No me conoces.

Me levanto y masturbándome por última vez, acabo en su cara.

-¿Me amas?- Pregunta con ternura, recostada sobre mi pecho.

La dicha post coital desaparece. Una extraña sensación transforma mi rostro.

-¿Me amas?- Vuelve a preguntar, ahora mirándome.

-Evey, es muy pronto para que preguntes eso.- La distraigo.- ¿Hace cuánto vivimos juntos? ¿Dos meses?

-Tres meses y dos semanas.- Me corrige con una sonrisita de suficiencia.

-Ni siquiera me conoces completamente, aún podrías salir corriendo.- Le advierto seriamente. Ella se echa a reír sin tomar en cuenta mi admonición.

-Vamos Tom. Te conozco mejor que nadie.- Me besa el pecho. Se levanta y se encamina al baño. Antes de entrar se vuelve y me mira.- Ya que tú no lo dices, lo hago yo. Te amo.- Y entra.

¡Estúpida! No sabes lo que dices. Si supieras lo que en verdad te espera.

Mi madre, una mojigata evangélica, volvió a casarse cuando tenía cuatro años. En mi inocencia infantil, creí que ella se quedaría conmigo, que yo sería en cierto modo “su hombre”, pero no. Se casó con un pastor obsesivo y fanático, que me golpeaba a vista y paciencia ante los ojos de  mi madre. No me defendió. No me ayudó.

Tuve tres hermanos más, a los que amo profundamente. También los golpeaba y nos martirizaba después de cada paliza con pasajes bíblicos, que enseñaban el respeto y el temor a Dios. Cuando tenía quince años, me enteré de que el puto evangélico abusaba de su propia hija, de mi hermana. Hablé con mi mamá y con dolor supe que ella ya lo sabía.

Esa noche lo esperé y lo masacré a palos, dejándolo moribundo. Tomé a mi hermana y a mis otros dos hermanos y nos fuimos. Sin rumbo fijo, nos fuimos a una fundación y comencé a trabajar mientras estudiaba. Cuidé de mis hermanos y los saqué adelante, sin ayuda de nadie.

Ahora están en la Universidad, pero no puedo olvidarlo. No puedo olvidar a mi madre. La veo en sueños, impávida mientras aquel tipo hacía lo que quería conmigo. La odio. Sólo quisiera tenerla enfrente para…

Nunca pude relacionarme de forma narutal con la mujeres. Las aborrecía. Por lo general las follaba sin control y las dejaba tiradas. Una de ella me denunció por abuso y tuve que asistir a un  Psicólogo. Él le puso nombre a mi animadversión: Misoginia.

Trató de ayudarme, pero sólo me dio más ideas para dañarlas. Ahora no sólo las castigaba físicamente, sino emocionalmente. Aprendí a fingir, aprendí a fingir amor, de ese modo, cuando las dejaba desdeñadas y las maltrataba como un sádico, su corazón también estaba roto. Sus lágrimas por la desilusión o por mi aborrecimiento hacia ellas, me daba placer. Podía ver en ellas a mi madre, suplicando perdón por lo ocurrido. Es morboso, pervertido, pero es lo que veo.

Y aquí estoy ahora, con Evey, mi pareja hace más de cuatro meses. Es tierna, amable y dedicada. Cada vez que dice que me ama, es como si un pozo estuviera llenándose, poco a poco, hasta reventar. No necesito que me ame. No quiero que me ame.

Estoy en la cocina, vestido, preparándome algo para comer. Alguien me toma por la espalda y me besa la nuca.

-Mmmm…qué rico.- Dice Evey pegada a mi oído.- No sabía que cocinabas.

-Te dije que no me conocías.- Le recuerdo, sonriéndole. Me volteo y compruebo que sólo está con la toalla de baño.

-Deja de decir eso. Te conozco y punto. ¿Qué estás preparando?

-Tallarines. Son las cinco de la tarde Evey, estoy muerto de hambre.- Me examina con la mirada, preocupada.

-¿Qué?- Le pregunto.

-Me cuestiono.

-¿Te cuestiones?

-Sí.- Responde sonriendo.- ¿Por qué repites constantemente que no te conozco?

-Porque no lo haces.- Me giro y sigo con la salsa.

-Demuéstrame.

Me vuelvo y la observo divertido.- ¿Qué te demuestre qué?

-Demuéstrame que no te conozco.- Repite desafiante.

-¿Segura?

-No saldré corriendo.- Ríe- Te amo.

Te amo. ¿Qué sabe ella lo que es amar? Idiota. Soy conciente de que mi mirada se ensombrece y Evey retrocede instintivamente. Me aparto, dejándola sola. Voy al baúl de mi habitación y extraigo unas cadenas y una mordaza, con una bola negra en medio.

Cuando me paro enfrente a ella, su cara se deforma y su boca se desencaja.

-¿Qué es eso?- Susurra atónita.

-Esto es lo que quieres.-Musito.

-¿Lo que quiero?

-¿Querías que te lo demostrara?- Alzo las cejas- Este soy yo Evey.

Cierra la boca y traga saliva. Guarda silencio, sopesando mi semblante. Mira las cadenas en mis manos con recelo.

-Me harás daño.- Concluye.

-Hasta que me satisfaga.- Confieso.

Comienza a retroceder con lentitud al ver que me acerco a ella con sigilo, acorralándola como a una presa, en verdad, me siento como un cazador.

-Aléjate, Tom.- Advierte- O gritaré.

-Haz lo que quieras, no me harás retroceder.- Afirmo y mi entrepierna se enciende.

Me abalanzo, y ella da un grito asustada. Corre hacia el living, la toalla cede ante su movimiento brusco y cae a sus pies, trastabillando un poco. Aprovecho ese segundo de desequilibrio y la agarro por el brazo. Se lo tuerzo detrás de la espalda y hago que caiga boca a bajo sobre el sillón. Me siento sobre su espalda para inmovilizarla.

-¡Suéltame hijo de puta!- Grita- ¡Ayuda!

Yo me río con todas mis fuerzas. Le doblo el brazo con más fuerza y los gritos de ayuda, se transforman en gritos de dolor. Tomo una de las cadenas- con esposas a ambos extremos- y encierro en ella su brazo, a la altura del codo. Repito el mismo proceso con el otro.

-Me duele, me duele.-Solloza.

Tomo mi otro juego de sujeciones y le ato los tobillos. Trata de golpearme, tirándome patadas.

Carcajeo más que excitado y le nalgueo el culo.-Esto te enseñará modales.

-Tom, Tommy. Por favor, no hagas esto. No necesitas hacerlo, sabes, sabes que haré lo que quieras.- Ruega.-Tom, te quiero.-Musita como último escapatoria.

Psicología, el último recurso de las víctimas. Una sonrisa indiferente aparece en mi boca ante sus palabras. Me acerco, le tomo el cabello y le hago una coleta, de esa forma no me estorbará. A continuación, tomo la mordaza, se la encajo en la boca y se la amarro con fuerza por la nuca.

-Así dejarás de hablar tanta mierda, Evey.- Le digo entre dientes.

La levanto, tirando de la cadena atada a sus brazos, quedando de rodillas. Ella gime ante el dolor y aprieta los ojos. Utilizando mi última amarra de hierro, ato un extremo a la liana de los pies, y la otra; a la de los codos, haciendo que su espalda se arquee hacia tras, retorcida. Es una posición incómoda. Su cuerpo desnudo, insultante, se muestra en todo su esplendor hacia mí.

Evey gimotea humillada.

-No llores Evey.- Susurro, besando su mejilla.- Esto es lo que tú querías.

Me quedo callado, saboreando el momento, lamiendo la expectativa. De pronto tocan a la puerta. ¿Quién mierda será? Bajo mi vista hacia Evey y observo con satisfacción como llora y mira hacia la puerta esperanzadoramente, a la espera de ayuda. Comienzo a reírme con todas mis fuerzas. Me acuclillo a su lado y le acaricio su cabello con ternura.

-Ay, Evey, Evey, Evey.- Le coloco un mechón de cabello detrás de su oreja.- ¿En verdad crees que te librarás de esta, ¿No?- Sus ojos se desorbitan, llenos de miedo. Quizá cree que mataré a la persona que está golpeando. Vuelve a sollozar y cierra los ojos desesperadamente.

-Vamos, que no mataré a nadie.- Le susurro.

Me yergo con tranquilidad. Examino con la vista a mi alrededor, en busca de un buen escondite. El único apropiado que encuentro, es un ropero, algo así como un armario donde guardo cachureos. Está lo suficientemente cerca de la sala de estar. Lo suficientemente cerca de mis intenciones. Me sonrío con malicia.

Me acerco con paso tranquilo hacia el y lo examino con cautela. Sí, Evey cabe aquí. Apremiado por los incesantes golpes de la puerta, voy donde mi victima y la cojo en brazos con dificultad. Evey trata de zafarse, removiéndose como un pececillo fuera del agua. La dejo con delicadeza en la fría cera del armario y me mira con sus ojos rojos, aniquilados por el terror. Me inclino y le beso la comisura de sus labios, chorreada en saliva, al no poder cerrar la boca y tragar instintivamente producto de la bola en su boca. Trata de apartarse, pero se hace daño al tirar de las cadenas sujetas a sus codos. Gime de dolor y me excita.

-Como quiero follarte Evey, pero esperaremos.- Le sonrío y cierro la puerta tras de mi. Escucho sonidos guturales desde el closet, quiere gritar.

Me encamino hacia el equipo y coloco música, lo suficientemente alta para ahogar sus jadeos, y lo suficientemente bajo como para que pareciera música ambiente. Bien.

-Hola Tom, ¿Está Evey?- Era Magdalena, su amiga.

-¡Magda! ¿Cómo estás?- Le pregunto con familiaridad.- No, Evey no está. Dijo que iba de compras.

-¿Se demorará mucho? Necesito hablar con ella urgentemente.

-No sé, Magda. Si quieres pasa y la esperas un rato. – Dios, que audaz me he puesto. Me imagino el optimismo de Evey al escuchar la voz de su amiga tan cerca y mi pene palpita en respuesta. Buena idea.

-Gracias Tom. – Se encamina hacia el living y se sienta en el sillón que queda enfrente del ropero.

-¿Quieres algo de beber?

-Agua estaría bien. Hace mucho calor.

Lleno un vaso con agua y saco una cerveza helada para mi. Se lo paso y me siento de espaldas al closet, con las piernas cruzada en posición india.

-¿Fumas?- Le pregunto con astucia.

-Claro.- Me estiro hacia ella y le entrego la cajetilla.- ¿Cómo han estado Tom? Magda me dice que es muy feliz.

-¿Eso dice?- No puedo evitar sonreír. Ahora no es muy feliz.

-Sí. Suerte de estar con un tío tan simpático como tú.

Me sonrojo con humildad y entablamos una cálida conversación entre ambos. ¿Habrán pasado cuarenta minutos? Y en cada puto minuto que pasaba mi erección crecía, producto de la expectación. Imaginar a Evey encerrada, expuesta, desnuda y aterrorizada, era lo más estimulante que había. Estaba a mis espaldas, amordazada y con las piernas abiertas, a la espera de mi penetración bruta y salvaje. Quiero follarla. Mi pene palpita escondido debajo de un  almohadón, dolorosamente placentero.

-Bueno, creo que Evey se demorará bastante.- Dice Magda poniendo los ojos en blanco.

-Siempre lo hace. Se vuelve loca en las tiendas.- Coincido sonriendo con dulzura.

Se levanta y camina por el pasillo hacia la puerta, yo la sigo diligentemente.

-¿Le dirás que he venido?

-No te preocupes, le diré que te llame en cuanto llegue, ¿Vale?- Nunca creí que tuviera tanta prestancia para la mentira.

-Vale Tom y gracias por pasar tiempo conmigo.- Se acerca a mí y me besa la mejilla con amistosidad.- Nos vemos luego.

-Chao Magda, cuídate.- Cierro y me siento dueño del mundo. Tener a una persona a tu merced es… como expresarlo…es omnipotente. Saber que harás lo que quieras con ella, contra su voluntad, sin que nada ni nadie pueda evitarlo, te da acceso a un mundo nuevo, sin reglas.

Con parsimonia apago el equipo. Me quito la camiseta, los jeans y los bóxer. Mi falo erecto aparece al instante, deseoso. Abro la puerta del ropero con lentitud y bajo las sombras del atardecer, aparece Evey, con su rostro surcado en lágrimas secas. Ahora no llora, es más, me observa desafiante e impasible. Vaya, ¿No sabe que su rebeldía me calienta más?

-Aquí estabas Evey. – Musito acariciándome el pene de arriba abajo con perversidad.

Su rostro se contrae en una mueca de repugnancia.

-Oh, Evey, no deberías hacer eso.- Le digo en tono admonitorio, quedo.

Me acerco hacia ella y trato de alzarla en mis brazos, pero se remueve impidiéndolo.

-Evey, la única que sufrirá más, eres tú.- Le reprocho suavemente.- Deberías ser más inteligente.- Añado impaciente.- Ya no tendré miramientos hacia ti.

Y haciendo eco de mis palabras, tiro de la cadena que mantiene unidas ambas sujeciones-la de los brazos y los tobillos- con fuerza. Evey suelta un grito gutural de tortura y la arrastro fuera del armario, dejándola caer en el centro del living. Se desploma de costado, como en una posición fetal invertida. Con el cuello estirado hacia tras, mirándome.

-¿Qué puedo hacer contigo Evey?- Me agacho y la enderezo. Su torso se expone ante mí. Sus senos alzados, producto de la rigidez de su espalda encorvada. Su estómago suave y duro. Su vagina depilada y abierta.

Mi mirada se oscurece. Paso un dedo desde su barbilla, bajando por entre sus pechos, pasando por su vientre; jugueteó un rato con su ombligo, y sigo bajando hasta sus labios vaginales. Sólo la rozo. Ella suelta un jadeo muerto y a su rostro vuelve el asco vivo.

-Ya sé lo que haremos. Quitaremos esa mueca de aversión.- Amenazo. Camino hacia la habitación, conciente de que me observa. Vuelvo y su mirada me sigue.

-Mira lo que encontré.- Alzo mi mano con un vibrador en ella. Lo enciendo y la cosa se retuerce sobre mi mano, ondulándose rápidamente y dando saltitos. Evey sólo me observa.

Me arrodillo en frente de ella, y con calma paso el vibrador por sus pechos. Ella cierra los ojos, tratando de ahogar el placer que le produce. Lo bajo hasta su coño y lo froto sobre la cúspide de su vagina.

-Vamos Evey, abre los ojos.- La incito. Tomo un pezón entre mis manos y se lo aprieto con fuerza. Gime con dolor.- Vamos Evey, no me hagas enojar.- Ahora lo tiro y lo aprieto a la vez. Otro grito nace de ella. Abre los ojos escarmentada.- Bien, así me gusta.

Me reclino sobre ella y le deposito un amoroso beso en la frente. Bajo y subo el vibrador por su vagina con provocación.

-Mira que mojada estás Evey, ¿Y crees que no te gusta?- Me mira extrañada, como si estuviera loco.- No Evey, no estoy loco.- Aclaro. Ella abre aún más sus ojos, en reconocimiento a su pregunta no formulada.- Sólo te odio.- Musito.

Al reconocerlo en voz alta, el rencor se apodera de mí e introduzco de sopetón el vibrador en su vagina. Evey echa la cabeza hacia tras y gime con fuerza. Lo dejo allí, en su interior, dejando que haga su trabajo. Me acerco y comienzo a jugar con sus tetas. Primero con una: La mordisqueo, succiono y muerdo. Voy hacia la otra y repito el proceso. Tiro con fuerza de sus pezones. Por las comisuras de los ojos de Evey, bajan lágrimas díscolas.

Me separo, y ella alza su vista hacia mí. Tomo el vibrador, lo saco y la penetro con fuerza. Lo vuelvo a sacar y se lo meto de nuevo. El pecho de Evey se ensancha y se deshincha rápidamente en busca de más aire. La mordaza no la deja respirar. No puede respirar. Cierro los ojos, acariciando su dolor. Instintivamente comienzo a masturbarme, mientras la masturbo. Amo tu dolor Evey.

A sabiendas de que en poco tiempo eyacularé, abro los ojos en éxtasis y veo como ella me mira, asombrada ante mi excitación. Vuelvo a penetrarla e Evey explota en un orgasmo arrollador. Apretando los parpados, echando la cabeza hacia tras, gimiendo a duras penas con su garganta.

Me levanto y masturbándome por última vez, acabo en su cara. Cierro mis ojos y dejo que mi semen caiga donde quiera. Mi pene se remueve espasmódicamente entre mis manos.  Abro los ojos y veo con satisfacción que mi semen blanquecino, que baja por su barbilla, goteando hacia su pecho. Otro poco se sitúa en su bajo vientre, espeso y amorfo.

Evey me contempla, tratando de adivinar mis intenciones y acompasar su respiración.

Me molesta su presencia, quiero acabar pronto con ella.

Con un movimiento ligero y veloz, retiro el vibrador de su vagina, provocandole una mueca de dolor. La jalo del pelo y dejo que caiga de bruces ante mi.

-Si quieres respirar, gira el cuello Evey.- Le aconsejo. Ella lo hace, jadeando.

Me arrodillo detrás de ella y hundiendo mis dedos en su cadera, la atraigo hacia mi y la penetro por el culo bruscamente. Evey suelta un sollozo, pero no me detengo. La embisto con fiereza, hundiéndome en ella sin contemplaciones. Oigo como llora y gime.

-¡Ambas caras de la moneda, Evey!- Grito extasiado. Sí, el placer y el sufrimiento, aunque para mi su dolor, sólo es placer. La galopo una y otra vez, insaciable. Ella se tensa debajo de mí y luego relaja su cuerpo, quedando flácida. Llegó al orgasmo. Cierro mis manos una vez más alrededor de su cadera, la arrastro una vez conmigo, y con una última estocada, acabo dentro de ella gloriosamente.

Me desplomo hacia un lado agotado y aturdido.

No sé cuanto tiempo ha pasado. Sólo despierto por los sollozos callados de Evey. Abro los ojos pesadamente, tratando de ubicarme. Aún está amordazada y amarrada. Ahora ya no me produce la misma excitación, incluso creo que siento tirria hacia ella. La aborrezco. La odio. Quiero que desaparezca de mi vida.

Me visto. Voy a mi habitación. Cojo una maleta y guardo toda su ropa en ella, que no es mucha. Me dirijo al living y la desato. Con dificultad se sienta y masajea sus músculos desmadejados. Se saca la mordaza y ahora oigo mejor su llanto. Tiro una muda de ropa limpia a su lado.

Ella alza su rostro enrojecido hacia mí, buscando alguna explicación.

-¿Por qué?- Pregunta con un hilo de voz.

-Tienes que vestirte y marcharte. Aquí está tu maleta- La levanto y la sitúo a un lado de mis piernas.-. He llamado a un radiotaxi, estarán aquí dentro de quince minutos.- Espeto con hostilidad.

-¿Por qué me haces daño Tom?- Vuelve a preguntar.

-Porque me gusta.

Abre aún más los ojos y rompe a llorar de nuevo. Me acerco a ella y le obsequio una caricia reticente en su cabeza.- Vamos Evey, levántate. – La tomo por las axilas y la alzo. Apenas puede moverse. La ayudo a vestirse, sin mediar palabras ni miradas.

Se sienta y le traigo un vaso de jugo frío. Lo toma tambaleante, lo sorbe sir mirarme. Oigo un bocinazo. Me asomo por la puerta y el hago una seña al taxista para que espere.

-Llamé a una de tus amigas, avisándole que ibas para allá.

Levanta su rostro y me dice: -Eres un monstruo Tom.

-Y tú que decías conocerme.- Le replico con ironía.

-¿Qué tienes? ¿Te gusta dañarme? ¿Me odias?- Levanta la voz.

-No lo tomes personal. A todas las mujeres.- Contesto con pasividad.

-¿Eres misógino?- Susurra.

-Sí.- Me enfurezco.- Vete, ahora Evey.- Le advierto.

Se asusta notoriamente y comienza a temblar. Tomo su maleta, la cojo de la mano y la guío hasta afuera. Le abro la puerta del auto y espero a que entre.

-¿No me amas?- Inquiere.

-Si lo hiciera Evey, la aversión que siento hacia ustedes es más grande.- Musito.

Traga saliva, se agacha y entra al auto. Le entrego la maleta, cierro la puerta. Palmoteo la cubierta y el taxi parte, perdiéndose avenida abajo.

'N.