No me pidas que la deje, porque la dejaré

Final de la historia.

Que la novia de Jose le dijera que tenían que hablar para mí sólo significaba una cosa: iba a dejarle. En algún momento lo sentí por él porque sabía que sufriría, pero no podía evitar ser egoísta y alegrarme por mí ya que si Sara le dejaba ahí estaría yo para consolarle y consolidar lo que estábamos empezando y que tanto me gustaba.

Por eso, contaba impaciente los minutos que quedaban hasta la hora de comer para que Jose quedara con Sara, le contara lo que le tenía que contar, y luego me lo transmitiera a mí. Me sentí muy ilusionado con la idea de que mi amante hetero y yo pudiéramos disfrutar tranquila y libremente sin más preocupación que qué postura sexual elegir.

Tonto de mí, porque la primera noticia que tuve fue en forma de Whatsapp: “Sara quiere venirse a vivir conmigo. Luego te cuento”. Toda la película que yo me había montado se fue al traste en un momento, si bien me quedaba la esperanza de que Jose rechazara la idea. Pero según lo mucho o poco que conocía de él imaginaba que su respuesta sería afirmativa y que yo saldría de su vida en cuestión de días si es que no lo había hecho ya.

Me llamó a media tarde, pero no pude responderle porque estaba en clase. Recibí entonces un mensaje invitándome a ir a su casa esa misma noche, aunque tarde, porque había quedado con Sara para cenar. Le dije que no excusándome en que apenas había dormido, que al día siguiente madrugaba y que debía preparar las lecciones del resto de la semana. Pensé que sería desconsiderado por mi parte, pues lo mismo necesitaba hablar, por lo que añadí que me llamara de todas formas si quería hablar conmigo o contarme algo y que al día siguiente estaría más desahogado para poder quedar.

Jose me dijo que no hacía falta, que estaba bien, y que me esperaba para el día posterior si yo quería. No dio más detalles ni yo se los pedí. ¿Qué pasó entonces? Pues lo de siempre: mi cabeza comenzó a dar vueltas, a conjeturar tratando de deducir algo. Si cenaba con Sara es que la cosa había ido bien y saldrían para celebrar que comenzaban a vivir juntos. O puede que Jose le dijera que necesitaba pensarlo y le daría una respuesta durante la cena. No cabían muchas más opciones y mis peores presagios parecían cobrar peso dejándome a mí con la miel en los labios, con la idea de lo que pudo haber sido y no fue, con un vacío del que era consciente tardaría en llenar y con esa molesta ansiedad y el angustioso nudo en la garganta que me oprimiría como otras tantas veces.

Así pasé las veinticuatro horas siguientes hasta que vi a Jose de nuevo vestido con su inseparable camiseta roja. No me saludó, simplemente me besó con ganas mientras cerraba la puerta. No me dio tiempo a reaccionar, aunque en realidad yo no iba con la idea de nada. Obviamente le correspondí, y ese morreo fue de lo más arrebatador e intenso. Sin soltarse de mí me llevó decidido hasta el dormitorio. Allí me desnudó y lo hizo él mismo. A pesar del desconcierto yo me dejé llevar sin apenas disponer de capacidad para poder pensar y extraer alguna conclusión. Nada de eso. Como digo, no hubo palabras ni por su parte ni por la mía, pues en cuestión de segundos ya tenía su verga dentro de mi garganta.

Fue él quien me empujó para que me arrodillara y le chupara la polla directamente. Rectifico, más bien la metía y sacaba él a su antojo a sabiendas de que a mí me encantaba, pero sin saber por otro lado a qué venía todo aquello. Comenzó con unos movimientos pélvicos algo lentos. Cuando tuve su polla frente a mí, y tras la pasión que había manifestado hasta el momento, pensé que sería una buena follada de boca enérgica y casi violenta, pero no, el tiempo pareció ralentizarse en un instante. Jose siempre decía que estando conmigo él sentía que el reloj se detenía y ahora era yo quien disfrutaba de aquella sensación.

La reposada, aunque constante, invasión de su cipote en mi boca me permitía regocijarme en su glande, impregnarme de su aroma, deleitarme con su sabor y sentirla en su totalidad mientras penetraba en lo más profundo de mi garganta. Jose apenas gemía como en otras ocasiones y levantaba su cara de tal manera que mis ojos no alcanzaban a ver los suyos. Ya no sólo no había palabras, tampoco se comunicaba conmigo a través de la mirada. De vez en cuando me rozaba el pelo con ambas manos, pero la mayor parte del tiempo nuestro único punto de unión era su verga en contacto con mis labios. No entendía nada.

Escuché un leve sollozo anunciándome que se corría. Su voz parecía quebrada. Ni siquiera mientras yo notaba sus trallazos de leche en mi gaznate conseguí percibir algún sonido que se le pudiera escapar. Sí que noté su cuerpo tensándose al ritmo de sus sacudidas y de pronto un temblor en sus piernas que no hacía más que turbarme aún más. Acto seguido se dejó caer sobre la cama. Yo me incorporé y le vi frotándose los ojos. Me planteé preguntar. De hecho me planteé absolutamente todo porque soy bastante inepto y me cohíben en exceso las situaciones novedosas. Y aquella desde luego lo era.

Por fin vi una sonrisa suya y escuché su voz diciéndome “ven aquí” mientras extendía sus brazos para invitarme a reunirme con él. Me besó de nuevo. Esta vez sin el arrebato previo, con esa dulzura que le caracterizaba y que a mí me erizaba cada poro de la piel.

-¿Qué te pasa? – me atreví a preguntar.

-Le he dicho que sí, Ángel.

Y aquí viene lo raro, porque me es completamente imposible rememorar lo que se me pasó por la cabeza en aquel preciso instante tras escuchar las palabras que tanto temía. Lo siento, pero no lo recuerdo por más que lo intento. Hay un espacio en blanco que soy incapaz de rellenar.

-¿No dices nada? – siguió –. Ángel, yo…yo no sé…estoy hecho un lío. Antes de que llegaras pensaba en que hablaríamos, en que te lo contaría, te daría motivos, intentaría justificarme...Pero ha sido verte y no he podido evitarlo. Ha sido una cuestión de atracción, eres casi como un imán, como un hechizo que me lleva a otro mundo, al tuyo, que me desbarajusta por completo y que ahora me hace meditar y replantearme cosas. Di algo, por favor.

-No sé qué decir, Jose. No quiero cagarla. Tampoco puedo pensar ni decidir porque veo que no depende de mí. Tus motivos tendrías para decirle ayer que sí y yo no soy nadie para…

-¡Cómo que no eres nadie! – Interrumpió – Si estás aquí conmigo provocándome esta desazón.

-Lo que yo provoque en ti sabes que es involuntariamente. Yo sólo me he dejado llevar por mis sentimientos y por lo que me ha apetecido hacer sin pensar más allá. Como tú decías: disfrutando del momento. Y al parecer nuestro momento ha llegado a su fin.

-Ayúdame – suplicó -. Ayer pensé en el futuro, en el qué dirán, en mi familia, en Sara, en el tema de tener hijos…Pero has llegado, te he visto y todo se ha desvanecido.

-Jose, creo que tú mismo lo has descrito: es una cuestión de atracción. Y diría que sólo física, pues por todo lo demás conmigo tienes las de perder.

-¿Cómo saberlo? – preguntó.

-Yo no te lo puedo decir, Jose. Eso debes descubrirlo tú. Pero no te agobies, ni sufras, ni te tortures ni te sientas culpable. Todo eso que pensaste ayer es de lo más normal. Es comprensible que quieras estabilidad, que te apetezca tener hijos y que evites el trauma que puede suponer decir que te sientes atraído por un hombre.

-¿Y qué pasa contigo? ¿No piensas en ti? ¿Tú no…no…no te atraigo, no sientes nada por mí, no me quieres?

-Claro que me atraes, y sabes que me gustas mucho.

-¿Entonces?

-Entonces nada. Sufriré como imagino que lo harás tú, pero ambos sabíamos que esto no iba a durar. Quizá haya sido lo mejor que Sara nos cortara el rollo tan pronto.

-¿De verdad lo crees o es lo que toca decir para conformarse?

-Lo creo realmente. Sólo hemos tenido encuentros esporádicos que han estado muy bien, la verdad, pero igual llegábamos a un punto en el que alguno esperaría o necesitaría algo más del otro y estando tú con Sara no hubiese sido posible.

-Pídeme que la deje, porque la dejaré – dijo medio sonriendo intercambiando palabras del título de la peli que nos unió.

Yo sonreí también, e instintivamente fui a besarle. Jose me correspondió y aquel beso fue casi desolador. No era tampoco un beso a modo de despedida. Era más bien un beso de condolencia, revelador de nuestro mutuo pesar. El polvo que vendría después sería más o menos parecido. Iba a ser el último, el que llenara por adelantado el vacío que a ambos se nos iba a quedar, el que nos convenciera de que verdaderamente era lo mejor a pesar de que ninguno lo creyera en realidad. Y más allá de todo eso no iba a tener nada más de especial porque no íbamos a descubrir nada más el uno del otro ni a aventurarnos a poder cumplir más fantasías.

-Si alguna vez conozco a un gay negro le hablaré de la mejor persona del mundo y de todo lo que se pierde por no conocerte.

-Je, je. Te lo agradezco. ¿Puedo hacer yo algo por ti?

-Ya has hecho demasiado, Ángel. Hoy y todos los días que hemos compartido. Y te quiero pedir disculpas por mi actitud de antes, por haberte follado la boca sin ni siquiera contar contigo y saber si tú querías. Y porque además sabría que no dirías nI harías nada porque te gusta complacer a los demás sin pedir explicaciones ni recibir nada a cambio. Soy yo quien tiene que hacer algo por ti y el que te debe dar las gracias.

-Bueno, creo que es mejor que me vaya – anuncié.

-¿Me considerarías un egoísta si te pido que te quedes?

-Te agradecería que no me lo pidieras, la verdad.

-Sé que no voy a dormir, y tú tampoco lo harás. No hay nada de malo en que pasemos los desvelos juntos y hagamos sólo lo que tú quieras hacer.

-Ya sabes lo que yo querría hacer – le respondí.

-Pues hagámoslo.

Y lo hicimos. Porque a pesar de todo la cabeza no es la única que rige en estos casos. Mi pene había respondido al estímulo que suponía la idea de quedarme, y más aún tras ver que la verga de Jose ya había decidido casi por los dos. La vi empalmada y nada me impidió que me la comiera de nuevo. Jose permanecía tumbado sobre la cama, yo me giré y probé otra vez degustando el sabor que había dejado su anterior corrida. Lo hice con calma, dando protagonismo a mi lengua que hizo que Jose lanzara un gemido cuando rozó su hinchado glande. Lo saboreé y lengüeteé todo lo que dio de sí mi paciencia. Después recorrí con la punta todo su tronco, despacio, ensalivando cada milímetro y sintiendo cada singularidad de su piel.

Por los huevos apenas me detenía, pero en una de las veces que llegué tan abajo se me pasó por la cabeza el comerme el culo de Jose de nuevo y cumplir su fantasía por segunda vez. Es cierto que no habíamos hablado antes de repetirlo, pero en aquel instante determiné que lo haría y a Jose no pareció disgustarle la idea. Vi su velludo agujero tras apartarle las nalgas y que él se hubiera abierto ligeramente de piernas. Noté cómo se estremecía cuando mi lengua lo alcanzó. Esta vez no había pasado por la ducha, así que el olor era de lo más intenso a la par que excitante. Jose me pidió que esperara un segundo, y se dio la vuelta para colocarse a cuatro patas encima del colchón.

-Esta postura me parece ridícula – dijo -. Me da hasta vergüenza.

Yo le entendí y sonreí. Después volví a acercar mi lengua a su agujero y vibró de nuevo. El gemido se alargó. Esa postura sería ridícula, pero facilitaba bastante el acceso a su ano. Intenté clavar mi lengua en él, llegando hasta donde podía. Otras veces se la pasaba sólo por fuera con mayor o menor velocidad mientras le separaba bien las nalgas y mi cabeza casi se hundía entre ellas. Tuve la tentación de que alguno de mis dedos participara, pero rechacé la idea y sólo lamí el culo de Jose hasta que le vi pajeándose. Imagino que no estaba acostumbrado a recibir tanto placer.

Pero la decisión de que se la machacara él solito no me atrajo, así que abandoné su culo, y sin dejar que se moviera me colé entre sus piernas y me coloqué debajo de su polla. Al principio erguía mi cabeza para llegar hasta ella, dándole rápidos lengüetazos y comiéndomela a medias. Después Jose se acomodó y comenzó él a imponer el compás haciéndola entrar y salir de mi boca como él quisiera avivando el ritmo o pausándolo cuando las fuerzas flaqueaban un poco. Cuando lo hicieron del todo se tumbó sobre mí, me beso y me susurró que le dejara follarme. Fue ahora él quien apartó mis nalgas para poder clavármela con facilidad.

Yo seguía tumbado boca arriba y sentí un escalofrío cuando sentí la ardiente verga de Jose rozándome el culo. Le veía sonreírme como siempre, agradeciendo que le permitiera hacerlo y haciéndome sentir a mí bastante a gusto. En esta tesitura él ya sabía que el ritmo no iba a ser tan frenético y sus embestidas fueron pausadas e igualmente placenteras. No podía evitar emitir gemidos cuando la notaba casi toda dentro de mí, o cuando el cabrón la sacaba dejándome una sensación de vacío para clavármela poco después. Ajustó su cadencia sumiéndome en el más puro placer al sentir su verga entrar por última vez en lo más profundo de mí para sentir poco después cómo se corría en mi interior al tiempo que Jose exhalaba un intenso y sonoro gemido.

Casi sin darse tregua y sin moverse, con su verga morcillona ya fuera de mi culo, agarró la mía y comenzó a pajearla como nunca lo había hecho. Lo hacía con muchas más ganas, y no creo que para que me corriera antes, sino para que disfrutara más, en forma de agradecimiento o algo así. Y lo consiguió, porque sus decididas manos la sacudieron de tal forma que me hicieron palpitar cuando lancé con furia los trallazos de mi corrida que fueron a llegar hasta mi pecho. Justo después Jose comenzó a hacer círculos con los restos de mi espeso líquido mientras se acercó a besarme en los labios o en el cuello y yo solté un larguísimo sollozo mitad placer mitad resignación porque sabía que ya no habría más.

Permanecimos un rato en silencio y sin hacer nada más que disfrutarnos por última vez. No me quedé a dormir porque consideré que sería peor. No recuerdo a qué hora me marché ni cuál fue la cara de Jose justo antes de cerrar la puerta. Sí que veo con claridad la despedida en su salón, justo después de salir yo del baño, verle con una sonrisa forzada y acercándose a mí para darme un abrazo.

Y Los dos, abrazados, componíamos un grupo trágico, la catástasis de nuestra historia épica sin héroes, pudiendo resultar algo difícil de imaginar en estos tiempos en los que a la gente le resbalan las pequeñas tragedias. Al menos la mía lo ha sido. Quizá que un hetero de treinta años que se replantea su vida a estas alturas sí que sea un drama. Pero bueno, yo soy gay y nunca sabré hasta qué punto Jose sufrió, la manera en que lo hizo, y si es en cierto modo comparable a mí, pero lo que sí tengo claro es que no me cambio por él bajo ningún concepto.