No hay nada nuevo bajo el Sol, ¿o sí?
Exponerse al mundo es la única manera de aprender, caer y volverse a alzar. O, en otras palabras, el Sol es el único que puede juzgar cuando alguien alcanza una temperatura mayor a la normal.
Hace tiempo había descubierto un hecho importante sobre mí. Con la vejiga llena era mucho más fácil alcanzar un orgasmo.
Otro dato importante es que, a pesar de no ser delgada o gorda, tampoco me había interesando nunca en una pareja. Cuando era pequeña pensaba que el tener novio era la causa inmediata de casarme; algo tonto, pero que nadie me contradijo porque yo brillaba mucho más como una estudiante recta e inteligente. ¿Quién le iba a decir a la mejor de la clase, a su hija, a su alumna favorita, que tener novio era una experiencia que no necesariamente era la causa única de las bodas?
Ahora, mi descubrimiento no era la gran cosa, hay muchos sitios web que lo mencionan: Es mucho más fácil hacer llegar al orgasmo a una mujer con la vejiga llena. Se mencionan datos de anatomía que, para alguien que no ha tenido un curso sencillo en anatomía significan muy poco.
Por otro lado, desde que soy joven descubrí que tener una vejiga llena y aguantarme las ganas de orinar me provoca una sensación nada desagradable de cosquillitas en la entrepierna.
Repito: para una estudiante modelo hay muchas cosas que no significan nada o que no sabes. Por supuesto que, contrario a todo pronóstico, las mujeres sienten una curiosidad tan innata como la de los hombres por la sexualidad. Sin embargo, hay un montón de leyes naturales que te impiden expresarla hasta que es demasiado tarde o ya la has cagado una o muchas más veces. Si bien, yo experimentaba conmigo misma, las demás saltaban a la penetración sin ningún tipo de duda, o con mucho entusiasmo y llenas del calor del momento.
Cuando yo empecé a experimentar conmigo misma sólo era únicamente con la vejiga llena. Tomaba mucha agua o jugo, o refresco, me dedicaba a ver la televisión, un programa, una película o aprovechaba que mi familia se retiraba a hacer las compras del mes para jugar con la plenitud de mi vientre. Muy pronto llegaba al punto de no retorno.
El peso en la apertura entre mis piernas se convertía fácilmente en ardor y mis manos se dirigían hacia esa zona, intentando que el líquido que contenía no se me escapara. La sensación misma me hacía enrojecer y seguir tocándome, porque así la presión se iba un poco y yo me sentía un poco menos desesperada. Poco a poco, fui experimentando mucho más con el hecho.
Me llenaba de agua, me excusaba para ir al inodoro y me retorcía con las piernas bien juntas en el baño, observando el retrete a unos dos pasos de distancia. Eso realmente me excitaba, pero en ese entonces no lo sabía. Tras retorcerme un poco y sudar ligeramente me dirigía al retrete y me encargaba de mis asuntos.
Un día, tras haber aguantado, me recosté en mi cama y decidí ir más allá. Necesitaba usar el baño, pero decidí esperar.
Estaba acostada boca arriba y con la urgencia de vaciar mi vejiga molestándome. Levanté mi falda y moví mi mano hacia el centro de mi entrepierna. Sólo toqué un poco y sentí que debía levantarme para ir al baño. Sin embargo, no lo hice. Seguí tocando. Incluso moví de arriba a abajo la mano. Tocando superficialmente mi piel.
Se sentía bien. Muy pronto, un golpe de adrenalina me atacó.
Me encantó la sensación.
Actualmente me gusta tocarme con la vejiga llena. Es bastante fácil llegar al orgasmo, quizás porque la sensación de urgencia se combina con la de alcanzar el orgasmo. No estoy segura.
Ahora bien, hace unos días tenía ganas de llegar a la misma sensación de adrenalina y emoción que experimenté esa vez. Para eso bebí mucha agua y esperé a que mi papá se retirase de la casa a hacer varios asuntos. Esperé a que mi vejiga se llenara hasta el punto en que si permanecía sentada o acostada no me sintiera cómoda. Mi casa, como debo de aclarar, cuenta con varias habitaciones y unas escaleras que dan hacia un segundo y tercer piso. El tercer piso, por otro lado, está destinado para el estudio, una salita para juegos y una habitación que se usa como almacén. En el segundo piso hay una ventana que guía a un jardín. Pues bien, yo quería saber cómo me sentiría si hacía mis necesidades en ese jardín y, si se daba la ocasión, me satisfacía con los dedos.
Con ganas de ir al baño y muchos nervios, bajé al segundo piso, atravesé la ventana y llegué al jardín. Miré a los lados para asegurarme que no hubiera ningún vecino observándome. Una vez que me di cuenta de que estaba sola, bajé mis pantalones y me los quité. Los puse a un lado. Luego me puse en cuclillas y sentí cómo mi corazón no dejaba de latir con rapidez. Aún necesitaba bajarme la ropa interior.
No quería mojarla porque era blanca y no había manera de que fuese con la ropa húmeda hasta que se secara. Además, debía ser rápida porque si no alguien podría encontrarme.
Una vez que bajé mi ropa interior me incliné aún más y me mordí el labio inferior. Tenía muchas ganas de orinar.
Pensé que si una persona observase todos los días el jardín se daría cuenta de que casi nunca había nada nuevo bajo el sol, luego me di cuenta de que yo era algo nuevo. Sonrería traviesa.
Mi vejiga no podía más. El viento cálido en mi trasero también era una nueva experiencia.
Poco a poco, un chorrito fue mojando la tierra y el pasto. Comencé a sentirme mejor, pero mucho más excitada que nunca. Me estaba poniendo muy caliente y sólo estaba orinando en el exterior. ¿Es que acaso me daba miedo que me miren? ¿O me emociona que pudiesen descubrirme? Alcé la cabeza y observé que a lo lejos había una pandilla de motociclistas. Me encogí mientras aún orinaba. Tenía que acabar.
Me puse roja y de inmediato me subí la ropa interior y me puse los pantalones.
Ya dentro de mi casa me dirigí a la sala, no podía con mi excitación. Me comencé a tocar la ropa interior, lentamente, y luego apresurándome. Me imaginaba alguno de esos motociclistas acercándose a mí, con un bulto entre los pantalones. Me imaginaba cómo le avisaba a los otros que también se acercaran. Todos deseosos de tomarme. Estaba demasiado caliente. Deseaba tener algo dentro de mí. Sentir líquido dentro de mí. Algo irónico, pues lo acaba de sacar todo hace unos segundos atrás.
Mi respiración se aceleraba mientras mi corazón bombeaba más a prisa. Mis dedos empujaron mi ropa interior húmeda en contra de mi entrada, pero ésta nunca se metió por completo. Respiraba con dificultad y gemía ligeramente, sabiendo que no había nadie en casa conmigo.
Necesitaba llegar al orgasmo.
Me apresuré a hacerlo más rápido, imaginando a un hombre desesperado por llegar también. Empujándose en contra de mí, impaciente por regresar a alguna parte. Yo me perdía cada vez más en la sensación de necesidad. Me olvidé de quién era y qué era lo que antes deseaba. Sólo recordé la calidez del sol, la satisfacción de dejar ir líquido a través de mi orificio, las ganas de que mi piel chocara con la de otra persona mucho más grande que yo.
Imaginé a un motociclista joven y guapo que me gemía al oído lo mucho que necesitaba llegar conmigo, lo mucho que necesitaba que nos apresuráramos y también cómo me confesaba lo caliente que se ponía al imaginarme en el jardín todos los días. Que había estado aguantando su carga durante semanas sólo por mí. Que, al igual que yo hace unos minutos atrás, no podía aguantarse. Que tenía que sacarlo todo ya. Que le urgía muchísimo tomarme.
Al cabo de unos segundos mi imaginación me ayudó y llegué al orgasmo.
Había sido la misma sensación que antes. Y ahora no tenía que salir corriendo al baño para nada.
Probablemente pasarán días antes de que tenga la misma oportunidad, pero, ¿quién sabe?