Ninfómana y obediente (Parte número 29).
Parte veintinueve de esta larga historia que está llegando a su final y que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado, la sigan con interés y para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.
Cuándo subí al nuevo autobús comencé a sentir una muy extraña sensación en el culo, como si se me estuviera deshinchando igual que un globo, que mi coño se mantenía muy abierto y convertido en un autentico río de “baba” vaginal lo que me obligaba a permanecer con las piernas apretadas y cerradas para intentar evitar que me goteara mientras mis constantes pérdidas urinarias me ponían en situaciones un tanto comprometidas. Pensé que, al menos y a pesar de lo gorda y larga que Bjorn tenía la “salchicha” no me había desgarrado el ano y que el proceso diarreico había acabado puesto que no me puso en ningún aprieto hasta que llegué a mi centro de trabajo en donde tuve que apresurarme a acudir al cuarto de baño para volver a defecar y poder limpiarme. Entre unas cosas y otras fiché con tanto retraso que, por primera vez a lo largo de mi vida laboral, fui recriminada por mis superiores. Mis compañeros masculinos se pasaron el día de lo más entretenidos dándose perfecta cuenta de que visitaba el cuarto de baño con mucha frecuencia lo que les llevó a hacer apuestas sobre el tiempo que iba a tardar en volver a acudir a él y observando lo bien que se me marcaban los pezones en la blusa aunque pasaba olímpicamente de sus miradas y de sus sonrisas puesto que estaba dispuesta a llegar todos los días tarde y a sentirme deseaba por ellos con tal de encontrarme, de nuevo, con Bjorn que me había jodido de maravilla. Pero por la tarde sufría tantas molestias anales que, al acabar mi jornada laboral, decidí recibir asistencia médica descubriendo que el joven, aunque no me lo había llegado a desgarrar, me había ocasionado una fisura anal que tardó varios días en cerrar.
A cuenta de la gran variedad de “efectos secundarios” que padecí durante los siguientes días me fue imposible quitarme de la cabeza a Bjorn hasta el punto de que, a pesar de aquellas adversidades, ardía en deseos de repetir la experiencia con él para que, con intimidad y en su domicilio ó en el mío, se desfondara dándome toda la tralla que quisiera hasta que sus huevos no fueran capaces de soltar más leche. Pero no encontraba la forma de engatusar al joven sueco para que se enrollara conmigo sin parecer una golfa salida por lo que, pensando en él, me tuve que continuar consolando “haciéndome unos dedos” con frecuencia, permitiendo que varones asiáticos mal “armados” me siguieran penetrando para explotar rápidamente en mi interior y con la actividad sexual lesbica que volví a mantener con Erlinda a pesar de que, a cuenta de sus múltiples ocupaciones laborales y de sus viajes, sólo podíamos retozar los domingos lo que para ella parecía ser suficiente para no tener inquietudes sexuales durante el resto de la semana aunque para mí no lo fuera por lo que, al sentirme cada día más insatisfecha, me hizo plantearme el volver a mi país de nacimiento junto a mis padres y mi hermana Judith para intentar liarme con un joven bien dotado y viril que me diera a diario tanta tralla como Bjorn en el autobús.
Pasaron más de dos semanas antes de que, como era habitual al finalizar mi jornada laboral, cogiera por la noche uno de los trenes de cercanías que realizaban las funciones de Metro al discurrir por la capital para regresar a mi domicilio. Aquel día salí bastante tarde y el primer convoy que llegó a la estación circulaba con un número muy reducido de viajeros por lo que, al subir a un vagón, no tuve el menor problema para poder sentarme lo que, a aquellas horas, me resultaba de lo más gratificante. No lo hice a costa pero, al levantar la vista después de colocar los documentos de un informe en orden, me di cuenta de que me había acomodado enfrente de un atractivo chico asiático y de sus dos acompañantes que parecían darle escolta al haberse sentado una a su derecha y la otra a su izquierda. Las muchachas tenían un gran parecido físico y vestían ropa idéntica por lo que me imaginé que serían hermanas gemelas. El chico, con el pantalón y el calzoncillo en los tobillos, mantenía sus atributos sexuales, de unas dimensiones más que aceptables para un oriental, al descubierto mientras las jóvenes permanecían con los pies en el asiento, con su prenda íntima de tonalidad rosa por debajo de las rodillas y las piernas cerradas. A base de mirarlos me percaté de que su acompañante las estaba realizando al mismo tiempo unos hurgamientos anales con sus dedos que parecían satisfacerlas aunque una de ellas no tardó en decirle que, como siguiera, se iba a “jiñar” con lo que el joven las extrajo los dedos y las hizo abrir las piernas lo que me permitió verlas sus arreglados “felpudos” pélvicos, su muy abierta raja vaginal que para ser asiáticas era bastante amplia y su “muslamen” antes de que procedieran a sobarle los huevos y la erecta “tranca” que, de vez y cuándo y con el beneplácito del chico, se turnaban en menearle muy despacio mientras el varón parecía no cansarse de “taladrarlas” con sus dedos tanto el potorro como el ojete. Observé que en sus prendas íntimas había manchas de humedad lo que me hizo pensar que aquello podía ser una especie de reto para ver quien de las dos alcanzaba más orgasmos antes de que él explotara. Desde mi posición pude escuchar el agradable y estimulante sonido de la “baba” vaginal de las muchachas antes de que una de ellas empezara a evidenciar que la estaba viniendo el clímax mientras su supuesta hermana no pudo aguantarse más y con el chico esmerándose en masturbarla, se meó al más puro estilo fuente. Su orina salió a chorros con tal fuerza que se depositó en mitad del pasillo formando un buen charco en el suelo mientras mis ojos se mantenían centrados en ver como caía la lluvia dorada a través del asiento.
El joven, al ver que había empapado la braga con su orina, se la quitó dejándola la raja vaginal al descubierto antes de que, con la falda levantada y el culo al aire, la hiciera colocarse de rodillas sobre el mojado asiento con intención de que, doblándose, se introdujera su verga en la boca y se la chupara mientras él continuaba “haciendo unos dedos” a ambas muchachas pero prestando mayor atención a la que le estaba efectuando la felación a la que, a través de sus abiertas piernas, no dejaba de presionar la “seta” con su muñeca incitándola a mantenerla tan jugosa. Como la inmensa mayoría de los orientales el muchacho resultó ser de eyaculación rápida y a cuenta de las ganas y del ímpetu que puso su pareja en su cometido, en menos de dos minutos sintió que iba a descargar por lo que las dejó de masturbar y agarrando con fuerza de la cabeza a la joven que se la estaba chupando, la obligó a permanecer con toda la “banana” introducida en la boca mientras la decía:
- “ Trágatela, so cerda, trágatela toda. ”
Un instante después la vi cerrar los ojos lo que me hizo suponer que su acompañante la acababa de echar el primer chorro de leche. Los mantuvo cerrados mientras sus mofletes denotaban que la estaba dando un masivo “biberón” y que ella intentaba ingerirlo íntegro mientras el chico, satisfecho, se daba un intenso “morreo” con la otra chica a la que no tardó en volver a meter sus dedos por vía vaginal. Cuándo la primera muchacha se sacó el miembro viril de la boca y se incorporó observé que unos hilos de “salsa” masculina salían por la comisura de sus labios. El muchacho, que estaba realizando una frenética masturbación a su supuesta hermana, la dijo con un altivo tono de voz que no la había dado permiso para dejar de chupársela por lo que la joven, dócilmente, volvió a doblarse y a meterse la chorra en la boca mientras su acompañante, introduciendo su mano entre sus piernas, la perforaba el ojete con dos ó tres dedos y la otra chica, que era incapaz de mantener su culo quieto en el asiento, alcanzaba un descomunal orgasmo entre gemidos de placer y unas intensas contracciones pélvicas. El chico, después de ver como se la contraía el cuerpo a cuenta del gusto que estaba sintiendo, la dijo:
- “ Quiero verte mear, guarra. ”
Y, efectivamente, aquella golfa se meó en pleno orgasmo soltando una micción tan masiva como la de su hermana y como ella, formó otro gran charco en el suelo, casi a mis pies. Un poco después y al notar que se los estaba impregnando en su mierda, sacó sus dedos del orificio anal a la otra chica que continuaba con su felación y que, permaneciendo de rodillas sobre uno de los asientos, soltó una masiva evacuación líquida que, mayormente, se fue depositando en el asiento contiguo mientras el chico la daba cachetes en los glúteos y la insultaba. Aún estaba defecando cuándo llegué a mi estación de destino y me bajé del tren dejando a una de las chicas chupando el cipote al varón al mismo tiempo que “jiñaba” mientras la otra, después de disfrutar de su soberbio orgasmo, se “morreaba” apasionadamente con su acompañante que había aprovechado para perforarla, de nuevo, el ojete con sus dedos con intención de provocarla, como a su hermana, la defecación mientras que en el vagón era bastante perceptible esa agradable “fragancia” que la raja vaginal femenina despide a cuenta de la excitación propia de la actividad sexual y además con el aliciente de haberse mezclado con el clásico y gratificante olor de la lluvia dorada de las jóvenes y de la leche del chico.
En el andén me encontré con una hembra madurita y menuda que, con las tetas al descubierto, la falda en la cintura y la braga depositada en el suelo, estaba pajeando a un joven mientras otro, que parecía estar esperando su turno, les observaba. El chico la sobaba el culo mientras ella le meneaba el “mástil” con movimientos cada vez más rápidos. Estaba a punto de pasar por delante de ellos cuándo al chico le brotó la leche y la expulsó con tanta fuerza que los primeros chorros se depositaron a escasos centímetros de mi posición por lo que pensé que si hubiera tardado unas milésimas más en explotar me hubieran caído en el vestido. No era la primera vez que me sucedía algo así pero me paré y les miré con cara de desaprobación pero la mujer mantenía fija su mirada en la minga del joven con intención de asegurarse de que le sacaba hasta la última gota mientras se le iba bajando y el chico, mirando al techo, la acariciaba la entrepierna.
C o n t i n u a r á