No lo entiendo muy bien
Paco dejó abierto el grifo... y mira lo que pasó luego.
No lo entiendo muy bien:
Podía decir que fue por amor, que estaba loca por él, que no tuve valor para negarme, que no tengo ni personalidad o simplemente que lo hice por vicio. Qué más da el caso es que lo hice. Ya no me preocupa.
Tampoco me preocupa cómo empezó. Ni cuándo. Si supongo que debí darme cuenta cuando me compró aquella camiseta, la que no se atrevía a decirme que me pusiera. Esa camiseta que era todo escote. Para que no se viera el sujetador e hiciera feo, tenía que llevar los pechos sujetos por ese pequeño sostén, de esos que sólo los sujetan por debajo, como si fuera una bandeja. Me miré en el espejo. El conjunto era muy bonito. Un sugerente escote, un más que provocador "canalillo", pero al andar, como no tengo los senos precisamente pequeños, el mini sostén hacía que me bailaran como flanes locos.
Me hizo poner unos pantalones ajustadísimos y pasear por el pasillo de casa varias veces. La verdad, a mi me daba la sensación de estar vestida como una putilla barata, pero él decía que estaba preciosa. Pensé que íbamos a ir juntos pero no. Me hizo bajar del coche y yo tuve que caminar sola. Él iba detrás y a veces hasta se cruzaba de acera. O venía de frente. Ni te cuento con qué ansia me bajó los pantalones nada más entrar en casa. Allí mismo en el hall me lo hizo. Tirados en el suelo, como en las películas.
A Paco le encantaba pasear, bueno más bien lucirme por la calle, y sobre todo, escuchar las burradas, las groserías que me decían. Claro, luciendo esos enormes escotes casi todas iban dirigidas a mis pechos y su tamaño. Aprendí todas las formas que usan los hombres para llamar a los pechos. Me resultaba graciosa esa obsesión que tiene algunos por identificarlas con frutas. Las mías como son grandes no las llamaban cerezas claro. Que si menudas peras, que buenos melones, que buenas sandías... Y luego ya venían las habituales: Vaya par de domingas, joder que bolas... pero sobre todo lo que más usaban era la palabra tetas. Y a Paco le encantaba. Cuanto más fuerte fuera la palabrota más le gustaba.
Y un día, no importa cuándo, uno cualquiera, dio un pequeño paso más. Apareció por casa con una bolsa. Dijo que era un regalo.
Nos fuimos a pasear con el coche, como siempre. Pero antes de bajar, me dio el regalo. Eran unos zapatos de esos que tienen un buen tacón. Póntelos, me dijo mirándome impaciente. Por si no tuviera bastante con el meneo de los pechos, ahora a mover el culito. Y a pasear calle arriba, calle abajo. Paco estaba como loco. La verdad, hasta era divertido.
Quítate el sujetador.
¿Pero estás loco? Si casi se me salen, si...
No sé ni para qué protesté. Casi a empujones me metió en un portal. Separó los laterales de la camiseta. No se estuvo quieto hasta que los hombros quedaron al descubierto. De un solo tirón me arrancó el sujetador. Casi me arrastra al suelo. Mis pechos salieron disparados. Paco me comía con los ojos. Como un lobo hambriento se tiró a comerme los pechos y a besarme. Allí mismo con las tetas fuera, mordiéndome los pezones me bajó la cremallera y comenzó a masturbarme. Si, a meterme la mano en el coñito, como cuando éramos novios y me hacia pajas en cualquier rincón oscuro. Aquello era una locura completa. El desenfreno total y absoluto. Nos besábamos como si lleváramos años sin vernos. Como si el tocarnos nos fuera la vida en ello.
- Ven aquí.
No necesitó empujarme para meterme en el ascensor. Directos al último piso. En silencio, procurando no hacer ruido subimos casi hasta la sala de máquinas. Abajo los pantalones. No me los quitó, sólo los bajó hasta los tobillos. Las bragas para variar, me las arrancó.
¡Qué morbo! En cualquier momento podían salir los vecinos. Me mordía la mano por si jadeaba muy alto. Aquello era una especie de fantasía de mi adolescencia. Sí. Lo había comentado una vez con las amigas y me puse colorada como un tomate. Pero yo jamás se lo había contado a Paco, y ahora me estaba dando la vuelta y me estaba poniendo de cara a la pared. Sentía la rugosidad de esa especie horrorosa de gotelé que tiene algunas casas.
Cada empujón de Paco hacia que me raspara deliciosamente los pechos. Y Paco intentando metérmela así. Desde luego, la postura precisamente no facilitaba la penetración y su pene se resbalaba una y otra vez entre los labios de mi sexo sin llegar a entrar en él. Aquella caricia era deliciosa. Seguro que era la situación en sí, pero creo que jamás había disfrutado tanto con su pene en mi sexo. Y eso que no me la había metido.
Yo también estaba irreconocible. Con ganas, con ansia. Como si fuera una gata en celo. Eché un poco el culo hacia atrás. Puse el codo apoyado en la pared y me sujeté la cabeza sobre el antebrazo. Ya te imaginas como te digo ¿no? Con la otra mano comencé a tocarme yo sola el coñito. Con notarla en mi entrada intentado metérmela me vino el primer orgasmo.
Por fin, a duras penas pudo penetrarme. Casi no me metió ni la mitad. Fue suficiente para volver a correrme. Lo estaba deseando. Y pasó algo increíble.
- Métemela... Dame fuerte... Paco jódeme... déjame bien jodida... destrózame el coño...
Aquella era mi voz, pero ni yo la reconocía. Susurrando, lasciva, cargada de vicio. Era como si yo no lo hubiera dicho. No lo pensé. Salió así, solo. Jamás había hablado mientras lo hacíamos y menos en esos términos. Increíble.
- Vamos maricón, jódeme entera... Por primera vez en mi vida insulté a Paco... Por primera vez pedía sexo salvaje... y lo malo es que no paraba, parecía una cotorra...
Para mí fue sensacional, indescriptible. Una explosión. Y para Paco debió serlo también. Por fin logró incrustármela. Un par de violentísimos empujones y se corrió. Su cálido líquido empapó mi coñito y cuando se le salió, terminó derramándose sobre mis nalgas.
Un segundo de respiro. Y como por un resorte, a los dos al tiempo nos entró miedo, no miedo no. Era una especie de pánico, pero pánico risueño. Conteniendo las carcajadas, con la risa irrefrenable del niño que acaba de hacer una travesura nos colocamos la ropa a toda prisa. Solamente en ese momento importaba el que pudieran vernos. Antes nos daba lo mismo, era la pasión, la locura, el sexo quien dominaba y guiaba nuestro comportamiento.
- Pero me va a manchar el pantalón, se va a notar...
Su mirada tan lujuriosa no me dejó acabar la frase. Total qué más da, esa corrida era de mi marido. Pues a lucirla, me dije. Bajamos aun colocándonos en el ascensor. Justo según llegamos al bajo dos vecinos estaban esperando. Se nos quedaron mirando. Sobre todo el señor. Normal. El escotazo abierto, el súper canalillo, mis tetas sueltas meneándose según salí del ascensor. Supongo que si miró a mi entrepierna vería la manchita que había justo ahí, en medio. No digamos si miró mi culete.
Andando rápida, precipitadamente nos fuimos. Al llegar a la esquina las risas contenidas estallaron a carcajadas. Un intenso morreo y un azote en el culo, justo en la zona húmeda por la corrida.
Ahora sí que me bailaban los pechos al caminar. Y encima con los pezones encabritados, destacando de la blusa. Esas miradas de los tíos. Esas penetrantes miradas de los babosos en los bares que me hacía entrar. ¿Se darían cuenta de que acababan de echarme un buen polvo? Y él excitado con aquellas guarradas que hablaban entre ellos o con las burradas que me decían haciéndose los "machitos"...
Aprendida la lección. Pasó a ser costumbre eso de salir sin sujetador. Eso y lo de meterme las bragas entre los labios de mi sexo, para que se notaran bien las formas de mi coñito. Algunos días Paco incluso llegaba a casa con una pequeña mancha en el pantalón. Una señal inequívoca de su excitación.
Como te iba contando, ni sé cuando comenzó esa pequeña evolución, ese pequeño paso. Tuvo que ser después del verano. Fijo. Sí, pasó de fotografiarme en la playa en bikini a hacerlo en top-less. Pero parece que con eso no tenía bastante. Un día le dio por poner la dichosa cámara de video cuando hacíamos el amor en casa. ¡Lo que oyes! Mi Paco me filmó, me grabó, haciéndolo.
Lo hablé con él, intenté que me explicara el por qué lo hacía, pero no hubo respuesta. Su silencio y su sonrojo. Él creo que tampoco se sentía bien pero era un impulso irrefrenable. No podía contenerse. Cuestión de adrenalina.
Se pasaba los días viendo la peli que me había grabado y masturbándose. No pasó ni un mes y ya conmigo no mantenía relaciones sexuales normales. Si quería hacer algo con él, tenía que poner la dichosa cinta de vídeo. A veces me lo pedía él. Ponía la cinta y me llamaba. Yo obedecía. Lo reconozco. A lo mejor tenía que haber hecho algo o haberme plantado.
Aquello no era normal, pero verle así, y verle tan excitado, podía conmigo. La verdad. No sabía cómo decirle que no. Luego... bueno, para qué mentir- me gustaba cómo me poseía. Me hacía gozar. Claro que yo lo pensaba. Cómo no voy a pensarlo. Muchas noches no podía dormir dándole vueltas a la cabeza. Aquello no era normal, pero me gustaba. Sí, me gustaba a mí también, y en cierto sentido me sentía culpable. Culpable, por ser su cómplice, por permitírselo aun a sabiendas de que aquello iba a mayores, que iba a crecer. Y en vez de negarme colaboraba con él, y cuando me pidió grabarme otra vez no dije que no.
Un día por casualidad le pillé leyendo unos correos. Se puso rojo de vergüenza. No podía negarlo. Cuando me quise dar cuenta estaba mirando mis fotos desnuda colgadas en internet y leyendo los comentarios que dejaba la gente. Algunos buenos, pero otros... ¡Madre mía! No sé. Me quedé a cuadros. Eso sólo lo podían poner auténticos degenerados. Me quedé allí, embobada mirando. No reaccioné.
Paco se levantó y se puso detrás de mí. Agarró la blusa. Tenía las manos como garras. De un tirón la abrió de par en par arrancando todos los botones. Luego me bajó los tirantes del sujetador hasta que mis senos saltaron por encima de las copas del sostén. No me tocó ni una sola vez los pechos. Se limitó a bajarse la bragueta lentamente, haciendo ruido, procurando que yo lo oyese. Un azote en las nalgas y sin más me arrancó las bragas.
Me rodeo la cintura con su brazo y tiró enérgicamente de mi un poco hacia atrás. Sabía perfectamente lo que iba a hacerme. Claro que lo sabía. Y me penetró. Brusco. A golpes. Embestidas potentes y secas. No estaba dilatada y me hizo daño.
Le mandé parar, le dije Para Paco, por favor, que me haces daño.
- Cállate, puta. ¿No querías el otro día que te destrozara el coño? Sí, jodía puta, ¿qué decías en las escaleras? "Dame más Paco, dame más Paco", dijo poniendo una burlona voz de pito, ¡Pues ahora toma rabo, guarra!
Con qué fuerza entraba en mí. Me levantaba del suelo con sus embestidas. Chillé. La primera vez en mi vida que chillaba mientras me lo hacía.
Me tenía sujeta por las caderas. Una mano en cada costado. Así no me escapaba, me decía. Y otra vez hasta adentro, hasta hacerme sentir que me traspasaba, que sus testículos golpeaban en mi entrada.
- ¡Mira, zorra!
Abrí los ojos y me vi desnuda en la pantalla del ordenador. Era yo. No sólo estaban las fotos de la playa. También había otras. Eran posturas, instantes congelados del dichoso vídeo. Debajo había muchos comentarios. Paco me decía muchas de las burradas que aquellos degenerados habían escrito debajo. Me ví allí, quieta, estática, detenida, pero sólo en la pantalla, porque apoyada con los brazos en la mesa era consciente de los meneos que me daban los pechos. Los sentía desnudos, colgantes y esa sensación me parecía súper morbosa. Miré mis pezones. De punta. Como nunca me les había visto. Luego ya me acostumbraría a verlos así, pero ese día me sorprendieron. Me excitó ver cómo reaccionaban y eso que ni me los había tocado.
Sus convulsiones. Sus jadeos. Y por fin ese calor. Y mi sexo inundado.
- No te muevas.
No sé cuantas veces disparó el flash. Sé que algunas veces estaba muy cerca de mi recién perforado sexo. Aquella sesión de fotos duró casi media hora.
- ¿Vas a colgarlas? Le pregunté cuando le vi conectar la cámara al ordenador. No me contestó pero vi crecer su polla. Una lujuriosa mirada y su mano indicándome el camino hacia la habitación.
Esa noche volvimos a hacerlo. Pero esta vez me penetró cara a cara. Y esta vez sí toco mis pechos. Yo le agarré las manos y las llevé allí. Paco, házmelo como antes, le susurré. Se me quedó mirando atontado. Sí, fóllame a lo bestia como antes, llámame puta. Pero nada. Ni se movía. Hasta que arranqué yo: ¡Destrózame las tetas! Tuve que gritarle. Y Paco por fin me obedeció y comenzó a jugar con mis pechos. Los amasó, los estrujó, retorció mis pezones. Los lamió, los mordió, los dejó llenos de chupetones. Me los destrozó. Y yo volví a chillar de placer, aunque sazonado con ciertos toques de dolor.
Lo que no sabía es que aquello no fue casual, Paco había escondido la cámara de video. Me grabó sin que yo lo supiera. Desde aquel día ya no tuve ningún rincón secreto en mi cuerpo. Todo, todo mi cuerpo, centímetro a centímetro fue fotografiado y colgado en la red. Me daba morbo que delante de mí enviara las fotos. A veces yo le ayudaba a poner los "pies de página". Y su pene duro. Apuntando al teclado mientras enviaba foto a foto.
En la fiesta de su jefe.
A la primera oportunidad que tuvo, me agarró disimuladamente del brazo y me llevó al salón. Recuerdo que me había comprado una blusa roja de seda. Mi larga melena lisa y mi preciosa blusa. Una foto. Unos pantalones de pinzas, estaba al menos muy elegante y sugerente. Otra foto. Él me dijo, bueno todos los invitados me dijeron que estaba preciosa. Seguramente. Y me presentó a su jefe.
No me gustó nada. Tenía cara de prepotente. Me miró de arriba a abajo. No fue una mirada de esas que te desnudan, no. Fue una especie de examen visual. Asintió con la cabeza, como confirmando algo, como dándole la razón en algo que ya hubieran hablado. A lo mejor Paco le había dicho que yo era muy guapa y el otro asentía. Vete tú a saber.
Con no se qué excusa me metió en un salón y nos quedamos solos.
Deprisa, zorra -Le miré atónita. Con los ojos abiertos de par en par.
Vamos, puta, abre la boca. Y sin más, me vi arrodillada, frente a su entrepierna, cara a cara con su bragueta. Un movimiento rápido y su pene, duro como nunca, estaba delante de mí. Ahora lo entendía, estaba excitadísimo. Tal vez por el morbo del que pudieran pillarnos o vernos. Sí, más bien vernos.
Traga zorra, -me decía-, cómete el rabo. Vamos, puta, chupa... -repetía sin parar. No sé ni lo que me decía. Jamás me había insultado así. Jamás me había dicho esas barbaridades. Estaba como loco, fuera de sí.
Las tetas, sácate las tetas. Sácatelas, puta, me excitas más así, guarra.
Ni esperó, casi me arranca el sujetador. Me vi en el espejo. Arrodillada, con su pene incrustado en mi boca, con mis tetas bamboleándose rítmicamente, asomando por encima del sostén, balanceándose. Un pequeño ruido en la ventana. Traté de volver la cabeza, pero él me la sujetó. Y la vi a ella. A la mujer de su jefe. Una mirada de odio, de asco, de desprecio. Para ella yo era obviamente algo peor que una puta, más miserable, más despreciable. Obviamente no aprobaba lo que estábamos haciendo.
Intenté decirle eso, intenté apartarme, detener aquella locura, pero no me dio ni la más pequeña oportunidad. Su mano apretó con fuerza mi nuca. Con la otra sujetó aun más fuerte mi cabeza. Empujó. Me la incrustó entera. Ya sé que es una forma de hablar y eso pero creo que me comí hasta los huevos. Me ahogaba. Intentaba separarme con las manos, le empujaba los muslos para alejarme, pero no podía. Me asfixiaba. Me daban arcadas. La tenía en mi garganta. Y él no hacía más que empujar más fuerte.
Hasta que por fin noté cómo le daba pequeños botecitos. Un jadeo que salía de sus entrañas. De muy adentro. Y un tremendo espasmo, casi un estertor. Lo supe. Supe lo que venía a continuación. No necesitaba leer el guión.
Un sabor intenso. Fuerte, demasiado fuerte. En cierto modo raspaba mi garganta. Su textura era suave, viscosa, casi como cremosa, pero su sabor tan ácido arañaba mi paladar. Mi marido se estaba corriendo por primera vez en mi vida, y por primera vez en su vida, en mi boca. No en mi boca, no. Dentro de mi boca. No dejó que cayera ni una sola gota. Tuve que tragarme todo. Casi vomito de asco. ¡Qué contradicción! ¡El clítoris estaba a punto de estallar y los pezones parecían dos flechas!
- Vístete zorra.
Una sonrisa fanfarrona y un gesto de indiferencia al subirse la bragueta. Paco me dejó sola mientras me arreglaba. Ni me habló. Sabía que la mujer del jefe había visto todo, y que él lo sabía.
Al entrar en la sala estaban todos hablando normalmente y la busqué con la mirada, sí, a ella, a la mujer del jefe. Lo que me temía. Estaba hablando con su marido. No tenía precisamente cara de estar contenta. Los dos miraron en mi dirección.
Al poco el jefe se acercó a mi marido y no sé qué le dijo. Mi esposo asintió con la cabeza y sonrió como por cumplir a su esposa. El jefe disimuladamente se acercó a mí. No hizo falta más. Estaba colorada como un tomate.
- Lamento mucho que tengan que irse, su Paco me ha dicho que por un imprevisto familiar, espero que no sea nada grave.
Educadamente me estaba echando de su casa. Paco se fue a buscar los abrigos. Susurrando me dijo que era una lástima que tuviera que irme tan pronto, que era una mujer muy guapa y que sin mí, la fiesta decaería. ¡Qué cínico! Pensé. Y como quien no quiere la cosa me sobó el culo y me preguntó si me había gustado la alfombra del salón. ¡Qué hijo de puta!, pensé, pero bueno, si sabía lo que acababa de hacer, qué iba a pensar de mí. Normal. Lo que hubiera pensado cualquiera. Que era una puta y una guarra.
Todo el camino lo pasamos sin dirigirnos la palabra. En silencio. Yo gimoteando, llorando de vergüenza. A Paco parecía que no le importaba nada. Como que le daba igual. Al llegar a casa, loco de excitación fue corriendo al ordenador. Miró el reloj. Los ojos se le salían de las órbitas. Ni oía lo que le estaba diciendo. En la pantalla un redondel. Como las películas de cine. Una manecilla de una especie de reloj comenzaba a girar. Una cuenta a tras, cuatros, tres, dos uno... Alucinante.
Comencé a ver algo que me dejo helada: la casa, el salón. Y yo arrodillada chupándole el pene a mi marido. Si, lamiéndosele como una profesional. Con los pechos fuera, temblando. Moviendo mi cabeza al compás que él me marcaba. ¡El muy hijo de puta del jefe lo había grabado todo!, ¡Estaban de acuerdo!, ¡Lo habían planeado! No sé si la mujer lo sabía, pero ellos desde luego estaban de acuerdo.
¿Pero, Paco, te gusta que me vean haciendo eso?
¡Cállate la boca, zorra! ¡Ven aquí, so puta!
Me negué. Pero a Paco le dio igual. Parsimoniosamente encendió un interruptor. En la pantalla del ordenador aparecieron varias ventanitas. Era nuestra casa. El muy cabrón había puesto cámaras por toda la casa. Literalmente Paco me arrancó toda la ropa. La rompió en mil pedazos. Y me poseyó como hacía tiempo que no hacía.
Comprendí muchas cosas. Aquel hijo de puta no solo era su jefe, a lo mejor si, hasta puede que fuera verdad. Pero fijo que era algo más que su jefe. Si, seguro que también era su compañero de vicios. Y lo supe sin que me dijera nada. Estaba claro que no sólo me iba a exhibir. Eso ya lo había hecho. Seguramente más veces de las que yo creía. Me iba a entregar. Mis peores o mis mejores temores se iban a confirmar. Y lo peor de todo es que no me desagradaba la idea. Hasta cierto punto lo intuía y lo esperaba. Algunas noches, cuando Paco no me hacía nada, cuando se pasaba horas muertas meneándosela frente a la pantalla del ordenador, hasta lo deseaba. Sólo era cuestión de tiempo. Sabía perfectamente que sólo era cuestión de tiempo.
Las primeras veces delante de la web.
Cuando vi la dichosa web cam supe lo que se me venía encima. Tendría que acostumbrarme a desnudarme delante del aparatito aquel. Una cosa es que no te enteres que te están filmando y otra muy distinta que lo hagas en directo paso a paso siguiendo una especie de ritual, de guión más o menos improvisado. Sí. Primero venía el chat. Leer guarradas. Obscenidades. Insultos. Esperar a que Paco se calentara aunque eso lo tardaba-.
Y a cumplir. Primero ponerme la máscara. Luego desnudarme. Enseñarles mi cuerpo para que dijeran más bestialidades. Dejarme sobar según nos fueran indicando. Claro, y como no, chupársela para que otros lo vieran. Cada día un poco más hasta llegar por fin a poseerme en directo. Ya era toda una estrella de la cámara pensaba riéndome yo sola cuando me duchaba esperando que llegara la hora. Confieso que me excitaba pensarlo.
Y llegó lo que tenía que llegar: llegó el día en que quedó con otro hombre. En principio sólo iba a mirar. Eso fue lo que me dijo para convencerme.
La primera vez que lo hice fue terrible. Me llevó a un hotel de estos baratos. Como una prostituta cualquiera. Me metió en el baño. Espera aquí, me dijo. Les oía hablar en la habitación. Con la vergüenza que me daba el que me vieran desnuda.
Por fin entró. Me desnudó. Me puso una venda en los ojos. Casi le oía respirar. Agitado, supongo que nervioso. Excitado.
Salí tapándome pudorosamente los pechos con una mano, tratando de cubrirlo con el resto del brazo. El coñito, mi coñito peludo con la palma de la mano, andando con los píes juntitos a pasos pequeños.
¡Qué boba era! Sabía perfectamente que en la habitación habría un hombre mirando. Tal vez con su pene listo, preparado. Puede que masturbándose o a punto de hacerlo. Paco me iba a hacer de todo y yo tan mojigata. Como si para ellos no fuera una puta. Para el mirón fijo, para mi marido tenía que comportarme así. Lo mires como lo mires, una guarra.
Un cuchicheo. Supongo que las instrucciones finales. Me tumbó de frente encima de una mesa. A ver si se te explicar. Me puso tumbada de bruces, en ángulo recto. El culete hacia arriba y con las manos agarrando el borde de la mesa.
Un azotido en las nalgas. No fuerte. Sonoro.
- Separa las piernas, puta. Mi Paco llamándome puta cada vez que se dirigía a mí.
Sé que miraron mi coño a ver si estaba abierto, mojado. Miraron mi clítoris. Casi sentía el aliento en mi entrepierna. Tuve que incorporarme un poco para que vieran mis tetas aplastadas contra la mesa. Mi Paco me iba a joder, así me lo decía una y otra vez. No paraba de repetirlo. Te voy a joder, te voy a joder...
Mi Paco iba a joderse a su putita.
Sé que le excitaba llamarme así. Pero aquella noche era algo más. Apestaba a alcohol. A él también le daba un poco de "palo" lo que íbamos a hacer. Yo lloraba como tonta.
Apóyate sobre los codos, que te vean bailar las domingas.
¿Qué vean? ¿Hay más hombres?
Ni contestó. Noté la cabeza de un pene duro en mi entrada. Como le colocaban. No me dio tiempo a reaccionar. Inmediatamente empujó. ¡Zas!. Hasta adentro. Un tremendo empujón y un grito. Se abrió camino a la fuerza. Luego meneos, y más meneos. Y empujones, fuertes empujones. Aquel no era el pene de Paco. Aquello era mucho más largo, no sé, mucho más caliente. Su forma de entrar en mi era distinta. Se movía hacia los lados, me apretaba, me penetraba profundamente. Hurgaba en mi interior. Se movía distinto. Era como si aquella polla quisiera primero descubrir y luego profanar cada rincón de mi sexo.
Qué dura estaba. Un minuto. Otro. Otro. Y una realidad que no pude negar: mi Paco no aguantaba tanto. Con la de mi Paco no disfrutaba tanto. No me sentía tan llena.
Lloré de vergüenza, lloré al sentir placer. Aquel desconocido tumbado encima de mi espalda, aplastándome con su peso, apachurrando mis pechos contra la mesa. Y aquel cabronazo venga a meterme aquello tan delicioso. Y yo a chillar. A correrme, temblando de placer, con los brazos estirados para sujetarme a la mesa, sin poder tocarle.
Por un instante me vi a mi misma mirando pelis porno, y pensé que aquellas cochinadas me las iban a hacer a mí. Me imaginé penetrada por varios hombres, pero penetrada no sólo por mi vagina sino por todos los sitios. Se correrían en mi boca... ¡qué asco!... Me atarían las manos y se correrían en mi cara, encima de mis pechos... Tendría que sentir como resbala ese líquido pringoso por mi cuerpo...
Pero lo que más me aterraba, el día menos pensado me iban a penetrar por mi ano. Si seguro que alguno querría usar esa otra vía. Y me darían por el culo, me sodomizarían. Me imaginé a cuatro patas, con un pene erecto apuntando a mi agujero, listo para penetrarme, listo para reventarme el ojete, para romperme el culo sin piedad, para hacerme chillar, gritar.
En ese momento, mientras lo pensaba, mientras sentía cómo aquel delicioso pene se adueñaba de mí, noté como se tensaba su cuerpo. Y sus fluidos me llenaron el coño. Ni un segundo. No pasó ni un segundo y de nuevo me ensartaron. Aquel pene era mucho más grueso. Y su dueño más violento. Más brutal. Ese si me poseyó como un animal. Me pegaba sonoros azotes en el culo y me clavaba los dedos. Me estrujaba las tetas mientras me la ensartaba y chapoteaba escandalosamente en mi sexo. Hasta que ya no pude más.
Grité. Y volví a gritar. No sé cuantas veces me corrí. Ni lo que dije mientras alcanzaba aquel orgasmo que casi me mata. Estaba completamente descontrolada. Seguro que dije cualquier barbaridad. Ellos me hablaban y yo contestaba a todo que sí. Un par de bofetones bien dados. Seguro que fue Paco. Me dolieron, por supuesto que me dolieron, pero yo como si nada, a lo mío. A gozar. A correrme.
Les suplicaba. Les rogaba que siguieran, que no pararan por nada del mundo, que me usaran, que hicieran con mi cuerpo lo que les diera la gana pero que por favor no pararan nunca.
Y vino aquello. Lo noté perfectamente. Fue como un escupitajo en mi cara. Sabía lo que era. Me dio asco. Pude decir que no, que pararan, pero no lo hice. No hice nada de nada. Sólo gozar. Ya me daba igual todo, ya no me importaba nada. Ni que se corrieran en mi cara, ni que se burlaran de mí, ni que me insultaran, ni que me colocaran en aquellas posturas tan obscenas para volver a penetrarme sin parar. Me daba igual todo. Sólo quería que aquello no terminara nunca.
Cuando, literalmente, acabaron conmigo, Paco me quitó la venda de los ojos. Ya no había nadie en la habitación. Yo estaba muerta. Agotada. Jadeando. Paco me levantó de los pelos y me arrastró frente al armario.
Me miré en el espejo. Despeinada. Sucia. Los pechos llenos de moratones. Las nalgas rojas, muy rojas. Aun me resbalaba algo de semen en la cara. Paco estaba muy serio. El pene fofo. Le caía una gotita. Sí, se había corrido desde luego, pero su cara era distinta.
- Vístete, puta -me dijo con desprecio, sin mirarme mientras guardaba la cámara. No sé qué esperaría que hiciera.
Volví a mirarme reflejada en el espejo. Volví a ver mi cuerpo sucio. Sin saber por qué me arrodillé delante de Paco. Aun no se había vestido. Gateé. Busqué su pene. Me daba igual que estuviera fofo. Me lo metí en la boca sin siquiera usar las manos. Le necesitaba. Necesitaba el sabor de su semen. Le lamí. Le lamí sin parar hasta que conseguí que creciera de nuevo dentro de mi boca. Bebí ansiosa su jugo. Exprimí sus huevos hasta que conseguí sacarle la última gota. Sólo entonces le dejé que la sacara de mi boca.
El domingo por la mañana llamaron a la puerta y me despertaron. Sería medido día. Estaba agotada del día anterior. Al intentar girarme me di cuenta. Tenía las manos atadas. La boca amordazada.
Algo rodeaba mi cuello. Paco tiró de la cadena y me obligó a levantarme. Solía dormir con una camiseta de esas grandes, de propaganda. Hizo pasar a un señor al que había llamado. Tenía pinta de matón de discoteca. Me miró de arriba abajo. Me comía con los ojos. Su pene se endureció. Delante de él Paco rompió la camiseta. Luego arrancó las bragas. Me hizo girar sobre mí misma trescientos sesenta grados, exhibiéndome. El gorila hizo un gesto. Me volvió a girar otra vez.
Llorando me besó la mejilla. Fue una despedida muy dulce.
Me dejó con él desnuda, completamente desnuda en el ascensor. No paraba de mirarme con ojos cargados de lujuria pero ni me habló ni me tocó un pelo.
Sé que era cuestión de tiempo que me ofreciera a otros hombres, sí, que me vendiera, que me alquilara. Lo sabía. Y el momento había llegado. Su jefe me esperaba en la furgoneta. Su mujer se la estaba chupando. Me miró un único instante y siguió. El chofer me metió adentro y arrancó.
- Cariño, deja un poco para nuestra "invitada"...
Todos empezaron a reírse mientras ella me ofrecía el pene erecto de su marido. En cuanto lo tuve en la boca vi como se encendía una lucecita roja. Ya conocía perfectamente la dinámica de las cámaras de video. Sabía perfectamente quien estaría con los ojos pegados delante del ordenador. Calculé unos treinta segundos. Paco ya debe estar masturbándose en casa. Sí, como cuando le conocí en la facultad. Aquel pajillero lleno de acné, aquel "friki" que estaba todo el día colgado del ordenador. Ahora sé en que "trabajaba". Y ahora sé en lo que me va a tocar "trabajar" a mí.
Mentalmente doy marcha atrás. Retrocedo en el tiempo. Sí. Sé que he ido evolucionando, más o menos a saltos, pero creo que se me notaba el cambio, bueno mejor dicho, se me notaba que estaba cambiando. Al menos eso me decían todas mis amigas. Ok, perfecto. A ver si te lo sé o me lo sé explicar a mí misma.
Yo me levantaba desnuda, me paseaba por casa en pelotas poniendo posturitas sexis, provocándole y el Paco inmutable. Si quería sexo con él ya sabes a lo que tenía que recurrir. En él no se aprecia ninguna evolución, ni para más, ni para menos. A veces pienso que es tan tonto como una berza, es como si fuera asexuado.
Es que salvando el polvo de la escalera, que tal vez fue un poco el detonante de todo lo demás, el punto de inflexión que diría mi amigo, donde descubrí verdaderamente lo que me pone caliente, él, mi Paco, en adelante no cambió nada. Sigue igual en todo. Ni siquiera cambió de matices, ni siquiera de palabras. Bueno de palabras un poco, sí, porque de vez en cuando me llama puta y zorra, pero yo creo que lo hace porque sabe que así me pongo más cachonda y "follo mejor", osea, que en el fondo no es que pretenda hacerme disfrutar, que va, en el fondo es otro acto de su egoísmo: follando mejor, a él le doy más placer.
Me estoy comiendo la polla de su jefe, estoy a punto de tragarme toda su corrida. Supongo que cuando se canse de mí, el gorila este que tiene de chófer hará conmigo lo que le de la gana. No sé por qué me da que esta noche vuelvo a casa con el culito "en carne viva". Sí. Yo creo que uno de estos dos me va a reventar el ojete. Estos no son como mi Paco. Y me pregunto: ¿no sería más lógico que la forma de tratarme de Paco también hubiera ido... como decirlo... "in crescendo" eso, "in crescendo"-? Al menos subiendo el tono verbal. Tal vez hubiera debido acompañarme en mi evolución.
No entiendo nada. Me veo en el retrovisor chupando un rabo con una maestría que daría envida a la más puta de la tierra, vamos, como si llevara haciéndolo toda la vida, y el Paco en casa cascándosela. Apenas ha cambiado. En cierto modo me siento algo defraudada. Al fin y al cabo, es él que abrió la espita y luego no la cerró... ya ves las consecuencias, por dejarla abierta, ahora cualquiera me puede meter su polla.
No creo que le importe. Seguro que sigue con la boina puesta. El dice que es una gorra "al estilo del Ché", pero yo sé que es una puta boina. Joder si es que era de su abuelo, hombre, que el Ché no había nacido en la época de su abuelo. El Paco no sólo es tacaño para las ideas, también para usar boinas, pienso y me da la risa. Justo en el instante en que el putero de su jefe descarga sus huevos en mi garganta.