No lo busqué, me pasó

Estas cosas pasan, aunque no las busquemos.

En aquel tiempo, yo tenía trece años recién cumplidos.

La vida en mi casa no era fácil. La verdad, él que hacía que fuera tan complicada, era yo. Yo era un niño rebelde, supongo que decimos rebelde, por no decir que era malo, muy malo. No aceptaba ninguna regla, ninguna jerarquía y siempre intentaba sacar ventaja de cualquier circunstancia. Cada vez las cosas se estropeaban más. Hasta que un día, mi padre, supongo que, ya, harto, nos abandonó. Yo era hijo único, a partir de entonces viví solo con mi madre.

La nueva etapa, con mi madre, duró solo tres meses. Yo no cambiaba. Un día mi madre salió y jamás volvió. Desde de ese momento, empezaron a llegar a la casa, gente a la que mi madre les debía dinero, así como el propietario de la vivienda, el cual tampoco cobraba desde que se fue mi padre, no me quedó otro remedió, que dos semanas más tarde, coger lo que pude, meterlo en un bolso e irme.

En la calle las cosas no son fáciles, pero yo no tenía miedo. Dormía donde podía y a base de atemorizar a chicos más débiles que yo, y pequeños robos, iba consiguiendo comida y dinero. Durante un par de meses, tuve bastante fortuna y no sufrí grandes problemas, además el dinero, me lo iba guardando, ya que cualquier cosa que me hiciera falta, sencillamente la cogía o buscaba la manera de tenerla.

Un día, las cosas cambiaron. Había decidido "adquirir" ropa nueva y me dirigí a un centro comercial, donde ya otras veces había conseguido cosas. Esta vez, "el trabajo", lo tenía muy claro; al poco de entrar, me percaté de una madre con su hijo, que salían del departamento de ropa juvenil, con dos grandes bolsas, los seguí, entraron en la cafetería, iba a intentar en un descuido cambiarle las bolsas por otras. Para ello me dirigí, a una caja que estaba vacía y cogí dos bolsas del mismo tamaño, en el baño las rellené de papel, para darles volumen. Fui a la cafetería, "las víctimas", estaban en una mesa merendando; esperé que la señora fue al baño, siempre las mujeres después de comer algo, tienen que ir al baño; me acerqué al chico y le dije que su madre le llamaba, él más preocupado por tener que entrar en el baño de mujeres, que por otra cosa, dejó las bolsas allí, creo que al ver que yo también tenía compras pensó que podía confiar, total que cuando se fue, le cambié las bolsas y salí lo más rápido que pude con dirección al ascensor. Cuando llegué a la planta calle, a la salida, me paró una guardia de seguridad, pidiéndome el ticket de la compra; intenté correr, pero lanzándome su porra a los pies, me hizo caer; me agarró fuertemente y me llevó a un cuarto de seguridad.

  • Hace mucho tiempo que esperaba este momento,- me dijo, y continúo, - no sabes los dolores de cabeza, que me has dado, pero esta vez has caído.

  • Yo no he hecho nada.

  • Estas grabado, robando, por las cámaras muchas veces. Cuando te he visto por el monitor sabía que hoy serías, definitivamente, mío.

Decidí cambiar mi estrategia

  • Señora, usted no sabe… mis padres murieron, estoy solo, y ya ve la ropa que llevo, necesitaba ropa,- le dije frotándome los ojos, con mi mano libre, como pude, saqué unas lágrimas.

  • No te creo,- me contestó, mientras me colocaba una esposa en mi mano derecha y agarraba la otra de una pata de la mesa.

  • Es la verdad señora, se lo juro.

  • Veamos que has robado hoy,- dijo, mientras vaciaba una de las bolsas encima de la mesa.

Primero apareció, una falda azul oscuro, plisada, bastante corta; a continuación una blusa amarilla y por último un jersey rosa, con el cuello redondo. La guardia según iba sacando las cosas, me iba mirando, perpleja.

  • ¿Y… esto?,- me preguntó, mirándome a los ojos.

Me quedé callado, estaba pensando… "Le había dicho que estaba solo en el mundo, que necesitaba la ropa. ¿Qué le digo ahora?".

  • ¿No dices nada?, o sea que la ropa… la necesitabas. – Me dijo de manera maliciosa,- veamos que hay en la otra bolsa.

Lo primero que sacó fue una caja de zapatos, cuando la abrió, eran unos zapatos de chica, bastante abiertos delante y con unos cuatro centímetros de tacón; a continuación sacó dos braguitas, una rosa, con un corazón blanco bordado delante y otra blanca con lacitos en los lados; después dos pares de medias finas, unas blancas y otras color carne; al final aparecieron dos sujetadores a juego con las bragas.

  • Claro que la necesitas. ¿Cómo una "niñita" como tú, va a llevar una ropa tan fea, como la que llevas? – me dijo con sarcasmo.

Estaba perplejo, no sabía como salir de aquella, intentando salir lo mejor posible de la situación, le dije

  • Señora, no sé si por haber perdido a mi madre o… ¿por qué?, pero creo que me siento niña, y necesitaba la ropa, pero como no podía pagarla, la cogí. Se que no está bien, pero con la ropa que llevo no puedo continuar, me siento mal. – de nuevo como pude, me saqué unas lágrimas.

Ahora la que noté perpleja era a ella.

  • Sabes, no te creo. Pero vamos a comprobarlo… Póntela.

  • Señora, me da vergüenza.

  • No te preocupes, te dejo solo. – me soltó la mano prisionera y salió de la habitación, cerrando la puerta con llave.

Allí estaba yo, encerrado y con una mesa llena de ropa de chica, que debía ponerme. Miré si había alguna manera de escapar, pero no era posible.

Decidí, seguir con la estrategia, a ver si conseguía que me creyera y se apiadaba de mí.

Comencé a desnudarme y a ponerme la ropa.

Primero cogí una braguita, la blanca, ya que noté que era la más suave, me iba perfectamente; a continuación el sujetador a juego, fue lo que más guerra me dio, para abrochármelo; luego me puse la blusa, me quedaba algo cortita, pero al colocarme la falda y subirla hasta la cintura, comprobé que quedaba muy bien; luego me fui a poner los zapatos, entonces advertí que no me había puesto las medias; me senté como pude en la mesa, cogí las de color carne y me las puse, cuando miré mis piernas pude comprobar cuanto más bonitas se veían con medias; Al final me puse los zapatos, me quedaban como un guante. No podía verme, allí no había ningún espejo, tenía miedo de que el resultado, hubiera quedado mal y estuviera haciendo el ridículo. Toqué la puerta.

  • Estás muy bonita, realmente te queda mucho mejor que la que llevabas, con un corte de pelo adecuado serás una niña muy linda. Cuéntame cariño, ¿Cómo la has cogido?

Le expliqué, que había visto a una señora comprándola y que le había cambiado las bolsas, en la cafetería. Por un minuto, ella se quedó mirándome, callada.

  • Supongo, que la señora ya lo habrá denunciado, en su planta. Si muestra los tíckets, le devolverán el dinero. Creo que puedes quedártela.- Cogió la ropa que me había quitado, la de chico, y la metió en un armario, cerrándolo con llave a continuación metió las otras braguitas, las que no me había puesto, el sujetador y las medias en una de las bolsas. Espera un momento… y volvió a salir, cerrándome con llave.

Mientras estuve solo, me dediqué a pasear por la habitación, modelando la ropa y haciendo movimientos de niña, estaba intentando ridiculizar sus posturitas, y reírme de ellas.

Después de unos veinte minutos, entró la guardia.

  • Ven cariño conmigo, coge la bolsa.

  • ¿Y mi ropa?

  • La llevas puesta, no te preocupes por la otra, yo la tiraré.

Me sentía extraño, andando, al lado de ella, entre la gente, que se apresuraba a salir del establecimiento, faltaba poco para cerrar. Había gente que me miraba, se notaba que era un chico vestido de niña; me delataba mi cara y cabello y mi forma de andar, que era torpe y poco femenina Después de haber subido dos plantas y atravesar la sala, llegamos al salón de belleza.

  • Ya me quedé sola, -nos dijo la señorita que se ocupaba del salón y añadió, -Cristina está en el baño, ahora sale a ayudarme, - y dirigiéndose a Carla, la guardiana, continuo… - Cuando has dicho que estabas con un chico, que quiere ser una chica, no me lo podía ni creer, son cosas y casos que se leen en las revistas, pero que nunca pasan. Y dirigiéndose a mi… ¿Y por qué quieres ser una chica?

  • Señorita… Siendo muy pequeño, murió mi padre. He vivido solo con mi madre, cuidándola, ya que ha estado mucho tiempo enferma, y ocupándome de la casa, hasta que ella, hace unos meses, también murió. Me gustaba observarla, su manera de ser, su forma de actuar, y me di cuenta que quería ser como ella.- le mentí.

  • Pobrecito, digo pobrecita, cuanto has tenido que sufrir. Te vamos a ayudar.-me dijo la peluquera, y añadió… - Ven, siéntate aquí cariño.

Mientras me dirigía al sillón, me acercó una bata rosa, que una vez que me la puse, ató en el cuello con un lacito. Una vez sentado, observé en el espejo mi imagen. Nada concordaba; por una parte, reconocía mi rostro y mi pelo desaliñado, que lo llevaba bastante largo, pero la bata rosa, sin botones y unas preciosas piernas, enfundadas en las medias, no correspondían con el resto.

  • Ven, vamos a lavarlo primero.

Me levanté y me dirigí a otro asiento donde atrás había un lavabo.

Durante unos pocos minutos, me estuvo mojando, enjabonando, aclarando y secando mi cabello.

  • Siéntate, en el sillón.

Comenzó por hacerme una raya en el medio, echando los pelos hacia los lados, luego me sacó un flequillo y a continuación comenzó a cortar. Así lo hizo durante unos minutos. Yo observaba como sobre todo iba recortando las puntas, creando una continuidad en todo el cabello. Cuando hubo terminado de cortar, se acercó con un recipiente donde se advertía una sustancia amarillenta y pegajosa, así mismo me lo fue aplicando en diferentes mechones, que protegía con papel de plata, sujetándome los otros con pincitas.

  • Ahora tenemos que dejarlo un rato, que coja calor.- me dijo la peluquera.

  • Me toca a mi. –Dijo la otra señorita que había permanecido junto a la guardia hablando. Se acercó con una mesita y un maletín.

  • Dame la mano. Y comenzó a arreglarme las uñas, cuando las tuve bien limpias e igualadas, me aplicó un color rosita, con un poco de brillo. – Esto las protege y te las deja brillantes e igualadas de color. Cielo. ¿Has visto, como lo he hecho? Te voy a prepara una bolsita con unas cosas, para que tu hagas lo mismo con las de los pies. Así vas practicando.

El tinte ya había secado, Silvia la peluquera, me retiró las pinzas y los papeles,

me volvió a lavar el cabello y comenzó a peinarme mientras repasaba un poco el corte con las tijeras. Luego empezó a secarlo ayudada con un cepillo, con el cual me lo iba metiendo hacia adentro.

  • ¿Ves cómo te estoy peinando?, es muy fácil, si cuando te levantes por la mañana, haces lo mismo, en cinco minutos ya estarás lista. Por la noche procura cepillártelo, durante unos quince minutos, así lo llevarás suave y te crecerá muy lindo.

Mientras Nines, la peluquera, terminaba con el cabello; Cristina había estado calentando algo en un recipiente casi plano.

  • Cariño, pasa ahí y quítate la falda, la blusa y las medias, que date con la braguita y la bata. – Me dijo.

Entré en el baño, cuando ví mi imagen reflejada en el espejo no me lo podía creer, allí se veía una jovencita muy linda, ¡No podía ser yo! Me empecé a excitarme, era una sensación extraña, necesitaba tocarme, tenía mi pene totalmente erecto, me bajé un poquito la braga y lo cogí, masturbándome, en unos segundos salíó un gran chorro de leche, me quedé muy satisfecho, pero casi inmediatamente me empezó a embargar un sentimiento de vergüenza, que me hizo quitarme toda la ropa rápidamente.

  • ¿Ya estás cielo? – me preguntó Cristina desde el otro lado de la puerta.

  • Sí, casi, ya salgo,- le contesté.

Con premura, me puse la braguita y el sujetador, que me acababa de quitar, esta vez resultó más fácil ponerme el suje, a continuación me puse la bata, no conseguí hacerle el lazo. Salí.

Fuera Cristina, me hizo tumbarme en una camilla, acercó una mesita con el recipiente que la había visto calentar y una especie de espátulas de plástico.

  • Te voy a hacer las piernas.

  • ¿Qué?

  • Que te voy a quitar los pelitos, te van a quedar muy suave, ya verás que cambio.

Me fue extendiendo una pasta caliente, luego supe que era cera, por las piernas y conforme se iba enfriando me la arrancaba con rápidos tirones; los primeros me hicieron bastante daño, aunque me resistí a emitir ningún grito, pero mi rostro delataba el dolor y el miedo, cada nuevo tirón; poco a poco los iba soportando mejor, excepto cuando llegó cerca de mis partes, el dolor allí fue insoportable y grité.

  • ¿Qué te crees, que ser chica es fácil? – Me dijo Nines.

  • No saben, cuanto duele.

  • Eso te crees tú, todos los meses nos toca esta tortura. Pero luego verás que hermosa estás, vale la pena.

No sin sufrimiento, soporté el trabajo que me fue haciendo la esteticién.

Una vez hubo acabado, me aplicó una crema. Las piernas se veían preciosas. A continuación me hizo sentarme de nuevo en un sillón y empezó a maquillarme, explicándome cada cosa que me iba haciendo.

Cuando ya estaba a punto de acabar, volvió Carla que había salido a hacer su ronda.

  • ¡No me lo puedo creer! ¡Qué jovencita tan bonita!- Exclamó.

  • Nunca hubiera pensado que detrás de ese niño desaliñado, había una niña tan hermosa. – Respondió Cristina.

  • Vas a venir conmigo a casa. –Me dijo la guardia.

(Fin de la primera parte)