No encuentro la prueba (Capítulo 8)
Fran sigue buscando la prueba de la infidelidad de Mara. Se consolida la tensión entre los dos.
Capítulo 8
Estuve varios días totalmente alicaído, no tenía ganas de hacer nada, pasaba el mayor número de horas posible en la oficina y luego iba a cualquier sitio a tomarme unas cañas, después a casa a dormir. Las duchas me las daba cuando Mara ya se había ido para su trabajo, pues el baño estaba dentro de nuestro dormitorio de matrimonio.
Si la encontraba al llegar a casa por la noche, la saludaba y me iba a mi dormitorio, eso era todo lo que hablábamos.
No volví a entrar en la aplicación para saber qué pasaba en el entorno de Mara, me daba igual, bueno no del todo, pero no quería que sus quehaceres volvieran a influir en mi vida nunca más. Estaba muy desengañado de ella y del mundo entero. Yo que siempre le había sido fiel, que si una chica me insinuaba lo más mínimo me hacía el sueco, siempre con la amabilidad que me caracteriza. Por mi parte jamás me dirigí a una mujer con intenciones de tener sexo con ella. Ya tenía a mi esposa para disfrutar del mejor sexo, porque de verdad que en la cama era explosiva, pero sobre todo con amor, sexo con amor del bueno, del decente, del que nunca me hizo desearlo en otra mujer.
¿Porqué Mara se dejó tocar por aquel gilipollas en la discoteca? Yo nunca le fallé en nada, ella tampoco hasta hace cuatro meses, de eso estoy seguro, bueno ahora ya no estoy seguro de nada. Pero sobre todo ¿Qué coño pintaba ella en aquel reservado masturbándose por el calentón de ver aquella polla del metro noventa? Eso si no hizo algo más, no, que va, ella ni se desnudó, ya me lo dijo claramente. A Carla no le hecho la culpa aunque fue la que la indujo a pecar, no, porque la pecadora fue mi esposa. Yo no actuaría así en el caso de que me encontrase en las mismas circunstancias. Jamás me iría a un pub para ver en su reservado cómo se folla a una amiga de los dos. Lo de la paja en mi caso es que sería implanteable.
Sebas me acompañó la tarde anterior para intentar darme ánimos, el cabronazo ya sabía lo que pasaba entre Mara y yo, tampoco le pregunté cómo se enteró, ya os dije que con éste no hay secretos que valgan, un día lo fichará la inteligencia USA.
También le pedí por favor que no hurgara más en nuestras vidas, que si algo tenía que pasar que él no tuviera nada que ver.
Los días seguían pasando uno detrás de otro, lo peor era el fin de semana pues en principio no tenía a donde ir. ¿Que tenía todo el derecho a intentar ligar con una chica? Creo que sí, pero en esos momentos era lo último en lo que podía pensar, a mí todas las chicas me atraían igual que lo pudiera hacer una farola.
Una de esas tardes recibí un mensaje de Mara por el jodido Whatsapp, que servía lo mismo para cosas buenas que para las peores perversidades, como las que utilizó Carla para convencer a mi mujer aquella tarde maldita. En fin, tendría que dejar de pensar en lo mismo todo el día, tenía que buscar nuevos horizontes aunque eso fuese muy doloroso para mí.
¿Sería para pedirme que firmáramos el divorcio de una vez, vendiéramos la casa y nos repartiéramos los bienes gananciales en una fría notaría? No me atrevía a entrar a verlo, lo que me hacía falta era otra mala noticia. Pero bueno seguía siendo su esposo y seguía teniendo la obligación de atenderla para lo bueno y lo menos bueno, hasta que se consumase nuestra separación, claro.
Iba a romper el bolsillo de tanto guardarme el móvil después de sacarlo para ver el mensaje. Al final en una de esas pulsé en la notificación y como si de magia se tratase, se abrió la ventana de la aplicación con el mensaje de Mara:
“ Te he dejado preparada la cena. Solo tienes que calentarla ”
Así de escueto, no había más. No se quería hacer perdonar prometiéndome un sexo maravilloso, con entrega total, mamándomela tres horas y follándonos como dos descosidos siete noches seguidas, no, solo era una cena, además que seguro que ella se quedaría encerrada en nuestro dormitorio, ahora el suyo. Yo solo tendría que calentarla y comérmela, así sin más. Que bien.
Me pillaba dirigiéndome a la pizzería donde cenaba algunas noches que otras y no dejé de hacerlo, pero conforme avanzaba parecía que mis piernas tomaban sus propias decisiones, ajenas a las órdenes que recibían desde mi cerebro, flaqueando en aquella andadura cada vez más hasta el punto que se detuvieron. Atormentado por mi indecisión tuve que apoyarme en un poste con la señal de prohibido el paso, ¿Se refería a mí también? ¿Era la señal la que me obligaría a retroceder? No sabía qué hacer.
Tenía los nervios desatados porque no los podía controlar, pensé como tantas veces en esos días atrás que no era un tipo con suerte, que la tuve hasta hacía cuatro meses, justo hasta el momento en que el cabrón succionador del culito de mi mujer, hizo aquel estrago en su culo y en mi vida. La congoja se estaba apoderando de mí como tantas veces y la tendría que volver a vencer como hacía cinco veces al día. No encontraba consuelo y encima esta vez mi esposa, mi Mara, la única mujer desde casi diez años atrás, me estaba gritando que la ayudara a través de una ridícula cena. Esta vez sufrí una derrota total, me brotaron dos lágrimas que no pude retener, me tuve que recordar que yo era Fran, un tío muy fuerte, aquel que siempre se enfrentaba victorioso a las adversidades, que jamás daba un paso atrás, pero por mucho que me arengaba...
¡Lloré! No podía parar de hacerlo, lloré todo lo que había retenido desde esa primera noche que dormí en aquel dormitorio inhóspito, a diez metros de donde dormía la mujer que más quería en el mundo. Quería convencerme que ya había dejado de amarla, que ya no volvería a decirle lo guapa que era, lo mucho que me gustaba su culito, que ya no nos gastaríamos más bromas, que... Le hice caso a la señal, llegué a casa, a nuestra casa todavía, me calenté la cena que me había preparado mi esposa, cené y me acosté a dormir.
A partir de ese día volví a retomar mi rutina de siempre tantos días olvidada. Regresé al gimnasio que había abandonado todos esos días. Me extrañaba que ella no pusiera su ropa del gimnasio en la cesta de ropa sucia, pero ya no controlaba esas cosas, ni me importaban. Coincidíamos poco en la casa, pero tampoco nos ocultábamos el uno del otro. Poco a poco fuimos retomando palabras sueltas entre los dos, pero sin ninguna implicación emocional. Los dos sabíamos que teníamos una conversación pendiente, seguramente la última, aunque ninguno hacía por provocarla. El último fin de semana me preguntó si podíamos ir a la playa y allá que fuimos, si bien, cada uno a sus cosas, sin dirigirnos una palabra innecesaria de más.
Seguían pasando los días y todo seguía igual, no salíamos juntos a ningún lado, solo nos veíamos en la casa, ahora la cena era el momento donde más compartíamos porque solíamos hacerla para los dos.
-Puedes ducharte cuando quieras, solo tienes que decírmelo y me vendré aquí al salón mientras lo haces.
La verdad es que los días de diario no tenía problemas pero los fines de semana sí que tendría que aceptar lo que me ofrecía.
-Te lo diré los fines de semana cuando lo necesite.
Esas eran nuestras conversaciones más prolíficas de un día. Todo se había ido al garete entre nosotros y ya solo quedaba ponernos de acuerdo para llegar a una separación amistosa. No debería ser de otra manera, siempre nos habíamos llevado bien, al menos yo no veía porqué ahora debía ser de otra manera.
Casi un mes después, una mañana se presentó mi cuñado Samu en la oficina con la excusa de invitarme a comer. No podía ignorar que venía para hablar sobre lo que toda la familia ya había detectado, que lo nuestro no marchaba bien y que aquella situación era grave porque duraba demasiado, pero no podía saber en qué términos lo iba a plantear. Él era el dueño de la agencia de viajes donde como he comentado en otras ocasiones, trabajaba mi esposa.
Era la primera vez que íbamos a comer juntos en un día de trabajo, estábamos en mi despacho y quedaba media hora para marcharnos, así que dejé que fuese él quien comenzara a hablar.
-Fran sé, bueno... todos sabemos... me refiero a la familia, ya sabes... que Mara y tú estáis teniendo problemas en vuestra relación, ¿No es cierto?
Asentí con la cabeza, no lo quería interrumpir.
-Verás, a ver como te lo digo... Mara no sabe que he venido a verte ¿Comprendes? -volví a asentir-, pues mira, el caso es que ninguno de nosotros sabe lo que os ha pasado, le hemos preguntado a ella pero se niega a decirnos qué es lo que ocurre, -me dirigió una mirada significativa.
-Samu yo no soy el indicado para daros a conocer los motivos por los que nos encontramos en esta situación, tiene que ser ella la que os lo diga si quiere hacerlo, claro. -Le respondí a su gesto interrogante- Es tu hermana, entiéndelo.
-Sí, sí, si lo entiendo Fran, claro que sí, -el pobre estaba nervioso y quizás preocupado por si yo cortaba la conversación de mala manera- pero el caso es que ella no nos ha comentado nada en ningún momento, hemos sido nosotros los que nos hemos ido dando cuenta de que algo no iba bien. No acudís a las reuniones familiares desde hace algún tiempo, bastante diría yo. Marga está hablando con ella muy a menudo en los últimos días, pero no suelta prenda, solo que es un problema de vosotros dos -aclaro que Marga es su esposa.
-Es así Samu, es un problema que tenemos que solucionar entre los dos, aunque la solución puede que sea la ruptura de nuestro matrimonio -tampoco le iba a ocultar a mi cuñado la deriva de nuestra relación, posiblemente en un corto espacio de tiempo.
-¿Pero qué me dices? ¿Tan mal están las cosas? -su expresión pasó de nervios y preocupación a otra que mostraba una sorpresa total-, Fran ¿La vas a dejar porque hay otra mujer por medio?
El rictus de mi cara junto con el desagrado que mostraba el gesto de mi boca, le respondieron claramente a su última pregunta, pero no a las que se hizo en primer lugar.
-Sí, Samu, las cosas están muy mal y no, no hay otra mujer por medio -terminé de decirle por si antes no lo entendió-, no me preguntes más cuáles son los motivos por favor, ya te dije que le preguntes a ella que por algo es tu hermana.
-Pero Fran, si ella no nos dice nada por mucho que le pregunta mi mujer, lo único que sabemos es que ahora no se habla con Carla y que ha dejado también el gimnasio al que iba con ella.
No me quise enterar de nada de Mara por la aplicación del móvil, pero no pude evitar que me enterase por mi cuñado. Algo sospechaba sobre eso, pero no quise indagar más en sus asuntos desde que se desencadenó la tormenta en nuestro matrimonio.
-No sé qué decirte Samu, si te soy sincero no sé nada de eso. Son decisiones suyas, yo no le he pedido que se alejara de Carla ni que dejara el gimnasio, de éste último solo le había dicho que me hubiera gustado que se apuntara al mío.
A mí también me extrañaba que dejara de hablarse con Carla, lo del gimnasio sería una consecuencia de lo mismo. No tenía mucha lógica que un día hicieran casi un trío con el cabrón del metro noventa y al otro día dejaran de hablarse. Había algo que ignoraba, pero que si no me lo quiso decir ese día, tampoco tenía ganas de que me lo aclarase ahora.
-Pues en el trabajo la he observado y sé que hace grandes esfuerzos por parecer la misma de siempre, pero la conozco y sé que está muy triste Fran, también tiene pérdidas de concentración en sus tareas y eso me preocupa más por ella misma que por el trabajo en sí. Por último la noto más delgada pero de eso sí que te habrás dado cuenta -me dijo muy preocupado por todo lo que le ocurría a Mara.
-Lo siento Samu, no sabes como lo siento, pero no te puedo dar muchas esperanzas de que lo nuestro vaya a mejorar. La cosa está muy jodida. Anda vamos a comer y me cuentas qué te pareció el partido del domingo. -Le dije para ver si cambiaba su gesto de preocupación.
Los siguientes días me interesé algo más por el aspecto exterior que mostraba mi mujer y lo que veía me alertó de que algo no andaba bien en ella, si bien yo mantenía mi rutina de siempre con mi trabajo, el gimnasio, las carreras con los compañeros del mismo, mis ratos de cervezas con Sebas, llevar el coche a lavar mientras Pepe aprovechaba para darme unas charlas filosóficas, en fin lo normal de mi día a día, en el día a día de Mara no veía nada de eso, cuando llegaba a casa ella siempre estaba allí, siempre en el salón o en su dormitorio. En una palabra, no salía a ningún sitio, excepto para las imprescindibles, como el supermercado, echar gasolina y poco más.
¿Que si me afectaba eso? Muchísimo, claro que sí, ojalá todo lo que nos había pasado fuera un mal sueño y yo pudiera abrazar a mi esposa, decirle lo mucho que la quería y charlar con ella hasta provocarle sus “no tienes remedio”, algunas veces hasta justificados. Pero luego estaba mi cabeza llenándose de imágenes de ella con otro otro tío provocándole un moratón en su nalga, que el simpático joputa la tocara y que luego terminara en aquel asqueroso reservado con su amiga y el tocón de antes, entonces volvía a renegar de todo lo renegable.
No podíamos seguir así, teníamos que dar el paso que nos permitiera rehacer nuestras vidas, como ocurría con tantas otras parejas que se veían obligadas a separarse.
-Mara tenemos que hablar -le dije una tarde que por no tener gimnasio y no haber quedado con nadie, nos encontrábamos los dos temprano en casa.
Ella se mantenía en silencio, el libro que tenía en sus manos cayó al suelo estrepitosamente, pues al intentar cogerlo lo único que logró fue que se estrellara con más fuerza. Estaba súper nerviosa y no quería mirarme a la cara. Me habló mientras miraba con mucha atención el daño tan tremendo que le habría hecho al libro.
-Ahora no puedo, mejor dentro de unos días... -me lo dijo tan bajito que si no fuera por mis extraordinarias facultades auditivas, no me habría enterado-, me voy a nuestro dormitorio.
Salió rauda del salón sin poder evitar que yo pudiera entrever sus lágrimas mientras el libro se pegó un nuevo trastazo quedándose abandonado en el suelo.
¡Dios mío! No podía soportar que mi esposa, mi Mara, mi amor, sufriera de esa manera, ¿Qué era lo que nos esperaba después de nuestra separación? ¿Me arrepentiría por no haberla perdonado? ¿Si la perdonaba volvería a serme infiel? ¿Sería capaz de rehacer mi vida con otra mujer?...
Demasiadas preguntas, pero había una que merecía un punto y aparte, esa que nunca me quería plantear aunque la tenía siempre a punto de hacérmela y que hasta se hacía inevitable.
“ ¿Sería capaz de perdonarla? ”
Ahí estaba, tan simple, solo cuatro palabras, pero para mí impactantes, definitivas, sin querer conocer la respuesta que se lograba con solo un monosílabo en el que no quería pensar y mucho menos pronunciar.
A la hora de cenar volvimos a juntarnos en la cocina como todas las noches. Extrañamente ella me mostraba una cara más distendida, más amable. Nada más entrar se dirigió a mí de nuevo.
-Fran, te he dejado preparada la bañera para que te puedas dar un baño mientras yo preparo la cena para los dos. Yo ya lo he hecho y me ha relajado bastante, -todo eso me lo dijo en un buen tono, con la misma amabilidad que mostraba en su faz.
Me quedé un poco cortado en un principio, pero no vi nada de malo en relajarme yo también porque de verdad que lo necesitaba.
-Está bien, en un rato vuelvo -le dije mientras me dirigía hacia la escalera.
-No te preocupes por el tiempo, tendré lista la cena para cuando bajes.
Mientras me metía en esa bendita bañera que en otros momentos tanto me hizo sufrir, no dejaba de pensar que estas últimas palabras en la cocina, eran las más prolíficas desde que nuestra relación entró en bancarrota.
Dos días después cuando abrí la puerta del ropero para coger el traje de ese día, me quedé anonadado al observar que todas mis camisas habían sido planchadas y ordenadas en el mismo. Cogí el primer traje que me pareció y también estaba planchado, revisé el resto de la ropa y toda estaba ordenada, los jerséis bien doblados y colocados en sus cajones. En una palabra era como siempre lo había tenido en el ropero de nuestro dormitorio, lo que pasa que últimamente yo me planchaba la ropa para luego colocarla en este ropero del cuarto de invitados. La verdad es que no había ni punto de comparación.
Los quehaceres de la casa nos la distribuimos desde el primer día que comenzamos a convivir, pero cuando vio como me manejaba con la ropa, hizo unas pequeñas modificaciones en las tareas para que me olvidara de esa y me esforzara en otras. Ese mismo día me deshice de los disfraces de las dos últimas apariencias que compré, no fuera que también le diera por ordenarme el trastero y me los pillara.
Nuestra charla definitiva se iba demorando, más que nada porque los dos nos íbamos sintiendo cómodos en esa nueva situación, ella me facilitaba el día a día en la casa y yo no forzaba la jodida charla, pero es que ninguna, o sea que seguíamos empleando monosílabos y poco más para entendernos.
Su aspecto físico era otra cosa, francamente me preocupaba lo delgada que estaba, había perdido demasiado peso, pero su rostro no presentaba ninguna debilidad, al menos delante de mí.
Una tarde me cité con un abogado que se anunciaba como experto en divorcio, totalmente desconocido para mí que era lo que yo pretendía. Le expliqué mi caso y me aconsejó que intentara arreglar el problema con mi mujer, que si me contara lo que allí se cocía me pondría las manos en la cabeza. Que si ella se mostraba arrepentida como así parecía, que lo sopesara con generosidad y que tratara de recomenzar con ella de nuevo. De todos modos también estaba la posibilidad del divorcio, que si no había hijos por medio todo sería mucho más fácil y que en un corto tiempo estaríamos felizmente separados.
Salí de allí con más dudas que certezas, tendría que hablar ya con Mara, ésto no se podía eternizar.
Al regresar del gimnasio unos días más tarde la encontré echada en el sofá, cosa que me extrañó pues allí es raro que lo hiciera, tanto que ya me preocupó que no se moviera al verme llegar.
-Mara ¿Estás bien? -le pregunté inclinándome sobre ella muy preocupado.
Entreabrió sus ojos para mirarme e intentó incorporarse, pero parecía mareada y no tuvo fuerzas para hacerlo, cayendo de nuevo sobre el sofá como si se hubiera desmayado. Aquello me alertó y enseguida coloqué mi mano en su frente para ver si tenía fiebre, cosa que no ocurría, todo lo contrario estaba más fría de lo normal.
-Mara, Mara, ¿Qué te pasa? Háblame, dime algo por favor -le decía mientras le acariciaba su brazo intentando darle calor-, ¿Quieres un poco de agua?
Haciendo un gran esfuerzo levantó algo más su cabeza para dedicarme una sonrisa que no terminaba de salirle.
-Sí... -fue lo único que pronunció.
En un segundo estaba otra vez a su lado con el vaso de agua, la ayudé a que se incorporara y le dí a beber. Ella quería hacerlo pero el agua se le escapaba por entre los labios, ni siquiera era capaz de tragar. No lo dudé un segundo más y llamé a una ambulancia.
Media hora más tarde estaba en el hospital en la sala de espera de urgencias, inquieto porque alguien me informara de qué le pasaba a mi esposa. Estuve tentado de llamar a su hermano Samu, pero decidí esperar a tener más información.
No tardaron en reclamarme y un celador me llevó ante la doctora que había atendido a Mara. Me presenté diciéndole que era el marido de la enferma y me mandó que me sentara.
-En estos momentos le estamos haciendo unos análisis, pero desde ya le digo que su esposa presenta un cuadro de debilidad corporal, vamos que no está comiendo lo que debe para que me entienda. ¿Sabe algo sobre eso?
-No, que va, ella come al medio día en un restaurante debido a su trabajo. La cena la hacemos los dos en la casa y sí es verdad que solo está comiendo algo de ensalada y poco más, pero vamos, siempre menos que yo que tampoco ceno mucho.
-Pues tiene que hacer que coma más, dentro de un rato tendré los análisis para descartar cualquier otro problema y se podrán marchar. Mientras le hemos puesto una solución por vía intravenosa para que recupere su estado normal.
Me pusieron algo nervioso por la tardanza pero dos horas más tarde salía en una silla de ruedas que conducía el mismo celador que me llevó a la doctora. En cuanto me vio no dejó de sonreírme con los ojos muy brillantes, traía los análisis en la mano. Me agaché para darle dos besos en las mejillas pero ella se abrazó a mi cuello haciendo imposible soltarla de allí. Al final entre el celador y yo mismo conseguimos que se calmara y un taxi nos acercó de nuevo a nuestro domicilio.
Sin dejar de sostenerla por la cintura, la entré en casa y la senté en el sofá.
-Espera aquí que te preparo un caldo de carne calentito. Enseguida vuelvo -le dije y ella no decía nada, solo me miraba sorprendida.
-Espera que te ayude con eso -me decía al tiempo que comenzaba a incorporarse.
-No, no te muevas por favor, sé donde está el sobre y cómo hacerlo. Más tarde si te encuentras con más fuerzas tienes que cenar algo más, ¿Vale?
-Sí Fran, lo que tú digas.
¡Joder! Nunca me aceptaba una idea mía a la primera. Lo normal era discutirla y matizarla con alguna pequeña aportación suya al menos.
Esa noche no podía dormir y me acerqué a ver cómo se encontraba cada dos por tres. En cada una de ellas observaba su respiración y tocaba su frente por si cogía algo de fiebre. Luego me marchaba de nuevo a mi habitación. En alguna de esas ocasiones abría sus ojos mientras la observaba, sobre todo cuando le tocaba la frente.
-Luego llama a tu hermano para decirle lo que ha pasado y que te vas a tomar un par de días para reponerte, que yo estaré a tu lado para acompañarte y cuidarte -le dije cuando ya casi estaba amaneciendo.
-Sí, cie... Fran, después lo llamo.
Durante esa mañana no dejó de recibir llamadas de Marga, su madre, su hermana, a todas las iba parando para que no acudieran a nuestra casa, que no hacía falta porque se encontraba bien. Al final fue Samu el que se presentó a media tarde muy preocupado por la salud de su hermana y seguro que también por lo que ocurría entre nosotros, yo creo que enviado por toda la familia.
La prueba estaba que en cuanto se cercioró que ella estaba bien y que entre nosotros había una cierta conexión favorable, se marchó dándole dos besos en la mejillas a ella y un fuerte abrazo a mí, con palmaditas y todo en mi espalda. Por el rabillo del ojo vi que ella hizo un puchero al vernos abrazados.
A la noche fue ella la que ya no me dejó hacer nada y preparó una buena cena con unas doradas que me hizo comprar esa mañana. Se notaba muchísimo más repuesta. Al punto que me pidió dar un paseo por la urbanización antes de dormir, petición que acepté contento por su pronta recuperación.
Ella caminaba a mi izquierda cogida a mi brazo que mantenía laso, con la mano en el bolsillo del pantalón americano pues no quería sujetarla ya por la cintura, antes de más acercamientos por mi parte tendríamos que hablar más seriamente de todo lo que pasó en los últimos cuatro meses.