No despiertes a mamá de su siesta

Con la excusa de convencer a mi madre, mis dos nuevos amigos disfrutaron de su siesta.

Juan se echó un par de amigos en el barrio unos tres o cuatro años mayores que él.

Más que amigos le utilizaban como chico de los recados y él aceptaba gustoso a cambio de que le invitaran a beber de su litrona o a jugar en el salón de máquinas recreativas. Se sentía mayor al lado de ellos.

Casi todo el tiempo libre lo pasaba con sus nuevos amigos y Rosa, su madre, ya llevaba unos días preocupada por no saber exactamente por donde estaba todo ese tiempo y, aunque preguntaba a su hijo, éste siempre evadía la respuesta o daba largas.

Una vez le pilló en la calle con sus amigotes y, llamándole, le dijo que subiera a casa con ella. Aunque se quejó, ante la insistencia de ella, la acompañó y ya en la casa la mujer le dijo muy enfadada que no quería verle más con ellos, que eran mala gente, que ni estudiaban ni trabajaban, y que le podían llevar por el camino de la perdición.

Pasaron varios días en los que el adolescente, siguiendo los consejos de su madre, evitó a sus dos amigos, hasta que una mañana, se los encontró de frente y le preguntaron el motivo por el que ya no iba con ellos, que los rehuía. Sin atreverse a mentir, al sentirse presionado por ellos, les dijo la verdad, lo que su madre le había dicho.

  • Eso es porque no nos conoce. Déjanos que un día hablemos con ella y ya verás como la convencemos y entra en razón.
  • No te preocupes. Tú solamente dinos cuando está sola en casa y subimos para hablar con ella, pero no se lo digas, no la digas nada, que sea una sorpresa. Ya verás cómo la convencemos.

Le dijeron muy tranquilos y Juan, aliviado, pensando que todo se solucionaría, estuvo de acuerdo en avisarles. Les dijo que esa misma tarde, después de comer, su madre se solía echar una siesta de una hora y a eso de las cinco se levantaría y podrían hablar con ella hasta que llegara su padre, lo que solía hacer por la noche.

Quedaron en que Juan les llamaría en cuanto ella se levantara de la siesta.

Sin embargo, debían ser las cuatro y poco de la tarde cuando Juan recibió una llamada al móvil. Lo cogió rápido para no despertar a su madre que se acababa de echar. Era uno de los amigos que le dijo que estaban delante de la entrada al edificio y que les abriera. El adolescente les recordó en voz baja que su madre se acababa de echar a dormir, pero ellos insistieron que les abriera, que esperarían en su casa a que su madre se levantara para hablar con ella.

Pensando que cumplirían su palabra y la esperarían a que se levantara, eso hizo, les abrió obedientemente la puerta del portal y la de la vivienda sin hacer ruido. Entraron los dos y le preguntaron en voz baja donde dormía su madre, se lo dijo, insistiendo que no deberían despertarla de la siesta ya que se levantaría de muy mal humor.

Ellos le dijeron que no se preocupara, que no querían molestarle ni a él ni a su madre, que continuara estudiando en su habitación, que ellos la esperarían en el salón hasta que se levantara y hablarían tranquilamente con ella. No debía preocuparse ni salir de su cuarto, escuchara lo que escuchara, ya que todo se solucionaría. No se atrevió Juan a decir nada, aunque no le gustaba dejarles solos en la casa. Le hicieron entrar en su habitación y cerraron la puerta, dejándole solo allí.

Juan, intentando ser optimista, pensó que todo se arreglaría dialogando, por lo que se sentó delante de su mesa y continuó estudiando, aunque siempre pendiente de cualquier ruido y voz que escuchara.

Los dos jóvenes, dejando al adolescente en su cuarto, no fueron hacia el salón sino que, descalzándose y con los zapatos en la mano, se encaminaron hacia la puerta cerrada que daba al dormitorio donde dormía la madre de Juan.

Abriéndola con cuidado y sin hacer ruido, observaron a la mujer en la cama. Estaba tumbada de lado, dando la espalda a la puerta por donde los dos jóvenes habían entrado. La escuchaban que respiraba profundamente así que supusieron que dormía. Aunque la luz que entraba por la ventana era muy escasa, debido a que la persiana estaba bajada, dejando unos pocos centímetros sin bajar, los dos jóvenes se acostumbraron en pocos segundos y pudieron observar nítidamente las voluptuosas curvas de Rosa. Tumbada como estaba encima de la cama, sin cubrirse por ninguna sabana, podían ver que llevaba puesto un ligero camisón blanco de tirantes y falda corta que, al estar plegada, dejaba al descubierto sus voluptuosas nalgas, apenas cubiertas por una fina braguita de color también blanco que se metía entre los dos carnosos y redondeados cachetes. Sus torneadas piernas desnudas descansaban dobladas por las rodillas hacia delante, una encima de otra.

Cerraron la puerta, permaneciendo en el dormitorio y observaron a Rosa durante unos segundos, dándose cuenta de que no llevaba sostén, sino solamente un fino camisón y las bragas, ambos de color blanco.

Una mirada cómplice entre ellos bastó para que sacaran de la bolsa que habían traído un paño y una pequeña petaca. Abriendo la petaca, humedecieron el paño con su contenido y, acercándose a la mujer, la cubrieron con el paño la boca y la nariz durante unos segundos. Rosa abrió ligeramente los ojos al sentir cómo tapaban sus orificios pero, al momento, se sumió en un sueño todavía más profundo.

Mientras uno de los dos jóvenes retenía el paño, el otro sobaba un muslo a la mujer, subiendo su mano hacia las nalgas, sobándolas también. Como Rosa no reaccionaba supusieron que ya no era necesario aplicar el paño, así que lo retiraron, dejándolo encima de la cómoda junto con la petaca y la bolsa por si precisaban echar mano otra vez de él.

Para verla mejor encendieron la luz del dormitorio, pudiendo contemplar ahora el voluptuoso y curvilíneo cuerpo de la mujer.

Empujándola suavemente, la tumbaron bocarriba para, a continuación, mientras uno de los jóvenes la incorporaba un poco, el otro, tirando de su camisón, se lo quitó por la cabeza sin que la mujer moviera ni un solo músculo.

La volvieron a dejar bocarriba sobre la cama y se quedaron contemplando lascivos las tetas desnudas de la mujer que, enormes y erguidas, apuntaban al techo. Sus areolas oscuras, casi negras, eran del tamaño de una moneda de euro y sus sonrosados pezones apenas repuntaban.

Dejaron el camisón sobre una pequeña butaca que había en el dormitorio y la tomaron fotos y vídeos con sus móviles, incidiendo sobre todo en sus hermosas y redondeadas ubres. Mientras uno se las sobaba y lamía, el otro tomaba fotos y vídeos.

Un joven se acercó y, tirando del elástico de sus bragas, se las fue bajando despacio, mostrando primero su entrepierna y su vulva, apenas cubierta por una fina franja de vello púbico de color castaño claro, para, a continuación, quitárselas por los pies y, después de olerlas, las dejó sobre el camisón. Todo fue grabado y fotografiado con un móvil.

Mientras uno la seguía tomando fotos, ahora de su coño y de su cuerpo completamente desnudo, el otro se fue desnudando, dejando su ropa también sobre la mencionada butaca. Tomó de la bolsa que traían un preservativo, que sacándolo de su funda, se lo colocó sobre su pene duro y erecto.

Espero uno de los jóvenes a que el otro terminara de sacarla fotos y vídeos, para acercarse a la cama, y, tumbándose bocabajo sobre ella, la tocó primero las tetas a Rosa, sobándoselas, para luego chupárselas y lamerlas con fruición, siendo todo esto fotografiado y grabado por su amigo.

Desnudos los dos amigos, con sus erectos cipotes cubiertos por un extrafino preservativo, se tumbaron ambos en la cama, uno a cada lado de Rosa, sobándola despacio y suavemente las tetas y el coño, jugueteando con sus cada vez más erectos pezones y, entre sus congestionados labios genitales, el clítoris. También la besaron y lamieron los senos, así como ligeramente los carnosos y sonrosados labios y la morrearon solo levemente por miedo no solo a despertarla sino también a quedar dormidos por el cloroformo que la habían aplicado.

También ella se fue entonando a pesar de estar dormida con tanto sobe, chupeteo y morreo. Sus pezones se pusieron erectos, sacando sus cabezas como si fueran caracoles al sol, sus tetas se hincaron y su sexo empezó a lubricar. Comenzó a chuparse y mordisquearse los labios, ronroneando como una gatita en celo, y, cuando observaron, que empezaba a abrir los ojos, tuvieron que aplicarla más cloroformo para que volviera a dormirse.

También se fueron poniendo más cachondos los dos jóvenes y uno de ellos se fue poco a poco subiendo encima de ella y, colocado bocabajo sobre Rosa, comenzó a lamerla las tetas al tiempo que se las magreaba y restregaba su erecto y congestionado cipote primero sobre el interior de los muslos de ella, para ir poco a poco subiendo hasta la entrepierna donde también frotaba insistentemente como buscando un agujero donde ansiosamente introducirse.

Encontró el acceso a la vagina y, dejando de lamerla las tetas, se concentró en penetrarla y eso hizo, poco a poco la fue metiendo la dura verga hasta que desapareció toda ella dentro del lubricado coño de la mujer. Una vez dentro, su amigo empezó nuevamente a grabar y él, mediante lentos movimientos de pelvis, se la fue poco a poco sacando hasta que, estando casi fuera, se la volvió a meter hasta el fondo. Repitió el proceso una y otra vez, cada vez a un ritmo mayor, follándosela.

Con el fin de disfrutar viendo el desordenado balanceo de las tetas en cada embestida y de que su amigo lo grabara con todo detalle y nitidez, el joven se apoyó en sus brazos, incorporando el tronco, y continuó follándosela hasta que, sintiendo cómo una oleada de placer le invadía desde las entrañas, se detuvo, alcanzando el orgasmo.

Mantuvo su pene dentro del coño de la mujer durante más de un minuto, disfrutando del polvo que la había echado e incluso sonrió al móvil que le estaba grabando e hizo el signo de la victoria con los dedos de su mano.

Incorporándose, dejó el paso a su amigo, cogiendo su propio móvil para continuar grabando.

Este segundo joven que había disfrutado observando, fotografiando y grabando el polvo que su amigo había echado a la tetona, pensó que también el culo de la mujer merecía un buen y prolongado tratamiento, por lo que, colocando doblada la almohada de la cama a un lado de Rosa, tiró suavemente de ella hasta que la colocó bocabajo sobre la almohada, con el culo en pompa.

Unas buenas fotos y vídeos tomaron del rotundo culo, sin una pizca de celulitis ni granos, así como de la abierta y mojada vulva a la que acababan de follarse y, separando las dos nalgas, del blanco e inmaculado agujero del culo.

La sobaron a conciencia las nalgas, la vulva y el ano, e incluso le dieron algún que otro lametón, mordisquito y azotito, no muy fuerte ni muy sonoro para no despertarla ni poner sobre aviso al hijo al que habían dejado en su propia habitación.

Más de cinco minutos pasaron hasta que el joven se dispuso a follársela. Se puso sobre la cama, entre las piernas abiertas de Rosa, con una rodilla y la planta del otro pie sobre el colchón. Tomando con su mano el pene erecto y congestionado, lo dirigió hacia la entrada a la vagina de la mujer, metiéndoselo hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con la misma almohada sobre la que se apoyaba la pelvis de la culona.

Impulsándose sobre todo con la pierna que apoyaba su pie sobre el colchón, se la fue, lentamente al principio, follándosela. Incrementando el ritmo del mete-saca y, entre embestida y embestida, un buen azote la daba, como si de un experto vaquero se tratara domando una yegua salvaje. Estaban tan concentrados en follársela que habían perdido el sentido de la discreción y se dejaron llevar. Tan potente fue la galopada que, de dar un golpe tras otro la cama contra la pared, acabó desconchándola, y hubiera alertado a Juan, el hijo de Rosa, si hubiera estado estudiando en su habitación en lugar de estar espiando cómo se follaban a su madre, desde el principio, desde que escuchó como cerraban la puerta del dormitorio donde dormía su madre al entrar en él.

Y es que éste, Juan, al escuchar como cerraban la puerta de una habitación próxima, se levantó de su silla y, saliendo a la terraza, se acercó sigilosamente a la ventana que daba al dormitorio de sus padres. Agachado se dispuso a mirar por la estrecha abertura que había entre la persiana y el alfeizar de la ventana. En ese momento encendieron la luz del dormitorio y pudo observar con toda claridad lo que la hacían a su madre, como la desnudaban, la sobaban y lamían todo el cuerpo y finalmente se la follaban, y cómo habían grabado y tomado fotos en todo momento.

Al principio se sintió angustiado, sin saber muy bien qué hacer ya que temía a los dos jóvenes, pero, al ver el exuberante cuerpo desnudo de su madre, sus enormes tetas erguidas, sus fuertes y torneados muslos, y su entrepierna apenas cubierta por vello, se quedó como hipnotizado, mirando, y, cuando pudo darse cuenta, se vio con la polla fuera, corriéndose después de haberse masturbado.

Una vez los dos jóvenes se hubieran follado a la madre de Juan, se quitaron en silencio los condones usados y los metieron en unas bolsitas de plástico que habían traído, se vistieron y la vistieron, colocándola como estaba en el momento en el que llegaron, tumbada de lado y de espaldas a la puerta.

Salieron sin hacer ruido del dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas, y, acercándose a la habitación de Juan, la abrieron, viendo a éste sentado en la misma posición en el que le dejaron, con un libro delante de él.

  • Nos vamos que ya es muy tarde. Como tu madre no se despierta, otro día vendremos a hablar con ella.

Es lo que le dijeron muy tranquilos con la cara de no haber roto un plato ni de haberse tirado a la madre de Juan, y éste, mirándoles también muy tranquilo y sonriente, como si no se hubiera masturbado viendo cómo se follaban a su madre desnuda, les respondió:

  • Siento que no se haya despertado. Ya os avisaré en otra ocasión.
  • Contamos con ello. Ya verás cómo hablando con ella todo se arregla.
  • Seguro, seguro.

Y se marcharon los dos jóvenes dejando a la madre recién follada y al hijo recién pajeado.

Toda aquella tarde la pasó Rosa durmiendo y, cuando se despertó, lo hizo muy feliz y contenta, pensando que todo había sido un placentero sueño erótico. Nunca se lo dijo a nadie y su hijo nunca se atrevió a sacarla de su error. Tanto madre como hijo se masturbaron en numerosas ocasiones, ella pensando en su supuesto sueño erótico y él recordando cómo magreaban y se follaban a su madre desnuda.

Los vídeos y fotos que tomaron de la madre de Juan corrieron por toda la ciudad, y miles de adolescentes, jóvenes y adultos también se corrieron mientras los veían, incluso Juan y su padre lo hicieron sin saber que era a su madre y esposa a la que estaban desnudando, sobando y follando.

Todos quedaron satisfechos, muy satisfechos.