No encuentro la prueba (Capítulo 5)

Fran sigue buscando la prueba de la infidelidad de Mara, ella sale con su amiga por segundo día consecutivo.

Capítulo 5

Mi esposa se presentó aquella tarde dos horas antes en la casa, muy preocupada por mi estado de salud.

-¿Cómo sigues? -me dijo al entrar y verme sentado en el sofá del salón.

-Estoy mejor, pero no me beses que te vaya a pegar el catarro -la intenté proteger, pero ella ya subía la escalera para ir a cambiarse. Entonces encendí la tele para que viera que yo también estaba a mis cosas.

Bajó media hora más tarde, muy arreglada y algo maquillada para alegrarme la tarde. Estaba muy guapa, la verdad. Me sentía feliz viendo cómo se preocupaba porque yo me sintiera bien.

-¿Te comiste la pizza que te dejé? -ahora se interesaba por si había podido reponer fuerzas. Es que estaba en todo.

-Sí, cielo, estaba riquísima -le dije con una gran sonrisa Ella me miró primero a mi, luego llevó su mano derecha a la frente negando con la cabeza mientras miraba el suelo, pensando que yo no tenía remedio. La verdad es que la pizza era de esas congeladas que compramos en el supermercado con la oferta del dos por uno, pero tampoco estaba tan mala.

-Bueno, he venido antes porque tengo que acompañar a Carla al centro comercial a cambiar una camiseta que le queda grande, no me esperes para cenar. -Me soltó toda esa retaila sin pestañear.

¿Qué se iba otra vez de tarde de chicas? Eso era inaudito, después de tantos días, incluso semanas sin quedar y ahora lo hacía dos días seguidos. Mis alarmas se activaron todas en rojo, aquí pasaba algo y yo casi imposibilitado.

-Claro, mi vida, tranquila no te preocupes por mí, me haré cualquier cosa para cenar, ya sabes lo bien que se me da la cocina -le dije para que no sospechara lo que estaba pensando. Ella ahora miraba al techo poniendo los ojos en blanco.

-Vale, no quemes nada, bueno me voy -me dijo y yo me levantaba ya para darle un piquito, pero no pude evitar dos estornudos seguidos y la zorra ya salía por la puerta del salón.

Se iba de aventura, eso era seguro y su amiga Carla la estaba maleando con sus vídeos y sus charlas maquiavélicas. Que se lo creía ella, hasta ahí podíamos llegar.

El asunto era muy grave y yo tenía que disponer de mis mejores armas para averiguar qué es lo que estaba pasando desde el día anterior. No lo pensé dos veces, me tomé otro paracetamol y salí pitando al trastero para adoptar una de las tres apariencias que había comprado.

En ocho minutos salía con mi coche en busca de uno eléctrico que me sirviera de camuflaje y en  media hora ya llegaba al centro comercial. Que se fueran preparando las dos amigas porque no les iba a dar el menor respiro.

Esta vez con mi nuevo aspecto, había elegido el de macarra, era imposible que me descubrieran. Llevaba una coleta que colgaba a mi espalda, una camiseta con una frase en inglés de la que lo único que entendía era la palabra “Love”, los pantalones rotos americanos muy desteñidos, unos botines rojos que creo que era de la otra apariencia que tenía en el trastero, pero con las prisas ya se sabe, una barba corta, unas gafas con montura en marrón descascarillado y por supuesto, un abrigo de lana algo deshilachado que dejé abierto y que me llegaba hasta las rodillas, por si luego tenía que estar de nuevo a la intemperie.

El centro comercial tenía dos calles repletas de todo tipo de tiendas a cada lado. Enseguida comencé mi labor de observación sin dejar de atisbar en todas las direcciones, pero no las localizaba, seguro que estaban en el interior de alguna de ellas. Notaba que la gente se fijaba mucho en mí poniendo cara de asco, muchos se volvían para volver a mirarme con el ceño fruncido. Comprendí que los botines no iban a juego, sería por eso, tampoco pegaba que me pusiera una corbata con este camuflaje. La cosa era que me estaba poniendo nervioso con tantas miradas y las amigas no aparecían. Llevaba casi diez minutos  pateándome esas dos calles sin dejar de inspeccionar cada local desde su puerta de entrada, pero nada.

¿Quién se atrevía a ponerme la mano en el hombro? Era desde atrás, claro, menudo cobardica. Me giré para echarle la bronca al propietario de esa mano osada, quedándome de repente con la palabra en la boca. Ante mí tenía dos armarios empotrados vestidos de vigilantes de seguridad, buen disfraz pensé, muy pulcros los dos, pero con una cara de mala leche que tiraba para atrás. Ahora, que si trataban de amedrentarme con esos cuerpos y esas expresiones, lo llevaban claro, se ve que no me conocían.

-¿Se le ha perdido algo por aquí? -me dijo con una voz muy grave el más alto de los dos, el que se parecía a Marc Gasol.

-Estaba esperando a un amigo -le respondí inmediatamente para que viera la despreocupación que me merecía-, si quieren me voy ahora.

-¡Venga, váyase ya! nosotros nos encargaremos de que así sea -volvió a hablar del de la voz de ultratumba.

Con firme convicción me giré de inmediato para marchar con pasos ligeros pero enérgicos, como acostumbro a hacerlo cuando algo sin importancia me molesta. Miraba de soslayo de vez en cuando observando que me seguían a unos quince metros, manteniendo esas caras de cenizos imperturbables. Logré dominarme porque ganas no me faltaban de hacerles frente y soltarles unas frescas por su mala educación.

Al mando del coche de alquiler me iba a hacer el torpe en encontrar la salida, de esa forma echaría un vistazo a ver si al menos encontraba el coche de mi esposa antes de irme. Pero en la esquina de la calle estaba uno de los vigilantes haciéndome señas con las manos para que girara a la derecha, a la vuelta se encontraba el otro indicándome que cogiera la rampa que daba a la calle.

Al final terminé enfadándome de verdad, si hubiera sido un futbolista famoso con esas mismas pintas me habrían parado, sí, pero para hacerse unos selfies conmigo. Avancé un par de kilómetros por la autovía saliéndome a una zona de descanso, paré el coche para meditar un poco sobre todo lo que había pasado.

Después de exigirle a mi mente un gran esfuerzo, llegué a la conclusión que lo mejor sería llamar a Mara, ¡Qué leches! Era mi esposa y tenía derecho a saber qué estaba haciendo. Así que decidido agarré el móvil y la llamé, contestándome curiosamente al tercer tono.

-¿Hola? -saludó muy extrañada, como si el que la llamaba fuese el forense-, ¿Pasa algo?

-Soy yo -le respondí para que se tranquilizara oyendo como soltaba todo el aire que reprimía en sus pulmones.

No me dejó seguir, como si la llamada le pareciera improcedente.

-¿Te encuentras mal? -más que una preocupación, parecía una recriminación.

-No, estoy bien Mara, estaba pensando en salir a cenar una hamburguesa, a no ser que al final cenes aquí conmigo, claro -la sorprendí-, es que estoy harto de estar todo el día solo en casa. -Toma reproche, para que te enteres con tanta salida, que eso parece ya abandono de hogar.

Se mantuvo un momento en silencio comprendiendo sin duda que lo que estaba haciendo no era lo correcto, teniendo en cuenta que yo había pasado una noche de extrema gravedad y un día entero sin su compañía, sin apoyarme, sin darme mimos, ¡Joder! Me sentía con un perro abandonado.

-Al final hemos quedado Carla y yo en cenar en el restaurante del novio de su amiga Lucía. También vendrán otras amigas, -lo que creía que iba a ser una respuesta llena de disculpas para regresar  inmediatamente a casa a hacerme compañía, se había convertido en una cena-fiesta de amigas en el restaurante del chulo ese, que vete tú a saber quien era.

-Vale cielo, ¿Ya estáis todas? -a ver, tenía que sacarle más información de lo que estaba haciendo ahora y adonde.

-No, todavía estoy en el centro comercial con Carla -terminó cayendo en mi trampa-, ¿Si vieras lo que ha pasado aquí al lado nuestra?

-¿Sí? -con ese simple monosílabo la incité a que se explayara, a ver si con esos detalles que me iba a contar podría asegurarme que verdaderamente estaba allí.

-No te lo vas a creer, un tío con una pinta de chusma que no veas, se ha metido por las calles de tiendas buscando a alguien o vete tú a saber si era para robar. Toda la gente asustada se iba refugiando en las tiendas, hasta que Carla ha llamado a los de seguridad.

¡Mecachis! Lo que me faltaba para acabar el día y todavía no había terminado.

-Bueno, pero gente así ahora ya es normal ¿No? -le respondí casi pidiendo clemencia, pero solo obtuve una risotada por su parte.

-Espera que te cuente. Mira cuando llegaron los  de seguridad el tío se llevó un susto de muerte, no hacía más que disculparse, después le echaron y se iba acojonado casi pegando una carrera sin dejar de mirar para atrás a los vigilantes que le seguían. Si vieras cómo nos hemos reído Carla y yo, -se pegó otra carcajada que no pudo aguantar-, al final casi nos ha dado lástima.

Pues sí que era verdad que estaban en el centro comercial de las narices. La pesquisa de esa tarde había sido un éxito total.

Solté una risita suficiente para que viera la gracia que me había hecho y provoqué dos toses para que se preocupara por otras cosas y no se riera más.

-Hay que ver como está el mundo, bueno luego nos vemos, chao -le dije y corté la llamada sin esperar más respuestas absurdas.

Me quedé bloqueado y muy jodido. No tenía ni ganas de elucubrar más tácticas detectivescas, pero mi cerebro no permitía que por una tontería como esa yo desfalleciera. Enseguida me mandó señales de lo próximo que tenía que hacer.

En primer lugar, deshacerme del equipamiento que me sirvió para convertirme hoy en Fran-dos, lo único que faltaba era que Mara diera con él en el trastero.

En segundo lugar, comprobar los otros dos disfraces que me quedaban, no fuesen a ser de carnaval en vez de los propios de una personalidad detectivesca como la que yo merecía.

En tercer, cuarto y quinto lugar, irme ya para casa dejando las investigaciones para otro día. Estaba muy cansado seguramente por la grave enfermedad de la noche anterior.

Pasaba de la media noche cuando la oí entrar a la casa por la puerta principal, por lo que seguro que venía sin su coche. Estuvo trasteando por la parte de abajo unos minutos, hasta que oí un estruendo de algo grande que había caído al suelo, parecía la televisión de 55 pulgadas que nos habíamos comprado hacía un mes, oí claramente un grito seguido de un “cozno”, luego continué oyendo sus taconazos pero fue poco tiempo porque enseguida subió a nuestro dormitorio, yo en la cama me hallaba sentado contra el cabecero con la almohada doblada en la espalda como hacía en muchas ocasiones.

Entró como un ciclón en la habitación con el bolso en una mano y el móvil en la otra. Como esperaba no hizo ninguna intención de acercarse a mí a darme un pico, sino que se fue directamente hacia nuestra cómoda donde dejó su bolso.

-Vengo tazdízimo -me dijo y la verdad que para un día de diario, lo era-, me duzzo ya y me acuezto a dozmiz.

Me hablaba mientras se acercaba a su mesita de noche a poner a cargar su móvil como también era su rutina diaria. Su voz sonaba algo rara, no era la suya habitual, miré cómo intentaba enchufar el móvil con movimientos de sus manos iguales a cuando intenta ensartar el hilo en una aguja. No acertaba ni una vez, luego cuando vio que la estaba observando me echó el móvil a mi lado para que lo hiciera yo, con tan mala fortuna que le dio un poco más de fuerza de la debida y vino a darme en uno de mis gordos testículos.

-Ayyyyy... ayyyyy... -gritaba yo y no estaba cantando unas bulerías, no, es que me había dejado un huevo inservible para toda la vida.

Ella dio la vuelta a la cama casi corriendo con la intención de darme unos frotamientos en el huevo herido, pero ni de coña la iba a dejar, lo que me hacía falta y más en las condiciones que estaba, seguro que me desgraciaba el otro también.

Al intentar sujetar su mano derecha, que era la que me iba a dejar como un eunuco, ésta no encontró el apoyo que esperaba por lo que todo su cuerpo cayó sobre mi regazo, terminando de llevar a cabo sus primeras intenciones, ya que lo hizo sobre el puño de mi mano izquierda que protegía el huevo dañado, haciéndome ver las estrellas.

-Ayyyyy... ayyyyy... -volvía a gritar. Ya solo faltaba la guitarra de Tomatito.

Quiso incorporarse apoyándose en mi regazo, pero conseguí introducir mi mano derecha para terminar de protegerme esa zona y por fin se puso en pie separándose de la cama.

-¿Te he hezzo daño? -me dijo muy preocupada con esa voz tan rara-, mejoz me duzzo.

¿Estaba borracha o solo achispada? La verdad es que tampoco le iba a hacer un test de alcohol para saber si era una cosa o la otra, pero algo bebida sí que venía.

Al girarse lo hizo otra vez con algo de más fuerza de la que pretendía, se ve que no controlaba mucho ese movimiento porque le salió un giro completo volviendo a caer sobre la cama, esta vez a la altura de mis piernas, que gracias a mis exagerados reflejos no tuvo consecuencias, pero estuvo a punto de ocasionarme una fractura de tibia y peroné.

Con esas punzadas muy agudas que aún padecía en mi pobre testículo, fui capaz de echarme al suelo para hacerme cargo de ella. Menos mal que su peso no era un problema para mí. Primero la senté en el borde de la cama para ayudarle a desvestirla antes que se fuera al aseo, no fuera a ser que se duchara vestida.

¡Quieto! Me tuve que ordenar a mí mismo, porque para oler soy un fenómeno como casi con todo, pero junto con el olor del alcohol que emanaba de su aliento, conseguí detectar un efluvio de perfume masculino fijado en su camisa. Era de Christian Dior, el mismo que ella me regaló hacía dos años por nuestro aniversario, en un tarro rojo muy bonito. Ese tarro que poco a poco fui gastando pulverizando la calle desde la ventana del aseo.

¿Pero donde había estado frotándose mi mujer con el tío ese del Dior? ¿Habría dado por fin con el chupaculos cabronazo?

Haciendo de tripas corazón, continué preparándola para la ducha.