No me gusta vestirme
Intenso y muy sugerente, acepto el reto. Y esto es sólo un aperitivo, un ligero abre boca, un sugerente no cierres las piernas, un rotundo pero delicado voy a entrar en tí...
El duende no me lo ha terminado de comentar. Me ha susurrado un nombre, pero se ha perdido, no era importante... Es curioso porque el amo no tiene cuerpo de niño, ni el cuerpo depilado, sólo lo importante y tal vez sea vulgar, burdo y soez, pero a la vez es necesario y deseado. El duende sí, y tal vez te haya inspirado esa tez tan suave, ese tacto que, sin darte cuenta, ya has notado y sentido. Y sé que ha cogido tus braguitas enrolladas, antes de la ducha o después de desvestirte, ¿qué más da el cuándo o el cómo? Las tiene y las tengo, al menos en la imaginación, que no es poco... Lo peor de desnudarse es tener que vestirse después, ¿verdad? En eso estamos de acuerdo, y por eso congeniamos, no nos gusta vestirnos así que permaneceremos desvestidos. En mi mente ya apareces así, sin ropa, y ya sabes que las mentes mandan, dirigen, desean y nos hacen corrernos, ya sea a un lado o hacia el clímax. Otras veces manda el clítoris, el tuyo o el mío, que somos de mente abierta y de sexualidad difusa y confusa... no, es clara para los dos: yo quiero tu mente y tú quieres la mía, y como la mente dispone, toma la forma deseada. ¿Una polla gorda?, genial. ¿Unas tetas perfectas?, de lujo, ¿un coño depilado?, a por el... Limpieza, claridad, morbo, deseo, casualidad, interés desinteresado... Mentes limpias, cuerpos sucios, deseos directos, sin cortapisas, sin pantomimas, mirando a los ojos cerrados...
Me encantan los ojos brillantes previos a una corrida, aunque de repente se cierren y miren para adentro. Siempre miran, no me engañas, que no son ojos porque te vean, son ojos porque te miran. Y tú te correrás para mí, me lo ha dicho el duende, que tus dedos te delatan, y sé que no han podido resistir el morbo de la situación, el camino de lo excitante, el desfilar por esos labios tan conocidos para tí pero a la vez tan irresistiblemente atraídos por una fuerza desconocida, deseada sin saberlo, extraña pero curiosamente cercana. Han mezclado ternura y furia sobre tu tesoro, muchas veces profanado y difícilmente conquistado. No, es tuyo, como tu mente, ella manda, y desea, impone, te obliga a masturbarte sin ser vista por el duende, aunque sepas perfectamente que te estaba espiando, que te estaba mirando y que me lo iba a contar. Me ha susurrado tu placer, me ha desvelado cada gemido secreto que se ahogaba sobre tu cama, me ha contado que tus pezones no han podido resistirse a la tentación y también han sido míos... Y da igual que haya sido hoy o sea mañana, o cuando el destino vuelva a guiar tus dedos sobre tus labios que lo dicen todo sin emitir una sola palabra.
Los dedos navegan sobre el mar ya bravío y salvaje, que de repente alcanza la calma chicha con un gemido sordo que actúa como sirena de aviso del buque que arriba a buen puerto. Y eso que no hay faro aún apuntando e iluminando la entrada a tí, no es necesario porque ya lo habrá, ya lo pedirás, o me transmitirás el mensaje por telepatía. La mente, poderosa mente, que ya sé que tú follas idems y dejas que tu cuerpo no sea de nadie, por mucho que alguien lo use, tú la primera, faltaría más. Intimidad propia, sólo de una, e impenetrable, imperturbable pero nunca indeseable. Es más, no hay más que subir por las piernas preciosas, en el camino inverso de cintura para abajo para desear llegar a la cima y empaparse de tí, como una vulgar sábana humedecida por tu corrida, por tu flujo, por tu vida, por tu energía, pero llegar ahí, sentirse conquistador, hace cumbre, entrar en la cueva del tesoro y robar dentro. Sonrisa de medio lado, esbozando intención, feeling en las palabras y seguridad en la mirada... destilando luz, pero de la propia, de la que no tiene nadie, de la que ilumina igual arriba o abajo, a izquierda o derecha.
Morbo, es lo que me transmite tu mirada y esa sonrisa enigmática, de las que no miran a su oponente justo en el momento antes de correrse, en esa milésima de segundo que sabes que algo grande viene y que es tuyo, que nadie más lo merece, y que nadie más se lo va a apropiar, haya sido partícipe o mera comparsa. Morbo, y morro, en el mejor sentido. Comer y ser comido, me lo dice esa sonrisa, "cómeme antes de que te coma yo a tí", y comienza la batalla, la lucha por ser el primero en llegar a la meta, a veces en solitario a veces en equipo, y repitiendo, como los buenos postres. Placer previo o postrero, nunca mejor dicho, placer obnubilado, si es que eso existe o es válido en estas situaciones. Desnudarte con la mirada, o mejor, mirar cómo te desnudas y entras en la ducha por ejemplo, y tengo a mi duende de cam, no necesito más. Y mirar sin que me veas, pero esperando un gesto, un guiño, un, sin saber que lo haces, un ven, un dame, un toma, un entra, un extra...
Ser atada, con cuerdas de verdad o con una imposición, con un gesto, una palabra más alta que otra. Sumisión relativa, pero tú obedeces, me lo dice mi seguridad y mi experiencia. Una milésima de segundo, sólo cuando tú quieras, sólo cuando tú te dejes, pero entonces eres mía, te lo susurro al oído, te ato sin necesidad de cabos ni cadenas, te tengo a mi merced durante esa ínfima cantidad de vida y ahí me siento triunfador, aunque sea sólo polichinela de tus ojos, pantomima del deseo de tu mente, prisionero de los ojos que miran sin ser vistos, que se esconden en los momentos clave. Entonces abro tus piernas a placer, te abres a mí y me permites entrar por los ojos, en el ojo, en la sonrisa vertical, en tu sonrisa de medio lado y una exigua porción de tiempo en tu vida. Tuya, como tu mente, como tu tiempo, como tu deseo, enseñando sólo lo que me provocan... desenrollando tus braguitas y poniéndolas lejos de tu alcance. No te las pongas, no las quiero ver mancillando tu limpio pubis, no quiero que dificulten mi acceso en esa milésima de segundo que mando yo. Es cuestión de observar la mirada y lamer de cintura para abajo, de cintura para arriba, de cintura para adentro, comer y ser comido, hablar y ser escuchado desear y ser deseado, proponer y ser complacido, jugar y dejarte ganar, o vencer y ser vencido.
Preciosos pechos, por cierto, sean propios o ajenos, imaginarios o inventados, hoy me dormiré deseándolos. Verlos, tocarlos y chuparlos, incluso decorarlos con zumo de vida, con gelatina natural, con oro blanco... los caminos de las mentes sucias y clarividentes son insondables. Y tú estás cerca de follarte una, tenlo claro.
Buenas noches, me encanta que duermas desnuda pensando, ¿porqué no?, y desvestida esperando que tal vez, por un casual, alguien se suba a tu grupa de madrugada y aproveche que las braguitas siguen enrolladas y tiradas sin lugar aparente por cualquier rincón de la habitación. Mando un duende, por si acaso tienes frío, o calentura.