No entiendo

¿Dos chicos hetero se aman?

No entiendo

1 – Primer encuentro

Pensaba que iba a encontrarme a Damián solo y aburrido cuando llegase al bar. Habíamos quedado a las ocho y ya eran casi las nueve. No; ni estaba harto de esperar ni aburrido ni solo. A su lado había un chico de nuestra edad que no había visto nunca y hablaban entre risas de tal forma, que casi no se apercibieron de que me acercaba a ellos.

  • ¡Ciro! – me tomó Damián por el brazo -; te presento a Luís. Cuando llegué estaba aquí tomando unas copas solo.

  • ¡Encantado, Luís! – le di la mano sorprendido -; creí que iba a encontrarme con el bar solo y que Damián ya se habría ido.

Estuvieron diciéndome algunas cosas sin comentar mi largo retraso, pero al mirar a los ojos de aquel chico y oír su voz, los pensamientos que pasaban por mi cabeza no me dejaban oír lo que decían. Era sorprendente que me hablase de aquella forma; parecía conocerme de toda la vida. Pidió una caña para mí y siguieron hablándome hasta que algunas palabras me sacaron de mi sorpresa.

  • Hemos quedado – dijo Damián – en que, cuando terminemos estas cañas, nos vamos a ir a su casa. Nos parece que la noche está demasiado fría para andar por ahí de bar en bar.

¿A su casa? – me pregunté - ¡Habían hecho los planes antes de que yo llegase! No me importó demasiado, pero aquella decisión me dejó desconcertado y no supe por dónde salir.

  • ¿Por dónde vives, Luís? – pregunté por instinto -; vengo andando.

  • Pues estamos un poco lejos – dijo -; yo he venido en autobús, pero Damián ha traído el coche. Llegaremos pronto

Damián me hizo un gesto rápido que no entendí, se volvió hacia el camarero y pidió la cuenta.

  • ¿De qué te preocupas, Ciro? – preguntó Damián indiferente -; estaremos todo el tiempo que queramos ¡Llevo el coche!

Fue entonces cuando observé que Luís me miraba con curiosidad y entornaba un poco los ojos como preguntándose qué me preocupaba del hecho de irnos a su casa. No aparté la vista y comencé a darme cuenta de que tenía delante a un chico modesto, simpático, siempre sonriente, de ojos chispeantes casi asomando entre su corta melena rubia suavemente rizada y sus labios rojizos y húmedos se apretaron.

  • En el coche llevo bastante cerveza – aclaró Damián -, así que la fiesta está bien organizada.

Con un simple «de acuerdo», cerré aquella extraña conversación. Había quedado con Damián porque los demás se habían ido fuera a pasar aquel largo fin de semana y acabaríamos tomando cerveza en casa de alguien desconocido para mí que me estaba jugando una mala pasada. Sentí el deseo de estar con él en su casa sin Damián. No podía explicármelo.

2 – Una casa modesta

No se podía decir que aquella casa fuese lujosa, pero sí que era demasiado grande para que Luís viviese allí solo. En la parte baja estaba la cocina, el salón, una pequeña salita y un aseo. Arriba había dos dormitorios pequeños y un baño. Luís me mostró su casa orgulloso aunque repetía siempre que era una casa modesta como su dueño. Se la habían dejado sus padres al irse a Suiza y él solo la cuidaba repartiendo el tiempo de su trabajo y el tiempo libre.

En la salita de abajo se preparó la fiesta y los tres decidimos no encender la televisión. Comenzamos a beber y a hablar de todo un poco. No hubo nada especial excepto las miradas de Luís ¿Por qué me miraba así?

  • ¿Sabes que tengo una buena colección de paquetes de tabaco sin esquelas mortuorias? – rió -; Damián las ha visto y le parece increíble. Me las dejó mi padre. Eso para mí tiene más valor que las cajetillas en sí.

Los dos reían ya casi sin fuerzas. Habían bebido más que yo y la cerveza los estaba dejando muy relajados. Pensé inmediatamente en irme; por impulso. Los autobuses dejarían de pasar a las once.

  • ¿Qué dices de irte? – protestó Damián - ¿Ahora que estamos mejor?

  • ¡Vosotros estáis mejor! – respondí algo enfadado

  • ¿Piensas que voy a volver a casa en tu coche con la cerveza que has bebido?

  • Eso se mea – rió -; dentro de un rato estaré sobrio.

  • ¿Quieres ver mi colección de cajetillas, Ciro? – preguntó Luís cambiando el tema - ¡Vas a alucinar!

Se levantó y me tendió la mano. Al salir al pasillo sentí el frío de aquella casa grande y deshabitada y el calor de su mano abrasando la mía.

  • Sube despacio – bajó la voz -; tengo poca luz en las escaleras. Un día, no sé cuándo, tengo que cambiar esas lámparas por unas más potentes ¡Vamos, pasa! – encendió el dormitorio -; las tengo en ese armario.

Vimos aquella colección impresionante de unos objetos que no había visto nunca o, al menos, no recordaba haberlos visto. Su mirada de orgullo por lo que poseía seguía dejándome extasiado, tanto, que no me di cuenta de que no me había soltado la mano.

Al terminar de ver bastantes de aquellas cajetillas volvió a tirar de mí para salir del dormitorio y bajar. Apagó la luz y le seguí hasta la salita.

  • ¿Damián? – preguntó al entrar - ¿Dónde estás?

  • ¡Se ha ido! – me asusté - ¡Es tarde, va borracho y no hay autobuses!

  • ¡Este tío está loco! – hizo un gesto con el dedo -, pero aquí tienes casa suficiente para quedarte. Es modesta, como su dueño, pero no te puedes ir a estas horas andando hasta tan lejos con el frío que cae.

  • ¡No me hables de frío! – le sonreí -; posiblemente no lo habréis notado porque habéis bebido mucho, pero aquí hace frío.

  • ¡Lo siento, Ciro! – le cambió el semblante -; he olvidado que no tengo calentador y debería haber comprado uno.

  • No lo tomes a mal, Luís – me senté confuso -; no he querido decirlo así, pero entiende que me preocupe por Damián ¿Por qué coño desaparece sin decir nada?

  • Te aseguro que no tengo ni puta idea – se asomó al pasillo y a la entrada -, pero si lo conoces bien sabrás que tiene estas reacciones.

  • Sí – lo miré inexpresivo -; sé que tiene estas cosas, pero me deja tirado y te pone en un compromiso.

  • Eso me da igual, Ciro – se acercó al hablarme -; lo que realmente me molesta es que nos ha cortado el rollo ¡Lo siento! Puedes dormir aquí. Mañana desayunaremos y te acompañaré.

  • ¡Qué remedio! – bajé la vista - ¡Me quedaré en este sofá!

  • ¡No, hombre! – rió sonoramente - ¡Aquí hace frío! Vente a dormir arriba.

  • ¡De acuerdo! Es tarde. Hay que dormir

3 – Despiertos

Entre el cansancio, la bebida y el frío, nos metimos en la cama sin quitarnos toda la ropa pero pude sentir las sábanas heladas; como mojadas. Aspiré profunda y sonoramente encogiéndome y disimulé al ver que Luís me miraba.

  • ¡Tápate bien! – dijo -; antes de que entremos en calor estaremos dormidos. Siento no poder ofrecerte algo mejor, pero este tío no nos ha dejado otra salida.

  • ¡Por Dios, Luís! – me sentí incómodo -, no te vayas a sentir tú ahora culpable de esta situación ¡Lo he pasado muy bien! ¡En serio!

  • Me alegro – susurró acomodándose a mi lado - ¡Eso es lo importante! Ahora hay que descansar ¡Buenas noches!

  • ¡Buenas noches!

Creí que me quedaba dormido casi en segundos pero tenía los pies helados y metí mis manos bajo la camisa intentando no tiritar. Luís se volvió en la oscuridad y me habló en voz baja.

  • ¿Tienes frío? ¡Soy un imbécil que se olvida de todo! La mejor forma de entrar en calor es que te pegues a mí… ¡si no te importa!

  • ¡No, en absoluto! – contesté aterido - ¡Me quedaré dormido en un minuto!

Pegué mi cuerpo al suyo y sentí su mano tomar mi brazo y tirar de él para que lo abrazase. No me pareció nada anormal, pero la situación era un poco violenta para mí. Así, abrazado al cuerpo de aquel chico al que acababa de conocer y que por motivos que no entendía me dejaba extasiado, me quedé dormido en unos instantes.

Cuando desperté, hice un gran esfuerzo por no moverme ni abrir los ojos. Luís se había dado la vuelta y estábamos abrazados, pero una de sus manos recorría mi cuerpo con suavidad hacia arriba y hacia abajo. No quise darle importancia al asunto y preferí hacerme el dormido, pero mi cuerpo y mis instintos (no soy de piedra) me jugaron una mala pasada. Al poco tiempo me había empalmado y él se dio cuenta. Fue moviendo sus manos despacio y con mucho cuidado hasta acercarse a mi miembro, comprobar que estaba duro y acariciarlo de una forma tan sensual que me sentí dentro de aquel juego ¿Para qué disimular que estaba dormido? A él le apetecía acariciarme y yo necesitaba acariciarlo. Me moví despacio y puse mis manos sobre su pecho.

No tuve que esperar ni un minuto para sentir sus labios en mi mejilla y estremecerme cuando comenzaron a cercarse a mi boca, pero antes de que él pusiese sus labios sobre los míos, moví mi cara y le ahorré un pequeño trayecto. El beso, al principio superfluo, acabó siendo un beso entre dos tíos; un beso en toda regla. Sin decir palabra alguna y sin abrir los ojos, nuestras manos pasaron de un juego erótico a unas caricias claramente sexuales.

Cuando noté cómo bajaba mis calzoncillos, no esperé a que se bajase los suyos. Se los quité con cuidado y agarré su miembro en un gesto que hacía por primera vez con un chico. Abrí los ojos. Los suyos estaban clavados en los míos sin pestañear. Sonrió, nos besamos otra vez y comenzamos a darnos placer como dos novatos en aquella materia. No podíamos contener nuestros gemidos de placer y parábamos de vez en cuando como intentando hacer aquello más largo, pero acabamos uniendo nuestros cuerpos, ya desnudos, rozándonos con pasión y corriéndonos uno encima del otro.

Se levantó tiritando y fue a por papel. Me limpió con el máximo cuidado y sin dejar de mirarme y de sonreír ¿Y qué otra cosa podía hacer yo?

  • ¡Lo siento, Ciro, lo siento! – susurró - ¡Pensarás que soy un maricón que he hecho esto para que te quedases en casa y

  • ¡Calla! – puse mi dedo en sus labios - ¿No ves que yo también he entrado en el juego? ¡Ha pasado! ¡No hacen falta excusas!

  • ¡Por Dios, Ciro! – dijo muy preocupado - ¡No sé qué he hecho! ¡Pensarás que soy maricón, pero nunca he hecho esto! ¡Por favor, no le digas a nadie lo que ha pasado! ¡Me moriría de vergüenza!

  • Como yo, Luís – acaricié su rostro - ¡Me moriría de vergüenza si alguien se enterase de lo que he hecho! Pero no voy a negarte que me has hecho muy feliz y que no me importaría un carajo hacerlo otra vez ¡Nadie tiene por qué saber nada! ¡Yo no entiendo de estas cosas! No me preguntes, pero… sinceramente, me gustaría que esto pasara más de una vez.

Me miró con extraño y acabó sonriendo disimuladamente.

  • ¡Yo no entiendo!, pero haría esto contigo cuando quieras si guardamos silencio ¡No digas nada!

  • ¡Tú tampoco!