¡No hay huevos! (1 de 3)

¿Hasta donde estarías dispuesto a llegar para ganar una apuesta?

Entro en el dormitorio de mi amigo,  un lugar acogedor como pocos,  pero que  en estos momentos no me transmite ninguna sensación agradable. Es traspasar la frontera de su puerta y una horrible angustia me atenaza. Lo que nos disponemos a hacer lo tengo más que asimilado, para mí es un paso que creí que nunca daría, para David el justo pago por perder una apuesta. No ayuda nada el frío muro de mutismo que se ha abierto entre los dos, como si no hubiera palabras que pudieran mitigar lo difícil que está siendo para ambos este momento.

De un modo mecánico, él se agacha y se pone de rodillas ante mí. Un tipo de sumisión que no creí me pudiera excitar, pero lo hace del modo más brutal.

Sus movimientos, a pesar de lo nervios propios de la situación, se me antojan meticulosamente calculados. Posa su mano en mi bragueta y, al comprobar la dureza que se esconde bajo la tela, no puede evitar mirarme sorprendido. Le respondo con una mirada evasiva e intento esconder lo que verdaderamente siento tras una fría expresión. Frunzo el ceño y dejo  que la mala consciencia, por lo que se dispone a obligar a hacerme, lo  siga acompañando durante este viaje hacia no sé dónde. ¿Conseguirá nuestra amistad superar algo así?

Me es fácil comprobar que mi vil estratagema ha conseguido su objetivo, pues la culpa que le invade es tan intensa que mi acompañante es incapaz de mirarme a la cara. Sin embargo, que no tenga valor de enfrentarse a mí, no quiere decir que desista en su empeño.

Como un autómata centra toda su atención  en el bulto  de mi entrepierna,  descorre la hebilla de mi correa y desabotona la bragueta. Acaricia con los dedos la protuberancia que  se esconde bajo la delgada tela de mi bóxer, aunque lo intenta disimular para que yo no me enoje, puedo ver como sus ojos se iluminan de satisfacción. Unos segundos después desnuda mi polla y comienza a masturbarme. Al no percibir ningún gesto de contrariedad por mi parte, echa un poco de crema lubricante en  la palma de su mano y  prosigue masajeando mi virilidad de un modo tan apasionado como impersonal.

Una parte de mí se niega a aceptar que una mano es una mano, sea quien sea su dueño,  que una paja  siempre produce placer y  da igual que te la haga un hombre o una mujer. No obstante, otra parte de mí me empuja a que disfrute del momento, que  me deje de pamplinas y satisfaga esa curiosidad malsana que lleva latiendo en mi interior desde que descubrí que mi mejor amigo era gay.

Aunque intento, para bien o para mal, vivir el momento. Mi mente comienza a navegar entre los recuerdos recientes, concretamente en las circunstancias que se han rodeado para acabar en esta habitación, teniendo sexo con David.

Se puede decir que todo comenzó unas dos semanas antes.

Aquel jueves, como siempre, Tere, David y yo habíamos quedado para ir de marcha. Los “folladores incansables” nos autodenominamos,  como si nuestra excesiva promiscuidad fuera algo de lo que sentirnos orgullosos. Particularmente creo que ese apelativo  nuestro quedaba bien cuando todavía éramos unos veinteañeros descerebrados, pero ahora, que nos vamos acercando  a los treinta,  creo que entraña más soledad que placer. Pues si algo tengo claro, es que los tres estamos lejos de ser todo lo felices que nos gustaría.

Con el paso de los años, nos hemos terminado acostumbrado a vivir al límite, como si no hubiera un mañana. Juerga, desparrame y sexo por arrobas cada vez que se nos presenta la ocasión. Sin embargo, está claro que ese modo de vida tiene fecha de caducidad, pues el reloj biológico nunca se puede atrasar y los años siempre terminan pasando factura.

Los tres rozamos la treintena y ninguno ha conseguido perpetuar una pareja por largo tiempo, es más, cuando alguien nos ha importado realmente, hemos sido una especie de “Kleenex” en sus manos. ¿Es quizás por eso que cuando alguien se acerca demasiado, nos aterrorizamos y  le rehuimos como la peste? No lo puedo asegurar. El caso es que cada uno de nosotros  acumula alguna que otra relación rota en el desván de su pasado y ninguno salió de ella muy bien parado.

Tere nunca ha podido olvidar a Oscar, el cabrón del que se enamoró perdidamente y que al enterarse que la había dejado  que embarazada, se desentendió por completo de todo. Sola y con un futuro que se podía ver destrozado por la llegada de  un bebé, tomó la difícil decisión de abortar. Ella nunca comenta nada, ni se lamenta por ello,  pero aquello destrozó la imagen idílica que ella tenía de las relaciones de pareja y, aunque en esencia sigue siendo la misma, experimento una transformación de lo más radical.

De parecer una chica tímida y apocada, pasó a ser alguien introvertida tanto en su forma de actuar, de vestir, como de comportarse. De ser alguien que le gustaban las fiestas lo justo, pasó a hacer de la diversión el leitmotiv de su vida, como si intentara  apurar la vida al máximo.

En el aspecto sexual es donde más se le ha notado el cambio. Me parece mentira que la mojigata que iba con nosotros al instituto, se haya convertido en una tía que necesita del sexo en cantidades industriales. Aunque no se fía de los hombres, no puede vivir sin ellos y las relaciones de alcoba sin cariño, se han convertido para ella en una especie de droga.

Luego está David, el chico que traía a las chavalas de calle, el más moderno y popular de la pandilla. Al que todo imitábamos y admirábamos en silencio… ¿Cómo pudo terminar siendo maricón?  Ya sé que debería ser políticamente correcto, educado y todo eso que se espera de la gente  civilizada como yo. Pero uno no asimila, de la noche a la mañana, que su mejor amigo sea un muerde almohadas o un sopla nucas según se tercie. Pese a que mi trato con él no varío, mi percepción de él y su forma de vida si lo hizo. Intenté empatizar y comprender sus emociones,  hasta tal punto que nació en mí cierta curiosidad por experimentar esa variedad sexual. Una curiosidad a la que nunca tuve cojones de satisfacerla.

En su caso, quien destrozó cualquier ilusión romántica que pudiera esperar de la vida,  fue un tío casado que le hizo creer que lo amaba, pero no tuvo los suficientes redaños para dejar a su familia y plantearse un futuro con él. Jugó con sus sentimientos de la forma más egoísta y lo uso sexualmente como un Kleenex.

Desde entonces, la promiscuidad ha sido su tarjeta de presentación y el sexo con desconocidos su forma de vida. Ni da teléfonos, ni repite con nadie y huye de cualquier práctica social que posibilite crear vínculos afectivos con sus esporádicos amantes.

No se puede decir que mi historia sea muy distinta a la de ellos. Me enamoré de quien no debía y dejé que ella me tratara como un pelele. ¿Qué me llevo a liarme con una chica que tenía ya novio? ¿Cómo pensé que iba a dejar a un tío con una posición social tan buena  por alguien como yo? Alguien que  únicamente aspiraba  a ganar el suficiente dinero para  poder llevar una  vida más o menos digna. Tanto tienes,  tanto vales sigue funcionando para algunas mujeres. No sé qué fue más doloroso, perderla o reconocer que nunca estaría a la  altura de lo que ella precisaba.

Lo pasé muy mal y estuve a punto de caer en el  recurrido vicio del whisky para olvidar. Menos mal que si algo he hecho en esta vida es sembrar buenos amigos y dos de los mejores estuvieron ahí para hacerme salir del atolladero.

Superado el bache, me hice miembro del  pequeño club de los “folladores incansables” y, como si de un ritual se tratara,  salimos a “pillar cacho” varias  noches en semana.

No sé si porque los tres estamos en la misma guerra, esa de tener sexo sin sentimientos o porque somos los únicos que quedamos solteros de la pandilla inicial. El caso es que nuestra amistad se ha vuelto  más intensa y la dependencia de cada uno de nosotros de los otros dos es cada vez mayor.

Aquella noche David había  bebido más de la cuenta, yo tampoco me había quedado corto, pero estoy más acostumbrado que él a los sinsabores del alcohol y se puede decir que tenía la mente más clara y, por tanto, la situación bastante más controlada. Una de las veces que Tere marchó al servicio, aproveché para enredarlo con mis ideas absurdas.

—¡Está taco de buena!

David se quedó  mirándome como si hubiera dicho la mayor gilipollez del mundo y pasó de mí.  No contento con su silencio, insistí.

—Hombre, por mucho que te guste el pescao , la naturaleza te ha hecho carnívoro. Las tetas de nuestra amiga son para hacerle la ola. Ni demasiado grandes, ni demasiado pequeñas, el tamaño justo para agarrarla con la mano…

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué Tere está buena? ¡Pues te lo digo!, pero de ahí a que me ponga palote pensando en acostarme con ella, va un buen trecho.

—¿No te pone meterla en su chochito? Pues no hay problema, le das la vuelta y punto. ¡¿Tú has visto el culo que se gasta?! No es el de la Jennifer López, pero yo ella me lo aseguraba igual. ¡Digo que sí me lo aseguraba!

—Pedro, ¿cuándo vas a asimilar que me gustan los tíos?

—¡No van por ahí los tiros, hombre! —Dije intentando excusarme como buenamente pude y de camino evitar que se cabreara —. Lo que pasa es que se me hace muy extraño que te guste petarle el culo a un tío y no te ocurra lo mismo con el de una tía.

—¡Deja de beber que se te va a fundir la neurona! A mí no me gusta dar por culo, a mí me gustan los tíos. ¿O acaso a ti te gusta que te la chupe un hombre?

Me quedé pensativo unos segundos,  sabía que debía mostrarme contrariado  ante sus palabras y, aunque la respuesta ya estaba en mi mente, no quería parecer descarado, ni que mi reacción fuera más inapropiada de lo que ya por sí lo era toda aquella maldita conversación.

—Hombre, nunca lo he hecho. Pero todo es ponerse.

Sus ojos evidenciaron sorpresa, arqueó las cejas levemente  y una maliciosa sonrisa se dibujó en tu rostro.

—¿Me estás metiendo cuello? ¿Sabes que  de siempre me has puesto un montón y no haberte podido pillar es una especie de asignatura pendiente  para mí?

—Tú y yo somos colegas, no me veo yo dejándote que me chupes la polla.

—Lo mismo te gusta y todo, ¿quién sabe?

—No creo. Uno se ha follado muchos chochitos ya, para cambiar hasta altura de la película de  acera.

—¡Tú te lo pierdes!

Lo miré y le  hice la peineta. Él me sonrió  con un gesto de trivialidad, como si la conversación careciera de importancia. Sin embargo, no debía cesar en mi empeño para que   fuera todo lo trascendente que requería aquello que traía en mente y volví a insistir. Esta vez, para evitar enfados, hice uso de mis “dotes cómicas”.

—¡Me haces mucha gracia, David! Yo soy el que me pierdo que un tío me chupe la polla, ¡algo genial y maravillo según tú! Sin embargo, tú te niegas a reconocer que te puede gustar para lo que te ha hecho la madre naturaleza.

—¡¿Para lo que me ha hecho la madre naturaleza?! ¿Quién eres tú y que has hecho con mi amigo Pedro?

—No me negarás que los hombres están hechos para las mujeres y las mujeres para los hombres…

—Sí, los fabrica la empresa “Retrógrados reunidos, S.L.”, ¡no te jodes! Ya lo que te queda  por decir, es que sí algún día (no lo quiera Dios) decido casarme mi unión no se puede llamar matrimonio… ¡Anda cállate, que el Gin-tonic te está sentando fatal!

Estaba claro que a pesar de mi tono distendido y mi intención de no querer despertar su susceptibilidad, me estaba metiendo en aguas pantanosas, por lo que decidí recular y haciendo gala de mi mejor amabilidad intenté arreglar el fregado en el que me había metido yo solito.

—Perdona, hombre. Lo único que intentaba decirte que biológicamente está dotado para ello y te debería producir placer.

—Ya, también mi coche trae el encendedor de serie y no lo uso porque no fumo. ¡No te jodes!

—Pero podrías fumar si quisieras, ¿no?

—Sí, pero la cosa está en que no quiero —Sus palabras sonaron tajante como si intentara dejar patente que su forma de vida era una elección y no un capricho.

—Yo particularmente creo que está en tu mente, te has encerrado en banda con que  no te gusta y en realidad es que no te atreves.

—¿No me atrevo? ¿Qué quieres decir con eso?

—Simple y llanamente que temes no estar a la altura de las circunstancias, por eso te niegas esa posibilidad. Porque, ¿cuánto tiempo hace que no la metes en un chochito calentito?

—Pues hace unos años...  —Me respondió encogiendo pensativo el mentón  —.Y llevas razón, en parte me aterra estar desentrenado y  no cumplir las expectativas.

—¿Te gusta Tere?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Sabes que ella nunca ha negado su atracción por ti, es más, de vez en cuando te suelta alguna que otra fresca y te dice que es un desperdicio, con lo bueno que estás, que solo te gusten los hombres…

—¡Paso de  tus historias! —Su respuesta fue acompañada de un leve gesto de desprecio con la mano.

—¿Pasas de mis  historias? ¡Lo que pasa es que no hay huevos!

¡Qué genial es la frase “no hay huevos”! Toca la fibra del orgullo masculino en todo su esplendor. La vanidad y el amor propio del macho arrogante  se sienten ofendidos, provocando siempre la misma reacción:

—¡Que no! ¿Qué te apuestas?

—Como sé que no lo vas a hacer, ¡lo que quieras!

—Si me acuesto con Tere, tú me dejaras que te chupe la polla —Dijo tendiéndome la mano y dejando que en su rostro brillara una sonrisa maliciosa.

Continuará...

En dos viernes volveré  con  la segunda parte de tres de esta historia. El próximo viernes publicaré: “Sexo grupal en el vestuario” en  esta ocasión en la categoría Gay.

Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría  de temática gay. Espero servir con mis creaciones para apaciguar el aburrimiento por esta cuarentena inédita que nos toca vivir.