No engañes nunca a tus amantes
Un hombre es víctima de sus dos amantes que se unen para usarlo como objeto sexual
Al principio no me di cuenta, era un hombre afortunado.
Laura acababa de separarse y necesitaba nuevas experiencias. No quería una relación seria pero estaba encantada de tener un lío sexual.
De igual forma, Mónica engañaba a su marido sin ningún remordimiento. Sabía que conmigo podía revivir y disfrutar del sexo como no lo hacía desde tiempo atrás.
Las dos vivían en poblaciones distintas, ambas desconocían la presencia de la otra y todo marchaba viento en popa. Hasta que un fatídico día comprendí que ciertas situaciones idílicas tan sólo puede existir en la imaginación de la gente, no en la realidad.
Las dos eran íntimas amigas, se lo contaban todo y llegaron a la conclusión que compartían al mismo hombre. No tardaron en urdir un plan de venganza para darme una lección y, de paso, disfrutar con quien les estaba haciendo gozar desde hacia varios meses.
— Llegas temprano — Me dijo ella con una sonrisa en el rostro. Me dio un beso y me invitó a pasar.
— Sí, la verdad es que sí, pensaba que antes de ir a cenar tú y yo podríamos pasar un rato… — Y las palabras dejaron de salir de mi boca. Sentada en el sofá del comedor estaba Mónica, con los brazos y las piernas cruzadas, una media sonrisa se le dibujaba en la cara. Era evidente que estaba esperando ese momento.
— Te presento a mi amiga Mónica – Me dijo Laura indiferente. – Somos amigas desde la infancia. Desde pequeñas hemos compartido todo y, por lo que veo, no hemos dejado esa costumbre ni tan si quiera de adultas. – Laura me empujó para que quedara justo en el centro de la habitación. Las piernas se me habían paralizado.
Me giré y pude ver a Laura apoyada en el marco de la puerta, a la expectativa, esperando una reacción mía. Yo les había enseñado a ambas el placer de la dominación en el sexo. Las había convertido en un par de mujeres que gozaban teniendo a los hombres bajo su control; evidentemente, era lo que hacían conmigo. Entonces, pensé, que no era buen momento para tener a las dos conjuradas contra mí, así que decidí marcharme.
Casi sin darme cuenta no di un paso y ya estaba de bruces en el suelo. Mónica se había medio incorporado, me hizo tropezar y caer justo a los pies de Laura, que sin perder un segundo y con sus rodillas inmovilizó mi cabeza sobre la alfombra. Mónica se sentó sobre mi espalda de cara a mis pies y, en pocos segundos, mis zapatos y pantalones habían salido volando. Mientras, aprovechando la confusión, Laura me medio incorporó y me sacó la camiseta.
Me quedé prácticamente desnudo, en bóxers, de cara a ellas, con tanto pánico que descarté la opción de la huida y noté como Laura me cogía de los brazos y Mónica hacía lo mismo con mis tobillos.
En un momento me llevaron en volandas a la cama, me tumbaron allí, repitiendo la operación. Laura se sentó sobre mi pecho y me inmovilizó los brazos con sus fuertes piernas; mi cara quedó parcialmente cubierta bajo su vestido y, el fuerte olor que desprendía me reveló que estaba muy excitada. Con dos trozos de cuerda que ya había preparado ató las muñecas sobre mi cabeza.
Mónica, tras acabar de desnudarme, se encargó de atarme los tobillos a las patas de la cama con un par de pañuelos bien largos. En un momento estaba completamente inmovilizado, desnudo e indefenso.
Las dos se quedaron de pie, observándome, a ambos lados de la cama. Se miraron y con una afirmación de complicidad, se bajaron las braguitas al unísono, dejándolas caer sobre sus zapatos y recogiéndolas con cariño. Laura hizo una bola con las suyas y me las puso en la boca. Con otro pañuelo me amordazó. Mónica buscó la parte más mojada de sus braguitas transparentes —y puedo dar fe que lo estaban—, colocándomelas como un inútil antifaz, a modo de que la parte más olorosa quedara justo frente a mi nariz, único orificio libre para respirar.
Las dos salieron de la habitación riéndose y fueron a la cocina. Desde mi posición podía verlas perfectamente, ya que las puertas estaban frente a frente.
Se sentaron a hablar un buen rato, mirándome por encima del hombro y riéndose constantemente. El silencio dio paso a una serie de caricias entre ambas, besos apasionados y respiraciones agitadas. Se levantaron y se fueron desnudando una a la otra. Se lo estaban montando delante de mí mientras yo no podía tocarme y los flujos de Laura invadían mi paladar y el olor de Mónica me embriagaba, provocándome una erección descomunal.
Tras un buen rato de tocamientos se acercaron las dos cogidas de la mano.
— Una de tus fantasías era hacer un trío, ¿Verdad? Bien, pues ahora tendrás tu trío pero no como te imaginas. Verás cómo nos lo montamos Mónica y yo desde primera fila, sin poder participar y sufriendo por habernos engañado a las dos.
Intenté protestar pero mis gritos quedaron ahogados por sus prendas íntimas.
Laura me las quitó y casi sin tiempo de reacción se sentó sobre mi cara, acomodando su coñito bien mojado sobre mi nariz. Hizo varios movimientos hasta asegurarse que encajaba perfectamente y mi lengua quedaba a punto para trabajar su clítoris. Mónica también se sentó sobre mí y al momento noté su humedad restregarse sobre mi polla bien dura y erecta. Se estaba masturbando con ella. Por los gemidos y los movimientos puede deducir que se estaban besando, tocando y lamiendo. Sentadas sobre mi disfrutaban de cada caricia mutua y del placer que les proporcionaba tenerme atado a su merced.
No tardaron mucho en cambiar de posición. Laura se levantó y dejó su sitio a Mónica que se sentó de cara a mí. Dirigiendo mi rostro a su entrepierna me indicó el camino. Me agarró bien fuerte del pelo y empecé a lamer su clítoris húmedo y excitado. Verla gimiendo, con sus brazos bien tensos y los movimientos pélvicos me volvían loco. Fue entonces cuando noté a Laura introducir mi miembro en su vagina. El calor que sentí fue indescriptible. Inició un movimiento de vaivén apoyándose sobre los hombros de Mónica que la llevó al clímax muy rápido, pero lejos de pararse, siguió dejando que la penetrara hasta que los dos llegamos al mismo tiempo a un orgasmo espectacular. La intensidad del placer que sentí se transmitió a mi lengua que regaló otro orgasmo a Mónica que casi me ahoga entre sus piernas.
Sin tiempo de reacción cambiaron los papeles. Mónica introdujo mi pene en su boca para reanimarlo tras el orgasmo; no le costó ni dos minutos que éste volviera a estar a punto. Se sentó igual que había hecho Laura antes y me cabalgó lentamente pero a un ritmo constante, en aumento a medida que notaba su segundo orgasmo acercándose. Laura puso su pie izquierdo sobre mi pecho, quedando desnuda de cara a mí. Su lasciva y victoriosa mirada me hizo sentir insignificante. Estaba siendo usado literalmente por mis dos amantes como castigo por haberlas usado sin ellas saberlo. Lentamente lo deslizó hasta mi cuello lo que me obligó a estar bien quieto si no quería ahogarme.
Mientras Mónica llegaba a su tan deseado orgasmo, Laura se masturbó frente a mí, mirándome fijamente y gimiendo sin parar cuando el suyo también se hizo realidad.
Mónica se dejó caer a un lado, Laura se tumbó en el otro y yo quedé en medio, recuperando el aliento e intentando asimilar la experiencia.