No llego
Poder mental.
"No llego, no llegó", pensaba para mis adentros mientras corría hacia el aseo; tras probar suerte con dos aseos de mi planta en oficinas, sin obtener un solo sanitario vacío, corrí hacia los aseos públicos que había en el entresuelo. También estaban cerrados los dos que había, toqué la puerta con insistencia, pero tras conseguir abrir una de las puertas comprobé que estaba fuera de servicio. Llamé con los nudillos a la otra puerta y tras unos momentos de no obtener respuesta, comencé a blasfemar. Cuando ya pensaba que me haría mis cosas en los pantalones, la puerta se abrió.
Dentro había un hombre mayor sentado en la taza, de unos setenta años, fibroso y con el pelo encanecido; estaba totalmente desnudo, con la ropa colgada de una percha, y con una mano asía su miembro erecto, en lo que parecía estar dándose placer. Me quedé un poco pasmado, y por un momento estuve a punto de gritarle que qué hacía allí en esa actitud, pero enseguida noté cómo si aquel hombre se apoderara de mi mente; una voz interior me dijo que me callase y mis cuerdas vocales se tensaron hasta impedir que sonido alguno fuese emitido por mi voz. Una fuerza desconocida me obligó a entrar en el estrecho recinto y cerrar la puerta tras de mí, sin poder apartar mi mirada de la profundidad infinita de los ojos azules de aquel viejo. Algo no andaba bien, no sabía que estaba haciendo, pero no era dueño de mis movimientos.
Me sorprendí a mí mismo, tras cerrar la puerta, quedándome plantado como un pasmarote, con los brazos caídos al lado de mi cuerpo, casi sin vida, y más me sorprendí aún cuando me arrodillé delante del hombre, entre sus piernas, como empujado por una fuerza oculta, apoyando mis manos por debajo de la taza, y la misma voz me ordenó "Lame". Como si fuese teledirigido, agaché mi cabeza sobre aquel vientre arrugado, abrí mi boca y deposité mis labios alrededor de aquel miembro erecto. No podía creer lo que estaba haciendo, me repugnaba aquello, pero no podía evitarlo; la manos del hombre se posaron sobre mi cabeza y marcaron el ritmo de mi lamida, empujando y soltando la presión en un ritmo cadente. La polla no entraba mucho al principio en mi boca y en una de las ocasiones que eché la vista hacia arriba contemplé como el viejo había echado su cabeza hacia atrás y disfrutaba de mi lengua y mis labios, siguiendo con a cadencia de la mamada.
No podía imaginarme que yo estuviese jugando de aquella manera con un miembro viril erecto, repasando cada centímetro de su extensión, saboreando su sabor ácido, apretando mis labios entorno al grueso tronco que se me ofrecía sin vergüenza y disfrutando aparentemente de la situación. Podía sentir en mi cerebro unas vibraciones de placer que emanaban del capullo que estaba lamiendo, que me hacían sentir bien, excitado, a pesar de la repulsión de dicho acto.
Noté una onda expansiva acompañada de un calor intenso en los momentos previos a que aquella polla descargara en mi boca, y de repente mi paladar estuvo degustando el semen viscoso; volví a sorprenderme saboreando el placer de aquel viejo, lamiendo y succionando como si se tratase de un manjar exquisito, tragando hasta la última gota que salió del miembro y relamiendo toda su extensión.
Me incorporé movido otra vez por aquella fuerza extraña, con un reguero de semen resbalando por la comisura de mis labios, quedando de pie frente a aquel hombre y comencé a bajarme los pantalones, dejándolos en los tobillos, igual que los calzoncillos; me estaba temiendo lo que iba a acontecer de inmediato y me aterré ante tal expectativa, pero nada podía hacer. También deslicé mis calzoncillos y mi polla erecta salió como un resorte, apuntando directamente a los ojos de mi dominador; la tomó con sus dedos huesudos en lo que me pareció un tacto frío y la estuvo contemplando un rato, hasta que de nuevo me vi impelido a girar mi cuerpo y dar la espalda al viejo.
La polla del hombre seguía dura, rígida, como si no acabase de eyacular, estaba dispuesta a otro combate sexual, y la palabra "viagra" se me vino a la cabeza; no tenía la menor idea de lo que estaba pasando, pero allí estaba usado por un hombre, yo, quem e jactaba de tener éxito entre las mujeres ..
Mi cuerpo fue bajando, agachándose lentamente hasta que la punta del glande rozó mis nalgas; sentí como los dedos del viejo mojaban mi ano con algo lubricante, lo que luego agradecería, y con los mismos dedos, tras repasar su polla también con el mismo fluido, tomó su miembro y lo apoyó en la entrada de mi culo. Yo mismo fui descargando mi peso sobre el ariete que me amenazaba, sintiendo como iba abriéndose camino en mi estrecho conducto, pero de forma uniforme y relajada debido a la sustancia con que estábamos los dos impregnados. Muy a mi pesar he de reconocer que no me dolió aquella penetración lo más mínimo, ni siquiera cuando mis nalgas quedaron sentadas sobre la pelvis del hombre, teniendo todo su miembro enterrado en mis entrañas.
Una de sus manos rodeó mi cuerpo y atrapó mi polla erecta, apoyé las manos en las paredes de los lados y comencé a cabalgar despacio, sintiendo cada centímetro de polla deslizándose arriba y abajo a la vez que era masturbado por la mano huesuda y fría. No tengo noción del tiempo que pasé cabalgando, pero si recuerdo que en ningún momento sentí la imperiosa necesidad que me había llevado a aquel retrete, mis tripas no se quejaban, todo mi cuerpo estaba solícito para entregar el placer a aquel hombre. La mano sobre mi miembro ejercía una placentera presión en la base que me permitía disfrutar al tiempo que me negaba una eyaculación de la que estaba expectante.
El orgasmo que sí llegó, pasado no sé cuanto tiempo, fue el del viejo, esta vez en mis entrañas, bañando de una caliente sensación todo mi ser, no sentí asco, no sentí dolor ni humillación, solamente sentí aquella agradable sensación de placer, y es que mi cabeza, o la parte de mi cabeza que era consciente de lo que me estaba pasando, hacía un rato que se había abandonado a los sentidos del placer, derrotada por las vibraciones de todo mi cuerpo.
Me levanté de nuevo, con el semen chorreando por mis muslos y él se levantó detrás de mí; me hizo agachar sobre la taza del retrete, de pie con el culo ofrecido, me agarró por las caderas y volvió a poseerme, esta vez de manera un tanto más dominante y violenta, siendo él el que hacía el trabajo de la penetración, dejándome llevar yo por sus embates, gozando de la penetración (¿quién lo iba a decir?). Podía escuchar el chapoteo de su polla al entrar en mi culo relleno de semen y sentir cómo ese semen salía de mi culo y resbalaba por mis muslos debido a la dura penetración.
El viejo volvió a rellenarme el culo con su placer, y siguió penetrando a pesar de que el semen estaba a punto de salirme por las orejas; debieron ser un par de minutos seguidos los que me penetró eyaculando a la vez, y cuando salió de mi trasero, me hizo arrodillar en el suelo, con la polla babeando semen, pues seguía corriéndose, y me la enfundó entre los labios. Apoyó la parte trasera de mi cabeza contra la pared, me cogió la cabeza con las manos y me metió su polla hasta la garganta, toda su extensión, mientras no paraba de correrse y yo seguía tragando sin parar, durante otro par de minutos. Era imposible que tanta cantidad de semen saliese en una sola corrida, como increíble era que no se le hubiera venido abajo el instrumento en todo el rato, pero degusté todo lo que me ofrecía con deleite. No había un solo centímetro entre mi cara y su cuerpo, mi nariz estaba aplastada contra su bajo vientre y sus testículos contra mi barbilla, pero él no se movía, era como si su polla tuviese vida propia y se manejase en mi boca por sus propios medios.
Por fin, con su glande en mi esófago, pareció dejar de manar aquella fuente y su polla comenzó a menguar, aunque no se separó ni un ápice de mi cara; como colofón final sentí como su polla, ya en estado de semi-erección, comenzó a vibrar dentro de mi boca y lentamente un chorro de orina fue llenando mis glándulas gustativas de un sabor ácido y acre, llenándome la boca y bajando por mi garganta en dirección a mi estómago. No fue muy prolongada, una meadita, que tragué con el mismo deleite con que había tragado todo su semen.
Por fin se separó de mí, mi voz interior me hizo incorporar y me hizo vestir, recordándome que al día siguiente, a la misma hora, estaría allí; en unos instantes estaba fuera de la estrecha celda, vestido y retorciéndome a causa de una necesidad perentoria que estrujaba mis tripas, sin el menor recuerdo de lo que me había pasado minutos antes, en el momento en el que el ocupante del retrete, un viejo fibroso y canoso salía ajustándose el cinturón, dándome los buenos días, como si no hubiese pasado nada.
Me metí apresuradamente en el aseo e hice mis cosas, con un leve rumor en mi cerebro que me decía algo pero no sabía descifrarlo; lo que si pude comprobar que, a pesar de mis retortijones, estaba excitado...