No fué solamente una cena

De cómo averigüé que mi pareja me ponía los cuernos y la complicidad que surgió de ello.

NO FUE SOLAMENTE UNA CENA

No era la primera vez que Mabel salía con sus amigas a cenar. Llevábamos viviendo juntos quince meses, casi desde que nos conocimos, en una cafetería, y nos caímos bien desde el principio; la encontré divertida y muy atractiva: no era alta, 1,62 según averigüé más adelante, muy proporcionada, cara redonda con ojos pícaros, pechos altos y abundantes, cintura estrecha y caderas y culo perfectos (95, 60, 89). Era elegante, a la vez que se desprendía de ella un cierto aire golfo. Aceptó con naturalidad que, esa primera noche, la besara y ls tocara las tetas y el coño en el portal de su casa; al día siguiente, en el cine, nos masturbamos mutuamente y, al salir del cine fuimos a mi casa y follamos. Descubrí que le gustaba el sexo a más no poder, lo que me pareció de perlas, teniendo en cuenta mi natural morbosidad. A los quince días se trasladó a mi casa.

Ese viernes de primeros de Julio, fue a cenar con sus amigas. Como ya he dicho antes, no era la primera vez. Cuando volvió, eran ya casi las dos, aunque alguna vez había vuelto precedentemente. Me había quedado levantado viendo la tele y leyendo y hasta me había quedado dormido. Entró y vi que llevaba puesto un vestido de tirantes un tanto corto y de escote vertical, enseñando bastante: en realidad no era demasiado atrevido, si bien lo llamativo era ella, se pusiese lo que fuera. Me dio un beso y dijo;

Qué tarde se nos ha hecho, nos hemos puesto a charlar y… - dejó ahí la frase y añadió - bueno, voy al baño .

La noté algo nerviosa, rehuyendo in tanto la mirada. Oí la cisterna y además un grifo que identifiqué como el del bidet. Pasó después hacia la cocina:

Qué cansada estoy

Sentí la puerta de la lavadora. Sumé dos y dos y una sospecha me vino a la cabeza Cuando regresó, me levanté:

Vamos a acostarnos – dije

Nos desnudamos y, mientras se acostaba, me dirigí a la cocina diciendo:

Voy por un vaso de leche fría.

Llené un vaso de leche que saqué del frigorífico. Rápidamente abrí la lavadora y metiendo la mano saqué unas braguitas; estaban empapadas por la entrepierna y la olí: semen, olían a semen.

Sentí, por una parte, disgusto, no tanto por los cuernos como por el miedo a que fuera un síntoma inicial de pérdida; por otra parte, mi natural morbosidad saltó y decidí obrar en consecuencia. La polla empezó a ponérseme tiesa. Con el vaso de leche en la mano me dirigí al dormitorio; cuando entré ya la tenía tiesa.

Mabel, apenas tapada con la sábana, se dio cuenta:

¡Huy!, ¿cómo tienes así la polla?

Tú tienes la culpa por estar tan buenorra. ¿Quieres? – ofrecí alargando el brazo con el vaso de leche

Se incorporó y, tomando el vaso, bebió un lago trago.

Qué buena está tan fresquita.

Y eso que a ti te gusta beberla calentita y a chorro.

Qué poca vergüenza tienes.

Me bebí de un trago lo que quedaba del vaso y, dejándolo en la mesilla, apagué la luz y destapé a Mabel echándome a su lado.

Vamos a ver qué hay por aquí – dije pasando mi brazo izquierdo por debajo de su cuello y acariciando con mi mano derecha sus tetas.

Esta pechuga me pone cachondo..

Aproximé los labios a su teta derecha lamiendo el pezón mientras acariciaba el izquierdo con los dedos. Noté cómo enseguida se ponían tersos y Mabel alargó la mano, me cogió la polla y empezó a pajearme.

Cómo la tienes cabrón, qué buena se te ha puesto.

Es lo menos que se merece una calentorra como tú. Mejores las habrás tenido.

Ya te he dicho que las he tenido hermosas pero que no comparo.

Gimió levemente y añadió:

Sigue así, que me estás poniendo muy caliente; que me gusta

Te gusta que te cojan las tetas ¿eh?.

¡Ah!, ya sabes que sí, sigue, sigue – dijo, ya entre jadeos.

Siguió pajeándome mientras con su mano izquierda se acariciaba el coño. Su jadeo se hizo más intenso, gimiendo ya sin parar.

Cógeme el coño, cabrón, que me voy a correr muy fuerte.

Lo tenía chorreando y le acaricié con todos los dedos.

También te gusta que te cojan el coño ¿verdad?.

Sí, me gusta, - gimió - me gusta mucho – jadeaba ya fuertemente y sus gemidos eran cada vez más fuertes.

Qué gusto me estás dando; así me gusta que menees las pollas, para ponerlas duras y metértelas – la metí dos dedos en el coño en un mete-saca que la hizo aumentar los gemidos.

Normalmente nos decíamos palabras y frases soeces e intencionadas cuando jodíamos para excitarnos, pero en esta ocasión yo quería llegar a un resultado distinto.

¿Te gusta que te la metan, puta?

Sí, cabronazo, me gusta joder.

Vas a joder mucho, ¿verdad?; quiero que te metas muchas pollas.

¿Quieres que joda con otros?

Siempre te he dicho que sí. Quiero que folles y que te corras mucho; me gusta que seas muy puta.

Sigue dándome que me voy a correr.

Quiero que jodas más que hasta ahora, que me pone la polla tiesa, - creí llegado el momento – como hoy, porque hoy has jodido ¿verdad?.

No respondió y, por un momento, pareció que se iba a cortar el polvo.

¿No has visto cómo he venido con la polla? Dime, puta, ¿has echado un buen polvo?

Insistí con los dedos en el coño y, al momento, dio un grito mientras se arqueaba y exclamó retorciéndose:

Sí, he jodido, me han jodido, me han metido la polla. Métemela, métemela tú.

Salté a su entrepierna y le metí la polla, follándola desesperadamente, hasta que cesaron sus gemidos y yo me corrí.

No hablamos más y nos quedamos dormidos abrazados.

Eran más de las nueve cuando desperté. Mabel se estaba duchando; cuando salió del baño se puso la camiseta que usaba en casa en verano: era una camiseta. Habíamos comprado un par de ellas en un mercadillo para mi uso, pero resultaron , por no decir muy grandes, para mí, así que las usaba Mábel como vestido cómodo; eran de tirantes, con gran escote por el que le asomaban las tetas casi hasta los pezones y llegaba la parte inferior a taparla el culo y el coño. A mí me gustaba verla así y, en aras de la frescura, a mí me había confeccionado una pequeña falda envolvente, de algodón, sujeta por un par de automáticos.

Como todos los fines de semana, mientras ella preparaba el desayuno, yo me duchaba y afeitaba.

Desayunamos en la mesita de la cocina conversando sobre la posibilidad de que lloviera por las nubes que había y alguna otra cosa sinsentido. Cuando acabamos, retiramos, como siempre, entre los dos la mesa y, al dejar Mabel las tazas en el fregadero, me puse detrás y, alzando la camiseta, le acaricié el culo. No dijo nada y, cuando le bajé los tirantes de la camiseta dejando al aire sus tetas, se volvió.

Se me habían puesto la polla firme y la faldita estaba estirada. Me miró abajo:

Ya estás

La atraje hacia mí y le agarré las tetas.

Anoche te dije que cuanto más puta seas más se me pondrá la polla tiesa.

Bajó su mano derecha, me cogió la polla a través de la tela y me empezó a pajear.

Vamos a la cama, que quiero follarte como te mereces.

Metiéndonos mano, llegamos a la cama y, quitándonos mutuamente lo que llevábamos puesto, nos tumbamos, besándonos y abrazándonos mientras nos tocábamos todo.

Así me gusta, zorra, que estés siempre con ganas de polla.

Sí, cariño, que me gusta mucho.

¿Me vas a dar una mamada para que se me ponga a tope o, mejor, un sesenta y nueve?

Lo que quieras, cabrón, lo que me pidas te hago.

¿Ayer se la mamaste al que te folló?

Gimió, sin decir nada un momento, pero enseguida:

Un poco, ¡ay!, se la mamé un poco.

¿La tenía buena?

Sí; muy dura

¿Cuántas te has metido?

Seis.

Sus gemidos y jadeos eran ya seguidos y yo tenía la mano mojada con lo que salía del coño. .

¿Habías follado ya con él?

Una vez ¡aaaay!

Quiero verte joder ¿no te gustaría que te viera?

¿De verdad te gustaría verme follar?

Si me gustaría ¿vas a querer hacerlo? Te sentirías muy puta, si lo haces.

Sí – sus gemidos eran ya gritos – seré todo lo puta que quieras .

Y cuando se te haya corrido dentro y tengas el coño lleno de leche, yo te la meteré y te echaré más leche.

Cabrón que me corro, hazme lo que sea.

Me volví, me puse la almohada debajo de la cabeza e hice que se pusiera encima; lamí su coño y se metió ella la polla en la boca, hasta que intentó arquearse, pero yo la tenía bien sujeta, y separando su boca, gritó como una loca, enseguida volvió a meter la polla en la boca, tiró de la piel hacia atrás y me corrí gritando y llamándola puta. Me moví para abrazarla y besarla; tenía los labios y las comisuras llenas de leche.

Menudo chorro me has soltado.

Te lo mereces. Vamos a hacer lo dicho, melocotón ¿eh?.

Bueno, ¿seguro que quieres?

Ya te he dicho que lo estoy deseando. Tú también quieres ¿no?

Sí, me gustaría.

Y quiero que te metas un montón de pollas, pero sin repetirlas más de una o dos veces. Cuantas más pollas mejor follarás.

Me vas a hacer una puta.

Ya que lo dices, ¿no te gustaría probar de puta, cobrando, alguna vez?

Marta ya lo hace.

La acompañas.

Probar no digo que no.

Nos besamos largamente con cariño y, de momento se acaba el capítulo de cómo averigüé que Mábel me había puesto los cuernos. Lo que siguió son otras historias.