No es que no te quiera...
Un cuentecillo con forma de perorata, con cornudo, mujer bien servida, escenas de sexo homosexual, y todas esas cositas que me gustan, ya sabes.
Si no es que no te quiera. Realmente no es tan grave, cariño, no hay por qué dramatizarlo. De hecho, creo que, cuando te acostumbres, incluso te gustará. Por lo menos, me parece coherente con estos últimos días. Con tu rol, quiero decir ¿Es que tú no lo ves?
Mira, recuerdo perfectamente la primera noche, la del club de intercambio, en septiembre ¿Te acuerdas? A la vuelta de vacaciones:
Mientras Lucía y Paco nos contaban sus aventuras en aquella terraza del puerto, me di cuenta de cómo te brillaban los ojos, y estuve segura de que la cosa acabaría en uno de esos sitios. La verdad es que no me sorprendió nada que me lo propusieras, y tengo que confesar que, a mí, cuando me lo dijiste, me puso como una moto.
Bueno, como una moto ya estaba, porque hay que ver lo bien que eliges los momentos tú: boca arriba, con los muslos abiertos y tu polla clavada hasta la garganta, follándome como un animal. Me estabas haciendo ver las estrellas cuando vas y me sueltas:
- ¿No te gustaría ir a uno de esos sitios, putita?
Joder, fue como si me lo vertieras en el cerebro. No necesité más explicaciones. De repente me vi rodeada de desconocidos calientes con sus pollas bien grandes follándome por todas partes, y me corrí como una perra ¿Te acuerdas de eso? Debieron oírme todos los vecinos del bloque, porque acabé chillando a lo zorra zorra.
La verdad es que no era la primera vez que me corría fantaseando con otros hombres con buenas pollas, porque la verdad es que la tuya... Bueno, no es que no me guste, cielo, pero ¿quién no quiere una grande de verdad?
No te voy a negar que al principio me resultó raro lo de estar allí tomándome una copa contigo mientras la gente se enrollaba de aquella manera a nuestro alrededor. Sobre todo porque parecía que todo el mundo se conocía, y nosotros estábamos allí como de plantón, sin conocer a nadie, en aquel sitio donde todo el mundo sabe a lo que se va...
Pero a la segunda copa... A la segunda copa ya estaba yo toda animada. A mi lado había una pareja que me empezaron a calentar. La tía se lo comía a besos, y le meneaba la polla de una manera... Menuda polla tenía el tío. Muy guapo no era, pero...
Ahí yo ya estaba supercaliente. Les miraba por el rabillo del ojo, como disimulando, hasta que la tía me animó a mirar sin vergüenza y me preguntó si no quería probar. Ahí ya fue el acabose: no sé ni como me atreví, pero el caso es que se la agarré al tipo y la muy zorra empezó a comerme la boca. En cinco minutos me tenía con las tetas al aire, y me lamía los pezones que me estaba poniendo a cien. Hasta me cogió la mano y me hizo tocarle el coño.
Yo no había tocado a una mujer ni en sueños, pero me resultó tremendamente excitante la sensación de sentir en los dedos su humedad, y aquella manera de gemirme en la boca ¿Te acuerdas no? Martia, sí Martia. ¡Cómo se contoneaba!
Al cabo de un rato, su marido, José, me tenía a cuatro patas y me follaba mientras yo le comía el coño. Estaba perra perra. Y tú nada. Mira que ella te llamaba con el dedo. Yo creo que estaba loca por comértela, pero tú ni puto caso. Te quedaste allí con la polla como una piedra y cara de palo, mirando como un pasmarote.
Y entonces aparecieron Luna y Curro. ¿Te acuerdas? Ahí fue donde perdí la razón del todo. Luna empezó a morrear a Martia. Mientras, le metía los dedos en plan “te voy a dejar seca”. La otra culeaba que era un puntazo verla. Y yo que ni sabía que se podía una correr tantas veces tan seguidas, que me encontré con otra polla en la boca. Joder. Entre el que me estaba poniendo el coño como una olla a presión, y el que me la clavaba en la garganta que no podía ni respirar, es que uno se me iba y otro se me venía. Cuando me quise dar cuenta, tenía corro alrededor. Las chicas me jaleaban y los chicos me daban con todo lo que tenían. No sé ni como, me encontré cabalgando a uno, comiéndoles las pollas a dos, y con las manos saltando de una en otra. Me salpicaba leche por todas partes. Hasta que, de repente, un empujón en el culo y yo que creía que me iba a partir en dos, pero que no podía parar. Martia me tranquilizaba comiéndome la oreja y susurrándome yo qué sé qué. Que si “vamos, putita, que tú puedes con esto y con más”; que si “venga, demuéstrales quien es la más zorra”. En una de esas, estábamos las dos comiéndonos la misma polla. Ella estaba a cuatro patas, y un negrazo muy grande le reventaba el culo. La muy puta me jadeaba en los morros, y el capullo del otro entre las dos, pasándonoslo de una a otra. Se empezó a correr en mi boca y ella que medio se peleaba conmigo para pillar su parte. Al final, nos corríamos como perras morreándonos y pasándonos la leche de la boca de la una a la boca de la otra.
Ahí ya me vino una que no pude más. Martia gritaba “¡¡¡Asíiii… asíii… córrete asíii, puta!!!” y yo es que, más que correrme, me convulsionaba. Ya no sabía ni quien me estaba follando, pero quien fuera no podía ni sujetarme. Se me venían unos escalofríos que me retorcía en el suelo chillando, y las chicas, alrededor, se las pelaban a los chicos, que se me corrían encima. Medio me desmayé en aquel baño de leche chillando y pidiendo que me lo dieran todo.
Y, cuando me quise dar cuenta, la fiesta andaba por otra parte. Yo ya creía que para mí se había terminado. Solo quedaba Martia a mi lado, que se había encariñado de mí. Parecía que me cuidaba como a una niña, dándome besitos y haciéndome caricias. Pero qué equivocada estaba. Cuando me quise dar cuenta, se había echado a nuestro lado Maurice. Te juro que en mi vida había visto nada igual: tan grande, tan fuerte, tan negro… Me miraba sonriendo mientras ella acariciaba aquella polla monstruosa. Agarrándola, ni siquiera conseguía juntar los dedos, como si tuviera manos de muñeca. Sonreía y aquellos dientes blancos perfectos parecían iluminarla la cara negra.
Y tú con aquellas dos nenas. Yo no andaba como para preocuparme por ti, porque ya me había dado cuenta de que iba a terminar con aquel pedazo de polla clavada y estaba acojonada, pero me llamó la atención. Al principio pensé que estabas tonto, que no te habías dado cuenta, pero enseguida te vi agarrándoselas a las dos por debajo de aquellas falditas cortas como de uniforme escolar. “¡Vaya con el maricón de mi marido!”, pensé, pero me dio igual. Bastante tenía con haber conseguido meterme en la boca aquel pedazo de capullo.
Al cabo de un momentito, apareció Denis, su hermano. Yo estaba tratando de comerle la polla a Maurice con poco éxito. Él me clavaba los dedazos aquellos negros y grandes en el coño, y me tenía encendidita. Vi cómo Martia se la cogía. Tú, por entonces, estabas ya hecho una nenaza, comiéndoles la boca a aquellas dos y meneándoselas. Recuerdo que, en el mismo momento en que Marti me lió para que me echara encima de Denis, te arrodillabas y empezabas a comérselas a las dos al mismo tiempo. Ibas de una a otra como una mariposilla, de flor en flor. La verdad es que me puso todavía más cachonda. No sé por qué, la imagen de mi marido mariconeando mientras yo me clavaba aquel pollón negro me puso perra perra.
Pero no te creas que fue fácil. Martia me animaba. Yo estaba de rodillas, encima de Maurice, que sonreía. Siempre sonreía. No hablaba ni palabra de español, pero sonreía. Me fui bajando muy poco a poco, porque aquello era como empalarse en una estaca. La sentía entrar centímetro a centímetro. Por una parte, me volvía loca la sensación de tener aquella tranca dentro; por otra, parecía que me iba a desgarrar. Me daba miedo. Me fui dejando caer, resoplando como una loca, hasta que la tuve dentro entera. Me dolía, pero estaba muy caliente. Marti me chupaba el culito. Pronto empezó a moverse. Mira que yo no tengo las tetas pequeñas, pero le cabían enteras en aquellas manazas. Martia me chupaba el culito. Yo casi no podía ni hablar. Le veía las intenciones, pero ya no podía hacer nada por evitarlo. Aquel cabrón había empezado a moverse y cada pollazo que me daba era como una revolución. Se me saltaban las lágrimas.
Entonces te vi por el rabillo del ojo: le habías subido la falda a una de las nenas y le clavabas la polla por un lado del tanguita aquel de cuadritos escoceses. Su pollita asomaba por encima. La otra se había sentado en el mostrador, y se la estabas comiendo. Las dos chillaban como auténticas locazas.
Y entonces, la golfa de Martia, me clavó tres dedos en el culo. Creo que chillé como una posesa. Me lo veía venir, y le decía que no, que era muy grande y me iba a destrozar, que me dejara… Pero ya no había nada que hacer. Maurice me estaba follando como un animal. Su pollón entraba y salía de mi coño como Pedro por su casa. Lo sentía arder. Me sujetó con un abrazo de oso sin dejar de follarme mientras me chupaba los pezones como si quisiera ordeñármelos. Yo me corría enterita. Cuando me apuntó aquel rabo entre las nalgas… ¡Madre mía! Entró como una locomotora. Martia lo había lubricado bien con un gel que no se de dónde había salido, así que entrar entraba, pero era como si me partiera en dos. Yo lloraba, gemía, suplicaba, pero me dio igual. Al principio, creo que no me había metido ni la mitad, y ya me estaba bombeando. Parecían sincronizados: Uno entraba y el otro salía. De repente, sentí un empellón, y aquella otra me atravesó entera también. Casi me desmayo. La puta de la Marti, tirada a nuestro lado, despatarrada, se clavaba los dedos en el coño como si quisiera rompérselo. Para mí, todo era un batiburrillo. Se me iba la cabeza. La veía a ella frotándose como una loca, a ti sentado en la pollita de aquella maricona y comiéndosela a la otra, y sentía aquellos dos rabos reventándome por dentro. Me dolía, y me corría sin parar. Cuando reapareció Jose, y empezó a follarme la boca, aquello fue el acabose. Yo no podía ni mamársela. Bastante tenía con respirar. Era él quien me follaba la garganta enchufándomela entera.
¿Sabes? Era terrible. Me moría de dolor y, sin embargo, me daban un placer brutal al mismo tiempo. Vi que, nuevamente, se había formado corro a nuestro alrededor, pero en esa ocasión, tú y tus nenas estabais a nuestro lado. Te habías sentado sobre una de ellas y la otra, empujándote, se había hecho hueco también entre tu piernas. Te follaban las dos el culito, y tu jadeabas como un animal mientras te la meneaban. Todo el mundo nos jaleaba, y comenzaron a turnarse.
Primero fue Jose el que empezó a corrérseme en la boca. Vi que otro de los hombres hacía que tú se la comieras, y tú encantado, hecho un maricón. El traqueteo ya era una locura. Los dos hermanitos me follaban como si quisieran matarme a pollazos. Yo, cuando no tenía una verga en la boca, lloriqueaba ya sin fuerzas para nada. Había empezado a correrme, y aquello era como un orgasmo que subía y bajaba. Como en sueños, sentía las pollas en mi boca, no sé cuántas. Llegaban, me la metían, empujaban hasta el fondo, y sentía su leche pasarme por la garganta. Cuando la sacaban, babeaba y tosía para coger aire hasta que llegaba el siguiente. Las chicas me animaban y me daban palmadas en el culo. Había como un millón de manos sobándome las tetas, y me corría sin parar de tragar leche. Debí beberme como un litro.
Y tú, a mi lado, haciendo lo propio, con la pollita amoratada y dejándote follar por dos mariconas chillonas mientras tragabas y tragabas. Cuando empezaron a correrse los hermanos, fue como dos explosiones de leche al mismo tiempo. Me clavaron las dos hasta el fondo a la vez y me puse a gritar como una perra. Parecía imposible, pero me las clavaron los dos hasta el fondo. Sentía toneladas de lechita estallándome dentro. Me ahogaba. Todavía algunas pollas me salpicaban la cara, y tú gimoteando, corriéndote mientras te chorreaba esperma por el culo. Tenías la cara llena de lefarrones y tu polla palpitaba en el aire y soltaba un chorro tras otro.
Ahí fue cuando medio me desmayé. No recuerdo exactamente como, pero perdí la conciencia y, cuando la recuperé, Marti me tenía en el jacuzzi. La pobrecita me daba cachetitos para reanimarme, y me lavaba con una esponja suave hablando diciendo que si aquellos animales, que si hay que ser más considerado, que si pobre Coque… Cuando me vio reaccionar, se volvió como loca de contenta. Me daba unos besos tremendos, y yo me dejaba hacer sin resistirme. Al final, terminamos abrazadas en el agua, con las piernas entrecruzadas y frotándonos. Nada comparable con lo otro, claro, una cosa tranquila, como de quererse, pero muy excitante.
A ti ya no te encontramos. Como estaba que casi no podía ni andar, Marti y Jose me llevaron a su casa. “No vaya a ser que lleguemos a la tuya y te encuentres a esos tres mariposeando”, me dijo Jose con mucho retintín.
En fin, a lo que vamos, que es que me pongo a acordarme y me voy por los cerros de Úbeda, que le he estado dando vueltas al asunto y contigo… Bueno, como que no. Que es que me da la risa de pensarlo ¿sabes? Además… es que esa pollita tuya… Pues eso, que me da la risa. Vivir juntos sí, sin problemas. Te pasas al otro cuarto y listo, porque yo voy a ver si le acabo de coger la horma al pollón de los franceses una temporada, y luego ya veremos. Tú, si quieres verlo, pues nada, que, cuando vengan, te pasas a mi cuarto y nos miras, que eso de verte hecho un cornudo me pone muy cachonda, pero en mi cama no duermes.
¡Ah, oye! Y, si quedas con las mariconcitas esas tuyas, no te cortes, te las traes a casa y me dais un espectáculo, que eso también me pone. Pero en mi cama… No, en mi cama no duermes.
Por cierto… ¿No te gustaría que Maurice…?