No había alternativa
Lo bueno en la vida es tener varias posibilidades entre las que elegir. Los problemas se plantean cuando no hay más que una alternativa. Y no digamos cuando aparece una mujer que hace inevitable aplicar dicha alternativa.
NO HABÍA ALTERNATIVA
Me sorprendí de no sentir el más mínimo remordimiento. Lo que acababa de hacer horas antes era algo que ni se me habría pasado por la cabeza unos meses atrás. Pero lo había hecho y ningún cargo de conciencia pesaba sobre mí. A fin de cuentas, no había otra alternativa. Bueno, tal vez si la hubiese, pero me habría colocado de nuevo en la casilla de salida. Mi serenidad era total, ni un atisbo de nerviosismo, ni un asomo de arrepentimiento.
En ese momento sonó el timbre. Abrí la puerta, más relajado de lo que había estado en varios meses. Y allí estaba ella, tan encantadora como de costumbre. Dos suaves pero cálidos besos en la mejilla, las manos en las cinturas y miradas de complicidad. Sí, estaba claro, no me había equivocado para nada. Ella era la chica que siempre anduve buscando y ahora la había encontrado.
Aunque pueda sonar un poco fuerte, hay que decir que mi vida había cambiado por completo. Mientras ella colgaba la chaqueta en la percha y entraba en el salón, mis ojos la seguían atentos. En el equipo de música sonaba Baila Morena de Zucchero y no pude evitar encajar la letra de la canción con lo que estaba viendo:
"Creo en los milagros desde que te vi,
en esta noche de tequila boom boom.
Eres tan sexy, eres sexything,
mis ojos te persiguen solo a ti".
Y empecé a recordar como había empezado todo...
Ella no era la típica chica cañón, de esas que atraen todas las miradas masculinas. Más bien todo lo contrario: bajita, de figura no muy esbelta, pero nada exenta de atractivos. Eso sí, tenía algo que enamoraba. Aún no sé si fueron sus ojos grandes y expresivos, su carita guapa, el pelo corto y negro o su perpetua sonrisa, pero algo hizo que me fijase en ella aquella noche de viernes en aquel bar de copas. Todo ocurrió muy rápido, creo recordar. Un empujón involuntario, unas disculpas, una mirada, una breve presentación y... el resto del mundo desapareció, se volatilizó. Tal vez fuese eso que llaman "química" o el tópico flechazo, no lo sé, pero lo cierto es que acabamos en la cama esa misma noche.
Fue sensacional, tengo que reconocerlo. Acabamos saciados de sexo, ya que pasamos juntos todo el fin de semana. Era de esas pocas veces en la vida en la que tienes la sensación de que conectas con alguien como por arte de magia. Y a mí, que hacía mucho que no me tocaban el corazoncito, me resultaba extraño, pero estimulante. Nuestros encuentros se fueron repitiendo, cada vez con más frecuencia sin que eso hiciese disminuir la pasión y el deseo.
Llegué a pensar que la felicidad era algo muy fácil de alcanzar, solo se precisaba de una pizca de suerte. Pero las cosas no iban a ser tan fáciles, claro. Tardé dos meses en enterarme, pero había una tercera persona...
Te veo muy sonriente hoy comentó ella, dándome una palmadita en la rodilla.
Sí, contigo siempre estoy contento, ya lo sabes.
Pero qué cosas me dices siempre... No me canso de escucharlas.
Y yo no me canso de decírtelas. A lo mejor es porque las mereces repliqué, guiñándole un ojo.
Su sonrisa debió reflejarse en mi rostro. Aquellos prolegómenos gestuales, en los que hablábamos sin pensar en lo que decíamos, dónde los gestos traslucían a la perfección los pensamientos, me encantaban. La magia se rompió por un instante, cuando ella cogió el móvil y lo miró durante unos largos segundos. Naturalmente yo sabía por qué lo hacía, pero aún así ella prefirió puntualizar:
Ha quedado en llamarme mi chico, ya sabes que últimamente anda algo mosqueado.
Sí, me lo has dicho respondí sonriendo.
Pues lo siento, de verdad, pero en cuanto llame tendré que irme.
Por supuesto. Ya sabes que te entiendo.
Y era verdad que la entendía. Tantos años con su novio no podían ser una mera casualidad. Puede ser una casualidad acostarse con alguien desconocido una noche, liarse con un compañero o compañera del trabajo o tener una relación de varios meses con alguien como yo. Pero otras cosas no pueden ser meras casualidades, cosas contra las que yo en ese momento no podía competir. Sin embargo yo tenía otros recursos, solo se trataba de dejar de lado los escrúpulos.
Naturalmente su novio empezó a sospechar algo. Las continuas escapadas furtivas que ella y nos traíamos hubiesen hecho recelar a cualquiera. Y eso nos complicaba las cosas. En dos ocasiones aquella chica que ocupaba mis sueños me dijo que lo nuestro no podía continuar. Pero en ambas ocasiones volvió, supongo que porque aún funcionaba la química. Sin embargo hice un frío cálculo: en unos meses más, cuando la pasión y la novedad se hubiesen agotado, todo acabaría.
Pensé durante días sobre ello, pero siempre llegaba a la misma conclusión: en aquel combate desigual yo llevaba las de perder. Y el premio era demasiado bueno para perder, claro. Dicen que el segundo es el mejor de los perdedores y en esos días me di cuenta de la veracidad de dicha afirmación. Toda mi vida había jugado limpio, pero por mi cabeza empezó a rondar la idea de dejar de hacerlo. No había alternativa...
Su mirada me derretía, hasta el punto de sacarme de mis recuerdos. No me lo pensé más, cogí sus hombros y le propiné un enérgico morreo. Por lo general no solía ser tan fogoso, pero en aquel momento me sentía más audaz que nunca. La ocasión perfecta para disfrutar de su cuerpo, pensé. En cuanto vi que ella me devolvía los besos, con su cálida lengua abriéndose paso por mi boca de ese modo tan especial en que ella sabía hacerlo, no dudé.
Me incorporé del sofá, pasé un brazo por debajo de sus rodillas, el otro por su espalda y levanté en vilo su cuerpo, con facilidad. Ella pareció sorprenderse de mi conducta, pero solo por un instante. Se rió, se agarró a mi cuello (sin soltar el móvil) y me besó la mejilla. La llevé en volandas hasta el dormitorio y deposité su cuerpo en la cama. Ella se estiró voluptuosamente, mientras se quitaba los zapatos sin usar las manos, haciéndolos caer sobre la alfombra.
Con estudiada parsimonia estiró uno de sus brazos hacia la mesita y dejó allí el móvil. Con la otra mano me hizo un pícaro gesto para que la acompañase. Me acomodé al lado de ella, en aquella cama tan cómoda que tantas veces me había visto soñar y que era testigo de la mayoría de nuestros encuentros. Un beso bastó para que sintiésemos la necesidad de despojarnos de la ropa. Nos sobraba todo: su blusa, mi camisa, aquel bonito sujetador negro que redondeaba sus pechos de aquella manera...
Hice una pausa cuando ella alargó el cuello hacia la mesita, en una clara intención de ver su teléfono. Esbozó un gesto de sonriente disculpa, instantes antes de que yo agarrase la cintura de sus vaqueros y la atrajese hacia mí. Usando los dientes solté el botón de los mismos y empecé a hacerlos resbalar por sus piernas. Fingió resistirse, a ella siempre le encantaban aquellos tira y afloja. La braguita azul siguió el mismo camino, condenada a convertirse en un montoncito de suave tela en el suelo. Aspiré el aroma de su sexo húmedo y depilado y los recuerdos volvieron a mi mente...
El novio de ella no estaba mosqueado. Simplemente no era tonto. Se había enterado de muchas cosas. Imagino que fue por amigos o porque se dedicó a indagar por su cuenta. Sea como fuere el caso es que a ella no le dijo nada, prefirió dirigirse directamente a mí. Aún a día de hoy no podría asegurar si él era sincero o no, si estaba enamorado o si no lo estaba.
Eso sí, me dejó muy claras las cosas. Aquella chica era su chica y ni yo ni nadie iba a cambiar eso. Ni pude ni intenté rebatir sus argumentos: los años que llevaban juntos, las crisis que habían superado, las infidelidades que se habían perdonado... Contra eso no había réplica posible. Eso sí, no me dejaba otra alternativa...
Sentí en la lengua su sabor ácido e intenso. Recorrí todos y cada uno de los pliegues de su sexo, sin prisa, recreándome en cada movimiento. Ella gemía intensamente, moviendo las caderas al compás de mi lengua. A los dos nos encantaba demorarnos, hacer que el otro desease más, que se quemase de deseo, que sufriese placenteramente un poco más. Tal vez eso formase parte de la química sexual o simplemente fuera que los dos éramos unos morbosos de cuidado.
Acerté a quitarme los pantalones sin dejar de lamer aquel bocado tan tentador. La sensación que tenía era la de un furioso incendio en mi interior. Coloqué mi miembro entre sus labios vaginales y empecé a moverlo allí, rozando su mojado sexo, masturbándolo con cuidado. Estuve unos minutos deslizándome por aquella zona caliente, palpitante, tratando de controlarme para no dar rienda suelta a mis instintos y penetrarla ya.
Pero fue ella quien me lo pidió:
¡Fóllame! ¡Quiero sentir tu polla entrando en mi coño!
Se la metí, lentamente, pero de un solo golpe, como a ella le gustaba. Suspiró al verse invadida, al tiempo que agarraba mis caderas y me atraía sobre sus pechos. Mordí aquellos pezones grandes y duros, mientras bombeaba con lentitud. Ella movía las caderas, acompasándose a mis movimientos, pidiendo más guerra. El remolino de placer y sensaciones nos arrastraba. Nuestra piel ardía, los jadeos se mezclaban. Sus piernas se cruzaban sobre mis riñones, mientras yo trataba de penetrarla más y más profundamente, como si a los dos nos fuera la vida en ello.
La música de Zucchero, desde el salón, llegaba claramente a nuestros oídos, envolviéndonos con su ritmo sensual, cadencioso, enérgico. De nuevo la misma canción, que pareció esperar a que ella se retorciese de placer para decir lo siguiente:
"Y debe haber un caos dentro de ti
para que brote así una estrella que baila.
Infierno y paraíso dentro de ti,
la luna es un sol, mira como brilla".
Nunca en la vida me cansaría de escuchar sus gemidos cuando llegaba al orgasmo. No eran ni muy aparatosos ni muy suaves, ni muy exagerados ni demasiado elegantes. Simplemente ella se dejaba llevar por el placer, de modo totalmente natural. Disfrutaba y eso se notaba. Saqué mi empapado pene de su sexo, lo coloqué entre sus magníficos pechos y lo moví adelante atrás. Ella me ayudó, apretando hacia dentro sus generosos senos. En cuestión de segundos la cabeza me dio vueltas y el placer se apoderó de todo mi cuerpo. Eyaculé sobre su pecho y sobre su cara, viendo la expresión de goloso placer que ella tenía y deleitándome en la imagen de su lengua relamiendo todo lo que quedaba a su alcance.
Sacando fuerzas de no sé dónde cogí unos pañuelos de papel y limpié todo aquello que su lengua no había podido recoger. Después caí derrumbado a su lado, acariciando su cuerpo. Ella aprovechó para coger el móvil y darle una miradita.
No me fue nada difícil encontrar el número de su novio en la agenda del móvil. Le llamé un jueves por la tarde, ya que era evidente que teníamos un asunto pendiente y sería bueno zanjarlo cuanto antes. No se hizo de rogar y a las nueve estaba en mi casa. Pareció sorprendido cuando le dije que él tenía todas las cartas en la mano y que yo no tenía nada, ni siquiera la posibilidad de jugar de farol.
Dijo que lo sentía, pero que las cosas eran así. No obstante me agradecía que yo pusiese fin voluntariamente a algo que, según él, "estaba condenado a acabar tarde o temprano". Su cortesía no podía borrar de su cara la expresión de victoria, mientras yo me mantenía impasible. En fin, esas eran las reglas del juego, no me quedaba más que aceptarlas. Con fingida resignación cogí dos vasos anchos, puse dos piedras de hielo en cada uno y me senté frente él, portando la botella de mi whisky de malta favorito. Vertí una generosa cantidad en cada vaso y bebimos en silencio, ya que nada más nos quedaba por decir. La alternativa ya estaba jugada.
Desperté a una hora indeterminada, sintiendo un cosquilleo más que placentero. Tardé unos segundos en hacerme una composición de lugar. Sí, estaba en mi cama, aún era de día, aunque ya atardecía y estaba acompañado, a juzgar por la boca que situada sobre la punta de mi pene alentaba mi recuperación. Acaricié aquel suave cabello, en un claro gesto de aprobación de lo que ella estaba haciendo, agazapada entre mis piernas. Sobre la cama, a un lado, su móvil. A buen seguro lo habría mirado un ciento de veces mientras yo dormía, pero eso no me importaba. Solo me importaba comprobar el dominio de ella de todas las variantes sexuales. El sexo oral no era una excepción.
Cuando la tuvo bien dura separó las rodillas a ambos lados de mis caderas. Dirigió mi pene hacia su hambriento sexo y se lo fue clavando poco a poco. Sus pechos oscilaron sobre mi cara, lo que aproveché para pellizcar sus ya duros pezones, mientras sentía como su humedad ardiente envolvía mi excitado miembro. Se agarró a mis hombros y empezó a moverse como ella sabía, con esos precisos movimientos de cadera que me volvían loco. Incorporándome un poco busqué su lengua con la mía y ambas vibraron juntas, en un roce frenético. En esta ocasión no hubo tiempo para pausas deliberadas, ni para movimientos estudiados. Los dos parecíamos tener hambre, ganas de devorarnos el uno al otro.
El suave chapoteo de su sexo contra el mío llenaba la habitación, solo interrumpido por jadeos y suspiros profundos. Su cabalgada era cada vez más rápida, más enérgica, más eficaz. Su estallido no se hizo esperar, lo mismo que el mío. Sin sacarla de dentro se aplastó sobre mi pecho, con la respiración acelerada y los corazones de ambos latiendo a ritmo endiablado. Un par de minutos después se dejó caer sobre un lado, con la clara intención de volver a mirar el dichoso móvil. Se encogió de hombros y dijo:
Lo siento, pero es que ayer me dijo que llamaría en cuanto saliese del trabajo.
No te preocupes respondí con las manos colocadas bajo la nuca y mirando al techo.
No sé, imagino que se habrá olvidado... añadió ella, con una ligera mueca de decepción.
Sí, será eso concluí sonriendo.
En el fondo no fue culpa mía. Simplemente era lo único que podía hacer. A fin de cuentas no resultaba tan difícil. Un poco de aquel veneno raro pero fulminante que un amigo había traído de uno de sus viajes a África, una invitación amistosa, unas gotas en el hielo de su vaso... y ya estaba. Ahorraré los detalles. Solo decir que al segundo trago apenas tuvo tiempo a llevarse la mano al cuello, antes de caer rodado al suelo. Estaba muerto y bien muerto. Vivir en un chalet de las afueras facilitaba mucho las cosas, lo mismo que tener una finca tapiada en el pueblo. Allí no entraba nadie, solo yo.
Lo llevaba planificando todo semanas, no habría fallos. Al asesino (eso es lo que era, pero no me arrepentía de serlo) en las películas le pillan siempre, pero a mí no me pasaría. Tampoco es tan difícil hacer desaparecer un cadáver. Me costó estar toda la noche en vela, pero al amanecer estaba de nuevo en mi ciudad, con (aunque pueda parecer extraño) la satisfacción del deber cumplido. No piensen que soy un psicópata, ni un loco, ni nada parecido. Sencillamente... no había otra alternativa.
Nada, veo que me ha dado plantón comentó ella, casi riendo.
Bueno, no diré que lo siento, así te puedes quedar un ratito más conmigo, ¿no?
Sí, claro que sí. Además sabes que me encanta estar contigo, tonto.
Su voz era agradable, cariñosa, incluso sincera. Sus caricias, cálidas. Con la cabeza recostada sobre mi hombro me pareció más hermosa que nunca. Controlando cualquier atisbo de emociones dije:
¿A qué no me prometerías una cosa?
Depende lo que sea...
Que te quedarás conmigo hasta que él te llame.
Claro que sí, te lo prometo, ya sabes que no tengo más compromisos.
Pues te tomo la palabra, no te vayas a arrepentir comenté, como si de un chiste se tratase.
No, te lo he prometido y lo cumpliré.
Eso esperaba yo, que cumpliese su promesa, ya que aquella llamada no iba a llegar nunca. Al fin tenía todas las cosas en el lugar que quería, todos los cabos bien atados. Y eso me proporcionaba una sensación de bienestar, de placidez. De nuevo recordé la letra de aquella canción:
"Seamos fuego en el cielo, llamas en lo oscuro".
Desde luego que nunca pensé que me iba a resultar tan fácil pasarme al lado oscuro. Pero la culpa no era mía, sino de aquella chica fogosa que compartía mi cama.
Hay una cosa que no entiendo... dijo ella de repente.
¿El qué?
Por qué te has liado conmigo. Mejor dicho, por qué sigues conmigo, conociendo mis circunstancias.
Pues es bastante sencillo.
¿Si? preguntó ella, abriendo mucho los ojos.
Sí. No tenía otra alternativa.
No creo que a ella le aclarase mucho mi respuesta, pero eso era lo de menos. Y en cierto modo era verdad que no había otra alternativa a lo que hice...