No encuentro la prueba (Capítulo 1)

Soy Fran y mi esposa es Mara. Hace unos días aprecié un moratón en su culito. ¿Era un chupetón?, necesitaba las pruebas y yo las iba a encontrar.

No encuentro la prueba

Rom19

Prólogo

No todo lo que reluce es cierto, a veces es menos y a veces es más, incluso inesperado, increíble, desbordado por una mente fantasiosa, imposible de acercarse siquiera a la realidad.

El asunto es que Fran lo había visto, de eso estaba seguro ¿O no? Pero eso no podía quedar así. Él lo iba a averiguar inmediatamente ¡Faltaría más! ¿O tampoco?

¿Y si al final no había nada de nada? Ojalá, era lo que más quería que ocurriese.

Su Mara jamás haría una cosa así, ¡Eso nunca! ¿O sí?...

Capítulo 1

Lo tenía delante mía a menos de dos metros de distancia, no me podía equivocar, ese moratón debajo de su nalga izquierda casi invisible por lo diluido que se mostraba, no podía ser otra cosa. El agua de la ducha lo hacía más tenue, más imposible de discernir debido por un lado al agua jabonosa y por el otro, al poco tiempo que me dejó apreciarlo porque enseguida se giró hacia mí al oírme entrar en el aseo. A pesar de mi sorpresa, tuve la rapidez de reflejos suficiente para inspeccionar todo su torso buscando más evidencias, pero allí no había nada que pudiera confirmar mis sospechas.

-¡Jesús, me has asustado hijo! -me dijo sorprendida.

¿Sorprendida porque la había pillado in franganti? Llevaba tres días al menos sin ver su cuerpo desnudo, sobre todo su culito que era lo que más me atraía de ella, un culito precioso, redondito, nada grande pero la mar de apetitoso haciendo juego con sus torneados muslos. Ese culito que en la playa y con su tanga brasileño, hacía que montones de tíos no la perdieran de vista en sus idas y venidas al agua para darse un chapuzón. Y estoy seguro que no miraban sus tetas desnudas, bien formadas aunque algo pequeñitas, no que va, miraban su precioso culito, ¡Los muy cabrones!

Como respuesta conseguí soltar una tenue risa y me dispuse a lavarme los dientes que era a lo que iba.

Ya no lo pude ver más, no sé si lo hizo a propósito pero a pesar de todas mis estratagemas, solo pude destrozar mi cuello a base tanto de estirarlo, consiguiendo un fracaso detrás de otro en mis vanos intentos por volverlo a ver.

Ella había salido de la ducha haciéndose con la toalla, secándose frente a mí y envolviéndose en ella cuando se colocó a mi lado, casi obligándome a terminar y largarme de allí, así que me fui con la intención de volverla a inspeccionar en cuanto saliera del baño.

Pero mi gozo en un pozo, cuando lo hizo yo estaba retrepado con la almohada doblada a mi espalda y el móvil en la mano sirviéndome de disimulo. Entonces rodeó la cama sentándose en el borde la misma, por su lado, abrió el cajón de la mesita de noche para coger una crema que se untó en las manos. Yo no le quitaba ojo a la toalla que seguía cubriendo su cuerpo, pero sobre todo su culo. En unos segundos volvería a ver esa marca que le había dejado un chupetón en su nalga izquierda. Entonces se incorporó haciendo que mi corazón latiese a dos mil por segundo. Se acercó a la cómoda para coger el cargador del móvil, dió media vuelta y se quitó la toalla para dejarla caer en el butacón, quedándose en pelota picada frente a mí. Por fin, era un paso más, ya faltaba poco. Luego volvió a su lado de la cama a cargar el móvil dejándolo sobre la mesita de noche, por último agarró la tapa con la mano izquierda y se introdujo bajo ella, muy pegada a mí.

-Cariño, dame mi almohada y apaga la luz que es tarde y tenemos que dormir.

¿Y ahora qué? Pues nada, ahora le decía que se diera la vuelta, que me enseñara el culo, que me dejara coger la lupa para investigar bien aquel moratón que tanto desprestigiaba esa hermosa parte de su anatomía. ¿Y qué pretendía? Eso, solo decirle que seguro que se había acostado con otro tío, o tía que vete tú a saber, que fue hace tres días porque ese era el tiempo que no me dejó verlo y que la había pillado a pesar de todas sus estrategias disausorias.

Pero cuando reaccioné, desdoblé la almohada para ella y alargué mi mano derecha para darle al interruptor de la luz. Mañana sería otro día, pero que volvería a ver la prueba de tanta infamia, eso seguro.

Muy hábilmente me levanté unos minutos antes de que sonara la alarma de su móvil. Para conseguirlo estuve más de dos horas despierto procurando no volverme a dormir, fui al aseo a hacer un pis y volví justo cuando sonaba esa melodiosa sintonía, que a ella la despertaba y que si fuese para mí me serviría para dormir tres horas más.

Haciendo una gracia mañanera para empezar con buen humor el día, tiré de la tapa de la cama para dejarla como Dios la trajo al mundo y encima boca abajo, como más me convenía.

¡Joder!, tenía puesta las bragas de su abuela. ¿Pero cómo es que no la vi cuando se acostó? Igual se la puso durante la noche. Eso solo significaba que todo lo que sospechaba era cierto, estaba intentando ocultarme el cuerpo del delito. Además con unas bragas que desmejoraban una barbaridad aquel culito que consideraba mío, de mi propiedad, hasta ahora claro. Eso era una profanación a tanta belleza de trasero.

Entonces dirigí mis ojos a los suyos para observar cómo me miraban sonriéndome pícaramente ¿Distraerme era otra ocultación del delito? Igual se estaba riendo de mí por ser tan manipulable, tan pardillo, tan gilipollas vamos.

-Buenos días cielo, -acerté a decir para terminar de darle la sorpresa, aunque no sé si iba de acuerdo a la expresión de desilusión de mi cara-, pero ¿Qué bragas son esas? -solté como si se me escapara un exabrupto.

Ella soltó una carcajada de compromiso, al menos eso es lo que mi olfato detectivesco me desveló. Con tantas señales se me estaba entregando en bandeja de plata. Cada vez quedaba menos para que confesara su crimen, o sea, mi puesta de cuernos.

Como siempre se encerraba en el aseo para pasar casi media hora antes de salir arreglada a falta de vestirse. Ese tiempo lo aproveché para investigar a fondo todo el contenido de su móvil, en eso era un experto dada mi afición a explorar todo lo que se podía hacer con todas las App que iba probando,  pero al cabo de diez minutos ya me había asegurado que de allí no iba a sacar nada. Estaba limpio de cualquier prueba incriminatoria.

No había contactos nuevos o de personas extrañas, las llamadas recientes eran conmigo, su madre, su hermana, el hermano que era el dueño de la agencia de viajes donde ella trabajaba y su amiga Carla. Con los mensajes pasaba lo mismo, ninguna de las App de mensajería que yo le había instalado había sido utilizada, salvo el Whatsapp que sí era muy usado, sobre todo con su amiga. Los correos electrónicos tampoco aportaban nada. Los archivos de imágenes y vídeos eran todos nuestros, de la familia o de los memes que todos solemos intercambiarnos.

Cuando se marchó a su trabajo a mí me quedaba una media hora para irme al mío, bueno, en realidad es lo que solía hacer, pero soy autónomo y mi propio jefe, por lo que si quiero me voy cuando me da la gana y ese día tenía mucho que investigar en casa.

Empecé por su ropero particular. Después de nueve años de pareja entre novios y casados, toda su ropa me era muy conocida y no pude observar nada extraño. Revisé la casa de arriba abajo y nunca mejor dicho porque se trababa de un chalet adosado con dos plantas de vivienda y otra de garaje y trastero. Todo impecable, en la casa tampoco había nada que me llevara a dar con lo que buscaba, una pista o al menos un indicio.

¿Y si aquella marca no era nada reprochable? Después de todo lo que había investigado, solo me quedaba volver a ver aquel moratón. El domingo fuimos a la playa por la mañana pero la prueba se había disipado, ya no estaba, normal porque habían pasado cuatro días.

¿Me tendría que conformar? No sabía qué más hacer, todas las oportunidades de averiguar algo se habían esfumado, en los últimos días le había registrado su bolso a la ida y a la vuelta del trabajo. Llegué a contar las bragas por si se llevaba una de repuesto y revisaba las usadas por si encontraba algún resto de fluidos raros, vamos... de semen.

No había manera de encontrar alguna cosa que la inculpara. Lo único que cambió en ese tiempo eran sus ansias de follar conmigo, algo tan exagerado que hasta se podría comparar a nuestros primeros tiempos de convivencia. En ese punto estaba la mar de contento pues yo siempre era el más dispuesto y ella la que ponía algún que otro reparo, aunque también era otra de las pistas que me hacían sospechar que algo pasaba. ¿Lo hacía más frecuentemente por disculparse conmigo por lo que estaba haciendo? También podía ser que se excitara pensando en el otro, o en la otra, o en otros.

¡Coño! Esa podía ser la pista verdadera, un trío junto a su amiga Carla. La cabrona me tenía puesto los puntos desde que las conocí a las dos en aquella biblioteca mirando libros. Creyó en un principio que mi interés era por ella, no sé porqué pues yo lo tuve claro desde el primer momento que era Mara la que me quitaba el sueño. Desde entonces no perdonó mi “ error ” y lo poco que nos tratamos es para demostrarme que sigue en pie de guerra conmigo a pesar de mis buenas intenciones por caerle bien.

De tarde en tarde Mara queda con su amiga a la salida del trabajo para tener un rato de chicas. La mayoría de las veces, según me cuenta mi mujer, van a un pub cerca de la agencia y luego cenan en un restaurante también cercano con la idea de coger luego el coche, dejarla a ella en su casa y recogerse en la nuestra para finalizar el día con una ducha antes de irse a la cama.

Siempre que quedan, me suele enviar un mensaje o me llama para que no la espere a cenar.

Lo tenía claro, en la próxima quedada la pillaría con las manos en la masa... o en lo que fuera, pero carne seguro que era. Solo era cuestión de planear un seguimiento corto, porque en un par de horas seguro que descubriría al protagonista que al menos mancilló el culito de mi mujer.

Tiempo tenía para prepararlo bien, así que en pocos días disponía de un peluquín y barba  postizos, los dos con el mismo tinte, claro, unas lentillas con mi graduación pero con un color oscuro. Por si acaso me busqué unas gafas de montura ancha y cristales sin graduar. Nada era exagerado, todo tenía un aire muy natural. Joder, hasta yo mismo no me reconocí al mirarme a un espejo con esa ropa compuesta por una sudadera gris, una cazadora oscura con capucha a la espalda y unos pantalones americanos, todo comprado en una tienda de segunda mano, pues pretendía aparentar que era mi vestimenta habitual.

Aquello no tenía nada que ver conmigo, pero tenía que hacer la prueba del algodón y una tarde esperé a mi mujer que volvía del trabajo siempre a la misma hora, vestido con esas fachas. Si me llegaba a conocer me reiría un rato con ella por la broma que le acababa de gastar, pero no hubo nada de eso cuando se cruzó conmigo. El éxito era total por lo que ya no tendría escapatoria.

Faltaba un detalle para que todo lo tuviera previsto, era el coche. No podía seguirla en mi propio coche, sería una temeridad si me pillaba conmigo dentro, hasta podría llamar a la policía pensando que era un ladrón que le había robado el vehículo a su marido.

Cerca de su trabajo siempre había coches eléctricos de alquiler, estaba harto de verlos aunque nunca los había utilizado. Practiqué con ellos en algunos ratos libres que me dejaba mi propio trabajo, hasta que me familiaricé lo suficiente para emprender una posible persecución con la rapidez que fuese necesaria.

Ahora solo me quedaba esperar la temida llamada, la que me podría llevar al término de mi matrimonio.

Parece mentira que a estas horas y después de tantos avatares, aún no he comentado lo bonita que es mi esposa. Nos conocimos hace ya diez años  cuando ella tenía veintidós años y yo tres más, estaba como dije con su amiga Carla las dos de espaldas a mí con un ejemplar de un libro romántico en las manos, pero yo solo vi ese culito que tanto me gustó nada más tenerlo delante de mí, por lo que no sé cual era el libro que con tantas ganas ojeaban las dos entre risas, no sé, igual era un libro erótico porque se llevaban las manos a la boca para esconder sus sonrisas.

Mara mide 1,65, no es muy alta pero está muy bien proporcionada, tiene el pelo rizado y siempre se está peleando con las planchas para dejarlo más liso, aunque creo que esa batalla la tiene perdida, además a mí me encanta su pelo y no paro de decírselo. Sus ojos son azules y muy bonitos, cuando me mira creo que no los merezco, que tengo mucha suerte porque una chica con esos ojos se hubiera enamorado de mí. Sus labios no terminan de esconder su blanca dentadura, su boca es pequeña pero muy apetitosa. Sus pechos son pequeños como he dicho antes, pero a mí me gustan porque le dan frescura a su torso, parecía como si aún estuviesen buscando su plenitud. Eso sí, firmes como una roca. La cintura estrecha siempre son su pirsing de ombligo que yo le regalé hace mucho tiempo y que no lo cambia nunca.

Mención aparte hay que hacer de sus caderas y su trasero, pero tampoco voy a decir mucho más de lo que ya he descrito, así que os doy por enterado. Solo que si fue lo que me atrajo de ella nada más verla, hoy en día es lo que más me vuelve loco en la cama. Los días que me deja traspasar su puerta trasera son los más placenteros de mi vida. Lo hace a cuentagotas, pero eso quizás sea lo que más morbo me da, esperando siempre con ansias su permiso para hacerla mía por ese agujerito, a cuatro patas, agarrado a sus espectaculares glúteos y diciéndonos las cosas más perversas y guarras que dos amantes se puedan permitir, pensando siempre en darle el máximo placer a la persona que más amas en tu vida. Estas cosas son difíciles de explicar.

Yo con 1,75 no soy muy alto, pero me conservo muy bien gracias a que soy un asiduo al gimnasio, me mantengo delgado pudiendo aguantar estupendamente las carreras largas, lo que me permite participar en algunas urbanas de mi ciudad. Normalmente les caigo bien a las chicas, salvo a Carla que es mi amiga “ la despechada ” como la catalogo en mi cerebro. Mi miembro no es muy largo, más bien diría que normal, pero sí que un poco más grueso de lo que veo en algunas pelis porno, o incluso en las duchas del gimnasio. Mis dos buenos testículos facilitan que mis corridas sean también algo abundantes. Digamos que me conformaba con lo que tenía, claro que todos queremos unos centímetros más sobre el suelo y entre las piernas.

Tengo una inmobiliaria desde hace unos ocho años, empecé solo pero ahora tengo dos empleados, un chico y una chica, los dos jóvenes, divertidos y fiables, como se requiere en este tipo de negocio. Cuando la temporada lo requiere, suelo contratar otra persona para que nos ayude, aparte que yo tampoco suelo faltar.

Carla es de la misma edad que mi esposa, se conocen desde que iban juntas al instituto. Por la diferencia entre las dos, andará por el 1,68, es rubia en contraste con lo morena que es Mara, sus ojos creo que son marrones, al menos oscuros, la verdad es que nunca consigo determinarlo. Es muy guapa con los pómulos pronunciados y dos hoyuelos en la cara en cuanto sonríe, conmigo no desde luego. Buenas tetas y un culo generoso. Yo diría que es una mujer muy apetecible para cualquier tío que se precie. Vive sola en su piso de reciente construcción cerca del centro de la ciudad. Tiene otras amigas con las que sale muy a menudo al parecer a la caza del hombre, porque rara es la noche de esas en las que no termina con un trofeo en la cama.

En cuanto a fidelidad, yo siempre le he sido fiel a mi esposa entre otras cosas porque es la mujer que más me gusta de este mundo, para qué me voy a liar con otra. Oportunidades no me faltan, incluso hubo una chica hace unos meses que no paraba de tirarme los tejos en el gimnasio, pero yo ni caso, comprendo que no se pueden resistir y para que no se molesten, les hago una carantoña, un guiño y suelo terminar invitándolas a que me acompañen a correr un poco dejándolas fundidas, así cuando me ven de nuevo salen espantadas.

Por Mara, hasta hace unos días hubiera puesto la mano en el fuego a que siempre me había sido fiel. Ahora después de lo evidente, vamos lo que yo creo como evidente, mis ideas han cambiado, aunque la verdad sin pruebas aplastantes. De eso me ocupaba esos días, de encontrar las evidencias que por desgracia acabaría mal para los dos. No me gusta alardear ya me vais conociendo, pero en cuanto se me presenta un problema desarrollo mis innatas habilidades para resolverlo y éste no iba a ser distinto.