No follas por no preguntar
Cuando la has seguido lo suficiente ella te puede premiar con un polvito vanilla, si no se decepciona antes. Pero hay otra forma, tienes un minuto para leer las señales, se abre una ventana del espacio tiempo y no puedes dudar. Después te olvidará igual de rápido
Hacer el amor es mucho lío, hay que presentar el curriculum, y luego defenderlo, dar la talla, hacerse cargo del placer de la otra persona e ir siempre de importante, aciertes o falles. Joder que follón, y aquí nos venos opositando en esta página para ver si hacemos el amor. Pero follar, follar es otra cosa, solo hay que preguntar. Si no follas es porque no te atreves a preguntar. Si no preguntas es porque tienes miedo a que te digan que sí, porque la mitad de las veces es que si, incluso con quien no le caes bien, y esto sí que es curioso, no hace falta ni tan siquiera ser su tipo, y ni mucho menos contarle una película que te vaya a comprometer, o que comprometa a los dos y fije la relación. Solo hace falta el afrodisiaco femenino, las ganas de follar, (aunque ellas le dicen amor, o es que me he debido volver loca), también hace falta que parezca bonito, que se vea que no se la va a jugar nadie y por último algo que les llame la atención para romper el hielo .
Antes de ser serio y tener un futuro sólo tenía mi acento forastero en una España en la que se pensaba todavía que los andaluces éramos bandoleros y los gallegos tocaban la gaita, y con eso y fijarte en las señales era suficiente para follar.
Llegué una hora antes de los equipos de trabajo que mandaban a aquel pueblo de unos diez mil habitantes, traía una nota con el nombre del hotel. Paré el coche en la calle principal, sería media tarde, había una muñeca aburrida en la puerta de una discoteca, esperando que abriera. Tenia una faldita corta, una cinturita de avispa y un top que dejaba el ombligo al aire. No llevaba sujetador y las tetitas respingonas tenían al top en tensión. Perdona, ¿el hotel tal?, si, allí está, y levantó el brazo para señalar por encima de mi cabeza. No lo pensé, le agarré la teta por debajo del top, era crema, nieve en mi mano, la dulzura que casi podía oler, se quedó pasmada, no hacía nada, ni bajaba el brazo ni se movía, me miraba con los ojos como paelleras, y yo sin poner ninguna cara especial, serio, le decía, ¿pero se come bien?, ¿es limpio?, si muy bien, sin bajar el brazo, su teta en mi mano, pues muchas gracias, a ver si nos vemos por ahí, y le suelto la teta, de nada, pues si, a lo mejor.
Después de dejar las cosa en el hotel ya habían abierto la discoteca, no hicieron falta muchas presentaciones, aquel día follamos como descosidos en el parque cercano. Seguimos unos días más, pero la verdad no éramos el uno para el otro.
Una gran ciudad del norte, la tarde se presentaba a copas, no me iba a comer un torrado ni loco, le entro a dos macizas del pub, ni me miran, las mujeres del norte cuando les hablas te miran como a una boñiga seca, pero si son ellas las que preguntan, aunque sea la hora, ya estás tardando en ponerte el condón. Ni me miraron, y de pronto ponen música andaluza en el pub, pues si es mi paisano, me miran con interés, les cuento anécdotas de la infancia de un paisano que no conozco ni de oídas. Resultaron ser dos parejas, las dos chicas con dos camareros, y me invitaron a acompáñales a una ciudad cercana a tomar unas copas en una sala de fiestas. Vale, no hay nada mejor que hacer, la tarde iba a barato, vamos a ver qué pasa. El deportivo tardó nada en hacer los veinte kilómetros, copas y roces. A la hora de vuelta se disculpa un novio, quedamos la maciza, su novio conductor, y la amiga. Se sube la maciza atrás del deportivo de dos puertas, ese era mi sitio, el novio era el conductor, y yo la visita. Me subo atrás, y antes de sentarme tenía la polla como una estaca. No me dijo nada, no miró, ni se insinuó, no hacía falta. Le cogi la mano y se la puse en el paquete, no hubo ningún gesto de apartarse. Me saqué la polla y se puso a chupar. El coche ya no corría tanto, el conductor miraba por el espejo, incluso la amiga, todos estiraban el cuello por el retrovisor, el coche iba depacio, no miraban para atrás directamente, solo por el espejo. Llegando a la puerta de su casa se estaba tragando la leche, nos saludamos cordialmente pero sabíamos que no nos veríamos más.
Una tarde en un pueblo mediano, invito a un café a una morena que está viendo un escaparate. Sentados en el bar aquel nos dimos cuenta que nunca íbamos a congeniar. Dos botellines por delante, y cada cosa que yo le decía ella miraba para otro lado, saludaba a gente, yo no le importaba un pimiento, había entrado a tomarse la cerveza, pero se centraba más en quedar bien con los conocidos del bar. Ni siquiera me miraba a mí. Yo me quería ir también, pero soy un caballero, no puedo salir sin más, necesito liarla y que sea ella la que se vaya. Así que le digo, vivo aquí al lado, ¿quieres venir a mi hotel y te enseño unos pósters que tengo de Cabo de Gata?. Me mira por fin, no habla, un trago de su botellín, coño, está dudando, no es que no, ya ha pasado lo peor. Lo pongo más fácil. Vivo aquí al lado, será un momento. Otro trago, ni que si ni que no. Se pone en pie, sin hablar, y echa a andar. Joder impone . Ni la puedo rozar, ni tocar, ni me mira por el camino. Llegamos a la habitación y busco los pósters en el armario, me vuelvo con ellos y resulta que está en la cama, desnuda con las piernas abiertas, sonriendo. Hostias, esta me lleva ventaja, a tomar por culo los pósters, le meto la cabeza entre las piernas para perder el miedo escénico y se me pone como una piedra. Y efectivamente, si parecía un reto, eso era. A ver quién puede más, me odiaba y me quería fundir, se la metí y no la sacaba ni así me corriera, o se acabara el mundo; girábamos enganchados como perros por debajo de la cama y volvíamos a subir. No sé qué será pero yo ya la he metido y no la saco por si acaso. Efectivamente a las dos horas se despidió de mí amablemente, y durante los dos meses que estuve en su pueblo no me volvió ni a saludar, lo comprendo, no le caía bien, pero que bien follaba la condenada, como una potra salvaje intentando romperme la espalda con el techo .
Era una capital de provincias de tamaño medio, las cuatro de tarde. En España a las cuatro de la tarde en la calle no hay ni indigentes, solo turistas, aunque sean de la ciudad de al lado. Los turistas andan perdidos a esa hora, deambulan despacio sin saber ni a dónde, dudando si volver al hotel o disfrutar de una ciudad fantasma ellos solos. Ella tenía más de cuarenta, yo veinte. Y me la encuentro dudosa mirando las carteleras de un cine. Le entro y me mira como a un marciano, pero no parece haber nadie más en la ciudad, no tiene mucho donde elegir. Entramos juntos a la fila de los mancos y no recuerdo haber visto ni la publicidad, toqueteos y pajas a discreción. Luego follar en mi coche porque a ella le daba vergüenza que la vieran con un niñato en el hotel. Estaba casada y había venido a encontrar su espacio, a darse un tiempo como se dice. Cuando se le podría llamar darse una panzada de follar a ver si veo la luz ya de una vez. Esta ni me quiso dar su nombre, ni falta que hacía.
Un pueblo pequeño, menos de dos mil habitantes. Entré en el ayuntamiento preguntando por el técnico, me mandan a un sótano del mismo edificio, a medio construir, y me siento a esperar sin mucha esperanza de que por allí apareciera ni el alcalde. En estas viene una mujer de mediana edad, madre de familia, de las de niños en la escuela y puchero en el fuego. Se sienta a esperar también. Estamos los dos solos, era una mujer de unos treinta, con la ropa de casa, no esperaría ver a nadie. Noto que en ese semisótano se está poniendo nerviosa conmigo, estamos los dos solos y siento su respiración agitada. Por algún motivo está nerviosa, jadea como si no respirara bien y se escuchan sus suspiros. Es hora de preguntar. Hay que ver lo que tarda, pues si, que vestido más bonito. En ese momento no es cuestión de hablar del currículum, ni trabajo, ni nada por el estilo. Es momento de solo tu, tú y yo, si acaso. Aquí se está fresco, y me siento a su lado, rozando su cadera. No se retira, me mira con la cabeza baja. Se me pone como un témpano de dura. ¿Estás bien?, le cojo la mano, si muy bien, sigue respirando que se ahoga. Acerco mi nariz a su cara, dice suavemente que no, acerco la cara, la boca, me respira en la boca, tiene las manos chorreando de sudor. Me levanto y la llevo de la mano suavemente a la habitación de al lado, también vacía, como todo el edificio. Me la como a besos mientras mis manos bajan sus bragas de ama de casa, con el culito ancho y suave como la manteca, caliente como como una playa del paraíso. Recostada en la mesa se queja suavemente, me restriego la cara en los fluidos de su coño y sigue con sus quejas , me tengo que ir, me están esperando. Por si fuera verdad no me recreo más, se la meto y la dejo que disfrute de su aventura, se le saltan las lagrimas con la cara roja y sonriente y le lleno el coño de leche. No estamos para más viguerías. Salimos de aquel sótano sin esperar más. Pasado todo ni siquiera es necesario volvernos a ver.
Es solo el instinto tan de repente satisfecho que ni siquiera eres capaz de reconocértelo a ti mismo. Sin pensar, sin cortejos ni intercambios de promesas. Es follar porque lo pide el cuerpo sin más. Sólo hay que esperar a las señales y preguntar antes de que pase el instante en que todo se cruza; no hay nada que perder o demostrar, es el instinto para ser feliz un ratito.