más lo real, lo posible o accesible.

Por eso, cuando fui al concierto de Ana Torroja hace unas semanas en Móstoles –una ciudad al Sur de Madrid – no me sorprendió ver a un tío acompañando a una de las amigas de mi amiga. No mentiré con el hecho de que mi primer pensamiento al verle salir del coche fue “joder, qué bueno está”, pero al verle después agarrando a la rubia de la mano cualquier ilusión se desvanecía. El caso es que Jose era bastante majo y congeniamos muy bien gracias a la cerveza, que fue nuestro primer nexo antes de que el concierto empezara. A él en realidad el concierto le importaba bastante poco, pero no podía escaquearse por la celosa de su novia. Yo sí que le dije que estaba allí por ver a la Torroja y en cuanto el escenario se iluminó la cantante de Mecano captó toda mi atención.

Jose se encaramaba a su chica e imagino que intentaría disfrutar del concierto todo lo que pudiese. Seguro que no tanto como yo, que ante aquella hipnótica voz me transformaba completamente. Una vez acabado y sintiéndome feliz acepté que nos quedáramos en las fiestas para seguir con la noche. Jose y yo retomamos la conversación de nuevo mientras íbamos juntos a por otro mini de birra. A pesar de que hacía comentarios un tanto machistas que no iban conmigo el tío me caía bien. Y es que yo no suelo llevarme del todo bien con el resto de hombres por no tener muchas cosas en común, aunque es cierto que intento integrarme, pero no a base de seguir la corriente y perder mi personalidad.

Por ello no entraba al trapo cuando piropeaba a alguna tía buena que pasaba por allí o se quejaba de lo celosas y posesivas que son las mujeres. Yo estaba un tanto desconcertado porque últimamente me han dicho mucho que se me nota que soy gay a la legua. No diré motivos para no caer en más clichés. Y por ello la turbación por si Jose se habría dado cuenta ya o no. Igualmente yo iba a seguir comportándome tal cual soy, eso es, un tío bastante poco común para bien o para mal. Quizá sea lo más atrayente de mi personalidad y quizá fuera por eso por lo que Jose comenzó a sincerarse conmigo después de varias cervezas y a pesar de haberme conocido ese mismo día.

Me sentía bien por ver cómo era capaz de desenvolverme con otro chaval y me ilusionaba la idea de que nuestra amistad cuajara ya que no ando muy sobrado de colegas masculinos. Al menos para el tema de emborracharse ya tenía compañero, pues las sosas de las tías del grupo apenas bebían una pizca de alcohol. Y estar con ellas sobrio resultaba realmente soporífero, así que Jose y yo nos evadíamos en nuestras charlas que no soy capaz de recordar pero que serían del todo insustanciales por nuestro estado etílico. El caso es que al despedirse me dio un fuerte abrazo y me invitó para el finde siguiente a una barbacoa en su casa.

Yo no le tomé en serio y pensé que son cosas que se dicen sin más, pero me vi gratamente sorprendido cuando el jueves de esa semana la amiga que teníamos en común me avisó de que Jose nos había invitado a su casa. Me moló el plan y me sentí contento de que a pesar de la borrachera Jose se acordara de mí. Al llegar a su casa me volvió a dar un abrazo. Vaya, yo pensaba que los tíos se saludaban con un fuerte apretón de manos. De nuevo nos quedamos casi toda la noche solitarios. Él preparaba la barbacoa en el jardín y yo le hacía de pinche, yendo a por las birras a la nevera, llevando platos al salón con las hambrientas chicas e incluso preparándole montaditos.

-¡Qué apañao eres! – me decía de vez en cuando.

Entre las risitas del comedor llegué a escuchar una vez que salía con un plato medio vacío un comentario de la hermana de la novia de Jose: “qué bien se llevan estos dos, ¿no?” y al momento vi salir a Sara, la enamorada rubia, a acompañarnos en el jardín. “¿Estaría celosa?” pensaba yo mientras ella nos invitaba con esa voz casi ingenua a entrar en el salón con las demás. Yo sí lo hice, pero más bien por dejarles solos más que porque me apeteciera. Al momento entró Sara y justo después Jose a por un trozo de pan. Pensé que me pediría que le acompañara, pero no lo hizo. Puede que la rubia le dijera algo. Me cayó muy mal en aquel momento y la odié con todas mis ganas.

Jose estaba serio cuando ya nos sentamos en los sofás del salón. Ante la sorpresa de todos, una de las chicas propuso ponernos una copa. Sara hizo de anfitriona y se dirigió a la cocina a acompañar a su amiga. Otra se fue al baño, y las otras dos se salieron al jardín.

-¿Qué pasa tío? – le pregunté a Jose para intentar saber si ocurría algo.

-Viva la libertad – me respondió.

Esa frase no paró de repetirla durante la noche del concierto cada vez que veía a un pivón haciendo referencia a lo bien que se está soltero. Me sorprendió que la recordara, así como los comentarios que ambos hacíamos después, pues rememoró uno de ellos. Después de un rato de tensa seriedad volvimos a reírnos por fin. Y ya con las copas ni te cuento, pues nos emborrachamos aquel día otra vez y a pesar de Sara acabamos juntos haciendo tonterías por ahí. En una de esas me confesó lo que había ocurrido:

-Sara me ha dicho que no es normal que estuviera más tiempo contigo que con ella.

-Joder macho, a ella le ves todos los días. ¿No puedes tener amigos o qué?

-Es una celosa de mierda. Sobre todo desde que Paula le ha dicho que tú eras gay no sé qué mosca le habrá picado. Si hasta le jode que su hermana y yo nos llevamos tan bien.

En aquel momento pensé que yo sería incapaz de llevar una relación así, pero no se lo hice saber a él por no ser cruel. No había tanta confianza como para que yo me metiera en su relación, pero Jose se anticipó y me preguntó que qué pensaba.

-No sé tío, no os conozco tanto como para opinar, pero no me parece ni medio normal.

-¿A qué no? – confirmó él -. Y eso que sólo llevamos unos meses. Imagina cómo será en un año.

-¡Pues un horror! – bromeé -. Con lo majo que eres.

-¿Estás ligando? Ja, ja, ja - se echó de nuevo a reír.

-Para nada – me hice el digno.

-Es broma tío. Tú sí que eres…mmm…diferente.

-Vaya, no sé cómo tomarme eso – continué.

-Pues bien, bobo – aclaró -. Eres un tío guay.

¿Bobo? ¿Guay? ¿Cuántos tíos conocéis que utilicen la palabra “bobo” o “guay”? Pues pocos, la verdad, pero cosas más raras se han visto…

La fiesta acabó a las tantas y tal como habíamos previsto Paula y yo nos quedamos a dormir en casa de Jose. La rubia también, por supuesto, seguramente como lo haría cada sábado para echar el polvo de rigor, aunque no sé si aquel sábado en particular les cortaríamos el rollo. Me daba pena él, desde luego, aunque las habitaciones de Paula y la mía estaban apartadas del dormitorio principal por lo que no hubiera habido problemas en cuanto a sonidos. Pero al cabo de un rato, y estando yo ya dormido sentí la puerta abrirse. Vi a Jose riéndose como un niño con una botella en la mano.

-Tío, he encontrado esto en el mueble bar – informó descojonándose mientras se acercarba para enseñarme la botella.

El muy cabrón apareció en calzoncillos borracho como una cuba y luciendo su delgado cuerpo decorado con algún que otro tatuaje.

-Va, ¿nos bebemos la última?

-Estás fatal, tronko. ¿Qué diablos es eso?

-Vodka con caramelo – dijo mientras se sentaba a mi lado sobre la cama -. Voy a hacerme un porro si no te importa.

Sí me importaba que tanto el humo como el olor se quedaran en la habitación el resto de la noche, pero no le dije nada.

-¿Te lo has pasado bien? – me preguntó mientras se lo liaba.

-Sí, la verdad es que sí. He estado muy a gusto, gracias.

-No me las des, tonto. Me has caído muy bien y por eso siento el numerito de esa zorra.

Esa zorra era su novia, la misma que estaría durmiendo en su cama y con la que no entendía qué hacía si la definía de esa forma.

-No es mala tía –siguió -, pero es súper posesiva y celosa para lo mosquita muerta que parece. Se mosquea si fumo, si bebo, si salgo a ver el fútbol…No sé si me compensa, ¿sabes?

-Pues no sé tío – no supe qué más decir.

-Na hombre, no quiero rallarte. ¿Un trago de esta mierda?

-Creo que no – rechacé riendo.

-Bueno tío, voy a fumarme el porro en el jardín para que no se quede aquí el humo. Que descanses.

Y se fue tras darme un beso… ¡en la frente!

Entre el beso, lo de bobo y lo detallista que Jose parecía me desconcertó durante los días sucesivos. Porque el domingo no ocurrió nada en particular. Paula y yo quedamos en ponernos el despertador para irnos relativamente temprano y al dejar la casa Jose seguía durmiendo. No supe, pues, nada más de él desde aquel tierno beso en la frente hasta que recibí un mensaje privado por Facebook: “Hola tío, me lo pasé muy bien el sábado. La verdad es que me hacía falta. No tengo tu teléfono y no se lo he querido pedir a Paula por si se lo decía a Sara. Te he encontrado cotilleando entre sus amigos y he querido escribirte para dejarte mi número por si algún día quieres quedar. Cuídate”

Ese fue su mensaje privado, que tampoco vino con una solicitud de amistad. Muy comprensible, claro, pues Sara se daría cuenta. Cuánto rollo, de verdad. Yo no sería capaz de tener una relación así ni de coña. Pero bueno, tampoco iba a juzgar a Jose por tenerla. Grabé su número y le envié un whatsapp: “Hola majo, este es mi número. Quedamos cuando quieras. Ángel” Le podría haber puesto “quedamos cuando la bruja de tu novia te lo permita” pero bastante tenía ya el pobre. Me respondió al mensaje y sin muchas dilaciones quedamos para el día siguiente en su casa.

Aunque era jueves, yo la mañana posterior no madrugaba, así que el plan de emborracharme con Jose se me antojó irrechazable. Me recibió con el pantalón de un chándal y una camiseta lisa de color rojo dándome un apretón de manos. “Esto ya es lo normal”, pensé.

-¿Una birra? – preguntó.

-Sí, gracias.

-Qué educado eres, jeje. Siempre dando las gracias – se burló.

-Soy así, qué le voy a hacer.

-Bueno tío, ¿qué tal?

-Pues bien, no me puedo quejar. ¿Tú?

-Ahí voy, un poco rallado con el tema de Sara.

No puede ser. No me jodas que quiso quedar conmigo para contarme sus movidas. Seré egoísta, pero no me apetecía tener que escucharle. Por un lado porque no sirvo para dar consejos sobre relaciones sentimentales y por otro porque me aburre sobremanera más aún habiéndome forjado ya una opinión de la zorra rubia.

-Pero bueno – siguió- no te he invitado para hablarte de esas cosas.

-Bueno tío, si te apetece desahogarte…- dije yo con la boca pequeña.

-No, no, qué va. Faltaría más que para una noche que tengo para pasarla con un colega tenga que hablar de Sara.

-¿De qué hablamos entonces? Ya sabes que no me mola el fútbol ni esas cosas de machotes – dije bromeando.

-Mira tío, para ver el fútbol tengo a los colegas del barrio. Para fumarme un canuto a mi hermano y para irme de compras a Sara, aunque bueno, a ti lo mismo te mola hablar de trapos…

-Para nada – me eché a reír -. No me mola ir de compras especialmente.

-No lo decía porque fueras gay, ¿eh?

-Ya, ya.

-No te mosquees, que los tópicos no son lo mío. ¿Otra birra?

-Claro.

Salió de la cocina con otras dos latas de cerveza y continuamos hablando de música, de películas de televisión. Poco en común en realidad, aunque al menos al llegar a la serie de “La que se avecina” encontramos un punto de unión y bromeamos un rato con las frases célebres de la serie: “pero no toques”, “puta escalera”, “¿qué somos, leones o huevones?” Esta última la dijo un tanto melancólico porque estaba claro que Jose era más bien huevón, huevón.

Pedimos unos Kebab y continuamos bebiendo. La cerveza dio paso a unas copas de ron con cola para mí y whisky para él que nos llevarían a una inevitable borrachera. Allí, sentados los dos sobre el sofá con los pies descalzos sobre la mesa baja, casi sin poder articular palabra aunque lo intentábamos con todas las fuerzas porque los dos estábamos muy a gusto y las conversaciones, aunque tontas muchas veces, resultaban agradables.

Mentiría si no dijera que la situación me excitaba. Era inevitable que un cosquilleo me recorriera el cuerpo con la sola idea de tenerle a mi lado y que la conversación subiera algo de tono. Me lo imaginaba, sí, pero no me hacía ilusiones, por supuesto. Jose ya me había dejado muy claro que no era gay por muy a disgusto que estuviera con su novia. Es verdad que me preguntó sobre mis aventuras en algún momento de la noche, pero como algo natural.

-Entonces tú tampoco te comes un colín, ¿no? – decía.

-Qué va tío. Tengo muy mala suerte. Hombre, en verano con el tema de la piscina cubierta…Pero sólo me quieren por mi pisci – bromeaba – porque desde que volvieron mis padres de vacaciones nada de nada.

-Ellos se lo pierden. Si yo fuera gay me gustaría estar con un tío como tú.

-Eso suena muy típico – le rebatí -. Si tú fueras gay no estarías con un tío como yo fijo.

-¿Por qué dices eso?

-Porque sí.

-Pues te equivocas – continuaba casi tartamudeando -. Eres sensible, simpático, gracioso, interesante…

-Si fueras gay te aseguro que no te parecería interesante.

-Que sí coño. Lo eres y lo sabes. Y además te lo haces de vez en cuando.

-¿Ah sí? – le pregunté algo sorprendido.

-Sí tío, te gusta jugar con ese rollo de la ambigüedad.

-¿Ambigüedad? Yo creo que el día del concierto ya te dejé clarito que era gay, ¿no?

-Sí, pero no me refiero a eso – decía.

-¿A qué si no?

-No sé. No te lo sé explicar, pero lo he notado.

-Si crees que me he insinuado contigo no ha sido mi intención, ¿eh?

-Ya, ya. No van por ahí los tiros. O bueno sí, aunque sé que no lo hacías con intención. Pero no sé, ese rollo casi sumiso, como el día del concierto que decías “yo voy con Jose donde él quiera”

-Pero eso era broma. Tengo el defecto de encapricharme muy rápido y encariñarme muy pronto y me hizo ilusión que encajara con otro tío como lo hice contigo.

-Bueno, tú verás. Pero no me pidas que te bese…

-…porque te besaré – acabé yo la frase al tiempo que ambos nos echamos a reír.

-¿Conoces la peli? – me preguntó.

-¡Claro! – le exclamé.

-Qué bueno tío, creo que eres el primero que conozco que la ha visto.

-Pues sí, dos veces.

-Ja, ja, ja. Yo también.

Y se hizo el silencio. Y en ese trance yo pensé que por qué narices había dicho “no me pidas que te bese, porque te besaré” ¿Acaso lo pensaba? ¿Acaso lo esperaba? Joder, me sorprendió y me excitó aún más, pero sobre todo me puso más nervioso por no saber cómo tomármelo.

-El caso es que yo siempre he querido hacer esa broma – siguió.

-¿Qué broma? – le pregunté.

-Pues decir alguna vez a alguna tía “no me pidas que te folle, porque te follaré”

-Bueno, pero eso conmigo no funciona, que yo no soy una tía.

-Prueba – insinuó.

-¿Cómo?

Y el cabronazo se calló y más desconcertado me quedé yo aún. “¿Se lo digo o no?” me preguntaba a mí mismo.

-Pues…- dudé – tendrías que ser tú quien lo dijera, ¿no?

-No me pidas que te folle, porque te follaré – repitió.

-Fóllame – dije entre risas.

-Sólo follar, ¿eh? Sin mariconadas, que yo no soy gay – dijo Jose ya un tanto serio.

-Pues qué quieres que te diga, estarás muy bueno y todo eso, pero follar y sólo follar…pues como que no – me hice el digno.

-¿Me estás rechazando? – dijo entre más risas -. ¿Ves como eres un tipo interesante? Imagino que cualquier otro se me hubiera lanzado.

-Qué creído eres, ¿no?

-No joder, pero yo qué sé. La situación, un gay a un lado, yo a otro, los dos solos en una casa…¡Si hasta yo me estoy excitando! – se confesó.

Claro que en ese momento el realmente excitado era yo. Joder, un hetero guapete insinuándose a medio metro de distancia estimularía a cualquiera. Conmigo desde luego lo conseguía y no pude evitar que me empalmara.

-Ya te dije antes, aunque no sé si te acuerdas, que yo era más de besos, de caricias, de encariñarme, vamos.

-Nunca he besado a un tío.

-No te confundas, que no te lo estoy pidiendo.

-¿Y si yo quisiera hacerlo? ¿Te dejarías?

-Prueba – dije riendo, devolviéndole la respuesta que me dejó a mí desconcertado minutos antes.

Giré la cabeza hacia él y Jose me estaba mirando. El tono jocoso se perdió un instante. Yo notaba cierta tensión. Él creo que aún más, pero se inclinó y nuestros labios se encontraron. Fue un beso corto, pero lo suficientemente revelador. Yo no di ningún paso más. Decidí esperar y que fuera él. Para bien o para mal yo siempre pienso en los demás y creía que podría forzar algo que en el fondo él no querría y que sería a causa del alcohol y de su mala época con Sara. Se levantó y se fue. Yo me quedé algo turbado al verle despegar el culo del sofá e inquieto hasta que escuché su meada, pues llegué a imaginar que se metería en su habitación o qué sé yo.

-Digo yo que…si en treinta años que tengo nunca he dudado y de repente apareces tú y te planto un beso será por algo, ¿no?

-No sé qué quieres decir.

-No digo que sea gay. Digo que lo mismo pasan otros treinta y no conozco a otro tío como tú. Porque macho, raro eres, no me jodas, que me tienes aquí pensando en tocar otra polla.

-Jose, de verdad, no hagas nada que no te apetezca y de lo que te puedas arrepentir. Para mí acostarme contigo sería genial, porque me caes bien y me pones mucho, pero para ti sería completamente distinto.

-¿Te pongo? – preguntó.

-Mucho.

-Creo que tú a mí también.

-No lo creo. A ti te pone la situación.

-Ángel, ¿no eres capaz de creer que le puedas poner a alguien? Creo que ese es el juego a la ambigüedad al que me refería antes. Te haces un poco la víctima.

-Te equivocas.

-Pues si me equivoco mejor me lo pones, porque créeme que algo de ti me atrae.

-Pero no será sexual, Jose.

-Y tú qué sabes.

Y me besó otra vez. Ahora con más pasión, quizá para acallarme. Su lengua y la mía se rozaron. La sentí invadir mi boca con ganas y yo la recibí con muchas más. Mi mano se fue directa a acariciar el cuerpo de Jose. Primero hacia los hombros y los brazos para dejarse caer después sobre una de sus piernas. La suya se fue instintivamente hacia mi culo. La mía, por instinto también, hasta su paquete que notó ya bien duro. No pude evitarlo y, aunque el morreo con Jose me hechizaba, pensar en su cipote lo hacía aún más.

Así que me arrodillé sobre el suelo y le bajé los pantalones y los calzoncillos. Vi una polla tiesa esperando mi lengua. Cuando la alcancé con ella aún quedaban restos de la última meada que me supieron bastante bien, y que junto con el olor a sudor se tornaban de lo más excitantes. Pasé mi lengua despacio por su glande recorriéndolo sin dejar un milímetro y provocando que Jose comenzara a gemir. Su sollozo se alargó y se hizo más sonoro cuando me tragué toda su verga de golpe. Fue sólo un instante, pues volví a centrarme en su cipote y en recorrer cada punto de su tronco.

También me dejé engatusar por el intenso olor de sus peludos huevos y los lamí sintiendo el erizado y duro vello en mis labios. Conseguí meterme los dos en mi boca y Jose se estremeció. Allí los mantuve mientras mi mano le sobaba la polla y hasta que Jose me apartó. Me centré entonces en su verga, que seguro era a lo que más acostumbrado estaba e intenté que aquella mamada fuera la mejor de su vida. Ya era mucho decir, pues se la habrían chupado decenas de tías de todo tipo, pero yo lo haría lo mejor que supiera. Paciencia desde luego tengo mucha.

La metía y sacaba a mi antojo, jugando con la lengua, los dientes y todo el resto de mi boca. Dentro de ella la dejaba unos segundos hasta casi quedarme sin respiración y dejarle a él casi sin aliento de los suspiros que exhalaba. Después nos dábamos algo de tregua y lengüeteaba su falo con una parsimonia casi cruel. Sin embargo, cuando me la volvía a tragar entera Jose levantaba la pelvis como dando a entender que aquello le gustaba más, como intentando follarme la boca o tratando de imponer él el ritmo. Vio que le dejaba, así que no me moví y fue él entonces el que la metía y sacaba de mis tragaderas con sus movimientos pélvicos, rápidos y cortos, pero sin duda incómodos por la mala postura.

Se levantó entonces súbitamente, intentó que yo me incorporara y me dejó caer sobre el sofá boca arriba apoyado en uno de los brazos. Jose se subió a él y de nuevo me la metió en la boca implantando su propio compás. Vamos, que me estaba follando la boca a su antojo. Aunque no era brusco, apenas me dejaba margen para tomar algo de aire y parecía querer avivar más el ritmo para correrse cuanto antes y que todo aquello acabara. Pero nada más lejos de la realidad. Otra vez repentinamente apartó su polla de mi boca y me invitó a ir al dormitorio.

-¿Te follo entonces? – me preguntó.

Asentí con la cabeza y me dejé llevar porque imaginaba que la postura la tenía él ya pensada. Pero no.

-¿Cómo te pones?

-No sé – contesté - ¿Cómo prefieres?

-¿A cuatro patas?

-Ok

Y a cuatro patas me puse sobre el colchón exponiendo mi culo para que fuera taladrado de un momento a otro. Jose se puso el condón, se lo lubricó con saliva y lo acercó a mi ansioso agujero. Se detuvo allí un instante para tantear el terreno y comenzó a meterlo poco a poco. Mi culo lo recibió bien y comencé a sollozar y estremecerme cuando la polla de Jose iba entrando en toda su extensión. Esa primera embestida fue suave, pero pronto aceleró el ritmo y se convirtió en un mete y saca más regular y mecánico. Diría que incluso hasta aburrido. Hubiese preferido tumbarme boca arriba para poder mirarle o cabalgar sobre él y poder acariciarle le pecho, pero culpa mía por no haber propuesto nada. Imagino que para él era lo más idóneo pues no tendría que verme y podría imaginarse que yo era una tía que se la dejaba meter por detrás.

Pero bueno, disfrutaría de sus embestidas de igual manera, ya que sentir la polla de Jose petándome el culo  era lo suficientemente estimulante. Sus gemidos y los míos se escuchaban al unísono esparcidos por la habitación así que a él también le resultaba de lo más sugestivo. Pero de nuevo volvió a sorprenderme e hizo que me dejara caer sobre el colchón. Mi tiesa verga se estrujó contra la sábana y el delgado cuerpo de Jose se desplomó sobre mi espalda sin sacar su polla de mi culo. Me agarró los brazos que dejé extendidos a ambos lados y al notar otro contacto que no fuera su verga decidí entonces aumentar el placer y comencé a moverme en círculos al tiempo que él empujaba con más y más ganas. Ahora sí parecía la postura definitiva para que se corriera.

Y cuando sentí que me besaba la nuca o la espalda pensé que era el momento, pero seguía y seguía cada vez con más pasión. Me giró entonces y ambos nos quedamos de lado, pero sin renunciar a tenerle dentro de mí. Me besó el cuello, lo giré y mi boca encontró de nuevo la suya y nos fundimos en otro largo y apasionado beso que aplacaba los suspiros que la follada estaba propiciando. Y si ya parecía que no podía haber más sorpresas estaba equivocado, pues advertí la mano de Jose tocándome la polla. Lo hizo tímidamente la primera vez, a modo de sobeteo, pero al poco le tenía ya haciéndome una señora paja. Aquel trance sí que se figuraba decisivo, determinante. Tanto estímulo con su cipote dentro de mí, sus labios besando los míos y su mano pajeándome, no daba cabida a más.

Yo iba a correrme en cualquier instante y él, después del tiempo que llevaba dale que te pego debería hacerlo también. Y en cuanto que se apartó de mi boca, su mano abandonó mi polla y escuché un largo y ahogado sollozo, intuí que el momento había llegado. Seguía follándome, así que se corrió aún con su polla en mi agujero más insondable y yo continué el trabajo que había dejado cascándomela aunque a sabiendas de que me verga no necesitaba ya mucho más. Así que poco después de que sus contracciones acabaran sentí mi propia leche ardiente y espesa salir con furia hacia una de mis piernas que permanecía doblada para facilitar que Jose me la clavara mejor. El estado en que ambos nos quedamos corroboraba que lo había conseguido a base de bien.

Hubo un momento de silencio y creí oportuno ser yo quien lo rompiera porque a saber lo que a Jose se le estaba pasando por la cabeza.

-¿Qué tal?

-Bien tío, ¿tú? – contestó taciturno.

-Yo guay, pero tú me preocupas. ¿Qué piensas?

-Nada. Estoy bien, de verdad.

No quise insistir. Tendría que creerle y pensar en que no todo el mundo es como yo y le da tantas vueltas a la cabeza. Lo mismo él sólo estaba descansando hasta recuperarse y aquello en realidad no significaba nada, ni se estaba replanteando su orientación ni pensando en que yo fuera el hombre de su vida ni nada por el estilo. Yo estaba bien también. Había sido un buen polvo. Que manda narices que para un tío normal con el que me acuesto que no me deja a medias, ni pide cosas raras, ni resulta ser un descerebrado, sea heterosexual. Como decía al principio no hay gays en el mundo…

Jose se dio una ducha y me invitó a que yo lo hiciera en el otro baño. Nos vimos después en el salón, yo me fumé un cigarro y él un porro. Me pidió que no le esperara, que si tenía sueño me fuese a acostar ya. Le pregunté que si prefería que me fuese, que me cogía un taxi si eso, y su fulminante mirada sirvió de negativa. Interpreté que quería estar solo y me fui a la cama en la que dormí el sábado anterior.

Al día siguiente no me desperté muy tarde queriendo marcharme sin que él me viera creyendo que era lo mejor. Pero Jose estaba ya levantado y había preparado café.

-Hubiera deseado dormir contigo – me confesaba – pero creo que fue mejor que no porque me encapricharía contigo. Eres genial, Ángel, de verdad, y no me arrepiento de lo que ha ocurrido, pero sé que si volviera a suceder me confundiría y hasta podría sentirme muy atraído por ti. A pesar de todo sé que no soy gay. Y ahora mismo, en este preciso instante en que te suelto todo este rollo no me pidas que te bese.