Ninfómana y obediente (Parte número 34).
Parte treinta y cuatro y penúltimo de esta larga historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado, la sigan con interés y para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.
El furor inicial sólo duró unos meses. De otra forma creo que hubieran acabado conmigo puesto a cuenta de toda la tralla que me daban a diario sufría una incontinencia urinaria crónica, una continua cistitis, todo tipo de escozores y de molestias y aunque soy de constitución muy delgada, perdí varios kilos de peso a cuenta del desgaste que sufría por lo que me estaba quedando en los huesos, demacrada y desmejorada. Bjorn aprovechó aquel bajón en la frecuencia e intensidad de nuestra relación para aceptar un trabajo que le ofrecieron como profesor de gimnasia en un centro escolar propiedad de una supuesta congregación religiosa pero que regentaban un grupo de antiguas alumnas sin saber que entre las que se iban a convertir en sus superioras primaba, más que los títulos ó los conocimientos, el que se encontrara dotado de unos buenos atributos sexuales.
Le sorprendió que, antes de firmar el oportuno contrato laboral, le obligaran a quitarse la ropa para que, en bolas, los luciera ante ellas. Aquel día sólo tuvo que posar desnudo unos minutos delante de cada una de ellas manteniendo sus manos en la cabeza y permitir que le hicieran unas cuantas fotografías pero a las hembras las debió de agradar tanto lo que vieron que, a partir del día siguiente, le requerían a todas horas en sus despachos y la que no le efectuaba una felación para que la diera “biberón”, le cabalgaba ó se colocaba a cuatro patas para que se la “clavara” y la diera placer mientras se la tiraba.
Se encontró, además, con una gran permisibilidad y como la mayoría de los educadores siempre estaban ocupados satisfaciendo a sus superioras, las estudiantes no perdían la menor ocasión para buscar entre sus compañeros a los que estaban dispuestos a enseñarlas el miembro viril y permitir que se lo chuparan. A la mayoría no parecía importarlas el tamaño con tal de que diera leche, que ingerían con tal tranquilidad que evidenciaban que no era la primera ni la segunda vez que tomaban “biberón” y que eran unas expertas en el “chupa-chupa” mientras que otras, para no llevarse sorpresas desagradables, solían palpar el “rabo” a través del pantalón a los candidatos y no actuaban como las demás hasta estar seguras de que las iba a satisfacer lo que estaban tocando.
Durante las clases de gimnasia siempre había alguna alumna salida que aparecía en ropa interior ó que se quitaba el uniforme deportivo para, sin nada debajo, lucir su físico con intención de incitarle a manosearla y a mantener con ella relaciones sexuales, con ó sin penetración, siempre de acuerdo con los deseos y los gustos de Bjorn que se tenía que reprimir un día tras otro para no entrar en su juego aunque no podía evitar acabar las clases empalmado lo que no solía pasar desapercibido para la mayoría de esas jovencísimas golfas ni para sus superioras que no tardaban en aprovecharse de ello.
A los alumnos masculinos, además de gustarles que sus compañeras les eligieran para que las enseñaran sus atributos sexuales y para chuparles la “salchicha” con frecuencia, les excitaba el poder manosear y masturbar a sus compañeras con tanta facilidad. Les agradaba actuar en la biblioteca que era un lugar al que todo el alumnado acudía asiduamente para consultar datos y libros y en cuanto alguna estudiante se subía a una de las escaleras para localizar una publicación, los chicos comenzaban a hacer apuestas sobre la tonalidad de la braga que llevaba puesta hasta que uno de ellos se colocaba debajo de ella y levantando la vista, les confirmaba el color. Los que acertaban tenían derecho a, en cuanto volvía a poner los pies en el suelo y en silencio, magrearla, masturbarla, comerla la “chirla” y darla satisfacción anal antes de ofrecerla su “tranca” para que se la chupara hasta que, uno a uno, la iban dando “biberón”. Solían terminar jugándose la ropa íntima de cada una de las chicas que se dejaban hacer de todo sin apenas oponer resistencia ya que sabían que la biblioteca se había convertido en un lugar casi sagrado para el sexo y que a las que no accedían de buen grado a sus pretensiones las penetraban a diario por el culo durante varios meses.
Aunque era bastante evidente que Bjorn no se encontraba a gusto en aquella ocupación laboral no me dijo nada de lo que sucedía dentro de sus paredes hasta que un día tuvo que dejar su coche en un taller para que le hicieran una revisión y me llamó con el propósito de que, al acabar mi jornada laboral y usando el vehículo de Nicole, le fuera a buscar. Me indicó que me estaría esperando en la puerta principal del centro escolar pero cuándo llegué no estaba allí y como me cansé de esperar decidí entrar para localizarle. En cuanto crucé la puerta de acceso me encontré con una joven en cuclillas que, abierta de piernas, con la falda levantada y luciendo su braga, se estaba dando muy buena maña para chupar la verga a dos de sus compañeros. A ninguno de los tres pareció importarles mi presencia e incluso, uno de ellos eyaculó en la boca de la chica cuándo pasé por su lado.
Al final del mismo pasillo me topé con una autentica cría que, abierta de piernas y con la braga en las rodillas, se estaba dando un buen “morreo” con un compañero de más edad que ella que, con su mano derecha introducida por debajo de su falda, la estaba manoseando sus partes más íntimas mientras ella había conseguido extraerle la “banana” a través de la bragueta de su pantalón y se la estaba “cascando” con su mano. Me pareció que aquello iba a terminar con una penetración en toda regla por lo que decidí continuar observándoles manteniéndome separada de ellos. Efectivamente, enseguida dejaron de besarse y la muchacha, después de bajarse más la braga y de quitarse la falda, se tumbó boca arriba en el suelo permaneciendo muy abierta de piernas mientras el chico, tras hacer descender lo suficiente su pantalón y su calzoncillo como para que desde mi posición pudiera verle el culo, se apresuró a cubrirla y echado sobre ella, la metió la chorra vaginalmente. Aquello fue un “mete y saca” instantáneo puesto que el joven debió de sentir tanto gusto al mantenerla dentro de la cueva vaginal de su compañera que tardó muy pocos segundos en explotar. Cuándo comenzó a eyacular hizo intención de sacársela pero le pudo el gusto que estaba sintiendo y al final, descargó íntegramente dentro del chocho de la muchacha que, al notar que la estaba mojando con su leche, le recriminó lo que estaba haciendo. El chico, sin hacerla caso, permaneció echado sobre ella y moviéndose hasta que, a cuenta de la humedad vaginal, su cipote abandonó aquel jugoso chumino. Manteniendo su aún erecta “flauta” en contacto con la parte externa del coño de su pareja la dio una bofetada en la cara con lo que consiguió que se tranquilizara para volverla a besar en la boca mientras la abría la blusa con intención de dejarla las tetas al descubierto para sobárselas.
Me tuve que separar de ellos para seguir buscando a Bjorn al que encontré discutiendo con la que, según me dijo, era la más autoritaria y exigente de sus superioras y a la que, delante de mí, llamo furcia, golfa y puta sin que la aludida pareciera darse por enterada. Eso sí, sin dirigirme la palabra, la mujer me miró de arriba a abajo con tanto detenimiento que sentí que me estaba desnudando con la mirada. Después y con ciertos problemas para andar a cuenta de lo sumamente ajustada que era la falda que llevaba puesta y que la llegaba por debajo de las rodillas, levantó el dedo índice de su mano derecha, se lo puso delante de la cara mientras la suya reflejaba mucha rabia y nos dejó solos. Bjorn intentó explicarme lo que le había sucedido con aquella cerda pero no le dejé hablar al apresurarme a contarle lo que había visto durante mi breve estancia en el centro. Me sonrió antes de comentarme que varias de sus alumnas se jactaban de que todos los días conseguían ingerir un mínimo de seis lechadas y que les sacaban a sus compañeros otras tres ó cuatro con sus cabalgadas.
C o n t i n u a r á