Ninfómana y obediente (Parte número 26).
Parte veintiseis de esta larga historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés. Para bien o para mal, espero vuestros comentarios.
Sin braga y sin sujetador, con la falda descosida e intentando ocultar mis “peras” lo mejor que podía debajo de mi desgarrada blusa regresé a mi domicilio. Por el camino me di cuenta de que si había hecho esa locura era porque estaba borracha y que sufría constantes pérdidas urinarias puesto que tenía el “fuelle” tan flojo que la lluvia dorada se me salía. Al llegar a casa me dirigí al cuarto de baño en donde me quité la deteriorada ropa y me duché. Cuándo salí de la ducha me cubrí con una toalla, me tomé un café muy cargado para intentar despejarme junto a un par de pastillas para reducir mis pérdidas urinarias y desperté a París para que se levantara, se duchara, se vistiera y desayunara antes de acompañarla al colegio. Mientras tanto me vestí con un conjunto de ropa interior calado con el sujetador y la braga en tono azul marino, una blusa de color rosa y un fino traje de chaqueta en tono marfil con la falda ajustada. Estábamos a punto de salir de casa cuándo me percaté de que, a cuenta de la finura y de la tonalidad de la ceñida falda, se me marcaba la braga y como no pretendía incitar a ningún hombre a “meterme mano” en el transporte público, me tuve que desnudar para ponerme otro conjunto, esta vez blanco, que, aunque con la claridad se me transparentara, no llegaba a destacar tanto.
Como cualquier otro día, aunque con más premuras de tiempo, realizamos el desplazamiento en un tren de cercanías que hacía las funciones de Metro mientras discurría por la ciudad y que, a esas horas, siempre iba abarrotado de gente. Sabía que a un buen número de varones les encantaba aprovechar sus desplazamientos y aquellas apreturas para frotarse con las féminas que consideraban más atractivas antes de proceder a sobarlas y como la mayor parte de los asiáticos sentía una especial predilección por las europeas, era muy raro el día en que algunos de ellos no se convertían en auténticos pulpos para, a través de la ropa, tocarme las tetas y apretándose a mi culo, restregarme su polla antes de levantarme la falda y meterme una de sus manos por la braga con intención de sobarme el chocho. Durante una temporada coloqué a París delante de mí con lo que logré que no me “metieran mano” por delante pero no tardaron en acceder a mi chumino introduciéndome las manos por la parte trasera de la falda para ir deslizándolas a través de mi prenda íntima y magrearme la masa glútea, la raja del culo, el orificio anal y finalmente, el “felpudo” pélvico y el coño.
Muchas veces y a pesar de mi oposición, habían conseguido bajarme ligeramente la braga para estimularme el clítoris con unos pequeños “juguetes” a pilas que, como a la mayor parte de las hembras, me ponían tan sumamente “burra” que me hacían llegar al clímax con suma celeridad y repetir hasta que me meaba de gusto al más puro estilo fuente con lo que fomentaba que, después de la micción, me masturbaran sacándome con frecuencia los dedos para ponérmelos delante de la cara y abriéndolos, hacerme ver la “baba” vaginal que se había depositado en ellos mientras tenía que esforzarme para que París no se percatara de lo que me estaban haciendo a pesar de que, en más de una ocasión, no había podido evitar que me viera mientras me obligaban a efectuar una felación ó a permitir que me la “clavaran” tanto vaginal como analmente.
Pero esa mañana mi rostro debía de reflejar que no me encontraba de demasiado buen humor ni en el mejor momento para el sexo por lo que, a pesar de que no pude evitar los clásicos roces, terminé el viaje sin sobresaltos ni vejaciones. Supongo que me ayudó el hecho de que un grupo de colegialas, que lucía el uniforme del mismo centro escolar, decidió aprovechar ese viaje para dar satisfacción a los varones que se encontraban cerca de ellas “cascándoles” y chupándoles el “rabo” antes de que, las más decididas, se doblaran ante ellos para que, con las tetas al descubierto, la falda levantada y la braga colgando de uno de sus tobillos, las “clavaran el mástil” hasta el fondo por el potorro. Casi todas sus parejas ocasionales se la sacaron enseguida, en cuanto se sentían a punto de eyacular, para mojarlas con su “salsa” los glúteos, las piernas e incluso, la falda del uniforme.
Una vez que dejé a mi hija en el colegio me sentí aliviada. Sin ella no me importaba tanto lo que me pudiera suceder durante mis desplazamientos en tren aunque, aún no sé porqué, ese día y después de tomarme otro café, decidí coger el autobús para acudir a mi trabajo. Aunque tuve que permanecer de pie no me encontré con tantas apreturas pero, tras las primeras paradas, el vehículo se llenó de gente y comencé a verme en una situación similar ó peor hasta que acabé viéndome rodeada y prensada por un grupo de jóvenes estudiantes que mantenían una animada conversación. Decidí agarrarme a una barra de sujeción y fijar mi vista en el exterior lo que no me impidió darme cuenta de que alguien se estaba abriendo paso entre ellas para poder colocarse detrás de mí y que, en cuanto lo consiguió y sin el menor disimulo, comenzó a tocarme el culo a través de mi ceñida falda.
- “ Vaya, ya está el moscón de turno incordiando. A ver con lo que intenta sorprenderme ”, pensé.
Como a cuenta de la resaca no tenía el cuerpo para bromas me intenté desplazar hacía adelante y hacía los lados para poder librarme de mi acosador pero, con tanta estudiante a mi alrededor, me fue imposible y lo único que conseguía era volver a ponerle mi trasero en las manos para que pudiera continuar tocándomelo lo que el varón debió de interpretar como una señal de que estaba esperando a que se decidiera a hacerme más cosas por lo que, pasándome su robusto brazo por la cintura, se apretó a mí y comenzó a “perrearse” en mi trasero. Los dos estábamos vestidos pero sentí que se encontraba dotado de una magnífica “flauta” y que con los frotamientos se le subía mientras me quitaba el cabello de la oreja derecha para besarme en el cuello y decirme al oído:
- “ Sigue mirando hacía adelante y muévete, cariño. ”
La voz me resultó conocida pero no me centré en ella puesto que, en aquellos momentos, lo que más me hubiera gustado era poder volverme para darle una sonora bofetada pero estaba tan aprisionada que no me podía mover y aquel cabrón me obligaba a permanecer con la mirada hacía adelante. Decidí tomármelo con calma y con resignación mientras seguía notando como se restregaba en mi culo y sus besos se extendían por mis hombros hasta que, mientras me lamía los lóbulos de las orejas, me percaté de que se estaba bajando un poco el pantalón y el calzoncillo para dejar sus atributos sexuales al descubierto antes de que, agarrándome con fuerza de la cintura, me pasara su erecta y larga “salchicha”, de arriba a abajo y de abajo a arriba, por la raja del culo a través de la falda.
“ Me la va a manchar ”, pensé.
Pero no, no me la manchó puesto que, tras volverme a sobar la masa glútea pasándome su mano derecha por encima de la falda, me la comenzó a subir. Intenté evitar que me hiciera lucir la braga pero, al tener más fuerza, tuve que claudicar y al ser muy ceñida, la falda quedó ajustada a mi cintura. Me sentí muy avergonzada por lo que decidí permanecer con la mirada fija en el suelo mientras el joven me metía la prenda íntima por la raja del culo y me golpeaba la masa glútea con su dura y erecta “tranca”. Cerca de mi posición un asiático entrado en años parecía estar muy interesado en tocar la parte delantera de mi braga por lo que, metiendo sus brazos entre las estudiantes que me seguían manteniendo prensada, no cejó en su empeño hasta que consiguió entrar en contacto con mi prenda íntima. Se le debió de hacer la boca agua pensando en lo que ocultaba por lo que, aprovechando que me mantenía con las piernas ligeramente abiertas para poder mantener el equilibrio, me localizó la raja vaginal y me la sobó a través de la prenda mientras el varón que permanecía detrás de mí me colocaba su verga bien tiesa en el muslo derecho, me volvía a separar el cabello de la oreja derecha, me besaba en el cuello y me decía con una voz muy sugerente:
- “ Venga, zorrita, menéamela despacio y sácame la leche. ”
No me gustó que se tomara aquellas libertades y menos que me insultara, pero sentí la “banana” tan dura, gorda, larga y tiesa que, instintivamente, se la cogí con mi mano derecha y se la palpé. Se trataba de una “herramienta” realmente impresionante. Nunca había tenido ocasión de toparme con ninguna de esas dimensiones ya que superaba con creces a la de Saúl y a la del presunto padre de París. Le acaricié los huevos comprobando que los tenía sumamente gruesos y que evidenciaban encontrarse llenos de leche antes de que el varón me volviera a pedir que le “cáscara” la chorra mientras el oriental que durante los últimos minutos me había estado sobando la “seta” a través de la braga conseguía traspasar la barrera de estudiantes para poder colocarse delante de mí con intención de introducirme su mano derecha por un lateral de la prenda íntima para entrar en contacto con mi “almeja” por la que me pasó repetidamente su mano extendida mientras, tal y como me había pedido, le meneaba el cipote al que tenía detrás con movimientos lentos.
En cuanto consiguió que me humedeciera el varón asiático pareció darse por satisfecho pero, al sacarme su mano, actuó con picardía y me bajó ligeramente la braga dejándome el “felpudo” pélvico al descubierto que se apresuró a acariciarme mientras, sin dejar de sonreírme, observaba como le estaba meneando la minga al otro hombre que me agarró la parte de la braga con la que me había obligado a permanecer introducida en la raja del culo y tirando de ella con fuerza hacia arriba me friccionó el clítoris y la raja vaginal que se me puso enseguida mucho más caldosa lo que ocasionó que la “baba” vaginal me goteara y que comenzara a lucir una buena mancha en mi prenda íntima. Después y separándomela, me pasó varias veces dos de sus dedos por la raja del culo mostrando un interés especial por mi ano antes de desplazarlos hacía adelante para poder entrar en contacto con mi chorreante “chirla” y pedirme que le “diera a la zambomba” un poco más deprisa. Mientras me sobaba la raja vaginal me pareció que estaba a punto de explotar por lo que dirigí mi mirada al miembro viril y lo vi espléndido, luciendo bien erecto hacía delante y con un abierto y apetecible capullo ligeramente encorvado hacía arriba. Pocos segundos más tarde expulsó con una fuerza increíble una ingente cantidad de chorros de leche. Alrededor y delante de mí y además del varón asiático, permanecían las integrantes del nutrido grupo de estudiantes manteniendo su animada conversación que me sirvieron de pantalla para que la lefa se fuera depositando en su ropa. Vi que una de ellas sintió unos ligeros escalofríos cuándo uno de los chorros la cayó en la parte posterior de la blusa, a la altura del cierre del sujetador pero, aunque empapé a varias en leche que las goteaba por la ropa, abandonaron el autobús sin darse cuenta de ello al llegar a la siguiente parada al igual que hizo el hombre asiático, que las siguió. Aunque subió más gente desde ese momento pude disponer de un poco más de espacio.
C o n t i n u a r á