No cierro hasta el amanecer

Ella se revolvió contra sus ataduras, aún a sabiendas de lo inútil de intentarlo. (Dominación/no consentido)

Maldita fuera su suerte.

Ya no intentó revolverse contra sus ataduras. Sabía que era inútil y que estaba metida en esa situación solamente por su propia culpa. Movió la cabeza un lado al otro, para apartarse los mechones rubios de los ojos.

Los brazos atados a la espalda, las piernas dobladas y mantenidas así por una cuerda que ataba sus tobillos a sus muslos. Estaba sentada sobre una manta, apoyando las nalgas y los pies en el suelo. El traje blanco que llevaba ya nada podía ocultar de su preciosa figura: los tirantes hacía tiempo que se habían roto, dejando sus pechos al aire. Y hacía aún más tiempo que le habían arrancado la ropa interior.

Amordazada, miró con furia al que la tenía en semejante situación. Ese chaval de la universidad que le propuso jugar al strip poker, e ir llegando cada vez más lejos.

Él estaba en pie junto a la puerta, aceptando el pago de un hombre que acababa de entrar. Como otros hicieron antes (que no todos), ese hombre se le acercó y le preguntó si de verdad estaba haciendo eso por voluntad propia. Quería asegurarse que no era una violación, el buen hombre.

Y como la chica hizo otras cinco veces esa noche, asintió.

El hombre tardó un instante en lanzarse sobre ella, mientras el "vendedor" observaba divertido. El hombre la manoseó por todo, ya que la chica era incapaz de defenderse, y no se demoró en penetrarla.

Todos iban igual de rápido. Les excitaba imaginar que estaban violando a alguien.

En parte la estaban violando. En parte no.

¿Por qué no hizo caso a sus amigas cuando le dijeron que se retirara? Tuvo que seguir con el juego, hasta que al final lo apostó todo:

Se apostó que permitiría al chico que la atase en su casa y le hiciese todo lo que quisiese durante una noche. Perdió.

Pero desde luego, nunca imaginó que el cabrón fuese a venderla como una puta.

El hombre le quitó la mordaza y le metió el pene en la boca. Unos segundos más tarde, ya se había corrido por toda su cara.

Poco después, el "violador" se vistió y se fue.

  • ¡Eres un desgraciado! – le dijo ella al "vendedor" cuando estuvieron solos, tras escupir la lefa del hombre.

Él no respondió, simplemente volvió a ponerle la mordaza.

  • Reserva fuerzas, cariño –respondió él-. Sólo son las dos de la mañana. Y yo no cierro hasta el amanecer.

Poco después, antes de que sonara el timbre de la puerta, la chica escuchó voces de varios hombres jóvenes tras la puerta. Sonriente, el chico se dirigió a abrir. Había que atender el "negocio".