No encuentro la prueba (Capítulo 6)

Fran sigue buscando la prueba de la infidelidad de Mara, fue ella infiel en la discoteca?

Capítulo 6

Ella se negaba a que la desvistiera, pero ahora era yo el que debía asumir el mando ante tamañas tropelías, tenía que protegerla de sí misma, se lo había prometido al cura ese de la boda. Hombre lo de la bebida no lo especificó, pero como dice el refrán, a buen entendedor con una charla le basta.

Puse la camisa, su faldita negra ajustada, el sujetador y el tanga a buen recaudo, para mi posterior investigación en busca de pruebas concluyentes. La gente no lo sabe, pero en un proceso de separación, esas evidencias olorosas son muy importantes para el juez.

La ayudé a ponerse en pie para llevarla a la ducha cogida por la cintura. Sí, sí, no creáis que no lo pensé yo también, pero me pareció que no se iba a tomar con buen humor que la metiera en la bañera con agua fría. Tuve que aguantar una risillas y todo.

Ella no paraba de decirme que la tele no se veía bien, que el rúter funcionaba mal y que el aparato del fútbol estaba raro. La muy zorra habría volcado el mueble del televisor.

Con un leve empujoncito hice que entrara en la ducha. Muy dispuesta abrió el grifo y sin más se metió debajo del agua sin esperar a regularla.

-¡Aaaahhhh!... -gritó como desquiciada al tiempo que se quería salir de la ducha pegando saltitos-, ¡Eztá fría!

La pude sujetar antes de que se cargara también la mampara. Yo mismo le tuve que regular el agua dejando mi pijama totalmente empapado.

Escruté todo su cuerpo en busca de algún otro chupetón, pero se ve que el tío del Dior no era el chupeteador del culito de mi esposa. O sea, que ahora se me abrían dos frentes para establecer mis pesquisas. Atención, he dicho dos frentes, no dos en la frente, que algunos solo piensan en lo mismo.

Al parecer la ducha la espabiló bastante, también la vomitera que soltó un rato más tarde. Por fin la pude someter al interrogatorio correspondiente antes que se durmiera.

-¿Qué ha pasado para que vinieras tan tarde de la cena? -le indagué con autoridad, mientras ella cabeceaba sin parar.

-¿Qué cena? Ah, sí... la cena con las chicas, pues eso... ¿Quieres saber lo que comimos?... -me respondía quedándose dormida.

-¿Donde estuviste? -le hice una pregunta corta, de profesional y fácil de responder.

-En la discoteca... ¿Donde iba a estar?... -me soltó, mientras se recostaba en la cama, dándome la espalda definitivamente dormida.

La pillé con la guardia baja por el cansancio y había confesado, por fin tenía unos indicios muy consistentes. Ahí era donde se entregó al tío del perfume Christian Dior, en una discoteca, el sitio perfecto donde una mujer casada puede ponerle los cuernos a su marido.

Inmediatamente me dispuse a analizar toda su ropa. Me llevé la camisa a mi nariz para volverla a olfatear confirmando mi primer pronóstico. La revisé de arriba abajo, pero no había otras señales. El sujetador olía también al famoso perfume masculino.

La falda no mostraba ninguna señal evidente, salvo una mancha que claramente era de un gin-tonic que se habría echado por encima, pero el tanga era otra historia, ahí sí que había un manchurrón ya seco por las horas que habían pasado desde que se depositó. Su procedencia no mostraba ninguna duda, eran unos exagerados flujos producto seguramente de un gran calentón de mi esposa.

Finalizada mi particular y severísima investigación, llegué a la conclusión que mi mujer estuvo la noche anterior con el tío del Dior, restregándose lo suficiente como para dejar su rastro en la camisa de ella y sobre todo en el sujetador, además había conseguido calentarla hasta el punto de que soltó un litro de fluidos en su tanga. Verdaderamente el asunto pintaba mal.

Antes de aventurar más suposiciones tenía que proseguir con mi investigación. De forma cautelosa me apropié del móvil de Mara y me fui con él a la habitación de invitados, no fuera a ser que se despertara y me pillara con él.

Lo primero que aprecié es que tenía varios contactos nuevos, cinco chicas y dos chicos. Excepto un chico, todos los demás los había compartido su amiga Carla a través de mensajes con mi esposa. El último era un tal “Andrés-gim” con el que se había hecho una llamada de un par de segundos y unos mensajes de prueba para probar el Whatsapp.

Tenía cuatro imágenes del restaurante con Carla y sus amigas, también de un chico más o menos de mi edad que debería ser el dueño del mismo, o sea, el novio de Lucía. En una de ellas mi mujer posaba en medio de Carla y éste cabrón que le tenía pasado el brazo por encima del hombro de mi esposa, al tiempo que se miraban muy sonrientes los dos. Las cuatro las había recibido también desde mensajes de otros móviles.

En su galería había tres fotos hechas por su móvil ya en la discoteca, las dos primeras con las amigas y la última brindando con las copas en alto con un tío muy majo por cierto, que la tenía agarrada por la cintura, muy pegados los dos, él muy sonriente y ella algo menos, dando muestras ya de estar algo perjudicada por la bebida.

Según mis extraordinarias dotes de deducción, éste tío tendría que ser el tal Andrés-gim de sus contactos, además seguro que el cabrón que le dejó perfumada la camisa más el sujetador y el tanga para estrujarlo. Encima el tío era alto, seguro que casi de 1,90, pelo moreno con un corte moderno, un aro en una oreja, además de estar algo musculado. Por el nombre con que lo dio de alta seguro que su apellido sería Giménez, otra pista más en el zurrón.

En su bolso no había nada de interés que no fuera lo habitual. Bueno sí, las llaves venían con un nuevo llavero, precisamente con el nombre de la discoteca que yo conocía por haber estado allí con Mara alguna que otra noche, pero que no visitábamos desde hacía algún tiempo.

Le di permiso a mi intelecto para que digiriera esa cantidad de información, a ver si podía ordenarme todas estas piezas y marcarme la ruta a seguir, porque la verdad es que estaba hecho un lío.

También lo podría hablar con mi amigo Sebas, pero es que el cabrón éste estaba súper enamorado del culito de mi mujer. Lo que hacía falta era que le diera pistas para que encima intentara ponerse el primero de la cola, aprovechando las facilidades que daba Mara en los últimos tiempos. La cosa es que él sí que me puede ayudar en la investigación, porque es un fuera de serie en tecnología, tanto, que es el jefe de seguridad informática de la empresa más importante de nuestra ciudad. De todos modos lo dejaría para más adelante si me atasco un poco en la investigación, cosa poco probable.

Estaba agotado porque todavía estaba convaleciente de mi grave enfermedad, de las vicisitudes que me ocurrieron durante ese día, de las últimas pesquisas y de que eran las tres de la madrugada, así que fue meterme en la cama y quedarme como un pajarito.

Cuando desperté Mara ya no estaba en la cama. Lo primero que hice fue comprobar que eran las diez de la mañana. En el salón me encontré la tele en el suelo, pero de pie y arrimada al mueble, el rúter tenía las luces parpadeando como siempre aunque una de las dos antenas estaba a su lado, al parecer partida. El decodificador de los canales de la tele estaba desenchufado junto al rúter.

En media hora ya estaba dispuesto para ir a la oficina, pero antes le eché un vistazo a los otros dos disfraces que todavía no había utilizado. Al final decidí echar los tres al contenedor de ropa usada. No os voy a contar cómo eran estos últimos, solo os diré que el de macarra era el más elegante de los tres.

Mis dos empleados me recibieron muy contentos por mi recuperación, se ve que me habían echado de menos. Quería llamar a Mara para preguntarle cómo se encontraba, que viera que yo sí me preocupaba por ella, pero seguro que estaría deprimida y con ganas de que la perdonase después del espectáculo que me dio la noche anterior. Preferí darle algo más de tiempo para que se calmara, la llamaría después de comer.

Pero fue ella la que me llamó aquella tarde, justo cuando yo estaba pensando en hacerlo.

-Hola Mara ¿Cómo estás? -Le saludé sin ningún apelativo cariñoso. Tenía que saber que había líneas rojas que no se podían atravesar y ella llevaba dos en los últimos meses.

-Fran te llamo para que sepas que me he apuntado al gimnasio. Me iré directamente desde aquí. Luego nos vemos, te dejo porque tengo mucho trabajo. Adiós.

Pues no parecía muy decaída, la verdad. ¿Qué era eso de ir al gimnasio? Me lo suelta así de pronto sin comentarlo siquiera conmigo, yo, que llevaba ocho años para que fuésemos juntos, hombre a ella no la iba a asfixiar en una carrera, en fin, en un rato nos veríamos allí. Le enseñaría todos los artilugios del mismo. En poco tiempo me agradecería su mejor estado de forma.

Nada más llegar al gimnasio hablé con mi monitor para advertirle que esa tarde vendría mi esposa por primera vez. Me dijo que sin problemas, que empezaría con ejercicios muy básicos y ya luego los iría cambiando a medida que él viera sus progresos. La verdad es que me sentía casi eufórico por compartir esas horas de gimnasio con ella. Casi se me había olvidado lo de la discoteca.

Era raro, ya tendría que haber llegado hacía media hora, pero bueno, igual se estaba comprando alguna ropa apropiada para el gimnasio. Lo mismo tardaba una hora más.

Pero pasó esa hora y tampoco apareció por allí, lo que significaba que ya se había arrepentido. En los vestuarios miré los mensajes de mi móvil para ver la razón que me daba por su ausencia, pero no tenía ninguno, así que le pedí disculpas al monitor y me marché a casa, a ver qué me decía Mara.

Pero su coche no estaba en el parking, pues sí que tardaba en comprarse la ropa para el gimnasio. Al final llegó casi a las nueve de la noche. Venía con un pedazo de bolsa de deportes, lo cual, me daba la razón que había estado haciendo esas compras.

-Hola Fran -me saludó algo alicaída, como si estuviera muy cansada, hombre estar de compras más de tres horas cansa mucho, pero tanto...-, vengo echa polvo -me decía subiendo al dormitorio.

-Hola Mara, -le dije yo a la barandilla porque cuando reaccioné ya estaba arriba.

Diez minutos después se unía a mí en la cocina donde estaba preparando una cena para los dos.

-¡Qué paliza me han dado en el gimnasio! -me dijo nada más entrar-, mañana estaré llena de agujetas.

La botella de vinagre se me escapó de las manos y se estrelló en el suelo haciéndose añicos. Intenté atraparla con la otra mano pero lo único que logré fue clavarme el tenedor en el antebrazo. Menos mal que fue poca cosa.

-¿Pero qué dices? Si te he estado esperando toda la tarde y no te he visto, -le dije anonadado mientras con un par de servilletas me tapaba la herida.

Ella se preocupó más del suelo que de mí, porque enseguida cogió la escoba y la fregona para retirar los cristales y el vinagre del suelo.

-¿No te lo dije? -me he apuntado al gimnasio donde va Carla, el de su amigo Andrés.

¡Flash! Eso es lo que mi cerebro al que siempre tengo en estado de alerta, me sacudió como si de un latigazo mental se tratara. El cabronazo de Andrés-gim no era Andrés Giménez, no, era Andrés gimnasio. Con lo fácil que me lo puso y si no me lo aclara ella ni me entero. Osea, que ese tío que ayer puso a mi esposa cachonda y la impregnó de perfume de medio cuerpo para arriba, además era el que consiguió que mi mujer se apuntara a su gimnasio en una sola noche de juerga. ¿O eran dos? Porque tiene muchas papeletas para ser también el chupador del culito de mi esposa.

-Mara -le dije la mar de serio-, tenemos que hablar.

Me miró con la misma preocupación que cuando me dispongo a contarle lo bien que jugó nuestro equipo el fin de semana. Hasta hizo un amago de poner los ojos en blanco, pero al ver mi rostro impenetrable, abortó el gesto y me miró con suma atención.

-Pues tú dirás, pero ten mucho cuidado no te vayas a clavar ahora el cuchillo -me dijo para gastarme una broma, pero era raro porque no se reía.

No dijimos nada más y terminamos de cenar, luego nos fuimos al salón donde inicié el interrogatorio.

-No me voy a andar por las ramas -empecé diciéndole para llamar más aún su atención, a pesar que ya me miraba muy seria y un pelín retadora-, lo que hiciste anoche merece que me des una explicación.

-¿No puede ser mañana? -me respondió-, estoy muy cansada del gimnasio, ya te lo he dicho.

-No, Mara, no, entiendo que tengo derecho a saber lo que pasó sin más demora, soy tu marido y necesito que me cuentes lo que pasó.

-Si no pasó nada, lo mejor de todo fue lo del tío ese que te conté, -me dijo iniciando una carcajada que no paraba, hasta se sujetaba el vientre-, tenías que haberlo visto.

Aquello me bloqueó bastante porque me parecía que había ocurrido hacía tres años, pero la cabrona se lo pasaba pipa y me lo reubicó de nuevo en el presente.

-Sabes que no es de eso de lo que quiero que me hables, -le regañé, esperando que parara de reír-, háblame de porqué fuiste a la discoteca y qué ocurrió allí para que llegaras de esa manera.

-Es que no pensábamos ir, pero luego las demás chicas decidieron hacerlo y Carla me convenció para tomar un refresco antes de irnos a casa.

No quise interrumpirla y le hice un gesto para que siguiera relatándome lo sucedido.

-Y luego, pues nada, eso, que nos tomamos un primer pelotazo y luego creo que otro o cuatro, es que no lo recuerdo muy bien. Al salir no podía conducir, pero me trajo Andrés el chico del gimnasio.

-Ese que olía tan bien ¿No? -le aclaré por si estaba difusa.

-Siii... llevaba el mismo perfume que te regalé hace tiempo.

-Sí, ese mismo, lo sé porque lo traías impregnado en tu sujetador -le señalé la prenda más significativa.

Me miró primero con sorpresa, luego con altanería intentando disimular su turbación.

-No sé, seguro que se impregnó al bailar con él, ese perfume es muy fuerte.

-¿Y a ese tal Andrés lo conocías de antes? -continué impertérrito sin doblegarme a las excusas banales de mi esposa.

-No, que va, me lo presentó Carla en la disco, es un chico muy majo, -me dijo cogiendo su móvil-, mira éste es, -me decía mientras me mostraba la foto en la que brindaba con él, la misma que me pasé al mío la noche anterior.

-Muy guapo ¿te gusta? -le pregunté.

-Hombre Fran, a qué mujer no le gusta un espécimen como ese, además no veas lo simpático que es.

-¿Tanto como para hacer que se te mojaran las bragas? -aquí ya fui por la tremenda-, porque tu tanga venía empapado.

-¿Pero qué tonterías estás diciendo? -me dijo muy enojada. La puñetera moría atacando.

-Lo que te digo, lo pude comprobar cuando te desnudé para meterte en la ducha. Tu ropa de ayer está toda en el cesto de la ropa, lo podemos comprobar si quieres.

Ahora sí la noté algo más nerviosa, ella sabía que yo tenía un don natural capaz de deducir cosas increíbles partiendo de un mínimo detalle.

-Cuando quieras Fran, porque eso era un escape de pis que no pude aguantar de tanto reírme, cuando le conté a Andrés la anécdota del pobre hombre ese.

Guardé un silencio prudente esperando que esta vez no volviera a reír. Reconozco que con esa apariencia no estuve muy acertado, pero no era para tanto, que llevaba dos días riéndose, joder.

De todos modos no terminaba de creerme que aquello era pis, como estrategia evasiva no estaba mal planteado, pero a mí no me engañaba y a mi olfato infalible tampoco.

-Espera que lo traigo y lo vemos -le dije mientras ya iba a por la prenda.

En un momento estaba de vuelta con el tanga en la mano poniéndolo en las suyas para que lo comprobara.

-Míralo tú misma y dime si es pis -le dije.

Casi ni lo miró porque sabía que yo tenía razón en que aquello era otro tipo de fluido, nada que ver con un pis.

-No sé, pero está claro que no es pis -confesó por fin la infiel-, estaba algo mareada cuando bailaba con Andrés algunos bailes lentos, igual me puse un poco cachonda. Pero no hubo nada más.

-Mara, yo creo que sí hubo algo más, la cantidad de flujo en el tanga no es de un breve calentón.

-En el coche no pasó nada -me dijo de sopetón- Solo hablábamos de todo porque es muy simpático. También de sexo pero fue en broma, porque yo le decía que seguro que tenía muchas chicas a su alrededor y él se reía contándome anécdotas que le habían pasado con ellas.

Fue un gran paso, pero tenía que apretarle un poco más las tuercas, una simple charla no podía ser lo que había provocado el manchurrón en su tanga.

-Te imagino sentada a su lado con esa falda negra ceñida a tus muslos y girada hacia él. No creo que ese hombre se pudiera resistir a tocarte ¿Verdad?.

Su miraba era un poema, parecía como si quisiera confesarse y tranquilizar su conciencia. Ella nunca me había sido infiel, o quizás una sola vez si lo del chupetón en su culito fue algo más, pero yo era su marido y si lo confesaba todo, aquello podría tener consecuencias.

-Solo me acarició las piernas y de vez en cuando la mejilla hasta los hombros, lo hacía como si no tuviera importancia mientras seguíamos hablando de lo que fuera. Pero yo le iba apartando las manos. Tocón sí que es, no te lo voy a negar, pero ya te digo que de ahí no pasó.

-¿Tú no hacías nada? Porque tu calentón no era solo porque te acariciara las piernas.

-No, pero sí que pude comprobar que estaba excitado y no me lo ocultó. Eso sí que me excitó, no te lo voy a negar pero ya te digo que no hicimos nada más y tampoco pienso repetir nada de lo que pasó anoche.

-¿Cuando te tocó los hombros llegó a tus tetas? Porque el sujetador huele a su perfume que tira para atrás.

Otra vez se hizo un silencio culpable.

-Eso fue durante el baile, -me lo dijo y se volvió a callar.

-Explícame eso por favor.

-¿Te vas a enfadar? Yo no hacía nada, te lo juro.

-Vale cuéntamelo, no me voy a enfadar.

-Yo bailaba primero con todas las chicas, lo pasábamos muy bien riéndonos muchos, te puedes imaginar. Luego apareció Andrés y Carla me lo presentó, a partir de ahí ya no se despegó de nosotras, ahí fue donde me pasé de copas. Luego me sacó a bailar unos lentos, al principio bien, pero luego se iba pegando sin dejar de acariciarme la espalda con una mano, mientras la otra cogía la mía alzada sobre su hombro, de vez en cuando me hablaba al oído porque el volumen era muy alto, en esos momentos aprovechaba para poner su mano junto con la mía encima de mi pecho. Fran yo estaba muy mareada y me encontraba muy bien, con ganas de que él me tocara. Me desabrochó un botón de la camisa, luego me tocó los pechos con la yema de sus dedos. Cuando su otra mano me sobó el culo, me aparté y ya no bailé más con él.

-Estaría excitado también.

-Sí, mucho, lo tuve pegado a mi vientre todo el tiempo.

-¿Porqué consentiste que te trajera él?

-Porque a Carla se la llevaron Lucía y su novio que llegó más tarde. Yo les dije que iba a coger un taxi, pero Andrés se ofreció y no vi nada malo en eso.

-¿No hubo nada más, ahí se quedó todo? -le volví a preguntar con más miedo que vergüenza.

Ella me decía que no con la cabeza, luego dudó.

-Para que no me deje nada en el tintero, cuando nos despedimos nos dimos dos besos en las mejillas, pero él trató que el segundo fuera en la boca y consiguió rozarme al echarme hacia atrás. Él soltó una carcajada, ya te digo que es muy simpático.

-Sí muy simpático y muy cabrón sabiendo que eras una mujer casada y que estabas muy bebida.

-Yo creo que eso a éste le da exactamente igual.

De esa noche poco me quedaba por sacar, ¿Me habría dicho la verdad? Creo que no, que había algo que no se atrevió a contarme. Francamente no creo que esa noche echaran un polvo, no lo descarto porque era indetectable si lo hubiera hecho con preservativo, pero tenía el pálpito que no lo hizo y yo me fío mucho de mi pálpito.

-Está bien, ahora quiero que me aclares lo del gimnasio. Llevo un montón de años diciéndote que te apuntes al mío, de pronto ayer me dices que vas a ir y me quedé esperándote más de dos horas. Llegas a las 9 de la noche a casa y me dices que has ido al gimnasio de Andrés. ¿Me lo puedes explicar? -le dije ya un poco cabreado, enardecido con mi propio razonamiento.

Parecía que se había quedado muda, seguro que estaba pensando en cómo se iba a disculpar. La conozco muy bien, hasta reconocí que estaba pasando por un mal trago.

-Yo no te dije que iba a ir a tu gimnasio -me espetó con la cara avinagrada, seguro que influida por el que recogió en la cocina-, fui al de Carla porque así estaba más rato con mi amiga.

-¿El de Carla o el de Andrés? -le dije para hacerle ver que había dos interesados, Carla por su amistad y Andrés por cepillársela en el potro.

-¿Qué más da? Sabes que con mi amiga trabajaré más fácilmente en los aparatos que más nos convienen a las chicas, aparte que será más divertido.

-¿Cuando te compraste todo ese equipamiento que has traído? -quise saber porque naturalmente no fue esta tarde.

-En el centro comercial, ahí fue donde Carla me convenció y de camino me ayudó con la compra. Estoy muerta, ¿Más preguntas o me acuesto ya? -me respondió un poco borde.

Pero yo tenía que hacerla saber cual era mi veredicto después de tanta charla.

-Mara no me gusta que estés en ese gimnasio con tu nuevo amigo Andrés, un tío que va a ir detrás de ti en cuanto tenga la más mínima oportunidad. Quisiera que te cambiaras al mío, allí también nos lo vamos a pasar genial los dos. -le dije algo más distendido para relajar el ambiente.

-Pero si Andrés no está casi nunca en el gimnasio. Mira hoy estaba de viaje -menuda familiaridad con el cabronazo ese-, además no le voy a hacer el feo a mi amiga.

-¿Qué no le vas a hacer el feo a tu amiga? Y a mí que llevo veinte años pidiéndotelo ¿Qué? ¿A mí no me haces el feo? -le dije algo en un tono bajo, como suelo hacer cuando me siento contrariado, eso me lo enseñó mi amigo Pepe, el que me repara el coche, que es todo un filósofo.

-Pero contigo paso más tiempo que con ella, -me respondió justificando una disculpa-, en algunas ocasiones más de la cuenta.

Pues vaya disculpa me estaba dando. Esto me confirmaba claramente que su objetivo era un tío con quince centímetros más que yo. Ni Carla ni leches, aquello era una petición de desahucio.

-Si es porque estás harta de mí, lo hablamos también cuando quieras -reventé por los cuatro costados-, nunca he querido ser ni seré una carga para ti.

Se le cayeron todos los palos del sombrajo, ni por asomo pensó en mi determinación a facilitarle una separación amistosa.

Cuando esperaba una respuesta más agria aún, lo que hizo fue sentarse en mi regazo, pasar sus brazos por mi cuello y darme un beso en la boca de lo más cariñoso.

-Anda que vaya tonterías que se te ocurren, jamás serás una carga para mí -me dijo con ojos llorosos-, te juro que si veo algún intento de tonteo por parte de Andrés, me cambio al tuyo al otro día.

Y dale con el metro noventa de las narices, ahora que me estaba derritiendo va y me lo nombra otra vez.

-Está bien, vámonos a dormir que me parece que los dos estamos cansados -la verdad es que mi intelecto y mi cuerpo necesitaban un descanso de una semana.