Ninfómana y obediente (Parte número 30).

Parte treinta de esta larga historia que está llegando a su final y que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado, la sigan con interés y para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Una vez en el exterior comencé a pensar en el comportamiento tan dócil que había observado en las dos supuestas hermanas en su relación con el chico del tren lo que me llevó a plantearme que, quizás, pudiera lograr seducir a Bjorn y liarme con él si, en una nueva sesión sexual, le demostraba que, además de ardiente, cerda y viciosa, era dócil, obediente y sumisa. Al llegar a casa y antes de enfriarme, me apresuré a llamar a Nicole para decirla que tenía que hablar con su chico lo antes posible pero la joven me dijo que acababa de irse porque tenía un compromiso y que, seguramente, no lo volvería a ver hasta el día siguiente por la noche pero que, si no podía esperar hasta entonces, le podría localizar por la tarde en el gimnasio en el que trabajaba. Aquella noche me encontraba tan “burra” que me vino de maravilla que Erlinda acabara de volver de su último viaje para vaciarme y muy a gusto, en la sesión sexual lesbica que mantuve con ella.

A la mañana siguiente me dediqué a localizar el emplazamiento del gimnasio en el que trabajaba Bjorn. Me extrañó que fuera exclusivamente femenino y que se encontrara ubicado a las afueras pero acabé antes de lo normal mi jornada laboral y me dirigí hacía allí. Al entrar en el local lo encontré lleno de delgadas y sudorosas féminas, casi todas jóvenes orientales, ejercitándose mientras, en bikini ó en traje de baño un tanto menguado de tela, lucían su físico y los instructores, casi todos europeos, vestían una camiseta amarilla de tirantes y un ajustado pantalón blanco en el que marcaban “paquete”. Las paredes se encontraban cubiertas de espejos y sobre algunos de ellos había colocadas grandes fotografías de esculturales hembras en bolas luciendo sus encantos y sus músculos. Pregunté a uno de los instructores por Bjorn y señalándome unas escaleras al fondo, me indicó que lo encontraría en el sótano por lo que descendí hasta él y crucé la puerta de acceso.

Entré en una luminosa sala llena de bicicletas estáticas que, en lugar de sillín, disponían de dos tubos de un considerable grosor. Diez atractivas jóvenes orientales, vistiendo una bata sumamente sexy y luciendo las ligas con las que sostenían sus medias, todo ello de color blanco, ayudaban a un grupo de mujeres asiáticas de distintas edades que permanecían desnudas, a enjeretarse a través de la raja vaginal y del ojete lo más profundo que podían las largas boquillas de plástico que acoplaban a los tubos que suplían al sillín para, una vez introducidos en su interior, hacerlas pedalear al ritmo que más las interesaba para que aquellas boquillas se movieran dentro de ellas hacía adentro y hacía afuera mientras las sensuales jóvenes las magreaban las tetas y las daban cachetes en la masa glútea, lo que parecía agradar y estimular y mucho, a la mayoría de aquellas féminas.

Una de las jóvenes, después de dejar bien “taladrada” a una menuda hembra de mediana edad, se acercó a mí y me dijo que, para permanecer allí, me tenía que desnudar, colocar mi ropa en una percha, colgarla en el armario que se encontraba ubicado a mi izquierda y depositar mi ropa interior encima de una mesa en la que, revueltas, había un buen número de prendas íntimas femeninas. Pregunté por Bjorn mientras me quitaba la ropa y la muchacha, manteniendo sus ojos fijos en mi cuerpo, me indicó que, seguramente, estaría “disfrutando” en la “zona de la perversión y el pecado”. No llegué a entender sus palabras y tampoco la pude preguntar más ya que, en cuanto me quedé en bolas, me hizo abrir las piernas y colocándose en cuclillas delante de mí, me examinó con detenimiento los agujeros anal y vaginal para ver que tipo de boquillas tenía que usar para que se me ajustaran mejor. Cuándo se incorporó tuve que colgar mi ropa en el armario, depositar mis prendas íntimas en la mesa que me había indicado y escoger una de las bicicletas que estaban libres. Pensé que no me había desplazado hasta allí para hacer ejercicio con unos tubos introducidos en la “almeja” y en el culo pero sentí tanta curiosidad por saber lo que eran capaces de hacer aquellos artilugios que elegí una y en cuanto me puse en posición, otra joven se agachó, con lo que su corta bata se la abrió dejándola al descubierto la blanca braga llena de encajes, para acoplar a los tubos situados en la parte inferior, a ambos laterales de la rueda trasera, unas grandes bolsas de plástico transparente.

Al acabar, se levantó y me hizo permanecer con el cuerpo echado hacía adelante mientras ponía las boquillas en la parte superior de los tubos y un poco después y tanteándome con sus manos la “chirla” y el ojete, me hizo echarme hacía atrás de golpe. Sentí entrar rápidamente y bien profundas las boquillas y la parte superior de los tubos en mis dos orificios mientras la chica me indicaba que podía empezar a pedalear y con su pie accionó un mecanismo con el que comencé a notar la sensación de que, cada vez más deprisa y en mayor cantidad, me estaban inyectando aire caliente con lo que consiguieron estimularme de tal manera la vejiga urinaria y el intestino que, enseguida, sentí una más que imperiosa necesidad de irme “por la pata para abajo” y de vaciarme. Incitada por mi agraciada, amable y joven cuidadora empecé a apretar con intención de defecar con lo que no pude retener la salida de mi lluvia dorada y al darse cuenta de que mi micción se estaba depositando en la bolsa colocada al efecto, la chica comenzó a magrearme las tetas al mismo tiempo que me animaba a llenarla. Creo que lo hice puesto que aún estaba orinando cuándo me “jiñé” y de una manera tan larga, placentera y suave que debí de evacuar hasta el último gramo de caca que tenía en mi interior. La joven, visiblemente complacida, me preguntó que si me había vaciado a gusto y después de responderla afirmativamente, siguió sobándome los “melones” mientras me comentaba que había tenido ocasión de ver muchos en aquel gimnasio pero que los míos eran muy apetecibles y bonitos. Me pareció que la joven se encontraba bastante “calentorra” por lo que, mientras la respondía a su pregunta sobre mi nacionalidad, solté mi mano izquierda del manillar, se la puse en medio de sus abiertas piernas y a través de la braga, la localicé la raja vaginal y se la acaricié con dos de mis dedos.

A la chica, que no se lo esperaba, la sorprendió mi reacción pero no la debía de desagradar el sexo lesbico puesto que, además de no oponerse, se acabó de calentar mientras la sobaba y empezó a moverse para “ponerse más a tono”. Cuándo estuvo al borde del orgasmo me dejó de magrear las tetas con intención de centrarse en disfrutar. Pensé que la gustaría que introdujera mi mano en su braga para ayudarla a llegar al clímax a través de la masturbación por lo que, en cuanto entré en contacto con su húmedo chocho, la metí bien profundos tres dedos y los comencé a mover hacía adentro y hacía afuera, la joven cerró los ojos y mordiéndose los labios, se dejó hacer. Enseguida y a través de sus contracciones pélvicas, de sus gemidos y del goteo de su “baba” vaginal, me di cuenta de que estaba gozando de un placentero y rápido orgasmo. Su agitada respiración y sus intensos jadeos ocasionaron que las demás cuidadoras y parte de las demás mujeres nos miraran. La chica se sonrojó ante tan elevado número de miradas por lo que, para evitar ponerla en una situación aún más comprometida, la saqué los dedos de la raja vaginal y me apresuré a extraer mi mano de su braga. Cuándo dejaron de mirarnos me besó en la boca y me dijo que, aunque no era bollera, la había encantado que la “hiciera unos dedos” puesto que, con ello, había logrado “aliviarla el calentón” que tenía encima. Un poco después me ayudó a incorporarme para que los tubos, poco a poco, abandonaran mi chumino y mi orificio anal antes de verse obligada a usar sus dedos para poder sacarme las boquillas que habían quedado bien acopladas a mis agujeros.

Dejé de pedalear y después de observar a la cuidadora que, en cuclillas y luciendo otra vez su braga en la que destacaba una gran mancha de humedad, estaba sellando las bolsas que había llenado de orina y de mierda, localicé a Bjorn en una zona tenuemente iluminada situada al final de la sala manteniéndose a pulso en unas espalderas para facilitar que una pechugona y culona dama entrada en años y en kilos, que permanecía de pie ante él, le efectuara una felación manteniendo su erecto “nabo” a la altura de la boca de la fémina que se acariciaba la raja vaginal mientras se lo chupaba. A pesar de la distancia que me separaba de ellos me dio la impresión de que aquella hembra, que era europea, no era la más idónea para conseguir estimular lo suficiente a Bjorn con su mamada y que aún le quedaba bastante para culminar. La joven cuidadora, al observar que les estaba mirando fijamente, me dijo que aquella era la siempre excitante pero muy peligrosa “zona de la perversión y del pecado”.

C o n t i n u a r á