No hay dos sin tres
Siempre tuve curiosidad por saber lo que era tener a una mujer entre mis piernas...
Era una tarde calurosa. Estaba en casa bastante aburrida. Vivía sola y aún lo hago, no porque no encuentre pareja sino porque siempre me ha gustado ser independiente y no sentirme aprisionada por nadie. A lo largo del último año había tenido muchos amantes. Algunos regulares, otros muy buenos y otros por encima de la media. Había probado cosas nuevas y sobre todo, había aprendido a jugar sin ningún tipo de pudor. Abrirme de piernas en sitios públicos mientras me metían un par de dedos o cualquier objeto que tuviéramos a mano; correrme varias veces mientras veía una película en el cine; disfrutar del porno mejor mientras me ponía a cuatro patas sobre la mesa del comedor...Aún así, algo faltaba en mi vida. Tenía ganas de disfrutar del olor de una mujer igual que yo. Saborear hasta el último milímetros de un coño chorreante en mi boca. Destrozar a lametazos y pellizcos unos buenos pezones. Hundir hasta arriba mis dedos y mi mano entre las piernas de una mujercita.
Cada vez que pensaba en ello, no podía evitar sentir como empezaba a palpitar mi chocho. Tanto, que tenía que acabar metiendome algo para calmarme y correrme un par de veces. Aún así, al rato, esos pensamientos me volvían a encender y a hacer que mi tanga chorrease jugos hasta calar mi falda.
Esa tarde decidí poner fin a esos deseos y hacerlos realidad. Me metí en una página de internet donde es fácil encontrar personas, que bajo un seudónimo y en el anonimato, expresan realmente lo que quieran.
Yo busque lo que quería: una mujer atractiva, alta, delgada, bien formada, rasurada y muy caliente, dispuesta a abrirse y entregarse entera sin pudor. Al rato de meterme en un chat, contacté con una, con ella: Sonia. Estuvimos hablando un rato, claramente. Como éramos de la misma ciudad, decidimos quedar esa misma noche. La única condición que me puso es que ella tenía otra amiga con la que había quedado y prefería ir acompañada por si no surgía química no pasar la noche sola. Le dije que por mí no había problema. La cita fue a las 9 y media.
Me metí en la ducha. Mis piernas son largas y delgadas. Me depilé tranquilamente mientras el agua corría por mi espalda y pasaba entre mis nalgas. Me cuidé bien de que no me quedará ni un solo vello. Después abrí bien las piernas y con la misma cuchilla me afeité el coño, como hacía habitualmente. Separé bien los labios y me lo dejé por dentro perfecto, reluciente para ser degustado hasta destrozarlo de placer. El ano lo dejé también perfecto. Siempre me ha gustado que laman y me penetren con fuerza por detrás y no quería que esta noche no lo hicieran. El clítoris me crecía cada vez que hacía eso y la excitación era tan grande que tres o cuatro dedos siempre acababan follándome y haciéndome gemir como una loca. Termine de ducharme y me tiré en la cama. Empecé a echarme crema. Todo el cuerpo lleno de leche nutritiva. Por todos los lados. Tenía un espejo justamente en frente y abriendo las piernas veía como mi chocho relucía de nuevo solo de pensar en una mujer entregada a él, dejándome seca y agotada. Mis pezones, oscuros, embellecían mis pechos, que sin ser enormes están perfectamente levantados. Me vestí con la menor cantidad de ropa. Un tanga negro de encaje minúsculo, un sujetador a juego, falda por la rodilla, camisa blanca muy escotada y zapatos de tacón negros. Me maquillé mucho, pero con gusto. Me miraba y veía en mí la lujuria en persona.
A las 9, encendí un cigarro y crucé la puerta de mi casa. No quería llegar tarde. Ella me dijo que era alta, morena y delgada. Su amiga de estatura normal y con mucho pecho. El corazón y el coño se me salían de su sitio al llegar a la puerta del sitio. Era un bar de moda, con bastante gente mezclada entre la barra y las mesas. Unos cuantos ojos se detuvieron en mi y en mi escote nada más entrar. Al final del local vi a dos chicas mirándome. Eran ellas. No cabía duda. La morena, Sonia, me sonrió. Me fui acercando. El cruce de miradas fue fulminante. Las tres nos presentamos, nos dimos un par de besos y nos pusimos a hablar. Entre cerveza y cerveza nos fuimos relajando. Sonia tenía un cuerpo impresionante. Llevaba un vestido negro, ajustado y muy corto; zapatos de tacón y el pelo recogido. Susana, su amiga, tenía dos tetas preciosas que invitaban a lamerlas hasta la saciedad. Llevaba también un vestido, pero más vaporoso y veraniego, con sandalias a juego.
Pasada una hora decidimos cambiar de sitio. Sonia dijo que conocía un sitio muy acogedor no muy lejos de allí. Decidimos ir. Al entrar todo estaba muy oscuro, realmente oscuro. Había gente, más bien mujeres. Era un ambiente agradable, con música buena y sofás por todas las esquinas, algunos con cortinas semitransparentes. Sonia nos llevó hacia adentro. Saludó a dos de las camareras con un beso en la boca y les pidió tres copas. Nos sentamos en uno de los sofás grandes poco antes de servirnos las copas. Cada segundo que pasaba mi coño se humedecía más y más y no dejaba de pensar en aquellas dos mujeres sumiéndome en el placer que tanto había soñado día tras día. Casi sin darme cuenta, Susana empezó a acariciarme los pechos y Sonia empezó a lamerme los labios. No dije nada. Sólo me dejé llevar. Me fueron desabrochando la camisa poco a poco y bajándome la falda. Me tumbaron en el sofá y comenzaron a acariciarme con los hielos de mi copa por los pezones. Éstos se me pusieron tan duros que pensé que iban a reventar. Me bajaron el tanga y Sonia me miró, me sonrió y hundió su cabeza entre mis piernas. Comenzó a lamerme los labios suavemente mientras Susana jugueteaba con mis tetas y mi lengua. Mordisqueaba mi clítoris cada vez más rápido. Chupaba y chupaba de él y yo notaba como me crecía y me crecía y el chocho no dejaba de chorrear flujo como una fuente. Abrí las piernas todo lo que pude para que no quedara ningún trocito de mi coño por comer. Estaba tan caliente que tarde poco en correrme por primera vez. Mis pequeños gritos y espasmos provocaron una sonrisa de complicidad entre ellas. Susana se unió a Sonia y entre las dos se turnaba para devorar mi ano y mi agujero. Con la cadera un poco subida conseguí tener a las dos diosas a mis pies. Empezaron a meterme sus dedos por el culo y por el conejo. Dos, tres, cuatro...mientras sus lenguas seguían trabajando sin parar y mientras yo me corría de nuevo como una zorra.
Abrieron sus bolsos y sacaron dos consoladores. Eran enormes. Casi sin darme cuenta Sonia me lo había clavado entero en el coñito empapado y Susana empezaba a hacerlo por el culo. En pocos segundos ambas movían los aparatos como locas al tiempo que se frotaban entre ellas, al tiempo que se lamían y se metían los dedos. Me volvía a correr con tantas ganas que me oyo una de las camareras del local que pasaba cerca de allí en ese momento. Separó un poco la cortina y me miró. Se acercó a mi boca, me besó, me mordió el labio y echando a un lado a Sonia, buscó un hueco para empezar a chuparme el clítoris mientras mis amigas seguían follandome las dos a la vez y mientras ellas se corrían con sus dedos. No pude aguantar tampoco y tener a aquellas tres mujeres para mi, me dio tal placer que grité hasta casi desmayarme.
Me sacaron los dos penes y me miraron. Sonrieron y empezaron a lamerme el sudor de todo el cuerpo. Tenían unos cuerpos estupendos. La camarera sonrió y se marcho y Susana y Sonia, picaramente, me dijeron: "Ahora nos toca a nosotras".
Eso para el próximo relato.