No lo busqué, me pasó (2)

Continúa la historia, y no es como me hubiera gustado, pero pasó así. Gracias a los que me habeis léido, escrito y valorado mi relato anterior.

No lo busqué, me pasó. (Segunda parte)

Habíamos recorrido, varias calles y carreteras, durante una media hora, por la zona Norte de la ciudad. Esos lugares me eran totalmente desconocidos, mi vida siempre se había desarrollado en el otro lado de la urbe. Carla al llegar a un edificio nuevo, casi aislado, metió el coche en el parking. Subimos en el ascensor hasta la décima planta, la última.

  • Esta será tu nueva casa, como puedes ver aún no tiene muchos muebles, pero poco a poco, espero poder ir comprando. Y ese tu cuarto.- Me dijo señalándome una puerta que se encontraba a la derecha del salón.

La habitación era de un buen tamaño, sin duda la más grande que había tenido jamás. Una cama, con un edredón Rosa y una mesilla con una lámpara era todo el mobiliario que acompañaba al armario empotrado, todo era de color blanco.

Me dio la bolsa, con la ropa.

  • Acomódala a tu gusto, y ven a cenar.

Abrí la puerta del armario, y sin mirar siquiera el contenido de la bolsa, la arrojé dentro del armario. Pasados unos minutos salí a la sala.

Carla se había quitado su traje  de guardia y llevaba una bata blanca y unas zapatillas. En la mesa, un plato de espaguetis y otro de embutido nos esperaban. Tenía hambre, hasta que no vi la comida, no me había dado cuenta, pero estaba hambriento.

  • ¿Te gusta?

  • Si señora, le dije, mientras devoraba, con ansia, la comida.

  • Cielo, tienes que cuidar tus modales, no son los de una señorita. Tienes que aprender mucho. La comida tienes que cogerla, poco a poco, y la bebita a sorbitos pequeños. Para sentarte debes de cerrar las piernas… ¿Ves como lo hago yo?

  • Si señora, aprenderé.

  • Si cariño, yo te iré corrigiendo y muy pronto sabrás como comportarte.

¡Hay que ver, cuantas estupideces, hacen las mujeres!- pensaba yo.

  • ¿Sabes cocinar? – me preguntó.

  • Claro que no,- respondí ofendido.

  • ¡Cuánto trabajo tenemos por delante, cariño! pero ya verás como en poco tiempo, sabrás hacer muchas cosas. Yo te convertiré, en la buena muchachita, que siempre has querido ser. y llámame Carla, vamos a ser a partir de ahora como hermanas.

  • Sí, Carla. – decidí seguirle el juego.

En mi cabeza se iban confabulando muchas cosas; por una parte y aunque a pesar de hacer un poco el ridículo, había conseguido librarme de que me castigaran por el robo; por otra parte pensaba en lo absurdo de estar allí, en su casa, con una señora que había conocido hace unas horas y vestido totalmente como una niña; cuando me miraba y veía la faldita ya partir de allí unas lindas piernas con sus zapatitos, me resultaba agradable, aunque andar con esos zapatos, no era tan fácil; pero al final lo que más me absorbía, era estudiar la manera de salir de esa situación.

  • Voy a ducharme,- me dijo Carla y añadió, - si quieres puedes ver la tele.

Cuando hubo cerrado la puerta del baño, no lo dudé, sin hacer ruido, salí de la casa y lo más rápido que pude escapé de allí. Era mi oportunidad.

En la calle me tuve que quitar los zapatos, intentar correr con ellos era casi imposible y además hacían muchísimo ruido.

Las calles estaban desiertas, serían ya casi las dos de la mañana. Durante unos quince minutos, no dejé de correr, hasta que quedé exhausto.

Me senté en un banco, y allí cuando recuperé el aliento, me volví a poner los zapatos, y comencé a caminar. Al poco llegué a una avenida, únicamente algún auto, pasaba rápido de tiempo en tiempo. Caminaba ya tranquilo, aunque sin dejar de estar atento a todo e intentando protegerme entre las sombras, cuando advertía cualquier cosa. Al pasar junto a un gran escaparate, me pareció ver a una chica, retrocedí sobre mis pasos, y cuando volví a mirar me di cuenta de que esa chica era yo.

Allí advertí, que estaba preciosa. Conforme me iba contemplando, me iba gustando más y un algo me empezó a recorrer todo el cuerpo, notaba una excitación muy agradable Me gustaba verme así. Mi cabeza era un lío.

Continué mi caminar, pero ahora, procuraba ir muy erguido y con pasitos más cortos, tal como pensaba que haría una niña. Me iba fijando en todos los escaparates, buscando mi figura, realmente me gustaba mucho verme. En uno de estos, además de mi reflejó, advertí que se trataba de ropa de mujer y casi sin darme cuenta, me detuve, a contemplarla pensando como me vería con ella. En mi cabeza, iba modelando cada uno de los vestidos; uno azul de aspecto marinero con una falda amplia, otro blanco de aire más informal, y así cada uno de los modelos que había en el escaparate. ¿Me gustaba ir vestido así? ¿Quería ser una chica?.. No, no podía ser, pero era tan agradable. ¿Y si probaba una temporada? Al fin y al cabo Carla me había abierto esa posibilidad.

Comencé a desandar todo lo andado, hasta que no se como ni de donde, aparecieron varios hombres jóvenes de color oscuro y mal aspecto; en la zona solo había varios edificios en construcción. Corrí, como pude, pero mi andar con esos zapatos era torpe, dentro de una obra no tardaron en rodearme; instintivamente agarré una pala que se encontraba sobre un montón de arena y comencé a atacarlos según se iban acercando; pero eran muchos y cada vez más; no tardé en notar un fortísimo golpe en la espalda y caí al suelo de bruces.

  • ¡Cómo pelea la zorrita! ¡Valla golpe! ¡Estoy sangrando! ¡Me ha rota la nariz, la guarra! – Esas y otras muchas frases parecidas, se iban amontonando en mis oídos, mientras unas manos fuertes me ponían boca arriba.

  • ¡Si es una niña! Casi no tiene tetas. – Gritó uno mientras me desgarraba la blusa.

  • ¡Mirad lo que tiene ahí! ¡Es un chico! Un gallo con plumas. El maricón este me tiene que pagar lo que me ha hecho, me ha destrozado la nariz.

Los gritos e improperios contra mi; la mayoría no llegaba a entender, por los diferentes idiomas que se mezclaban; surgían de todos los lados.

Agarrándome de los brazos, dos hombres me llevaron en volandas durante unos cien metros hasta un barracón. Al llegar me arrojaron al suelo en medio de la estancia; el lugar se trataba de una gran sala con dos hileras de literas, me parecía enorme, al menos vivirían allí unas cincuenta personas. Detrás de nosotros fueron entrando todos los demás, contemplándome y dirigiéndose cada uno delante de su camastro. Por un momento, todo permaneció en silencio; hasta que un hombre de aspecto árabe, que con un trozo de tela intentaba evitar que la sangre le brotara, volvió a decir

  • Me ha destrozado la nariz este maricón. Se va a acordar.

  • ¿Qué haría un chico, vestido así y caminando provocando, a estas horas? ¿Os imagináis que es lo que estaba buscando? – Preguntó otro en un pésimo español.

  • Creo que buscaba un buen macho, y aquí ha encontrado muchos.

  • Oye, que yo no soy maricón. Yo Tampoco. Ni yo. Ni yo… – muchas voces, fuero apareciendo, todas del mismo tenor. Supongo que ninguno de ellos, quería aparecer delante de los otros, como un “Tío” que folla o se la deja chupar por hombres.

  • Haced lo que queráis, pero a mí me las va a pagar. – Volvió a intervenir el moreno al que le había roto su nariz, y añadió – No os dais cuenta, de que el quiere ser una puta chica. Si parece una jovencita. Una jovencita guapa. ¿No quereis tener una muchachita, como ella, que os complazca y os caliente la cama?. – Por un momento permaneció callado y luego añadió. – No voy a castigarla, le voy a hacer un favor.

  • ¿Qué dices? ¿Qué quieres hacerle?... – respondieron varios.

  • Dejádmela unos días y veréis

Se acercó a mí, y me agarró el brazo con una fuerza increíble; y mientras me arrastraba hacia fuera del barracón se volvió hacia sus compañeros, diciendo

  • Yo tampoco soy maricón.

Fuera, sin soltarme, comenzó a caminar dirigiéndose a una pequeña caseta de obra. Una vez allí me hizo sentarme en un camastro, su figura me parecía inmensa.

  • No te muevas. – Me ordenó. Él se dirigió al lavabo, que se encontraba junto a la puerta, se quitó la camisa y luego los pantalones, todo lleno de sangre no llevaba ropa interior. Yo lo veía de espaldas, mientras se lavaba. Cuando hubo terminado, la sangre ya había desaparecido, se volvió hacia mí. Entonces vi su enorme miembro, casi negro, que le colgaba. Nunca había visto nada igual, me quedé fijamente mirándolo sin poder apartar mi vista de semejante cosa. El moro advirtió, como lo miraba.

  • ¿Qué? ¿Te gusta?

  • Déjeme. Déjeme ir.

  • Ya sabía… que eras toda una mujercita.

  • Se equivoca, déjeme.

  • ¿Quieres tocarlo?

  • Déjeme, yo… no

Se acercó a mí, cogiendo su miembro con una mano, como si me lo quisiera enseñar mejor.

  • Tócalo.

  • No

  • Tócalo putita.

Acerqué mi mano y lo toqué en su punta.

  • Sigue zorrita. no ves que te está gustando. Y a mí también. Sigue.

Con la otra mano empecé a cariciarlo.

  • Sabes que eres una chica muy guapa y lo estás haciendo muy bien. Tócalo todo, como cuando te haces una paja.

Comencé a masturbarlo, lo notaba como aún crecía mucho más y palpitaba entre mis manos. Al cabo de unos minutos, él continúo

  • Metetelo en la boca.

No era desagradable acariciarlo, me gustaba, pero metérmelo en la boca

  • Que lo chupes niña.

El moro estaba totalmente excitado,  lo que él veía, era una jovencita, con su falda cortita, su blusa desgarrada enseñando el sujetador, con su cabeza de melenita rubia agachada y tocándolo.

  • No. – Le dije.

Me agarró del cabello y sujetándose el pene con la mano me lo introdujo en la boca. En ese momento le dí un mordisco. Lo único que ya recuerdo es un golpe fortísimo en mi rostro, perdí el conocimiento.

(Fin de la segunda parte)