No es otra serie más. [VIII] Un pasado manchado

¡¡ATENCION!! Cóctel de inciesto, pedofilia y sexo no consentido. El relato mas pervertido de la serie hasta ahora. Conociendo un poco el pasado de Rodrigo.

No es otra serie más.

CAPÍTULO VIII. Un pasado manchado de semen

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A Robert desde siempre le han gustado los hombres: aquellas barbas, brazos musculosos, culos portentosos y vergas venosas. A sus 49 años, se sentía en la plenitud de su vida, con unos dotes naturales que había recibido por herencia: ojos marrones, pelo castaño, ciento ochenta y cinco centímetros de altura, blanco y de escaso vello, más otros dotes que se había currado en el gimnasio: unos biceps de escándalo, un culo parado y respingón fuerte como las rocas, unos pectorales firmes y unos abdominales marcados, y siendo su principal atractivo una combinación de ambos dotes que resultó en una verga de veinte centímetros que apenas había cabido en el sin fin de culos con los que había follado a lo largo de toda su vida.

Recostado en una poltrona frente a la portentosa costa de Cádiz, donde había nacido y era considerado el father i like to fuck más atractivo en millas a la redonda, recordaba cuando había sido la última vez que había tenido sexo con una mujer.

Eso lo llevó a pensar en su pasado: la cruz que cargaría toda su vida, a pesar de aquella vida llena de lujos y placeres que llevaba hoy en día, sin duda hubo un tiempo en el que hizo cosas por las que iría al infierno sin remedio, aquello podía recordarlo todos los días.

Recordó el inicio, su etapa de adolescente, iniciándose con las mujeres para luego abandonarlas por algo que le resultó mucho más atractivo: los hombres. En esa etapa de su vida, se había vuelto promiscuo y abierto respecto a su sexualidad. Había probado hombres por docenas: moros, mulatos, sudas, gallegos, franceses, y los originarios de allí. Cumpliendo rol de activo y de pasivo, pero prefiriendo el primero. Había hecho tríos, orgías, e incluido mujeres en alguno de estos ritos inclusive. Llego un punto en el que se encontraba fuera de control, sin duda habría pescado alguna enfermedad si no fuera gracias a su madre.

Una tarde de verano, su madre le reveló una información que había cambiado su vida sin remedio. Su padre, fallecido hace años ya, había dejado un testamento, del cual nunca había oído nada hasta ese día. Éste ponía que el total de la herencia familiar correspondería a Robert (su único hijo) en el momento en el que fuese mayor de edad y se encontrase casado. La suma de tal herencia eran unos cientos de miles de euros que correspondían a unas acciones que su padre había comprado años atrás y que se habían convertido en una importante empresa de España.

A sus 20 años, a Robert no concebía la idea aún de contraer matrimonio. Sin duda, la razón principal era que eso le impediría vivir su vida como hasta ahora. Pero la presión era inimaginable, la situación en el país era difícil, el sueldo de su madre apenas alcanzaba para los gastos. Decidió hacerlo por conveniencia, su atractivo físico le haría fácil encontrarse a alguien y estar el tiempo de matrimonio suficiente como para cobrar la herencia.

Fue en ese entonces cuando conoció a ésta morocha de senos firmes y rostro bondadoso que encajó perfecta en sus planes. Era turista, venía en un viaje de trabajo desde Venezuela. Desde el principio ella se sintió totalmente atraída por él: encantador, de acento marcado, y cuando por primera vez consumieron su atracción mutua, su polla de 20 centímetros que abarcaba cada espacio en su vagina, la hicieron adicta.

Con apenas seis meses de haberse conocido, Robert se lo propuso, y ella aceptó encantada. Había pescado un extranjero adinerado, pensó. Con una boda sencilla, e iniciando su vida de casados en la casa familiar de Robert, empezó la vida de la familia Villa.

En un principio, con incontables sesiones de sexo, Robert sintió que el matrimonio no solo había resultado conveniente sino que sin duda le había sentado de maravilla. Todo esto durante el primer año del matrimonio, hasta que tuvieron que mudarse a Venezuela por el trabajo de ella.

En Caracas, aquella ciudad inmersa en un valle y contaminada en cada uno de sus resquicios, el matrimonio se volvió un fracaso. Ella trabajaba sin descanso todos los días, y llegaba tarde en las noches. Robert, rico, sin trabajo y en la ciudad con los hombres más varoniles del mundo, no pudo evitar caer en la tentación de volver a sus tretas de adolescentes, usar su atractivo físico para follar mientras su mujer se partía el lomo en el trabajo.

Fue cuando empezó ésta a volverse una maniaca de los celos: pidiéndole cuentas a Robert de todo lo que hacía en el día, intentando estar más en la casa para vigilar a su marido, revisando sus conversaciones telefónicas, entre otros. Robert estaba a punto de pedirle el divorcio y regresarse a Cádiz, cuando se supo que ella había quedado encinta. Aquello fue un golpe duro, pensó Robert, tendría a alguien que lo tomaría de modelo de vida, tenía que dejar sus aventuras y concentrarse en hacer que lo de la familia funcionase. No por él, por aquel hijo que tendrían.

A los meses, se supo que era un varón y eso terminó de nacer en Robert aquel instinto de padre y jefe de familia que acabó con cualquier rastro de sus ligues ocasionales. Todas sus atenciones se volcaron en ella y su embarazo: amplió aquella casa de los suburbios, contrató a los mejores médicos del país para que la viesen, compró montones de ropa de marca para la criatura, además de aquello que todo bebé necesita.

El momento del nacimiento por fin llegó, y Robert no pudo estar más que contento, apenas tuvo en brazos al niño se hizo la promesa de que consagraría su vida a su bienestar.

Con una madre ocupada, Robert tuvo que hacerse cargo del niño. Le daba de comer, lo bañaba, vestía, le hacía dormir, le llevaba de paseo por las galerías de Caracas, al cine, a la playa. Pasaron un par de meses en Cadiz con la familia de Robert para que estos pudieran conocer por fin al niño, en España y con su hijo, fue la primera vez en la que éste se encontró feliz, y prometió que encontraría la forma de regresarse de nuevo a su patria.

De vuelta en Caracas, los siguientes años se convirtieron en una rutina: ella en el trabajo, el ocupándose del niño, lo llevaba al jardín de infancia, lo buscaba, se entretenía con el hasta las noches en las que su madre ocupaba su tiempo y él se dedicaba a sus negocios: la manera en que manejaba sus empresas en España. El contacto de Robert y su mujer se hizo efímero: la atracción se esfumó, el sexo solo estaba en el recuerdo, y solo compartían lo único que tenía en común ya, lo mucho que ambos querían a su hijo.

Mientras tanto el niño no hacía más crecer, con ocho años, era bastante alto para su edad, con ojos cafés herencia de su padre, el color más oscuro de su madre, y con pómulos sobresalientes. En gestos, era la viva imagen de Robert. Debido a su proximidad y el hecho de que pasaban todos los días juntos.

Llegó el día en que, estando en la ducha, Rodrigo preguntó:

-       Papi, ¿Y para qué sirve esto? – Sujetándose con ambas manos el pene y el escroto.

-       Para cuando quieras hacerme abuelo, Rodri – Dijo Robert, terminando de quitarle el jabón del cuerpo

-       ¿Y por qué el tuyo es más grande, papi? – Rodrigo había podido fijarse en el vergajo de su padre balanceándose mientras le echaba agua.

-       Te crecerá cuando seas mas grande – Dijo Robert, pasándose la mano imperceptiblemente por el pene.

-       ¿Y las niñas también tienen uno? – Preguntó Rodrigo, saliéndose de la ducha y empapando el piso del baño.

-       No, ellas tienen algo que se llama vagina – Respondió Robert, saliéndose y secando con la toalla a su hijo.

-       ¿Y cómo es? – Lanzó Rodrigo.

-       Es como una pequeña cortada, muy diferente - Dijo Robert, terminando de secarle el pelo.

-       Y que pasa si quiero tener bebés papi, como hago para usar mi pipi – Preguntó Rodrigo, tomándose su pene y registrándolo como si pudiese encontrar un botón en el.

-       Es algo que sabrás a su tiempo, además necesitas a una niña para eso, se necesita de dos personas para hacer bebés, hijo – Respondió Robert, sacando una truza de coches y poniéndosela a Rodrigo para cubrir sus partes.

Mientras se colocaba el boxer, a Robert le sorprendió el interés de su hijo en esos temas, pronto tendría que explicarle que era el sexo, se estaba volviendo todo un hombre.

Los años pasaron como las hojas que caen del roble en otoño, rápido y sin dejar rastro. Robert inscribió a Rodrigo en fútbol sala, y asistir a las practicas y partidos se volvió habitual. Mayra también estaba en esos fines de semana que el trabajo le dejaba disponible para compartir con la familia.

Con doce años, Rodrigo accedió a la liga junior de fútbol de su localidad, fue en la noche de su admisión, cuando éste le hizo la pregunta que hace años que Robert estaba esperando.

Robert estaba cómodo en el sillón viendo televisión, con una franelilla y un calzoncillo puesto, cuando se aparece Rodrigo en boxers azules que apenas le cubrían la verga y el culo, pensó Robert, tendría que ir a comprarle nueva ropa interior a su hijo, no podía seguir usando la de niño, cuando éste se sentó a su lado y le lanzó.

-       Papá, en las prácticas un muchacho ha hablado de cómo se ha hecho una paja pensando en su maestra de historia, yo le he seguido el rollo pero ¿Qué es una paja? –

-       Se refiere a masturbarse Rodri, es algo que hacemos comúnmente los hombres – Dijo Robert con total naturalidad.

-       Yo nunca lo he hecho, ¿De que se trata? – Dijo Rodrigo, asombrado.

-       Verás Rodri, cuando una mujer y un hombre han decidido que quieren tener un bebé, el hombre toma su pipi y lo introduce en la vagina de la mujer, una y otra vez, lo frota, hasta que de la punta del pene sale un líquido llamado semen y eso deja embarazada a la mujer – Anunció Robert.

-       ¿Y a eso se llama masturbarse? – Dijo Rodrigo, aún sin entenderlo bien.

-       No, masturbarse, es lo mismo pero sin la mujer. Es tomar tu pene y frotarlo hasta que te corres, o sea el semen sale por fin – Dijo Robert

-       Pero, si no es para tener hijos, ¿Entonces porque la gente lo hace? – Dijo Rodri, bajándose ligeramente el boxer y mirándose el pene, pensando en si de verdad algo que no fuese orín podría salir de allí.

-       Verás Rodri, es algo que se llama placer. La mayoría de la gente tiene sexo no para tener hijos, sino para alcanzar el placer. Son como cosquillas, que te recorren todo el cuerpo y te sientes muy bien con ellas, y en los hombres pasa cuando eyaculamos, es decir, cuando el semen sale por fin. –

-       ¿Y por qué no lo sabía? ¿No lo puedo hacer? ¿Por qué la gente no habla de eso? – Preguntó Rodri

-       No es algo que se hable con todos Rodri, porque puedes parecer un sádico. Y no, no lo podías hacer, hasta ahora, creo, tienes que haber pasado la pubertad – Dijo Robert

-       ¿Tu lo haces papá? ¿Se hace mucho? –

-       Si Rodri, lo he hecho muchas veces. Es algo normal, sobre todo a tu edad. Apenas pude, lo hacía todos los días. Luego conoces a alguien y dejas de hacerlo, y empiezas con el sexo. ¿Entendiste? – Dijo Robert mirando a Rodrigo.

-       Si papá. –

Rodrigo se subió el boxer, y se dispuso a irse a su habitación, cuando iba a salir, se le ocurrió preguntar

-       Papá, ¿Será que ya puedo hacerlo? –

Robert se dio cuenta entonces: Rodrigo ya era todo un hombre, era alto, con esa piel morena tersa, y bastante definida gracias al fútbol y en su boxer se empezaba a vislumbrar un pene de considerable tamaño.

-       Si Rodri, yo creo que ya puedes – En eso, Rodrigo se acercó de nuevo a su padre, y dijo.

-        ¿Y como se hace? ¡Quiero probar! – Robert dudó, su padre falleció el siendo niño y aprendió a masturbarse por intuición y habiendo escuchado a sus primos de cómo lo hacían, pero luego resopló.

-       A ver Rodri, sácate el guayumbo y ven. – Rodri se sacó el boxer por los pies, y con la polla balanceándose se puso enfrente de su padre –

-       ¿Qué tengo que hacer? – Dijo Rodri, mientras Robert apreciaba el pene de su hijo, tal y como lo pensaba, estaba en proceso de crecimiento, algunos vellos empezaban a asomarse, tanto en los testículos como en la hendidura del culo.

-       Bueno Rodri, toma tus manos y empieza a jalar tu prepucio, el trozo de carne – Rodrigo empezó a subir y bajar su prepucio, una y otra vez, hasta que su pene empezó a cobrar tamaño y ya tenía una erección. –

-       Me orinó papá, me orinó – Decía Rodri, a punto de alcanzar el orgasmo.

-       No hijo, no es orín, tú sigue – Le respondió Robert.

El restó no se hizo esperar, uno, dos y tres trallazos de semen cayeron al piso de la sala de estar mientras Rodrigo resoplaba. Su primer orgasmo, estaba alucinado. Robert esperó un rato, y luego dijo:

-       Hijo, ve y toma el coleto y pásalo por encima del semen, eso se mancha – Un Rodri desnudo fue a buscar el trapo y lo paso por el piso, pensando en aquel maravilloso mundo que había descubierto.

-       Vamos a bañarnos, cochinote – Dijo Robert, y empujándolo en plan broma fue desprendiéndose de la camiseta y el calzoncillo.

-       Papá, ha sido muy rico. Nunca me había sentido así – Dijo Rodri, mientras el agua caía en su cuerpo limpiando el sudor y su padre hacía lo mismo.

-       Rodri pero todo con calma, también debes aprender que tienes que limpiar todo lo que hagas después y bañarte, no te quedes oliendo a lefa – Le decía Robert mientras le pasaba el jabón por el pecho.

Terminaron de bañarse, Robert le explicó a su hijo como limpiar bien el prepucio después de aquello, y ambos se pusieron un boxers para estar en la casa.

En los años posteriores, Robert pasó a ser un observador, veía el crecimiento de su hijo atónito: dejaron de compartir la ducha, se empezó a volver mas reservado con sus cosas, su voz se volvió grave, sus músculos se tornearon y con quince años ya parecía un modelo de revistas.

Robert sabía que la vida sexual de su hijo había continuado después de aquella paja, había recogido sus boxers manchados de semen muchas veces, encontrado revistas con tías en cueros, olido el aire viciado de su habitación en contadas ocasiones, y visto pasearse a un Rodrigo ya musculoso, en cueros, con la polla llena de pelos balanceándose o en slips que apenas cubrían su aparato y enseñaban el glande.

En cuanto a su vida sexual, Robert no había tenido suerte. Con 36 años y a pesar de su dedicación constante al gimnasio y su atractivo físico, no conseguía muchos ligues. Una que otra follada que se pegaba con ejecutivos aparentemente straight de la capital, como para quitarse las ganas. A los que apenas podía ir, por el temor de la ansiedad de Mayra y de que si su hijo descubría que tenía un padre maricón, perdería su amor para siempre.

A los dieciséis, Rodrigo llevó a su primera novia a la casa, era rubia, algo gordita pero encantadora le pareció a Robert, la recibió con cortesía y decidió que esa misma noche hablaría con Rodrigo de métodos anticonceptivos, tenía que hacerlo, pensó. Después de la cena y de lavar los platos, Robert se fue a la habitación de Rodrigo, como era habitual, entró sin tocar, y se encontró a Rodrigo sentado en el escritorio donde tenía su computadora, desnudo, con la polla mirando hacia el techo y babeando líquido preseminal y él absorto en alguna pornografía.

Carraspeó, Rodrigo lo miró y su cara hirvió de vergüenza, tomó su boxer negro del suelo y se cubrió la polla y con respiración acelerada, dijo:

-       ¡PAPÁ! ¡SI PODÍAS HABER TOCADO! –

-       Perdona, Rodri. Me voy, tu continúa y avísame, estaré en la sala. Quiero hablar contigo – Dijo Robert, haciendo ademan de salir de la habitación.

-       No no, disculpa. Es que estaba en medio de una paja y me has dado un susto de muerte. Pensé que eras mamá. Dame un segundo – En eso, retiró el boxer y volvió a su faena, con tan solo tres toques más, Robert pudo ver el semen salir de los conductos de su hijo, y llenar su abdomen marcado, el boxer y parte de la silla.

-       Dame un segundo – Dijo Rodrigo al levantarse, para coger papel higiénico de una bolsa y limpiar con ella sus manos y la silla. En eso, Robert pudo admirar el culo de su hijo, con algunos pelos: unas nalgas paradas y respingonas que venían como la culminación de una espalda ancha y desarrollada.

-       Bueno, ya, dime – Dijo Rodrigo, mientras lanzaba con sus pies el boxer lleno de lefa por debajo de la cama y abría la gaveta que contenía su ropa interior, poniéndose un calzoncillo ancho.

-       Verás Rodri, quería saber si en el liceo te han dado los métodos anticonceptivos y toda esa charla – Dijo Robert sentándose en la cama.

-       Si papá, si te preocupa que tenga sexo sin protección con Martina, puedes relajarte, no quiere tenerlo conmigo – Dijo un Rodrigo triste sentándose a su lado.

-       ¡Ah! Tranquilo hijo, ya llegará el momento –

-       No puedo seguir con las pajas papá, estoy que reviento – Dijo Rodrigo tocándose inconscientemente el pene dentro del calzoncillo.

-       Es normal a tu edad, pero ¿Tienes condones? – Dijo Robert.

-       No, pero te he dicho que no quiere nada conmigo papá. Así que tranquilo –

-       Si pero te voy a comprar de todas maneras, uno nunca sabe –

-       Bueno esta bien, gracias por preocuparte papá. Y disculpa la escena. Te quiero – Le dijo Rodrigo plantándole un beso en la mejilla a Robert.

Robert salió de la habitación pensando en que tendría que pasar por la farmacia urgente: necesitaba comprar 2 cajas de condones, una para Rodrigo, y otra para él. Tenía los guayumbos manchados de lefa por dentro del pantalón, aquella escena lo había puesto malo y tenía que romperle a Gustavo, un comerciante de 29 años que vivía cerca de la casa con el que se había liado varias veces Robert, el culo hasta que le faltaran condones y ganas.

Al final llegó Robert al recuerdo más perturbador y al peor día de su vida hasta la fecha. Fue una tarde calurosa del verano de hace 8 años ya, esa noche se había citado con Gustavo a almorzar en un lujoso restaurant de Caracas para luego ir al hotel vecino y fornicar como animales en celo. Una hora antes del almuerzo, Gustavo lo había llamado y por cuestiones de trabajo había cancelado la cita. Tenían semanas en las que les sucedía eso, y Robert ya andaba por la vida cachondo perdido en esos días.

Había vuelto a su casa a eso de las 3 pm y decidió ponerse a lavar la ropa, paso recogiendo la ropa tirada por toda la casa, y entró al cuarto de Rodrigo. No se encontraba, estaría en el entreno de fútbol, pensó Robert. Recogió sus slips sudados y sus camisetas arrugadas, y fue cuando Robert se dio cuenta de una caja que nunca antes había visto y que se encontraba semioculta debajo de la cama de su hijo.

La abrió y entró en auténtico terror, se sentó en la cama de Rodrigo a contemplar su contenido: una bolsa, en ella, hasta la mitad había lo que Robert sabía sin duda era cocaína, después del pánico, vino la furia. Recordó en todo el dinero que Rodrigo le había estado pidiendo y el ciegamente le había estado dando sin poner objeciones, y no le quedo duda de que ese dinero había usado para comprar la droga que tenía en posesión su hijo.

Estaba furioso, llamó a Rodrigo a su teléfono y le cayó el buzón de voz. Colgó y salió del cuarto de su hijo para sentarse en el sillón hecho una furia. Mínimo lo castigaría un año, solo salir al liceo, ni siquiera le dejaría ir al fútbol. Aparte le iba a dar una tunda con su correa de cuero hasta que sus nalgas estuviesen moradas como la luna. Se sentó a esperarle, las horas pasaron y el pareció caer en un estupor entre todo su dolor, su terror y su enfado contra su hijo y finalmente se quedó dormido.

Se despertó cuando estaba anocheciendo por unos ruidos que venían del cuarto de Rodrigo, y recordó todo. Su cara ardió en llamas y de un empujón abrió la puerta de su hijo. Allí estaba el, sin camiseta y bajándose el short de deporte, descubriendo un boxer negro con azul, parecía ir a bañarse.

-       ¡TU! PEQUEÑA SABANDIJA – Dijo Robert, tomándole de los hombros y con toda su fuerza, levantándole

-       ¡PAPA! ¡QUE TE PASA! SUELTAME – Dijo un Rodrigo asustado, en boxers, suspendido en el aire.

-       ¡LA HE ENCONTRADO RODRIGO! ¡LA COCHINA DROGA! QUE ES LO QUE TE PASA POR LA CABEZA. CUANTO ESFUERZO HE HECHO YO PARA DARTE UNA EDUCACIÓN Y ME SALES CON ESTAS –

-       ¡PAPÁ! TE LO JURO, NO SON MÍAS. SE LAS GUARDO A UN AMIGO. DE VERDAD. – Dijo un Rodrigo, pálido del susto. Su padre lo había descubierto.

-       Y PARA COLMO, ME MIENTES. ¡ESTÁS CASTIGADO RODRIGO! PARA SIEMPRE Y VETE OLVIDANDO DEL FUTBOL Y LAS SALIDAS Y TODO.

-       NO PAPÁ, POR FAVOR. TENGO UNA CARRERA POR DELANTE. NO TE MIENTO. SUELTAME Y HABLAMOS – Pero Robert no cedía en su agarre, al final cedió y lo lanzó a la cama.

Robert no lo pensó, entre la furia, la decepción, el temor, lo cachondo que estaba, se le nubló el entendimiento. Lo siguiente que supo fue que se lanzó encima de su hijo, y dejándole de espaldas con las manos sujetas, le arrancó el boxers dejando su culo expuesto.

Rodrigo pensó en que luego, su padre tomaría su cinturón y como muchas veces había hecho antes, le daría una tunda por lo de las drogas. Pero lo que recibió a cambio, lo dejó atónito. Sin dilatar nada, unos dedos entraron en su esfínter y le hicieron reventar de dolor.

-       ¡AHHHHHHHHHHHHHH! ¡PAPAAAAAAAA! QUE ESTAS HACIENDOOOO – Chillaba un Rodrigo con dos dedos metidos en lo hondo de su culo, aquello era un dolor indescriptible. Su padre lo estaba violando en toda regla.

-       ASÍ APRENDERÁS LO QUE ES EL DOLOR – Le decía un Robert que ya no pensaba y que iba introduciendo otro y otro dedo más en el firme orto de su hijo. Su erección apretaba en sus pantalones.

-       ¡¡PAPAPÁAAAA! PORFAVOR – Mientras gritaba y se estremecía Rodrigo, con tanto dolor en su interior.

Sin ninguna antelación, Robert se bajó la cremallera de su pantalón, se bajo el boxer, y sacó sus veinte centímetros erectos mientras Rodrigo seguía chillando y pataleándose debajo de el. Sin pensar en un condón, tomó su glande en la entrada velluda de su hijo y empezó a introducir su aparato.

Rodrigo lo sintió, como si se le clavara una estaca en el fondo del culo, algo descomunal se estaba introduciendo y recordaba a su padre desnudo y su increíble pene, ahí supo que el ser al que mas quería en el mundo, estaba abusando sexualmente de el. Y su psiquis no pudo mas, se desconectó.

Robert por fin pudo introducir su pene por completo mientras en sus ojos caían lagrimas de decepción y en su interior ardía por el placer que había encontrado con su aparato en ese sitio tan estrecho. Empezó a entrar una y otra vez, mientras que un Rodrigo que ya no pataleaba ni gritaba, gemía en cada una de las embestidas.

Así estuvo, entrando y saliendo, sujetando a su hijo mientras su falo erecto se hundía y volvía a salir de ese mar de placer. Llegó el momento de no retorno, y la lefa espesa empezó a salir de sus conductos para entrar en contacto con las paredes anales de Rodrigo, con un rugido Robert salió del culo de su hijo, se subió los pantalones con la polla aún babeando semen y salió de la habitación.

De todo esto se recordaba Robert en su poltrona en Cadiz mientras lágrimas salían por sus ojos, sabía que su hijo Rodrigo no lo iba a perdonar jamás, pero tenía que volver a Venezuela. Ya habían pasado ocho años, quería volver a verlo.