No me imagino la vida sin ti

La vida, el amor, la ausencia.

No me imagino la vida sin ti. Tan sólo puedo decir esto.

Cuando pienso qué decirte mi imaginación vuela con cada idea y se me olvida el motivo de mis pensamientos.

Se que mi vida no empieza contigo. ¡Qué va!

Pero me resulta imposible ordenar con seguridad mi pasado.

A lo mejor es que no me importa nada. Seguro que no.

Te recuerdo sentada en el suelo, escondida, callada. Yo me desvivía por agradarte, la perfecta anfitriona, esa soy yo. En tu cara había algo de trágico, de misterioso, de animal apaleado, triste y sereno. Más de lo que yo podía soportar. Yo que me haría cargo del sufrimiento del mundo, quería hacerme cargo de ti aún sin saberlo.

Y la urgencia de verte. Y la urgencia de saber, de escuchar, de estar. Nada más que estar contigo.

Nunca he vivido la vida con urgencia, con angustia.

No recuerdo si esa fue la primera vez que la sentí:

Voy a besarte.

Tu asentiste con la cabeza y esperaste.

Y te besé y sabía que era para siempre.

Te besé despacio, largo. Te rozaba los labios con mi boca. Tus labios relajados y expertos, suaves y frenéticos. Tus dedos en mi nuca no me dejaban respirar. Y sin embargo lo hacía. Quería respirar hoy más que nunca, quería respirar siempre de tu boca. Ya no hubo más palabras. Comprendí que tu también me deseabas.

Para el mundo seguíamos siendo amigas. Dos chicas solteras, guapas, divertidas. Tu, recuperando tu sonrisa y yo volviéndome loca por ella.

-Estás preciosa.

-¡Qué va!

Y me mirabas a través del espejo mientras te maquillabas. Y ponías caras. Y me hacías reír. Yo me vengaba luego. Te gustaba verme bailar. Te veía la cara de excitación detrás del cubata. Y arremetía contra ti sabiendo que no ibas a besarme, no podrías. Me arrancabas la ropa con la vista. Cualquiera se hubiera dado cuenta, cualquiera que hubiera mirado con objetividad nuestros juegos. Pero no podían.

Entraba detrás ti a tu casa. Hasta el portal siempre acompañadas. Yo vivía fuera y no debía conducir. Esa era la excusa. En el ascensor ya no había freno. Ni a tu deseo, ni al mío tantas horas contenido. Me gustaba tanto desnudarte.

Arrodilladas en tu cama frente a frente sin pudor, dibujo todo tu cuerpo con la yemas de mis dedos. Los ojos, la nariz, tu boca...tu boca . Y mientras rozaba tus labios te besaba y no sabías si te besaba con mis manos, con mi boca y tu respiración comenzaba a conducirte a su antojo. Ya no eras dueña de tí. Lo era yo. Rozaba tu pecho y un sobresalto evidente te hacía ladear la cabeza. susurro a tu oído y delimito con mi lengua el lóbulo de tu oreja.

Buscas mi boca. Jadeas. Yo me aparto porque sé que excitada como una hembra intentarás alcanzarla hasta que se te acabe la paciencia y me empujes

con tanta pasión que ya parece una batalla. Tu pelo largo, rizado sobre mi cara. Lo apartas con una mano y ahora ya no hay juego solo la pasión, la dulzura.

Se lo que va a pasar, cada respiración tuya, cada grito, cada gesto de placer es una victoria. No puedo dejar de mirarte mientras un orgasmo largo arquea tu cuerpo. Todo el amor del mundo en mis brazos, para acariciarte, retenerte, para volver a empezar.

Siempre supe que me querías, pero también que te irías.

No es fácil vivir escondidas. Nunca me quejé. Te quería demasiado. Yo era más joven, más inconsciente. Nunca te pregunté si habías amado a otra, pero sabía que no podrías vivir siempre sin un hombre. Yo moría por ti. Por las noches a tu lado, por el placer. por mi primer gran amor. Perdí la dignidad y el orgullo. Por eso no sufría. Lo que duraba la ausencia de tu cuerpo.

El sentimiento nos es propio, egoísta, retraído, raramente compartido por las palabras.

Por eso no te dije tantas cosas

No me imagino la vida sin ti. Aunque no estés a mi lado.