No me busquen
...Sólo tendré una única oportunidad de escribir mi historia y espero que llegue a ser leída por alguien; ¿por qué la escribo?, en realidad no lo sé: tal vez sea mi tonta forma de despedirme del mundo al que una vez pertenecí, y al cual ya no pretendo volver,...
Sólo tendré una única oportunidad de escribir mi historia y espero que llegue a ser leída por alguien; ¿por qué la escribo?, en realidad no lo sé: tal vez sea mi tonta forma de despedirme del mundo al que una vez pertenecí, y al cual ya no pretendo volver.
Ocho o nueve meses atrás (al menos eso creo, según mis cálculos), se inició esta experiencia que comparto con ustedes, y que cambió mi vida. Yo y mis compañeros habíamos arribado a Iquitos (Perú), prestos a realizar un curso de técnicas de supervivencia en la selva: yo soy bueno, era, -, cadete de la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea; mi nombre no es importante, ya que deberán saber quién soy, por los periódicos.
El calor era infernal, el uniforme se nos pegaba al cuerpo como una segunda piel por la humedad, pero eso era precisamente lo que debíamos soportar, junto con las otras "perlas" que nuestros malencarados instructores nos tenían preparadas. Todo mi grupo estaba sumamente mortificado; apenas nos habían dejado pasear un poco el día anterior por la ciudad. Todos estábamos que reventábamos: tras meses encerrados en la Escuela, la cabeza y el cuerpo-, nos hervía. No habíamos visto mujeres en mucho tiempo y, de sólo mirar en las calles a esas preciosas y dicen que sumamente fogosas-, mujeres selváticas, cortas de prendas, semidesnudas casi, insinuándosenos a todos nosotros, los "cadetitos recién llegados"; las habíamos correteado por todos los bares y discotecas de Iquitos, tratando de lograr un fugaz polvo que calmase nuestra reprimida líbido de militares acuartelados, pero ninguno consiguió nada. Yo y mi compañero de cuarto, casi lo logramos, cuando, acompañamos en una mesa de un bar a dos bellezas: una era una espectacular morena de pelo ensortijado y hablar brasilero; la otra una escultural rubia de ojos verdes y piel canela: ambas lucían sus cuerpos de infarto apenas cubiertas por diminutos y apretados vestidos floreados, y sin ropa interior encima. Estaban las dos dispuestas a irse a la cama con nosotros,.. ¡hasta que llegó al bar ese desgraciado del Teniente!,
- ¡Despídanse de esas mujeres, Cadetes!, - nos ordenó.
Tuvimos que obedecerle, pero nuestro rencor desapareció de pronto, al escuchar sus siguientes palabras:
- Son esposas de dos "narcos", agradezcan que no van a amanecer tirados en el río y con un agujero en la cabeza,
Al día siguiente, firmes y tiesos en la orilla del Amazonas, y a pesar de los gritos y órdenes de nuestros instructores, yo y todos los de mi grupo no pensábamos más que en mujeres: es cierto eso que dicen que el calor aplastante de la selva te vuelve un animal deseoso solamente de enterrar la verga a la primera oportunidad. Tras darnos las instrucciones adecuadas, dio comienzo el curso: nos llevarían en medio de la selva, nos darían un mapa, una brújula para todo el grupo-, y un destino adónde llegar en tres días. Las lanchas "zodiac" nos condujeron: primero remontamos el Amazonas hacia la espesura del monte, luego tomamos un afluente, y otro, y otro, y otro; el último era tan diminuto que las ramas de los árboles apenas daban paso a nuestras lanchas, cacheteándonos la cara insistentemente. Ya en tierra firme los instructores nos repasaron las órdenes recibidas y sin más, se largaron en las lanchas, dejándonos abandonados.
¡No se crean las mentiras de las películas!, abrirse paso a machete por la espesura no es juego: te caen alimañas de los árboles a cada golpe, y a los 15 minutos el brazo se te quiere caer de tanto dolor, si deseaban hacernos pasar las de Caín, lo consiguieron: al mediodía de la primera jornada estábamos desfallecientes, pidiendo a gritos agua, comida y un sitio para descansar, cosas que en la selva no abundan para nada: el agua de los riachuelos es asquerosa y no le quita eso las pastillas que nos dan para hacerla potable-, la comida se la comen los animales y apenas hay dónde sentarse sin que hayan hormigas u otros insectos.
La primera noche en el monte nos trepamos a los árboles, para dormir al abrigo de las fieras. No pude dormir; los lamentos de mis camaradas me lo impidieron: "¡MIERDA, ¿QUÉ HAGO AQUÍ?!!!!", dijo uno,.. "¿PARA QUÉ ME METÍ EN ESTA PUTA ESCUELAAAA?!!!!", exclamó otro, no fueron pocos los que sollozaron, pidiendo por sus mamás. Un compañero tuvo la idea de quitarse las botas; a la mañana siguiente, descubrió que los monos se las habían robado: debió que seguir la demencial caminata esa por la espesura en calcetines, pobrecito.
La segunda noche me tocó a mí llenar las cantimploras -noche es un decir, por que en el bosque espeso oscurece a las 4 de la tarde-, mientras lo hacía, escuché un gruñido: ni corto ni perezoso llamé a gritos a mis amigos: era un pequeño lagarto (metro y medio); ¡el animalejo nos tenía más miedo a nosotros que nosotros a él!,... parece que adivinó que, con lo hambrientos que estábamos, inmediatamente lo vimos como cena: lástima que se escurrió apenas tratamos de caerle encima,...
Al comenzar el cuarto día, llegamos finalmente al claro donde nos esperaban nuestros instructores: llegamos hechos una lástima, y con el uniforme casi podrido encima nuestro de tanta humedad. Tras gritarnos y obligarnos a realizar ejercicios, nos llevaron a un claro boscoso: cada uno escogimos un árbol en particular (no recuerdo su nombre: ahora lo conozco con otro, ) y nos dedicamos un buen rato a quitarle a machetazos la corteza; dichas cortezas nos servirían de balsas.
Antes del mediodía estábamos en la orilla del río y, con un Sargento Instructor a la cabeza, debíamos remontar hacia la base, distante a unas 10 horas río abajo: el plan era tomar una corteza de árbol con cada brazo el cual flotaba como madera balsa-, y patalear boca arriba hasta nuestro destino final; ni pensar en quitarse las botas: nadie deseaba tener los pies comidos por las sanguijuelas. Así empezó la última tortura que debíamos superar por nuestras preciadas "alas". Pasada media hora en el río, yo y mis compañeros lo hacíamos ya todo por instinto: la mente te falla, los músculos agarrotados se mueven más que nada por el deseo de supervivencia, de no terminar reventado y flotando en el río, devorado por las alimañas, cuando casi íbamos a rendirnos, la alucinación de algún compañero, al ver flotar un tronco a su lado, nos hacía redoblar el esfuerzo:
¡Un lagarto!!!,
Tras entrar en el primer recodo del río, y casi medio ahogados por toda el agua tragábamos, la corriente que aceleraba su velocidad nos permitió un respiro: sólo debíamos dejarnos llevar. Una lancha a motor -de esas que llaman "peque-peque"-, nos despertó de nuestro letargo de casi cadáveres flotantes: un grupo de turistas japoneses iban a bordo, los cuales al ver nuestros uniformes, comenzaron a llamarnos a grandes voces:
¡OHHHH!; ¡peruvian militaries: one photo, please!!!,
Casi ahogándome con la ola del bote, levanté la mano del agua, mientras tiraban flashes contra mí y mis compañeros; sacando la cabeza apenas del agua, les dije lo único que se me ocurrió, sonriendo:
- Si, Si: "peruvian militaries", "chinos" conchadesumadres, .
Conforme ese bote se alejaba, me fui dando cuenta del riesgo que corría: mi Instructor había ordenado al grupo patalear más fuerte, para alejarnos de la entrada de otro río a nuestra izquierda: mi grupo le oyó, pero yo no; ¡pataleeé con todas mis fuerzas, pero la corriente me llevaba!!!, traté de gritar pidiendo ayuda, pero no tenía fuerzas para ello. Mi grupo siguió alejándose, mientras yo iba directo a un río estrecho, desconocido y de orillas empedradas: solo a mi suerte, solté una de mis improvisadas balsas, me aferré a la otra y traté de llegar a la orilla, un remolino me lanzó como un muñeco contra unas rocas: después de eso, no recuerdo nada.
Lo próximo que recuerdo es el sol hiriéndome los ojos: estaba acostado boca arriba, mi cuerpo vibraba, como cuando sales del sauna "como caminando entre nubes"; un pitido insistente replicaba en mi cabeza, y ese dorado intenso, el sol, casi me dejaba ciego, hasta que una imagen se formó frente a mis ojos; tapándome de la luz, un rostro se dibujó poco a poco: era una jovencita, muy, muy joven: su rostro era redondo, labios pequeños, nariz diminuta, ojos grandes, inmensos, negro azabache, al igual que su cabellera lacia y muy larga. La piel de su rostro era de un tono cobrizo, era realmente muy bella, de figura y rostro inocente,.. y estaba completamente desnuda. Me miraba con una mezcla de ternura y curiosidad, como si yo fuese un tesoro, dije casi susurrante, lo único que se me ocurrió:
.Mierda, me cagué, El Cielo está lleno de "chunchos*", .
(*) chuncho: nombre que se le dio a los indios del amazonas, durante la conquista española: hoy se le considera un término despectivo. (N. del A.)
Pasé algunos días más despertando a ratos, y durmiendo la mayor parte: entre sueños sentía manos femeninas que me tocaban; limpiaban mis heridas, colocaban emplastos en ellas, me daban de beber, acariciaban mis músculos agarrotados. Manos suaves y muy diminutas me fueron lentamente curando, Cuando tuve fuerzas de incorporarme,
Fui recibiendo alimentos sólidos y varios asquerosos brebajes, así como también pude ver con detenimiento a la muchacha que vi por primera vez: con gestos me dijo que se llamaba "Nyie"; al decirle yo mi nombre "Braulio", soltaba a reír con esa carcajada infantil que tenía, parecía una niña: no mediría más de 1 metro y medio a lo mucho, y su cuerpo desnudo me turbaba por completo. Sus pechitos eran los de una adolescente, triangulares y de pezones siempre erectos, su culito era tan pequeño que podía caber en mi mano, mientras que su coñito, velludo y siempre a la vista, me estaba descontrolando: yo también estaba desnudo habían desaparecido mis ropas-, y la verdad es que nunca en mi vida hubiese visto con ojos de deseo a una criaturita que podría ser mi hermanita, así que cada vez que venía a cuidarme, yo luchaba contra las súbitas y casi irrefrenables erecciones que me agobiaban, "Nyie", al verme en esos trances, reía, lo cual más aún me turbaba. Algo raro sucedía conmigo: no podía contener el que mi verga se erectaba casi cada dos segundos durante todo el día, fue la primera vez que pensé en que "algo" me estaban dando en la comida,
Apenas me puse en pie, "Nyie" me tomó de la mano y me sacó de la choza donde yo estaba: vi por primera vez entonces, en dónde me hallaba: era un grupo de 4 chozas, rodeando un claro del monte, cara al río, metros más abajo. Ahí solo habían unas pocas personas: una anciana desdentada y sonriente, seis niñas, y ocho jovencintas de la edad de "Nyie". Jaloneándome, la pequeña indígena me hizo entrar a otra choza; ahí adentro me aguardaba un anciano sentado en el suelo: solo llevaba encima una cinta en la cabeza, y una lanza en la mano. Era el jefe de la tribu; con gestos y ademanes, tardamos casi todo el día en entendernos: a grandes rasgos, pude saber algo más de ellos.
Lo primero que supe me llenó de pavor; no conocían a ninguna de las tribus conocidas, no conocían que pertenecían a un país (mi país), ni sabían de nada acerca de un mundo más allá de los montes: "eran no-contactados", es decir, ni el mundo sabía de ellos, ni ellos del resto del mundo. En resumen: podía olvidarme de ser rescatado, simplemente no conocían más que según ellos-, "eran los únicos hombres en la tierra"; esta tribu, que se hacen llamar los "Kashiri" ("la gente"), eran solo los individuos que yo había visto, tenían la certeza de que habían otras tribus de su etnia varios días de camino río arriba, pero no los habían visto en mucho tiempo. Al preguntarles extrañado por los otros hombres, el cacique me reveló su infortunio: todos los hombres habían sido secuestrados con engaños por unos "chamanes blancos" (pastores evangélicos), y nunca los volvieron a ver. Todos excepto dos: uno, que murió de una extraña enfermedad, y el hijo del cacique y su sucesor, que había muerto un mes antes, devorado por un jaguar.
La suerte de esa etnia estaba echada: si no encontraban un hombre que los guíe y procree con las mujeres, su raza y su cultura desparecerían para siempre, el viejo cacique deseaba que me quede con ellos, con sus mujeres. ¡Quedé horrorizado!, es decir, ustedes saben: nos educan en la monogamia, en lo sagrado del matrimonio, en la no desnudez, y ese viejo me pedía eso: no soy ningún moralista, pero me era inconcebible lo que me proponía; le hice saber que me negaba, y que partiría apenas me recuperase del todo. Aquella noche no pude dormir: todos en la aldea comenzaron a llorar dando grandes gritos; no entendía para nada sus súplicas, pero sus lamentos me hicieron sentir realmente mal.
La siguiente semana quien la pasó mal fui yo: no podía ponerme de pie, mi cuerpo no me respondía, me sentía como paralizado. Nos habían instruido muy bien acerca de lo buenos conocedores que son los indios en el uso de venenos, y terribles pensamientos me inundaban la cabeza: la vieja esa desdentada, pasaba todo el día en la puerta de su choza, cantando frente a una fogata: no necesité explicaciones para darme cuenta de que era la bruja de la tribu, "Nyie" y las otras jóvenes me seguían trayendo alimento, pero yo dejé de comer de golpe. Curiosamente, mis males desaparecían al caer la noche: ahí comenzaba mi otro suplicio, en mis sueños sólo veía los cuerpos desnudos de las jovencitas, sus coños, sus tetas, mi verga estaba erecta casi todo el tiempo y yo no lo podía impedir, sudaba a mares, casi alucinaba, y mi cuerpo se enfebrecía por completo, de deseo sexual; traté de distraer mi mente conversando a ademanes con el anciano en su choza, y logré algo de paz de ese modo.
Conforme pasaban los días ya no aguantaba más: tanto mi extraño estado como lo que me contaba el anciano acrecentaron mi turbación; los "Kashiri" consideran el matrimonio, pero no creen en la fidelidad en lo sexual. Asimismo, los jóvenes -hombres y mujeres-, conviven en una choza comunal, pudiendo en ese tiempo coger cuanto quisieran, sin sentir nada que se le pueda llamar celos o culpa, con eso me hizo saber que no me pedía nada extraño, sino algo completamente normal para sus creencias. Mis turbadores sueños proseguían, mientras poco a poco me sorprendía a mí mismo viendo con cada vez más insistencia, los cuerpos desnudos de las jovencitas: al andar, la bañarse en el río, al cocinar, ¡estaba enloqueciendo!; cada vez también me atormentaba la imagen de mi novia, allá en Lima, con la cual pensaba casarme apenas egresado de la Escuela de Oficiales. No lo dudé más: al día siguiente me marcharía.
Curiosamente, los "Kashiri" no se inmutaron con la noticia; más bien me hicieron saber que harían una comida especial para mí esa noche, en la choza más grande de la aldea. Por primera vez me permitieron vestir algo: un jirón de cuero curado, que parecido a un pañuelo chico, apenas me tapaba por delante. Toda la pequeña aldea estuvo ahí. Las más niñas y la anciana servían la comida y la bebida en platos de arcilla y hojas de palmas, mientras que el jefe y yo sentado a su lado, veíamos bailar a las chicas frente a nosotros, al compás de un tamboril; ver sus cuerpos desnudos saltando, haciendo vibrar sus pechitos adolescentes esta vez no me afectó; en parte por que sabía que me iría a la mañana siguiente, en parte por que pensaba en mi novia insistentemente, . Pero además, "algo" me tenía sereno: el anciano y las chicas no cesaban de llenarme una suerte de vaso de calabaza, con un fermentado de tubérculos. Tenía un sabor extraño, pero era definitivamente embriagador. Las jóvenes insistían en que baile, pero me rehusé: prefería verlas, en especial a "Nyie"; era bella (no tanto como su hermana, "Ahiip", ), pero su sonrisa y sus ojos enormes me tenían completamente encandilado. Yo no era el único que bebía: toda la tribu lo hizo y fue hasta que todos se cayesen de borrachos, cosa que igual me pasó a mí,...
Mis recuerdos son algo nubosos, pero completamente nítidos: recostado en un extremo de la choza, sobre unas hojas entrelazadas, tomé de la cintura a "Nyie" y me revolqué con ella por el piso, riendo los dos; su piel era increíblemente suave, tersa, virginal en extremo. Ella me hablaba en su dialecto frases suaves, mientras acariciaba su cuerpo contra el mío. Sentir su cuerpo frágil bajo mi peso, sus manitos acariciándome el pecho, sus pezoncitos duros contra mi piel, fue mi perdición. Fue la primera vez que sentí en mis labios un beso al estilo amazónico: es más intenso y natural que los besos que nos damos nosotros. Mi verga tiesa y erecta no tuvo dificultad de abrirse paso por mi taparrabos: simplemente lo hizo a un lado al ponérseme tiesa.
De pronto, una oleada de calor me dominó por completo: estaba yo excitado como nunca en mi vida, ya no me importaba nada, ni su edad, ni su fragilidad, nada. Sus piernecitas se alzaron y separaron, envolvieron con naturalidad mi cintura: me ofrecía su coñito virgen y ya completamente húmedo; solo pensando en hacerla gritar hasta morirse del gusto, se la enterré con salvajismo, . ¡Ooooohhh!!!; ¡qué increíble!!; su rajita casi explotó al ser desvirgada, mi verga entró por completo mientras ella gemía desesperada, casi ahogándome, abrazando mi cuello,... era, era como su coñito envolviese con un calor abrasador mi pieza por completo. Estaba yo ya fuera de control: sólo tenía en mi cabeza la loca idea de partirla en dos, al comenzar a bombearla con un ritmo demencial, me quedé pasmado; esa pequeña, con cada envión, hacía un movimiento de caderas extraño: me hacía sentir como que su vagina nunca dejaba de estar en contacto con mi verga, aprisionándola de una manera que jamás había sentido antes!!, "Nyie" no gritaba: gemía, soltaba frases entrecortadas en su idioma, y como un animalito desamparado, haciéndome encender aún más, pero debo admitir que ese raro movimiento suyo acabó conmigo. En menos tiempo de lo que jamás había yo durado, mi verga explotó dentro de su coño de una manera brutal, dejándola satisfecha de momento, sonriente, de piernas abiertas, rebosando su coño de semen y sangre.
¡No entendía lo que me pasaba!!!, ¡estaba como loco, deseaba más y más sexo!!!; como un demente, salté sobre su hermana, "Ahiip": sus tetas eran más grandes que las de las demás. Despertó risueña de su letargo y sin pedírselo, se puso a cuatro manos, ofreciéndome su culito, ansiosa. ¡Volvió a pasar lo mismo!!!: las desvirgué con fuerza, con un desespero animal, para descargar leche como nunca antes en mi vida, llenando su coñito apretado, el resto fue una rápida sucesión de lo mismo: las otras 6 chicas corrieron la misma suerte, y yo también, aunque mi lechada ya disminuía, ¡Dios, OCHO POLVOS SEGUIDOS!!!, demás está decir que terminé hecho un estropajo, rendido, satisfecho y rodeado de esas ocho preciosidades que se acurrucaron alrededor mío, pidiéndome más,
No partí de la aldea al día siguiente: dormí casi todo el día en la choza comunal, comiendo a ratos todo lo que las bebas me traían, y recibiendo sus mimos y caricias, para luego retomar nuestra pequeña y deliciosa orgía en medio de la selva. Con gestos me quité de la mente algo que me atormentaba: sólo dos de ellas tenían en realidad una edad impropia para los cánones civilizados. Tras esa noche, los "Kashiri" me consideran "uno de los suyos". Aquella noche también fue deliciosa: me dediqué a enseñarles a mis dulces e inocentes compañeras, "nuevos conocimientos"; ¡sus cuerpos pequeños y diminutos eran excelentes para todas las acrobacias sexuales imaginables!!: tomé a "Mashim" y la cargué, penetrándola de pie, sosteniéndola de sus piernecitas, machacándola con fuerza, haciéndola gritar de gozo, para luego ser requerido por todas las demás: querían aprender. Poco a poco, las jóvenes de la tribu me explicaron que tanto ellas como yo, estábamos alimentándonos con secretos alimentos afrodisíacos de la selva: me sentía como un toro, y realmente jubiloso. El anciano y la vieja tocaban sin cesar un tambor hecho de un tronco de árbol, retumbando la atmósfera de la noche: pensé que celebraban,
Al día siguiente, recibimos visitas. Siete jovencitas venían de la tribu vecina; el tambor les había enviado un mensaje: "tenemos un joven guerrero". Las otras aldeas de los " " se encontraban igual que "nuestra" aldea: no había hombres, sólo jóvenes, y venían por mí. La choza comunal comenzó a llenarse de jóvenes en edad de procrear, todas con esa belleza inmaculada de la mujer de la selva, ellas y yo, la última esperanza de los " ". Contarles todo lo que he vivido sería tedioso: para los " ", las mujeres pescan y recolectan los frutos del monte. Los hombres cazan, pero a mí no me dejaban: era yo demasiado precioso para ellas, como para ponerme en riesgo. Si voy al río a bañarme, todas me acompañan, me protegen, me rodean, rogándome por sexo "en la madre-río". Todas las noches, son una interminable sucesión de placentero intercambio de culturas. Una noche me encapriché con el culito de "Ahepmii": deseaba como loco desvirgárselo. Enfermo de deseo, le rompí su ano virgen con un sadismo demencial. Tras descargar mi líbido animal, todas vieron cómo consolé a la llorosa "Ahepmii", colmándola de besos y mimos: todas sin chistar pidieron que penetre sus colitas estrechas, y luego recibir afecto. Por su parte las chicas me enseñaron las ocho formas distintas de tener sexo en una hamaca y sin caerse, obviamente-; todo nuestro pequeño mundo giraba en torno al sexo y a la promesa de la tribu sobreviviera. Una tarde, "Nyie", me mostró otro de sus secretos: tras comer frente a mí un fruto verde oscuro y pulposo, comenzó a chupármela, manteniendo la pulpa en su boca: según ellos, el jugo de ese fruto mantiene el pene terso y duro siempre; tras probar toda su farmacopea natural, le creo. Noche a noche, día a día, me envicié paulatinamente con sus cuerpos tersos y frágiles; sus culitos estrechos, sus tetitas que entraban por completo en mi boca, sus vaginas húmedas y apretadas, sus bocas de labios estrechos, su diminuta estatura, sus expresiones de inocencia casi virginal, sus formas, sus gemidos de dolor y placer al a vez, me embriagaban, me hacían desearlas cada vez más, y aún más, la ver que más jóvenes aparecían todos los días en la aldea, surgiendo de la bruma,
Las hojas de este cuaderno, que encontré flotando en el río, se agotan, igual que mi tiempo para escribirles: la temporada de lluvias ha llegado, y nuestra tribu partirá monte arriba, buscando zonas de caza: he aprendido su lengua; ya casi no hablo castellano. También he aprendido a pescar con arco y flecha, pero aún no puedo cazar con cerbatana: " tienes que aprender pronto, " me dice "Nyie" sonriente-, " o no podrás enseñarle a tu hijo, ". "Nyie" no se separa de mi lado: tiene ya seis meses de embarazo, al igual que "Mashim", "Quinewitzsha", "Ohim", "Yaharoo", "Nishimmé", "Naa" y "Ahepmii", y las demás me tienen lo suficientemente ocupado, como para casi perder la cuenta, y todo por el bien de la tribu; no he decidido aun casarme con alguna de ellas, pero creo que tengo tiempo para decidirme: aún soy joven. La vieja "Ahham" y el curaca "Nipshem" esperan jubilosos el arribo de varones, para perpetuar la tribu y su ancestral cultura.
Le he entregado a un indio Pacori que llevará este cuaderno mi última pertenencia del mundo civilizado; mi cuchillo de comando: es el pago por llevarles este escrito. Me despido finalmente de todos y les ruego que cumplan mi deseo: NO ME BUSQUEN, NO NOS TRATEN DE CONTACTAR,... en este tiempo he descubierto que es cierto aquello de que hacer contacto con una civilización distinta la destruye o transforma para siempre, y eso precisamente, es lo que ocurrió conmigo,