No hay tiempo para vivirlo

yo estaba sentado mirandote solamente, tu cabello rubio como el sol, tus ojos azules como el mar, tus labios se movían a mil por hora mientras discutías con alguien que no me interesaba quien demonios fuera.

Hablabas por teléfono, yo estaba sentado mirandote solamente, tu cabello rubio como el sol, tus ojos azules como el mar, tus labios se movían a mil por hora mientras discutías con alguien que no me interesaba quien demonios fuera. Mi vista fue hacia abajo, pude reconocer la marca de tu ajustada blusa pues la he visto en esas tiendas departamentales ajustada a un maniquí, pero casi puedo asegurar que ni la perfección plástica de una mujer fabricada le hacía ver tan sensual como tu propio cuerpo. Pero nada fue tan impactante como tu cintura, 20 centímetros hacia arriba tu abdómen descubierto, perfecto; 20 centímetros hacia abajo una falda de tela desgarrada, muy holgada y corta, que casi me podía gritar que la terminara de desgarrar mientras la arrancaba de tu cuerpo, y entonces sucedió. Colgaste el teléfono muy molesta con esa persona y al girar tu cuerpo para huir de la escena la falda voló mostrandole a tus asiduos admiradores la perfección total. Redondas, firmes, cubiertas por una pantie que no pude reconocer si era tanga o simplemente tus movimientos la habían llevado a guardarse entre ese hermoso par de trozos de carne. No soporté más y enteramente extasiado por tu presencia me fui trás de ti.

Pronto nos encontramos a solas en un pasillo, sudando pasión y ardiendo en deseos de tomarnos. Mis manos fueron de inmediato a tu cuerpo, era como lo imaginé, firme, joven, lleno de vida y ardor sexual. Tu cintura era como la de aquellos maniquís, me cabía en las manos, tu abdómen era plano, extremadamente duro y sensual, lo acaricié por un minuto solamente pues mis manos subieron poco a poco hasta que tus pechos se encontraron atrapados entre mis dedos, fue entonces cuando no soportarste más y te fundiste en un beso conmigo, nuestras lenguas jugaban dentro de la boca del otro, nuestras manos se paseaban por el cuerpo que estaba enfrente, pero no estaba contento, y aunque no había tiempo debía tenerlas en mis manos. Me separé de ti, me puse atrás de tu hermoso cuerpo y lo admiré un par de segundos, luego bajé mis manos y tan firmemente como mi fuerza me permitió en ese momento te subí la faldita y las puse sobre tus nalgas apretandolas fuertemente. Había llegado al éxtasis, no buscaba nada más que haber tocado esos bombones, las sobé dos segundos y les di un último pellizco cariñoso... y entonces sucedió otra vez: Tu grito acabó con mi sueño, tus ojos azules me miraron llenos de furia, y la fuerza de un hombre que estaba a un lado tuyo me empujó contra la pared. Nunca supe qué tanto lo soñé, y qué tanto lo viví, pero cuando me azoté contra la pared mis manos aun sentían la calidez de tus nalgas desnudas entre ellas.